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La Comunicación de la Fe en el horizonte de la Nueva Evangelización

La Comunicación de la Fe en el horizonte de la Nueva Evangelización
Mensaje del Arzobispo Claudio María Celli, Presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales


Por: Mons. Claudio María Celli | Fuente: redunid2.blogspot.mx



Es muy importante tomar conciencia de que la razón de ser de la Iglesia es continuar la misión de Jesús en el mundo –el anuncio de la Buena Nueva-, y la comunicación de la propia experiencia de fe a todas la personas. Por lo tanto, cada cristiano está llamado a proseguir la misión de Jesús, proponiendo a los demás la fe que vive y siente.

Podemos asumir este camino fructífero de conversión como un encuentro comunicativo de donación entre Cristo y cada cristiano, es decir, un encuentro de persona a persona, de corazón a corazón; para que la Palabra de Vida se difunda en primer lugar en la propia vida y luego en la vida de los demás.

Algunos hablan de la evangelización como de un proceso para que la cultura hunda sus raíces cada vez más profundamente en el Evangelio. Sin duda, la cultura abre el camino a la evangelización; pero ésta no puede ser una comunicación de la fe que tiene como destinatarios a la personas sin más. Con esto quiero decir que pueden existir hombres y mujeres que estén inmersos en una cultura radicada en el Evangelio y que incluso abracen sus contenidos, pero que no se reconozcan creyentes en Jesucristo. Por este motivo, la Evangelización tiene sobre todo las características de una comunicación de persona a persona.

Evidentemente, este encuentro también posee una dimensión social, porque el ser humano no está solo, sino que vive dentro de una comunidad y de un contexto marcados por una nueva cultura. El contexto del hombre de hoy es un ambiente comunicativo, producto del desarrollo y de la influencia de las nuevas tecnologías. Por ello, cabe preguntarse qué papel tiene este nuevo ambiente comunicativo en el proceso constante de conversión al que el ser humano está llamado.

La nueva cultura

No es fácil ilustrar una definición de Nueva Evangelización; sin embargo, quisiera compartir algunas reflexiones sobre el desafío que ésta supone, deteniéndome especialmente en el adjetivo “Nueva”, que hace referencia al contexto en el que nos encontramos y que espera respuestas oportunas si deseamos ser fieles a nuestra misión permanente de dar a conocer a Jesús y su mensaje a todas las personas: “Para dar razón de nuestra fe en un contexto que, respecto al pasado, presenta muchos rasgos de novedad y de criticidad” (Instrumentum Laboris para el Sínodo sobre la Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana, 2012 #42), debemos esforzarnos por entender dicho contexto, de modo que nuestra respuesta sea “nueva en su ardor, métodos y expresión” (Papa Juan Pablo II, discurso al CELAM, 1983).

En nuestra coyuntura se encuentran yuxtapuestos la Nueva Evangelización y los nuevos medios, en una conexión natural y comprensible. El uso de estos nuevos medios es de gran ayuda en nuestros esfuerzos por comunicar y dar a conocer la Buena Nueva; sin embargo, nuestra reflexión sobre este tema no puede permanecer sólo en el plano técnico o en un nivel meramente instrumental: no es suficiente preguntarnos cómo podemos usar estos medios para evangelizar, sino que debemos aceptar los cambios y las transformaciones radicales provocados por las nuevas tecnologías en nuestra forma de vivir y que han originado un nuevo ambiente comunicativo.

“La cultura de las redes sociales y los cambios en las formas y los estilos de la comunicación suponen todo un desafío para quienes desean hablar de verdad y de valores. A menudo, como sucede también con otros medios de comunicación social, el significado y la eficacia de las diferentes formas de expresión parecen determinados más por su popularidad que por su importancia y validez intrínsecas”. (Benedicto XVI; Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicación 2013).

En los últimos veinticinco años hemos sido testigos de un desarrollo exponencial de la tecnología y de sus capacidades para apoyar y facilitar la comunicación humana. La combinación de este desarrollo en la telefonía móvil, en la tecnología informática, la fibra óptica y los satélites hace que muchos de nosotros tengamos en el bolsillo los smarth-phones que nos permiten el acceso instantáneo a una amplia y extraordinaria cantidad de información de todo el mundo, y que nos dan la posibilidad de comunicar mediante conversaciones, textos o compartiendo imágenes con personas o instituciones de cualquier latitud. Sin embargo, esta revolución de las tecnologías de la información y de la comunicación no debe ser entendida sólo en términos instrumentales: no se trata simplemente de una mejora en la comunicación y la información en términos de volumen, velocidad, eficiencia y accesibilidad, sino más bien de los profundos cambios en la manera en que las personas utilizan estas tecnologías para comunicar, aprender, interactuar y relacionarse. Estamos viviendo un cambio de paradigma en la cultura de la comunicación. Así lo señala el Papa Benedicto XVI cuando escribe: “Las nuevas tecnologías no modifican sólo el modo de comunicar, sino la comunicación en sí misma, por lo que se puede afirmar que nos encontramos ante una vasta transformación cultural” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada mundial de la Comunicación 2011).

