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viernes, 22 de febrero de 2019

Un pintor se cae del andamio: inicio de la lectura de El color de los ángeles y noticias de nuestras lecturas.


Una leyenda sevillana cuenta que una gitana le leyó la mano a Bartolomé Esteban Murillo y le previno para que huyera de las bodas porque en una de ellas le ocurriría una desgracia. Dice también que el pintor era supersticioso y huyó de estas ceremonias hasta que se cayó de un andamio pintando los Desposorios místicos de Santa Catalina, un encargo del convento de los capuchinos de Cádiz para el retablo mayor de la ya desaparecida iglesia de Santa Catalina. Era enero de 1682 y el pintor contaba ya con sesenta años. El cuadro representa la unión mística de la santa con Dios. La misma leyenda dice que el pintor moriría el 3 de abril siguiente a consecuencia de aquella caída y que no pudo completar el cuadro. Esta leyenda tiene todo el aroma de un invento posterior y novelesco, pero sea como sea, aquel accidente provocó que Murillo dejara de pintar y tuvo mucho que ver con su fallecimiento.

La escritora y periodista Eva Díaz Pérez (Sevila, 1971) comienza El color de los ángeles (Planeta, 2017) narrando aquella caída del andamio con un lenguaje que nos introduce plenamente en el mundo de olores, color y sensaciones que rodeaban a Murillo en su taller. Obsesionado por conseguir el azul místico con el que dotar de vida propia al lienzo, el pintor sube al andamio, tropieza y cae. Guardando reposo en un intento de recuperación, el pintor recuerda su vida inevitablemente mezclada con la evolución de la ciudad. Sevilla es, sin duda, un personaje más de la narración: la ciudad cambia, como cambia España y el mundo. Esta tensión entre lo biográfico y la ciudad es uno de los aciertos de esta novela cuya lectura nos acompañará en las próximas semanas: Murillo y Sevilla, Murillo y la pintura.

De entre los títulos en los que Murillo ha sido personaje literario con motivo del cuarto centenario de su nacimiento, son reseñables dos novelas: la de Eva Díaz Pérez y El enigma Murillo de Andrés González Barba. Este narra el saqueo de cuadros de Murillo que protagonizaron las tropas francesas del mariscal Soult, del ejército napoleónico, en Sevilla (uno de los varios ejemplos de depredación del patrimonio cultural de las tropas francesas a su paso por España, que solían valorar y apreciar más el arte español que los propios nacionales). He elegido la de Díaz Pérez por remontarse a la Sevilla en de Murillo, reconstruir su vida a partir del accidente y levantarnos un cuadro fiel de los tiempos en los que le tocó vivir.


Y noticias de nuestras lecturas



Hasta Joaquín Sabina y Fito Páez lleva Pancho su comentario de Cien años de soledad, la novela de García Márquez que nos ocupó hace semanas. De su extraordinaria entrada me gusta mucho cómo ha sabido poner de relieve esos personajes de Macondo que se encierran durante años sin que el mundo parezca afectarles en su retiro...



Mª Ángeles Merino comenta con todo acierto el poemario de Luis Alberto de Cuenca que nos ocupó hace unos días, Cuaderno de vacaciones. No puedes dejar de leer su entrada.

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Cambios en el listado de lecturas del presente curso
 y otras noticias

  • Como a la ocasión la pintan calva, los miembros del club de lectura nos sumamos al proyectado viaje de Alumni UBU a Sevilla con motivo de la exposición que conmemora a Bartolomé Esteban Murillo en el Museo de Bellas Artes de aquella ciudad. Por esta razón, en el mes de febrero leeremos la novela El color de los ángeles de Eva Díaz Pérez (Planeta, 2017), que recrea la vida del pintor y la Sevilla de su tiempo. Así, las lecturas continuarán de la siguiente manera:

- Febrero: El color de los ángeles, de Eva Díaz Pérez.
- Marzo: Los amores equivocados, de Cristina Peri Rossi.
- Abril: Concierto barroco, de Alejo Carpentier.
- Mayo: Tea Rooms, de Luisa Carnés.
- Junio: La Tesis de Nancy, de Ramón J. Sender.


