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Ecosistemas en riesgo

La rapidez de conversión de entornos naturales obliga al Estado a darle la importancia que merece.

La semana pasada, el país conoció una cifra que no puede ser ignorada: Colombia transformó 1,5 millones de hectáreas de ecosistemas naturales desde el 2015 hasta este año. Aunque este número representa solo el 2 por ciento del territorio, la rapidez con la que se está dando la conversión de entornos naturales merece atención. El anuncio tuvo lugar, paradójicamente, al tiempo que el presidente Juan Manuel Santos recibía un reconocimiento en Londres por proteger la biodiversidad.
La actualización del mapa de ecosistemas terrestres, marinos y costeros –presentado por el Ideam esta semana– señala que la presión más fuerte la están recibiendo los bosques húmedos y distintos tipos de humedales, como las sabanas inundables. Asimismo, el bosque seco –tal vez el más reducido en todo el país– sigue en agonía en la región Caribe, la que mayor transformación mostró en los últimos años. Le sigue la región Andina, donde Caldas y Cundinamarca concentraron la mayor parte de la variación.
Más allá de las estadísticas, lo que debe leerse en el nuevo mapa es cómo al perderse la biodiversidad y el estado natural de ciertas áreas se está disminuyendo la capacidad de los ecosistemas para regular y mitigar los eventos extremos del clima, proveer agua, prevenir desastres e incluso ayudar a la salud humana. Ese bienestar es lo que realmente el país está tirando por la borda.
Los datos tampoco pueden entenderse aislados de otros indicadores ambientales que siguen sugiriendo que el estado ambiental del país se dirige a una crisis. La deforestación de cerca de 180.000 hectáreas en el 2016, la erosión del 40 por ciento de los suelos, la alta vulnerabilidad del 50 por ciento de las capitales y que uno de cada cuatro ecosistemas en el país esté en peligro crítico son también parte de este panorama. Detrás de lo que viene ocurriendo en los últimos años están actividades ilegales como la minería, la tala del bosque y la apropiación de tierras. Sin embargo, bajo la presión de las estructuras criminales sobre los recursos naturales está implícita la falta de oportunidades laborales en las regiones más apartadas y, a su vez, las más biodiversas.
Como señaló el Ideam en su análisis, esta rápida depredación de los ecosistemas naturales en los últimos dos años tiene detrás la expectativa por la tenencia de la tierra en zonas que hoy son disputadas por los poderes ilegales en este nuevo escenario del posconflicto. El noroccidente de la Amazonia y el sur del Pacífico son, sin duda, dos de los focos de esta problemática, que no solo deja en peligro a las comunidades, sino que condena nuevamente al medioambiente a ser otra víctima de las consecuencias del conflicto armado.
En medio de esta complejidad, los cinco institutos de investigación científica en el país están haciendo un esfuerzo –incluso ante la falta de presupuesto– por aportar documentos técnicos que sugieran un cambio en la planeación territorial. Si los tomadores de decisiones no tienen en cuenta bases como el mapa de ecosistemas, seguiremos registrando cifras desalentadoras para el país. La responsabilidad con la naturaleza es inmensa.
editorial@eltiempo.com
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