EL AMANECER WILLKOMMEN, SENTIDOS AL LÍMITE Y EL BOMBARDEO DE TUS CUESTIONAMIENTOS INFINITOS.

Este es uno de los relatos que forman parte, por orden, de la serie La señora Abbot:
La señora Abbot, el doctor en casa...
Efectivamente un violinista...3
El panadero y su falso positivo...
Alcohol, no gracias...1
Alcohol, no gracias...2
Alcohol, no gracias...3
El amanecer willkommen...
La señora Abbot y el pan...1
La señora Abbot y el pan...2
La señora Abbot y el pan...3
La señora Abbot y el pan...4
La señora Abbot, el nombre del violinista...1
La señora Abbot, el nombre del violinista...2
La perspectiva hace la forma...
¿Por dónde iba...?
Ventajas y desventajas...1
Ventajas y desventajas...2
La perfecta alineación de unos zapatos...
El trastorno borderline...
La señora Abbot se va de vacaciones
El crucero cruzado, información inesperada...
El triatlón, la función musical para público especializado...
La señora Abbot, la pajarita que jugaba al póker y el momento...
Muchas pajaritas para tan poca isla...
Logaritmos neperianos...
La señora Abbot: Jana, si vuelves, limítate a los detalles, por favor I
La señora Abbot: Jana, si vuelves, limítate a los detalles, por favor II
La señora Abbot y el patrón inevitable de lo que vendrá.
La señora Abbot: tejiendo el inconsciente y sus patronistas.

Al amanecer se acercó a casa del violinista y llamó a la puerta levemente. Aquella noche no escuchó que tocase y después de los acontecimientos de los últimos días necesitaba respuestas. El haber sufrido aquella hiperexposición informativa había acrecentado los síntomas de su "supuesto trastorno". Su esposo andaba detrás de ella para que, o intensificase las visitas al psiquiatra o comenzase a medicarse bajo prescripción facultativa.
Notó cómo su nuevo vecino se acercaba con paso lento, pese a que no escuchase nada. Su presencia se hizo latente. Jana creyó que abriría, pero no fue así. Se limitó a esgrimir algunas palabras que, pese a su baja tonalidad, ella pudo escuchar.

—Vete. No puedes quedarte ahora ahí plantada.
—Tengo varias preguntas que hacerte y no me voy a ir hasta que me las contestes.

Vaya, nos ha salido tozuda, pensó el violinista llevándose la mano a la barbilla mientras ojeaba a través de la mirilla de la puerta de entrada cual era su reacción. La señora Abbot no se movió ni un ápice de su felpudo "Willkommen".

–No deberías estar aquí. ¿Llevas algún dispositivo electrónico?
—Esto...no. Solo llevo las llaves.
—Entonces, puedes hacerme alguna pregunta.
—¿Alguna?Tengo un número indeterminado y voluminoso de cuestiones que...
—Comienza —le cortó —no tenemos mucho tiempo.
—¿Tiempo?¿Por qué no tenemos tiempo?
—Mira Jana, reacciona y pon tus sentidos al límite o no tendrás muchas oportunidades y puede que acabes trastornada pero de verdad.

Fuente imagen:
flickr
Jana retrocedió con la pierna izquierda un paso y dejó caer su peso sobre ese lado del cuerpo. ¿Qué significaba aquello? ¿cómo sabía él que estaba en tratamiento?¿era posible que hubiese pasado por lo mismo que estaba pasando ella? Sea como fuere, la parte de la conversación "...reacciona y pon tus sentidos al límite..." tuvo su efecto, de inmediato. 

—Bien, entonces empiezo. ¿Tengo que vivir con esta responsabilidad?
—¿Te refieres a la responsabilidad de saberlo?
–Sí. Esa misma.
—Pues... –vaciló —...deberías aprender a asumirlo.

Jana giró de un lado a otro caminando unos pasos a izquierda y derecha, intentando asimilar aquella nueva información que bombardeaba sin tregua su cabeza.

—¿Tú también lo tienes?
—Sí. Estoy aquí por ti. ¿Responde eso a tu siguiente pregunta?

Su respiración comenzó a tornarse lenta e intensa. El desarrollo de sus habilidades todavía no había alcanzado, ni de lejos, su potencial y el hecho de saber que el violinista era una persona como ella, le provocaba sentimientos encontrados irresolubles.


—¿Cómo sabías que te iba a preguntar eso?
—Te quedan muchas cosas que averiguar. No creas que todas van a ser agradables.
—Pero... ¿vas a poder ayudarme?
—Ahora no. Cuando sea el momento. Tienes que irte.
—Pero...
–Pero nada... márchate. No puedes seguir aquí.
—Pero... —expresó con angustia —¿por qué?
—Pues porque el coche del guardia de seguridad de la urbanización pasará en 5 minutos y no debe verte aquí. Lleva aparatos electrónicos, móvil, radiocontrol... créeme, no querrás estar aquí. No puedes seguir aquí plantada en la puerta de mi casa. Demasiada información. Vete. ¡Ya! —gritó el vecino desde detrás de la puerta.

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