Recojo en estas noticias las entradas que hayan publicado los blogs amigos. Entrada del Club de lectura cada jueves (salvo casos excepcionales) en este blog, Información sobre el presente curso en el club en este enlace.

ADVERTENCIA: Las entradas de La Acequia tienen licencia Creative Commons 4.0 y están registradas como propiedad intelectual de Pedro Ojeda Escudero. Pueden ser usadas y reproducidas sin alterar, sin copias derivadas, citando la referencia y sin ánimo de lucro.

jueves, 7 de febrero de 2019

De Borges a la madre del poeta, algunas claves de Luis Alberto de Cuenca y noticias de nuestras lecturas, con anuncio de la próxima.


Ya es conocido. Uno de los rasgos del estilo de Luis Alberto de Cuenca es la mezcla, en el mismo poema, de elementos que provienen de la más alta cultura clásica con otros propios de la cultura popular de las últimas décadas (cómic, cine, música, etc.). Todo ello, en este poeta, se gira siempre hacia la experiencia personal. Luis Alberto de Cuenca ve el mundo y lo siente a través de esa cultura heterogénea, jugando a uno y otro lado del canon clásico (de ahí que se le pueda aplicar el concepto de transculturalidad), pero abre la puerta a los momentos vividos que luego explica con este rasgo de estilo que definimos. Por ejemplo, en el poema Me acuerdo de..., se enumeran los recuerdos que de forma poco ordenada le asaltan: Borges a través de Marcos Barnatán, una tienda de tebeos de su infancia, el pelmazo de Proust cuando desayuna magdalenas, profesores de colegio a partir de Shakespeare, sus hijos Álvaro e Inés a través de la lectura de Espronceda o El mago de Oz, etc. Pero el verso final cierra el poema, desnudo de esas referencias:

Me acuerdo de mi madre a todas horas

Esto también sucede en la parte final del poemario, que contiene poemas de amor que parecen -solo parecen- desnudos de retórica y referencias y por eso algunos lectores los preferirán sobre los anteriores. En Eva presente se comienza con el mito de Afrodita, con referencias a Cyrano y Gautier, para decantarse a través de la referencia bíblica del título, en una soberbia imagen personal:

Y entonces Dios,
que había imaginado el paraíso
bajo la especie de tu cuerpo,
te confió a mis brazos para siempre.

Este elemento transcultural, como el de la transvanguardia o transarte, define a Luis Alberto de Cuenca y a un grupo de escritores y artistas que comenzaron a expresarse a partir de los años setenta del pasado siglo. A la muerte del arte o de la cultura seguía el no arte y uno de sus elementos claves es lo heterogéneo de los materiales requeridos, pero siempre asimilados a partir de las experiencias biográficas y de una lectura personalísima de todo. Por supuesto que hubo mucha vanidad y cosas superfluas, como en todas las propuestas estéticas, pero hacerlo bien suponía un esfuerzo notable que no siempre ha sido apreciado por los críticos fáciles de aquella postmodernidad, que suelen confundir el rábano con las hojas. Sucede lo mismo con la técnica formal de los poemas de este volumen: no hay nada más difícil que hacer poesía que no lo parezca ni en el ritmo aunque lo tenga, puesto que no se trata de escribir cualquier cosa disimulándola de poesía como suelen hacer muchos de los imitadores de este estilo. Pruebe el lector.

Noticias de nuestras lecturas




Pancho continúa su atenta  lectura de Cien años de soledad, que nos ocupó hace unas semanas. Y aquí llega a una buena demostración de cómo se salta en la novela de lo real a lo mítico y viceversa...

Anuncio de la próxima lectura


El año pasado se conmemoraba el cuarto centenario del nacimiento del pintor sevillano Bartolomé Esteban Murillo. Con ese motivo, aparte de exposiciones, ciclos de conferencias y libros académicos, se publicaron varias obras que abordaban su vida desde la literatura. 

Sin pretensión de agotar el tema, la presencia de Murillo en obras literarias data de los tiempos en los que el pintor vivía, aunque sorprende la escasa atención que ha merecido uno de los pintores más importantes de todos los tiempos. De su tiempo, podemos señalar el romance El mulato de Murillo (1656). Del sevillano hablaron famosos viajeros románticos por España : G.H. Borrow y Richard Ford; también Bécquer, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Pedro Antonio de Alarcón, Campoamor e incluso Verne (el capitán tenía en el Nautilus una Asunción de Murillo); no faltaron referencias en Rubén Darío, Cansinos Assens, etc.