Esta nueva cultura de la comunicación requiere que los medios redefinan su enfoque, es decir: no podemos hacer lo que siempre hemos hecho, solo que con nuevas tecnologías. “En los primeros tiempos de la Iglesia, los Apóstoles y sus discípulos llevaron la Buena Noticia de Jesús al mundo grecorromano. Así como entonces la evangelización, para dar fruto, tuvo necesidad de una atenta comprensión de la cultura y de las costumbres de aquellos pueblos paganos, con el fin de tocar su mente y su corazón, así también ahora el anuncio de Cristo en el mundo de las nuevas tecnologías requiere conocer éstas en profundidad para usarlas después de manera adecuada” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada mundial de la Comunicación 2009).

Ahora bien, deseo señalar algunas características evidentes de esta nueva cultura y reflexionar sobre las implicaciones que emergen al aplicarlas a los medios católicos. Claramente, no pretendo ofrecer soluciones definitivas, ya que la transformación cultural que estamos viviendo está en constante mutación; mis observaciones son provisionales, pero deseo ofrecer algunas ideas con la intención de estimular el sano debate y animar una reflexión seria sobre este tema.

La realidad de los espacios virtuales

La primera reflexión es simple: el espacio digital es actualmente una realidad en la que viven muchas personas; por tanto, no debemos pensar que lo “virtual” es un espacio menos importante que el mundo físico. Si la Iglesia no está presente en ese espacio, la Buena Nueva no será proclamada “digitalmente”, con lo que se corre el riesgo de abandonar a muchas personas para las cuales éste es el espacio donde “viven”: se enteran de las noticias y se informan; forman y expresan sus opiniones; se preguntan y debaten.

“El ambiente digital no es un mundo paralelo o puramente virtual, sino que forma parte de la realidad cotidiana de muchos, especialmente de los más jóvenes. Las redes sociales son el fruto de la interacción humana pero, a su vez, dan nueva forma a las dinámicas de la comunicación que crea relaciones; por tanto, una comprensión atenta de este ambiente es el prerrequisito para una presencia significativa dentro del mismo” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada mundial de la Comunicación 2011).

He constatado que los medios católicos han respondido positivamente a este desafío, y que los operadores de los medios tradicionales han realizado un buen trabajo desarrollando una presencia consistente en el ambiente digital y logrando la necesaria convergencia para presentar sus contenidos en la Red.

Desafío del lenguaje

“La capacidad de utilizar los nuevos lenguajes es necesaria no tanto para estar al paso con los tiempos, sino precisamente para permitir que la infinita riqueza del Evangelio encuentre formas de expresión que puedan alcanzar las mentes y los corazones de todos. En el ambiente digital, la palabra escrita se encuentra con frecuencia acompañada de imágenes y sonidos. Una comunicación eficaz, como las parábolas de Jesús, ha de estimular la imaginación y la sensibilidad afectiva de aquéllos a quienes queremos invitar a un encuentro con el misterio del amor de Dios” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada mundial de la Comunicación 2011).

Para que nuestra presencia digital sea eficaz, el siguiente desafío es transformar nuestro estilo de comunicación. Estoy convencido de que una de las tareas más importantes de los medios católicos es ayudar a la Iglesia a encontrar un lenguaje apropiado para el ambiente de comunicación creado por las nuevas tecnologías y las redes sociales. Esta tarea es aún más importante si pensamos que así seremos fieles al mandamiento de dialogar con aquellas personas que no son miembros de nuestras comunidades: con otros cristianos, con miembros de otras religiones, con los no-creyentes y con los que viven alejados de la vida de fe porque se han separado de la Iglesia por varios motivos. Debemos prestar especial atención al tema del lenguaje; me refiero a nuestros discursos, nuestras formas de comunicar y la terminología que usamos. Todos sabemos que el estilo discursivo del ambiente digital, especialmente del denominado Web 2.0, es conversacional, interactivo y participativo. Como Iglesia estamos acostumbrados a predicar, enseñar y emitir declaraciones - actividades ciertamente importantes -, pero las formas del discurso digital más eficaces son las que involucran individualmente a las personas, buscan responder a sus preguntas específicas y favorecen el diálogo. Necesitamos percibir mejor cómo será escuchado y entendido nuestro mensaje por las distintas audiencias, focalizándonos en el contenido de nuestra enseñanza. Hoy más que nunca, estamos llamados a escuchar atentamente a nuestros interlocutores, a los varios tipos de audiencia a los que nos dirigimos, entendiendo sus preocupaciones e interrogantes, teniendo en cuenta los contextos y ambientes en los que ellos encontrarán la Palabra de Dios.

