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Así te mata la ansiedad

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'El Grito' de Munch (1895), Munch Museum (Oslo).

Vivimos en una cultura que auspicia el bienestar. Sabemos lo que hay que comer, cuántos minutos conviene practicar deporte y pasamos horas buscando la calma para vivir mejor, pero tenemos un talón de Aquiles: la ansiedad. Según la OMS, alrededor de 260 millones de personas en el mundo sufrieron trastornos asociados a esta emoción durante 2017. El Consejo General de Psicología de España estima que nueve de cada 10 españoles padecieron estrés y ansiedad ese mismo año.

Sin embargo, la ansiedad es un mecanismo natural de protección, un sistema psicológico de alerta que anticipa posibles amenazas con el fin de evitarnos futuros problemas. Es un estado de inquietud, que supone miedo y estrés a la vez, cuando el peligro no está presente. Es sólo una idea que surge en la mente y suscita el estrés necesario para resolver lo que preocupa antes de que sea demasiado tarde. A veces, tenemos una ansiedad general que no va asociada a ninguna situación concreta. Es la ansiedad inespecífica. Otras veces sabemos muy bien su origen: es la específica.

En ambos casos produce: aturdimiento, nerviosismo, taquicardia, sudoración, temblores, ahogo, opresión en el pecho, náusea, molestia abdominal, mareos, hormigueos (parestesias), escalofríos o sofocos, miedo a perder el control, a volverse loco o morir, lo que produce conductas de aislamiento. Son sensaciones lo suficientemente desagradables como para que tengamos, a menudo, más miedo a la ansiedad en sí que al problema que intentamos resolver: es el miedo al miedo. Si es una emoción normal, ¿por qué produce tanto sufrimiento y se ha convertido en una epidemia? Mucha de nuestra educación está basada en asustarnos. Según Noam Chomsky, vivimos en la "cultura del miedo", término para definir el proceso por el cual se divulga este sentimiento a través de los medios de comunicación, los discursos políticos, etc. y que influencia el comportamiento de las personas. Además, hemos desarrollado una fobia a la incertidumbre. Tenemos una manía por el control que, parafraseando a Giorgio Nardone, acaba por conducirnos al abismo del descontrol.

REACCIÓN CORPORAL

La respuesta del estrés activa primero la adrenalina y la noradrenalina. La primera, aumenta el ritmo cardíaco y respiratorio, oxigena la sangre y aumenta la tensión arterial. La segunda incrementa la capacidad de análisis y la coordinación motriz. Después, se activa la secreción de cortisol que favorece la creación de la glucosa circulante asegurando el alimento al cerebro (las neuronas comen glucosa). Favorece la movilización de los depósitos de grasa para que los músculos se movilicen hacia la huida o la lucha. La persistencia de esta hormona puede ser muy perjudicial. Según el psiquiatra Sergio Oliveros, los sistemas que pueden dañarse por la respuesta ansiosa y el estrés son: 1. Inmunitario (alergias); 2. Genético (modificaciones en los cromosomas); 3. Neurológico (cefaleas, pérdida de memoria, mareos); 4. Digestivo (dolor abdominal, gastritis, diarrea y estreñimiento); 5. Cardiovascular (taquicardia, hipertensión, palpitaciones); 6. Respiratorio (aumento de la frecuencia respiratoria, tos, rinitis); 7. Cutáneo (sudoración, hormigueo, eccemas, alopecia); 8. Genitourinario (micción frecuente, eyaculación precoz, impotencia y frigidez). ¿Podemos morir? No, de manera directa, pero supone un desgaste físico que favorece estas enfermedades.