En el año del cuarto centenario se publicaron dos novelas escritas por periodistas sevillanos: El color de los ángeles, de Eva Díaz Pérez y El enigma Murillo de Andrés González Barba. La primera nos sitúa en la vida del pintor; la segunda trata del saqueo de sus obras en Sevilla por las tropas napoleónicas y está ambientada, por lo tanto, en el siglo XIX. Esa es una de las razones que me ha llevado a seleccionar la de Eva Díaz Pérez como lectura de las próximas semanas.

Cambios en el listado de lecturas del presente curso
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  • Como a la ocasión la pintan calva, los miembros del club de lectura nos sumamos al proyectado viaje de Alumni UBU a Sevilla con motivo de la exposición que conmemora a Bartolomé Esteban Murillo en el Museo de Bellas Artes de aquella ciudad. Por esta razón, en el mes de febrero leeremos la novela El color de los ángeles de Eva Díaz Pérez (Planeta, 2017), que recrea la vida del pintor y la Sevilla de su tiempo. Así, las lecturas continuarán de la siguiente manera:

- Febrero: El color de los ángeles, de Eva Díaz Pérez.
- Marzo: Los amores equivocados, de Cristina Peri Rossi.
- Abril: Concierto barroco, de Alejo Carpentier.
- Mayo: Tea Rooms, de Luisa Carnés.
- Junio: La Tesis de Nancy, de Ramón J. Sender.


Recojo en estas noticias las entradas que hayan publicado los blogs amigos. Entrada del Club de lectura cada jueves (salvo casos excepcionales) en este blog, Información sobre el presente curso en el club en este enlace.

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domingo, 3 de febrero de 2019

Cuaderno de vacaciones de Luis Alberto de Cuenca y noticias de nuestras lecturas


Los poemas recogidos en Cuaderno de vacaciones (Visor, Premio nacional de poesía 2015) fueron escritos en los veraneos por Luis Alberto de Cuenca desde el 2009 hasta el 2012. Inicialmente ese es el punto de unión de los textos. El título recuerda aquellos cuadernos de actividades escolares que se pusieron de moda para que los alumnos mantuvieran la tensión del aprendizaje en las vacaciones de verano, repasaran conocimientos o recuperaran las tareas pendientes en septiembre. Muchos recordarán aquellos cuadernillos que separan a los niños de disfrutar del buen tiempo y la falta de horarios. Ese carácter del volumen se confiesa en la Nota del autor (firmada el 23 de octubre de 2013) con la que comienza y que contiene, en estas líneas, una plena definición de la dedicación a la literatura tal y como la entiende Luis Alberto de Cuenca (la negrita final es mía):

lo que configura este libro como un corpus orgánico y unitario es precisamente su escritura gozosa, vacacional, ausente de todo tipo de preocupaciones laborales y académicas, su fusión decidida con el ocio, que es, a la postre, el padre de todos los vicios, y todo el mundo sabe que la poesía es un vicio, y de los más entrañables y deliciosos. Siempre he pensado que hacer versos es una fiesta, algo muy parecido a la felicidad, y que el papel en blanco no es una cárcel metafísica sino un campo de juego, y que dar rienda suelta a lo que anida en tu interior no es un drama existencial sino un acto de liberación  no exento de alegría.

El libro no representa un nuevo o diferente Luis Alberto de Cuenca, sino una profundización en la forma en la que entiende la poesía. Estos textos de verano resultan un encuentro con las líneas esenciales de la obra de este poeta, uno de los nombres fundamentales de la poesía española desde los años setenta con una de las trayectorias poéticas mejor reconocibles: juego literario en el que entran como referencias por igual los clásicos, la cultura pop y las vivencias personales, que se fusionan en un mismo texto; ironía y elegancia hasta en la introducción de expresiones coloquiales mezcladas con locuciones latinas o referencias culturales; inversión de los significados comunes de los tópicos literarios o folclóricos (como en el caso de Caperucita roja y el lobo y, en general, todas sus aproximaciones al mito de la bella y la bestia); postmodernidad que busca acercarse a los grandes temas desde las formas menos dramáticas (incluso en el lenguaje), etc. Hay un elemento más de unión en los textos. La mayoría nacen de lecturas realizadas en esos momentos de vacaciones, que el autor glosa llevándolas a su universo literario.

