LETRAS

Somos alguien no algo

Somos alguien no algo
Para lograr la masa, lo primero que se requiere es aislar al hombre de sus lazos societales y de reciprocidad.

… había una forma de felicidad domótica, ligada al funcionamiento corriente, que ya no logramos entender; sin duda existía el placer de constituir un organismo funcional, adecuado, concebido para llevar a cabo una serie discreta de tareas; y estas tareas, al repetirse, constituían la serie discreta de los días. Todo esto ha desaparecido, como la serie de tareas; en realidad ya no podemos atribuirnos un objetivo. No conocemos las alegrías del ser humano; sus penas no nos perturban. Nuestras noches ya no vibran de terror o de éxtasis; sin embargo vivimos, pasamos por la vida sin alegría y sin misterio, el tiempo nos parece breve.

Michel Houellebecq (2005)




Aislados




Dijimos que el tiempo puntuado nos lleva por la vida en una sucesión inconexa de discontinuidades que impiden vincular el ayer con el hoy y el mañana. Cada instante es un absoluto que se agota en sí mismo. Momentos aislados que, a diferencia de los recuadros de una película, no pueden proyectarse en secuencia y, de serlo, sólo presentan un caos de escenas aisladas e incomunicables entre sí, sin lógica ni continuidad.

El tiempo puntuado nos roba la vida, en tanto proyección de nuestra existencia en el tiempo y por cuanto posibilidad de darle sentido y destino. Impide por igual la historia, al robarle al tiempo sus características de fluidez, duración y sucesión; finalmente hace imposible la solidaridad al convertir la cohesión en un hecho aislado y estéril.

Pues bien, el tiempo puntuado y la masificación comparten la misma causa eficiente: el aislamiento.

Por el tiempo puntuado vivimos en el hoy y aquí, sin durabilidad ni perspectiva, encapsulados en instantes sin brújula, puerto ni consecuencia. Por la masificación vivimos atomizados e incomunicados. Tiempo puntuado y masificación van de la mano en este aciago siglo.

Hombre masa



Para lograr la masa, lo primero que se requiere es aislar al hombre de sus lazos societales y de reciprocidad. Bauman habla de individuos monádicos cuyos vínculos para formar parte de algo se han desintegrado. Mónadas, es decir, substancias indivisibles pero de naturaleza distinta.

Desgraciadamente el liberalismo derivó en "la agrupación de hombres libres pero solitarios". Libres, más no solidarios; libres pero indiferentes; libres pero impotentes; libres pero despojados de comunidad. Y aquí habrá de tener presente que el hombre no nació sólo para ser libre, sino para ser primigeniamente feliz. Ahora bien, ¿se puede ser feliz en aislamiento? Tal es la cuestión.

En algún lugar del camino el liberalismo extravió la Re-Pública, privando a la libertad individual de todo contacto con lo colectivo y, por ende, divorciándola de la ética y de la justicia, hundiéndola en el egoísmo. Pero por igual, el liberalismo terminó privando al hombre de la política, ya que condición indispensable de ésta es la "irreductible pluralidad que queda expresada en el hecho de que somos alguien, no algo" (Fina Birules). Regresaremos sobre esto.

Si tal vale para el liberalismo, el neoliberalismo, en palabras de Bourdieu es un programa destinado a destruir las estructuras colectivas capaces de resistir la lógica del mercado puro.

Sin estructuras colectivas, el hombre no se libera ni perfecciona, se disipa en una masa indiferenciada.

Los apuntes de Arendt para su libro ¿Qué es la política?, empiezan señalando que Dios creó al hombre, pero los hombres en tanto unidad social son un producto humano, terrenal, de la naturaleza humana. Estar juntos, formar comunidades esenciales, requiere de organización normada, de otra suerte solo se conjuntaría "un caos absoluto de diferencias". La política, sostiene Arendt, "nace Entre-los-hombres, por tanto completamente fuera del hombre". (Arendt, Post mortem, 1993)

Pues bien, la masa imposibilita toda organización humana, porque no interrelaciona hombres, acumula individualidades incomunicables; dinamita el espacio que existe entre las personas y que les permite a un tiempo diferenciarse, comunicarse y unirse; todo lo reduce a amasijo: mezcla desordenada de cosa heterogéneas.

