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      Agenda electoral: quizás la crisis obligue a buscar coincidencias

      Amenazan ser importantes estas elecciones legislativas, y es posible que agreguen muy poco a la pobreza de nuestra vida política que terminamos reduciendo a una provincia, donde se juegan todos los candidatos. El Gobierno busca confrontar con el pasado como pasaporte al mañana. Los derrotados sueñan poder salir de una pesadilla que nunca imaginaron y los desertores les anuncian el fin de su vigencia. Ellos no encuentran otro lugar para ubicarse; ése es el problema de los fanáticos, de tanto negar la realidad terminan condenados a no comprenderla.

      La única mayoría indiscutible es la que enfrenta a Cristina; cualquiera que lo mida sabe que es de la contextura de una roca. Eso hizo que los gobernadores dejaran de disfrazar de lealtad sus diferencias y huyeran. Y los intendentes necesitan una imagen donde colgar sus listas propias, su poder comunal. Cristina para eso es perfecta, ronda un tercio de los votos, nadie les podría ofrecer más por ahora. Si vuelve a ser senadora o no ya poco importa; siempre que lo fue transitó la soledad, y ahora después de haber destratado a sus pares volver al recinto debe ser más parecido a una humillación que a un triunfo. El ejemplo de Menem es contundente, retirarse con prestigio y afecto colectivo es algo poco común entre nosotros. Los políticos no suelen abandonarlo a tiempo y terminan expulsados. Y eso deja heridas a la vista: después de la soberbia la derrota se vuelve patética.

      Pero al Gobierno el recuerdo del balotaje parece enamorarlo, lo hizo dueño de más de un 50 por ciento, y por eso necesita de Cristina, para seguir soñando. La sociedad precisa la alianza de las fuerzas democráticas para aislar a los fanáticos. Parece que no es ese el camino elegido. Nuestra democracia es complicada con los aliados, no logramos instalar un sistema que supere al gobernante de turno. Siempre estamos empezando de nuevo.

      Una de las grietas más profundas es la que enfrenta estatistas con liberales, y hasta ahora esas ideas no logran convivir. En el mundo hace tiempo que dejaron de ocupar un lugar ideológico para convertirse en instrumentos. Cada quién tiene el Estado y lo privado que le sirve para su desarrollo. Hace rato que China demuestra que no es la codicia de los mercados la que rige el desarrollo sino la sabiduría de la dirigencia que la contenga.

      No logramos encontrar un rumbo que nos devuelva la esperanza basado en un acuerdo que nos asegure la continuidad. Los derrotados necesitaban del enemigo para soñar eternidades, el Gobierno hasta ahora no logra el retorno al crecimiento que consolide la expectativa de reincorporación de los caídos. Hay demasiados excesos en las ganancias privadas como para recurrir sólo al incremento de las tarifas familiares. El Estado convoca a los inversores sin tener en cuenta la difícil situación de los que hace años producen confiando en la sociedad. La última etapa de la democracia ha generado millones de pobres sin siquiera instalar un sistema político estable. El peronismo gobernó dos décadas sin ser dueño de un rumbo ideológico; habiendo renunciado al propio, sólo encontraron versiones decadentes de ideologías gastadas: Menem del liberalismo, los Kirchner de la izquierda.

      Somos una sociedad sin proyecto, agobiada de tantos ensayos, fracasados. Sólo nos queda por intentar detener la alternancia de liberales y estatistas y generar un proyecto entre todos.

      Importa y mucho asumir la obligación de respetar las ideas ajenas como forma de hacerlo con sus seguidores. Ateos o creyentes, peronistas o antis, ya es hora de aceptar que si no ponemos la identidad colectiva por encima de las diferencias ideológicas nunca llegaremos a ser una sociedad madura. Pocos desafíos fueron tan claros como la presencia de un Papa nacido entre nosotros. Ni sobre su misma figura logramos encontrar una señal de orgullo compartido; su vigencia en el mundo es la contracara de nuestras agresiones e interpretaciones de sus gestos. Como si aquello que nos trasciende desnudara nuestra misma pequeñez. Claro que es difícil aceptar la vigencia de un Papa entre tantos pontificadores. Como si nos costara entender que las verdades que necesitamos integrar necesitan superar el fanatismo y los dogmas. Quizá la crisis nos obligue a buscar coincidencias. No queda otro camino.


      Sobre la firma

      Julio Bárbaro
      Julio Bárbaro

      Dirigente histórico del peronismo. Ex diputado nacional


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