La interactividad

La aparición de Internet como un medio interactivo, en el que los usuarios participan como sujetos y no solo como consumidores, nos invita a desarrollar nuevos estilos de comunicación explícitamente dialogales, de enseñanza y presentación. La adquisición de un estilo más dialógico es un gran desafío logístico y de recursos. La interacción se realiza a través de blogs, comentando artículos o argumentando nuestras posturas en las redes sociales; y al hacerlo no sólo estamos interactuando con nuestros interlocutores directos, sino también con públicos y audiencias más amplias.

En la Iglesia, estamos acostumbrados a utilizar los textos escritos como la forma normal de comunicación; muchos sitios Web eclesiales continúan usando este lenguaje donde podemos encontrar buenas homilías y artículos muy interesantes, pero no queda claro si estos medios se están dirigiendo a audiencias jóvenes que comunican de manera diferente. Necesitamos descubrir la capacidad del arte, la música y la literatura para expresar el misterio de nuestra fe interpelando mentes y corazones. Así como los vitrales de las catedrales medievales hablaban a una audiencia que no sabía leer ni escribir, debemos encontrar formas y expresiones digitales que sean apropiadas para las generaciones que han sido denominadas “post-literarias”. Hemos de lograr una “implicación auténtica e interactiva con las cuestiones y las dudas de quienes están lejos de la fe” , que “nos debe hacer sentir la necesidad de alimentar con la oración y la reflexión nuestra fe en la presencia de Dios, y también nuestra caridad activa”. (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones, 2011)

Nos hemos acostumbrado a relatar solo nuestra historia; ahora se nos pide mostrar lo que somos, y necesitamos aprender a mostrar cómo celebramos nuestra fe, cómo somos servidores y cómo nuestras vidas son bendecidas. Tenemos que comunicar con nuestro testimonio: “El mero enunciado del mensaje no llega al fondo del corazón de la persona, no toca su libertad, no cambia la vida. Lo que fascina es sobre todo el encuentro con personas creyentes que, por su fe, atraen hacia la gracia de Cristo, dando testimonio de Él” (Benedicto XVI, Encuentro con los obispos de Portugal, Fátima, 2010).

Necesitamos estar más atentos a nuestra terminología: gran parte de nuestro lenguaje religioso y eclesial es ininteligible incluso para los creyentes, porque muchos de nuestros iconos y símbolos religiosos tienen que ser explicados a nuestros contemporáneos. Ya no podemos dar por supuesto que los jóvenes, incluso en países de una larga tradición cristiana, están familiarizados con las creencias más básicas. Estoy convencido de que los medios católicos - profesionales e institucionales - poseen un papel fundamental para ayudar a la Iglesia a aprender cómo comunicar eficazmente. Tenemos la buena suerte de contar entre nuestros miembros con un gran número de escritores talentosos, locutores, fotógrafos, cineastas, especialistas en los nuevos medios; su entusiasmo y creatividad son indispensables en esta tarea.

La autoridad

Otra característica de este nuevo ambiente comunicativo es que se trata de un contexto no jerárquico, lo cual constituye un gran desafío para los esfuerzos comunicativos de la Iglesia: el espacio digital es abiertamente libre y peer to peer (de tú a tú), y no reconoce o privilegia automáticamente el valor de las instituciones o autoridades ya establecidas. Así, en este entorno, hay que ganarse la autoridad, ya que no se trata de un derecho. Esto significa que los líderes de la Iglesia, al igual que los líderes y autoridades políticas y sociales, están obligados a encontrar nuevas formas de organizar su comunicación para que sus palabras reciban una adecuada atención en el foro digital. Estamos aprendiendo a superar el paradigma del púlpito y de la congregación pasiva que escucha por respeto a nuestra posición; ahora estamos obligados a expresarnos mediante formas que incorporen y convenzan a los demás, para que ellos a su vez compartan nuestro mensaje con sus amigos, “seguidores” o compañeros de diálogo.

Ciertamente, si pretendemos una presencia católica digital eficaz, estas nuevas formas de comunicación capilar o comunicación en red deben ser pensadas y preparadas coherentemente. En este contexto, el papel de los laicos se hace cada vez más central. Tenemos que aprovechar las “voces” de tantos católicos presentes en los blogs, en las redes sociales y otros foros digitales para que ellos puedan evangelizar, compartir los puntos de vista del Evangelio, presentar las enseñanzas de la Iglesia y responder a las preguntas de los demás: “Existe un estilo cristiano de presencia también en el mundo digital, caracterizado por una comunicación franca y abierta, responsable y respetuosa del otro. Comunicar el Evangelio a través de los nuevos medios significa no sólo poner contenidos abiertamente religiosos en las plataformas de los diversos medios, sino también dar testimonio coherente en el propio perfil digital y en el modo de comunicar preferencias, opciones y juicios que sean profundamente concordes con el Evangelio, incluso cuando no se hable explícitamente de él”. (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones, 2011). Por eso, se tiene que dar una responsabilidad específica a los laicos en los medios católicos, ofreciéndoles formación e información que les ayude a ser promotores creíbles y convincentes, testigos de la Buena Noticia del Evangelio.