La clase y el ciudadano son los mayores enemigos de la masa; una sostiene identidades, otro intereses. Detengámonos un momento en ambos conceptos. Por identidad entendemos compartir condición; del latín idem: lo mismo; e idad: calidad, condición, cualidad. Gozar de una misma característica implica, al menos, dos elementos que la comparten. Por interés decimos lo que está entre, del latín inter: entre; y esse: estar. Ese "ser entre", por igual conlleva la pluralidad: al menos dos entes se ubican en sus extremos.

Pues bien, la política se da entre los hombres, siendo una cualidad que comparten. No se da en el hombre individualmente considerado. "La política, sostiene Arendt, surge en el entre y se establece como relación" (Ibídem). La masificación lo que imposibilita es todo interés, similitud y relación, impide el "entre es" que concita a los hombres en colectividad.

A la masa, pues, no le interesan las identidades, los intereses ni las relaciones; lo único que para ella cuenta es el número y la indiferenciación.

Sigamos con Arendt: "El término de masa se aplica sólo cuando nos referimos a personas que, bien por su puro número, bien por indiferencia, o por ambos motivos, no pueden ser integradas en ninguna organización basada en el interés común, en los partidos políticos, en los gobiernos municipales o en las organizaciones profesionales y los sindicatos"[1].

Lo que sigue no puede ser de mayor actualidad en Estados Unidos y México: en el movimiento nazi "la mayoría de sus afiliados eran personas que nunca habían aparecido anteriormente en la escena política. Esto permitió la introducción de métodos enteramente nuevos en la propaganda política y la indiferencia hacia los argumentos de los adversarios políticos; estos movimientos no sólo se situaban ellos mismos al margen y contra el sistema de partidos como tal, sino que hallaban unos seguidores a los que jamás habían llegado los partidos y que nunca habían sido ‘echados a perder’ por el sistema de partidos."

La masa se integra por individuos que se juzgan "a sí mismos en términos de fracaso individual y al mundo entero en términos de injusticia específica. Esta amargura centrada en el yo, empero, aunque repetida una y otra vez en el aislamiento individual, no (constituye) un lazo común, a pesar de su tendencia a extinguir las diferencias individuales, porque no se (hallan) basadas en el interés común, económico, social o político" (Arendt 1948).

La característica principal del hombre-masa es "su aislamiento y su falta de relaciones sociales normales." (Ibídem) Aquí es donde la precarización, en tanto exclusión social, se toca con la masificación. Los ataques tan en boga a toda especie de cuerpo social, entronizando al individuo tótem por sobre el ciudadano actuante, no buscan librarnos de nuestros males, sino enterrarnos en ellos.

Concluyo este apartado con el parecer de Arendt sobre la antipolítica que tan feliz como irreflexivamente campea por el mundo: "lo que hoy da su tono peculiar al prejuicio contra la política es: la huida hacia la impotencia, el deseo desesperado de no tener que actuar" (Arendt, Post Mortem, 1993).

Persona



Regresemos a Birules y su aserto sobre la pluralidad basada en ser alguien y no algo. Siete años antes de la gran obra de Arendt, "Los orígenes del totalitarismo", en México Antonio Caso publicaba "La persona humana y el Estado Totalitario". En él distingue tres grados del ser: "cosa, individuo y persona". La cosa es el ser sin unidad, si se rompe o disgrega nada se pierde de ella; no tiene vida y puede ser dividida sin alterar su naturaleza intrínseca. El individuo es un ser dotado de vida e indivisible: perece o altera su naturaleza al descomponerse en partes. Frente al ser cosa y al ser individuo, "sólo el hombre desempeña un papel como ser sociable. De aquí la denominación de persona, que significa, precisamente, representar un papel, como lo desempeñan los actores en el teatro. De la misma manera, el hombre, como unidad social, desempeña un papel, siempre, en la historia." (A. Caso 1941)