PENSAMIENTOS CULPABLES

¿Cuál es el origen de ese malestar que hace que la ansiedad sea tan poco funcional? Esta pregunta tiene una sola respuesta: sus pensamientos, según la psicología cognitiva. Estos producen distorsiones a la hora de orientarse en el mundo. Son las gafas que cada uno se pone para mirar la realidad. ¿Cuál es la tuya? 1. Pesimismo: tendencia a focalizarse en el problema sin ser capaz de ver las soluciones; 2. Generalización: los pensamientos son tipo siempre/nunca, todo/nada; 3. Pensamiento negativo: el foco está en los aspectos negativos y se olvidan o descalifican los positivos; 4: Catastrofismo: ver los aspectos negativos de una manera excesiva y exagerada. 5. Leer el pensamiento: creen saber lo que los otros están pensando y sus motivos negativos ocultos. 6. Adivinar el futuro: tendencia a anticipar que las cosas van a salir mal. 7. Comparación: medirse con los demás para acabar siempre perdiendo y sintiéndose inferior; 8. Exageración: si alguien se equivoca una vez pasa a ser un torpe o si le sale mal una cosa le llama fracasado en todas las áreas; 9. Culpabilidad: sentir que las circunstancias desagradables que suceden siempre están en relación con uno mismo; 10. Perfeccionismo: establecer exigencias a los demás, a uno mismo o a cómo deberían ser las cosas.

VULNERABILIDAD

¿Qué nos hace vulnerables a sufrir problemas de ansiedad? Obviamente la educación emocional juega un importante papel para el manejo de este tipo de pensamientos. También, existe una predisposición hereditaria a sufrirla. Si en tu familia hay antecedentes de trastornos de ansiedad, tendrás un 45% más de probabilidades de padecerlos. Influyen, a su vez, los rasgos de personalidad. Según el psicólogo Hans Eysenck, los factores que hacen que se tienda a hacer interpretaciones amenazantes son: el neuroticismo (tendencia a experimentar situaciones como desagradables); la elevada sensibilidad; la introversión o la tendencia a la sobreexcitación.

Según un estudio realizado en la Universidad de Cambridge, la incidencia de los trastornos de ansiedad se dispara entre las personas que no han cumplido los 35 años, muchos de ellos son todavía estudiantes, actividad que aumenta la ansiedad. Las mujeres tienen el doble de posibilidades de padecer estos trastornos asociados a factores familiares. Para los hombres, están ligados a aspectos económicos y laborales. Los niños y los adolescentes los sufren vinculados a su desarrollo evolutivo. En los bebés de ocho o nueve meses por la necesidad de contacto.

A los uno o dos años es habitual la ansiedad de separación, sobre todo, de la madre. Entre los tres y los seis años es la adaptación a la escuela y, a partir de los siete, cumplir las expectativas de los adultos. En la adolescencia las preocupaciones giran en torno a la propia imagen, la aceptación del grupo y el futuro. Los niños muestran la ansiedad con trastornos somáticos ("me duele la tripa") y fobias (miedo a las avispas, por ejemplo) y los adolescentes con trastornos obsesivos.

La ansiedad en la tercera edad se manifiesta con el deterioro de las facultades intelectuales (función ejecutiva, velocidad de procesamiento, memoria y atención). Se necesita ayuda especializada cuando se producen: 1. Alteraciones de la vida familiar, laboral y social de la persona; 2. Hay riesgo para la integridad física y psicológica propia o ajena; 3. Cuando los síntomas persisten al menos durante un mes; 4. Aparece la inquietud ante la posibilidad de tener más crisis.

PENSAMIENTOS CULPABLES

Según la SEAE, entre el 81% y el 90% de los tratamientos realizados con el método cognitivo-conductual se veían libres de síntomas en uno y dos años. La mejor herramienta es la respiración ya que uno de los síntomas es la hiperventilación y la relajación progresiva.

El rebatimiento -oponerse a algo con argumentos- se utiliza para cuestionar las distorsiones: ¿realmente es siempre o en algunas ocasiones las cosas son de otra manera?

También funciona la modificación de creencias limitantes por pensamientos funcionales y la exposición interoceptiva (exponerse a las sensaciones corporales temidas). Por ejemplo, si temes la taquicardia, sube y baja escaleras para luego calmarte con las técnicas de relajación o respiración.

Con la desensibilización sistemática se va afrontando gradualmente la situación temida, primero en compañía y manejando la distancia hasta afrontarlo directamente. "El miedo es mi compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro", afirma Woody Allen. Sin embargo, podemos no dejarnos manipular por los pensamientos limitantes y aprender a manejarlos para que no bloquee nuestra vida.

Cuando la mente te amarga la vida

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Isabel Serrano-Rosa es directora y psicóloga de EnPositivosí.

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