Reflexión ante los ataques

La Iglesia ha de ser defendida de los ataques injustos que se desencadenan muchas veces. Por ello, es necesario que los medios de comunicación católicos presenten una imagen de la Iglesia que sería difícil de encontrar en los medios de comunicación laicos. Ofreciendo una perspectiva que involucre varios eventos y hechos basados en la expresión de nuestros valores y de nuestra fe compartida, se muestra que la Iglesia es una comunidad de creyentes convocados por voluntad de Cristo: “Dad una voz y un punto de vista que respete el pensamiento católicos en todas las cuestiones éticas y sociales” (Benedicto XVI, Discurso a la asociación de Semanarios Católicos, noviembre 2010). Esta concepción está ausente en otros medios de comunicación, que hablan de la Iglesia en términos exclusivamente políticos o sociológicos.

Esto no significa pasar por alto los problemas, incluso aquéllos de la vida de la Iglesia; se trata más bien de abordarlos desde la perspectiva de la fe. La Iglesia tiene muchos críticos injuriosos que desean revelar sólo aspectos negativos con el objetivo de herir; sin embargo, tampoco hace bien a la Iglesia la presencia de “amantes acríticos” es decir, aquéllos que, a menudo por un malentendido sentido de fidelidad, niegan la existencia de tensiones y problemas, y que a la larga dañan la credibilidad de la Iglesia.

La Iglesia necesita medios que no tengan miedo de exponer los errores o fracasos, pero cuya motivación sea animar a la comunidad de los creyentes a continuar el camino de la conversión, para que así la Iglesia viva más plenamente la vocación que le ha sido entregada por Cristo, es decir: ser una comunidad de testigos creíbles de su Palabra y del Amor de Dios a la humanidad. Los medios católicos no serán creíbles si no enfrentan el pecado, los abusos, las debilidades y errores dentro de nuestra comunidad. Al mismo tiempo, no sería objetivo ni justo no mostrar los eventos y hechos donde el Espíritu está constantemente presente. Juan Pablo II, dirigiéndose a los periodistas durante el Jubileo de la Redención, afirmó: “La Iglesia trata, y tratará cada vez más de ser una ´casa de cristal’, donde todos puedan ver qué está pasando y cómo cumple su misión de fidelidad a Cristo y al mensaje del Evangelio. Pero la Iglesia también espera un similar esfuerzo de autenticidad de parte de quienes están en la condición de "observadores" y que deben referir a otros (...) la vida y los hechos de la Iglesia”. (Juan Pablo II, Discurso a los periodistas en la Celebración del Jubileo de la Redención, enero 1984)

Por su parte, el Papa Benedicto XVI, durante su visita a Portugal, en el encuentro con los representantes del mundo de la cultura, nos ha recordado que: “La convivencia de la Iglesia, con su firme adhesión al carácter perenne de la verdad, con el respeto por otras ‘verdades’, o con la verdad de otros, es algo que la misma Iglesia está aprendiendo. En este respeto dialogante se pueden abrir puertas nuevas para la transmisión de la verdad”. (Benedicto XVI, Encuentro con el mundo de la Cultura, Lisboa, mayo 2010).

Deseo invitar a los medios católicos a seguir reflexionando con profundidad sobre estos aspectos, abriendo también la posibilidad a “estar en desacuerdo, sin ser desagradables”. Todos sabemos que en la arena digital algunos debates, a veces, pueden convertirse en una contienda de gritos, donde las formas más extravagantes de expresión gozan de mayor atención. Como católicos, no debemos dudar nunca de expresarnos con fuerza para corregir el error y condenar las injusticias; pero siempre hablando con la verdad y con el amor. Es natural que los debates acerca de la fe y de la moral estén llenos de convicción y pasión, pero existe el riesgo progresivo de que algunas formas de expresión dañen la unidad de la Iglesia; además, es improbable que de este modo se atraiga a las personas que desean aprender algo sobre la Iglesia y el Evangelio.

Comunicar la fe en el horizonte de la Nueva Evangelización es un gran desafío para la Iglesia hoy, para todos sus miembros, los discípulos del Señor. Hemos de confiar nuestras tareas y proyectos a María, la estrella de la Nueva Evangelización. Guiados por el Espíritu y bajo el amparo maternal de la Madre de la Iglesia podemos caminar seguros y confiados.







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