Ser cosa, ser individual y ser sociable. Este ser sociable, nos dice Caso es la persona porque juega un papel en sociedad. Ese papel del que hablamos responde a una función y, en este caso, hablamos de una función de naturaleza colectiva, papel sociable, le llama Caso. No es una función como la digestiva, que se ejercita dentro de la persona, es una función que la persona lleva a cabo fuera de ella en tanto unidad social. Por función entendemos una tarea a cargo de un órgano, entidad, persona o institución. En la especie, hablamos de una tarea a cargo de la persona, tarea que no es un simple accionar sin sentido ni destino, sino una conducta. Regresamos así al inicio de nuestra pasada entrega (¿Hay piloto?): la conducta. El hombre tiene conducta porque se conduce por valores y fines, y se conduce siempre dentro de la sociedad y en el tiempo. La función de la persona en tanto unidad social responde a esa segunda naturaleza llamada cultura, resultado de que el hombre otorga valor a algo, lo traduce en un fin (deber ser) y en pos de éste conduce su acción para lograrlo.

Decía López Portillo y Pacheco que la función hace al órgano. De hecho la evolución así lo ha constatado en todos los seres vivientes. Por tanto, la función de la persona en tanto unidad social la define y la modela, aunque debemos cuidarnos de no rebajar a la persona a un simple órgano de la sociedad, porque estaríamos pecando de lo mismo que criticamos con la masificación. La persona no es un órgano biológico, es un ser dotado de inteligencia, voluntad y libertad, su función social no es mecánica ni biológica, como lo es para el corazón bombear sangre al organismo. Es, por tanto, una función de naturaleza distinta, pero función al fin y al cabo. Así como el hombre muere si cesan en sus funciones el órgano pulmón o el órgano cerebro, así puede desaparecer la sociedad si las personas cesan en las funciones propias de la convivencia. Y lo que es válido para el todo, lo es por igual para las partes. Si el ente a cargo de la función pierde la finalidad de la misma, la función deja de tener sentido y el órgano en consecuencia.

La característica del individuo es la indivisibilidad. Individuo del latín in: no y dividuus: divisible. Su naturaleza está centrada en su unicidad inalterable. La persona, por el contrario, es en cuanto ser insustituible, por tanto es ella misma y no puede ser otra. Como vemos, su esencia está en relación con alguien que no se confunde con ella ni la puede sustituir. El individuo es en sí; la persona es para sí, donde el "para" y el "sí" implican de suyo valores y fines.

Alguien, no algo. Persona, no cosa, tampoco solo individuo. Sustancia, no número. Relación, no aislamiento.

El pecado de la masa y a la vez su condena al fracaso es desconocer la naturaleza humana; negar la persona, cosificarla, reducirla a indivisible sin considerar su dignidad, sociabilidad y esencia espiritual.

Continua Caso: "el ser personal no quiere tener algo más; sino ser algo más"; así, la única solución posible es ontológica, axiológica, ética y jurídica, no mera hacinación de números aislados.

El egoísmo aísla y despersonaliza; la relación diferencia y enriquece. El ser individual puede vivir en el aislamiento, porque vive en sí y su destino es permanecer indivisible; la persona sólo puede ser en relación, porque si bien vive para sí, sólo puede ser y crecer en contacto con otros. Y esa relación, para que sea duradera y fructífera debe basarse en el respeto y la moralidad.

Las cosas se truecan; los individuos se sustituyen; las personas son irreemplazables, porque "toda persona lo es, en cuanto que, precisamente, es ella misma y no las demás." (A. Caso 1941). La masa uniformiza individualidades, en tanto que la unión de personas las diferencia y las acrecienta. Para uniformar menester es aislar e incomunicar diferencias. Para crecer hay que exaltarlas y comunicarlas.