Quizá en este libro se agudizan dos aspectos con respecto a la obra anterior del poeta: el pensamiento sobre el tiempo, que le lleva a ironizar sobre su propia decadencia, y el amor, en el que su mujer, Alicia (Alicia Mariño), es la protagonista, dedicándole la última sección del volumen con un grupo de poemas con expresión aparentemente más directa y menos cargada de transculturalismo.

Uno de los ejes del volumen es La otra noche, después de la movida, poema en alejandrinos (excepto el endecasílabo final) incluido en la sección del mismo título fechada en 2012, texto más largo que los otros poemas en el que se encuentra un repaso autobiográfico de lo que supuso su relación con aquel tiempo vivido de los años ochenta del pasado siglo y que tiene el aire de ser uno de los textos que en el futuro se citen más en los estudios sobre el autor. Dedicado al director de cine Fernando González de Canales, al que responsabiliza de su introducción en los locales en los que se desarrolló, comienza con una definición de aquel tiempo de la movida madrileña que irá matizando irónicamente hasta el verso final:

Hay momentos que brillan tanto, que hasta podrían
quemarte las pupilas si los miras de frente
durante mucho rato.

Tras repasar su entrada en el movimiento cultural de Madrid (en un amplio sentido, claro), sus letras para la Orquesta Mondragón o la colaboración en la publicación La Luna, define su estilo, que lleva el poema desde la poesía más retórica a la más prosaica y coloquial, uno de los sellos de Luis Alberto de Cuenca como poeta:

Y mientras tanto yo escribía poemas
que no se parecían en nada a los de antes
y que, en un cóctel raro, mezclaban clasicismo
con cotidianidad, dejando que la vida
y la cultura fuesen cogidas de la mano
en sus versos y, a veces, hasta dándose el pico.

El poema se cierra con un ingenioso ejercicio  no exento de verdad, que intenta definir su contribución y la de la movida a la historia cultural española y su posición en el presente frente a un cambio de actitud de los tiempos que ha llevado a los miembros de su generación a pasar de ser postmodernos a premodernos:

                                                              Y esa
variación de sufijo nos da muchos problemas,
pues nuestra nueva physis es aún más subversiva
que la anterior y, a poco que bajemos la guardia
nos va a borrar la bofia de un plumazo.

Seguimos el próximo jueves.

Noticias de nuestras lecturas

Luz del Olmo se inspira en la lectura de este libro de Luis Alberto de Cuenca para retornar a la poesía, con un estupendo poema. No te lo pierdas.

Agustín Merino, en el blog de su hermana, hace el mejor elogio de este libro de Luis Alberto de Cuenca: el impulso que le provoca para su propia escritura.

Paco Cuesta escribe una inteligentísima entrada sobre poesía, prosa y otras cosas para entrar en la lectura de este cuadernillo de Luis Alberto de Cuenca. No te la pierdas.

El próximo martes día 5 celebraremos el encuentro mensual del formato presencial de este club para comentar el poemario que nos ocupa esta semana. A las 16:00 hs. en el lugar habitual.



Como sabéis, la lectura anterior fue Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Tuvimos la reunión presencial el pasado martes 22 de enero. Faltaba el acta de la misma que siempre levanta Mª Ángeles Merino en su blog y aquí la tenéis, fiel, exacta y detallada.



Sigue Pancho con el comentario de Cien años de soledad, la novela de García Márquez que nos ocupó hace unas semanas. Y llega a la demostración de cómo la historia se impone, violenta, al tiempo mítico. Y termina con Poveda, que es mucho. No os perdáis las fotografías con las que ilustra su comentario.


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- Febrero: El color de los ángeles, de Eva Díaz Pérez.
- Marzo: Los amores equivocados, de Cristina Peri Rossi.
- Abril: Concierto barroco, de Alejo Carpentier.
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