El pecado de nuestra época es de egoísmo y soberbia al entronizar al individuo por sobre la persona, al algo por sobre el alguien, al tener por sobre el ser. Egoísmo y soberbia que nutren y reproducen nuestro aislamiento en masa. Individualidad sin comunión posible ni función social. Libertad en soledad. Tiempo puntuado extraído de la historia. No es que no haya ya tiempo ni historia, lo que no hay son personas, intereses ni relaciones que les doten de contenido, sólo hay números masificados.

Raza y masa



El aislamiento, así como impide discurrir el tiempo (tiempo puntuado), también impide el discurrir de la razón y la palabra. La pluralidad requiere concierto y éste instrumentos que concierten. Tales instrumentos son la razón y el discurso. El zoon politikon de Aristóteles no se entiende sin su segunda definición del hombre como zoon logon ekhon (ser vivo capaz de discurso), porque el discurso es la expresión del pensamiento y el instrumento del entendimiento entre los hombres.

Hoy sobran los ejemplos de la ausencia de discurso, más aún cuando la mediación electrónica atenta no sólo contra el discurrir, sino contra el lenguaje mismo.

¿Sabía usted que en la Alemania Nazi jamás se publicaron los discursos de Hitler? ¿Que los conocemos por la recopilación y publicación que hicieron sus enemigos? La razón es fácil y contundente: son ininteligibles. No existe en ellos un discurrir de ideas y razonamientos, son puras proclamas gesticuladas, dirigidas a enardecer fugazmente a un espectador masificado que, como en los estadios de futbol, responde fácil y mecánicamente a cualquier estímulo. Pero el mismo mensaje, impreso y leído en la serenidad de la soledad y objetividad el razonamiento, no dice nada, carece de lógica, ilación y sintaxis. Resulta ininteligible.

Este no discurrir es propio de todo demagogo, pero la masificación le facilita el trabajo. A ello hay que aumentarle el formato de los medios electrónicos que torturan lengua y raciocinio en pos de raiting y, ahora, de los "likes" y seguidores.

Pero no necesitamos irnos hasta Hitler para entender el aserto, basta leer los discursos de Trump o las versiones estenográficas de sus conferencias de prensa, de las que ya hay joyas epónimas, para confirmarlo.

En México también tenemos a la mano un caso clínico (nunca mejor dicho), el Bronco. Según sus seguidores (en franca retirada) su discurso es directo y efectivo. Pero si observamos bien, encontramos que su discurso no discursa; no reflexiona, no comunica ni desarrolla ideas. Es, como la masa, un amontonamiento de ocurrencias, de las que cada una y todas juntas no llevan a ningún lado, pero buscan exacerbar emociones a flor de piel.

En la apoteosis de su cenit, cuando la gente le aplaudía desterrar sillas, montado en un alazán negro llegó hasta la Arena Monterrey, donde al "raza" enardecida le aclamó hasta la abyección. Ahí está el discurso, lo reto a que intente leerlo y encontrar en él una sola idea programática del gobierno que empezaba. Bueno, no vayamos a tanto, basta con que encuentre dos ideas de puedan hilvanarse en un razonamiento.

No obstante, traigo a colación a este personaje de caricatura, porque nada mejor que sus proclamas para delatar su concepción del receptor de su mensaje. Él siempre se dirige a la masa, no al ciudadano. Le habla a la "Raza", entendida en el sentido coloquial neolonés del término, no de la especie biológica. No es la raza de Hitler en tanto ideal y dimensión esencial de acontecimientos históricos y supremacía de su estirpe, es una raza indiferenciada y subestimada.

En este caso, la afinidad entre masa y raza no es exclusivamente fonética. El personaje El Bronco se dirige a la "Raza" en tanto apelativo de un grupo indefinido y desestructurado, y en el fondo con connotaciones peyorativas de bola, chusma, plebe.

No hay en el discurso de El Bronco indicio alguno a que se dirija a algún grupo de receptores diferenciado: mujeres u hombres, jóvenes o adultos, estudiantes o amas de casa, oficinistas, obreros, profesionistas o campesinos, empresarios o burócratas, o tan solo conciudadanos. Cualquier circunstancia que agrupe por afinidades e intereses a la inasible (y despreciada) "raza", rompería con su embrujo, porque tendría que atender en específico alguna circunstancia, lo que le obligaría a definición y compromiso concreto, medible y verificable.

La "raza", así entendida, carece de interés común al serle común todos los intereses de manera indiferenciada.

Hablarle a la raza es hablarle a nadie. Por eso a la "raza" se le habla con baladronadas, no con razones. No se necesita a Demóstenes, basta un Piporro venido a menos. Porque la "raza", léase el hombre masa, al no creer en nada, cree en todo aquello que lo identifique como contrario a cualquier segmentación social previa concreta. Su solidaridad es negativa, se agrupa contra todo, no por algo que pueda concretizarse programáticamente. Quien apuesta a la masa o a la "raza" apuesta a la atomización social e individualización extrema y, por ende, a la antipolítica.

El problema de la masa y, en este caso de la "Raza" es que carecen de sentido y destino. Su sino es moverse como las olas en los estadios, olas que cuando cesan no dejan nada más la ansiedad de generar o participar en otra. La política, sin embargo, no se hace ni sostiene por movimientos masivos que se agotan en sí mismos, sino por participación ciudadana con sentido y, por ende, resultados.

No puedo dejar de señalar la falta de respeto, seriedad y propiedad que siempre debe mediar en toda relación política, más aún cuando el receptor del mensaje es el cuerpo soberano y mandante. Lo bueno es que este tipo de muletillas son modas que fenecen en corto tiempo y se devuelven cual dardos envenenados a su emisor dejando al descubierto su engañifa, zafiedad y vacuidad.

A manera de conclusión



Vemos que el hoy y aquí del tiempo puntuado nos aísla del tiempo y nos hurta la conducción de nuestra vidas, pero por igual observamos que la masificación nos aísla en simple número y nos despoja de nuestra calidad de personas, de nuestros legítimos intereses y de nuestras indispensable relaciones.

Finalmente hemos perdido hasta la capacidad de discurrir, de comunicarnos, de entendernos con razones, de deliberar. Hoy nuestra comunicación no es personal sino mediada por dispositivos móviles, incluso compartiendo la misma mesa, y se constriñe las más de las veces a reenviar mensajes aislados, fugaces y vacíos que por su propia naturaleza y alcances lo único que impiden es una verdadera y fructífera conversación.

El discurso y la deliberación, elementos esenciales de la política y democracia, también han sido expatriados junto con la historia y la comunidad.

En todos estos casos el aislamiento es la causa efectiva.

El mundo actual está marcado por la incomunicación, manipulación, exclusión y sus consecuentes alienación, precarización y resentimiento.

Frente a todo ello, Mr. Trump vende y ¡le compran! aislación, muros, supremacía nacional, exclusión, deportación y odio.

El hombre es el único animal que se tropieza con la misma piedra. En nuestro caso, creo, estamos por tropezarnos con el mismo infierno.



[1] "Los movimientos totalitarios usan y abusan de las libertades democráticas con el fin de abolirlas (…) Las libertades democráticas pueden hallarse basadas en la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley; sin embargo, adquieren su significado y funcionan orgánicamente sólo allí donde los ciudadanos pertenecen a grupos y son representados por éstos o donde forman una jerarquía social y política. La ruptura del sistema de clases, la única estratificación social y política de las naciones-estados europeas, fue, ciertamente, ‘uno de los acontecimientos más dramáticos de la reciente historia alemana’ (Ebestein, 1943) y tan favorable para el auge del nazismo como la ausencia de estratificación social en la inmensa población rural de Rusia" (Arendt, 1948).


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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