La viga en el ojo. Proyecto costos de la Guerra

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La Viga en el Ojo

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LA VIGA EN EL OJO Proyecto Costos de la Guerra

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PROGRAMA POR LA P AZ – Compañía de Jesús PAZ Calle 35 No. 21-19 / PBX 3383790 e-mail: propazsj@unete.com Bogotá – Colombia Director General: Horacio Arango, S.J. Director Ejecutivo: Luis Fernando Múnera, S.J. Autores: Equipo de Trabajo Proyecto Costos de la Guerra: Francisco Quintero Carvajal – Periodista Vilma Gómez Pava – Asesora Pedagógica Carlos Fernández Niño – Asesor de Proyectos Rocío Castañeda Cisneros– Editora

Se autoriza el uso y reproducción de este material citando la fuente y los autores. Bogotá – Colombia, Agosto de 2003

Asesoría: Equipo de Intervención Social: Carolina Tejada Bermúdez Marco Andrés Acosta Villalobos Juan David Villa Gómez Juan Carlos Henao Londoño Estado del Arte sobre Costos de la Guerra realizado Cinep, con la coordinación de Ingrid Bolívar y la participación de: por el Cinep Franz Hensel, María de la Luz Vásquez, Isaac Beltrán, Raquel Victorino Cubillos y Teófilo Vásquez. Proyecto financiado por: Agencia de Cooperación SECOURS CATHOLIQUE Francia Diseño y Diagramación: Juan Pablo Salamanca Rosas IMAGO / Diseño y Comunicación Visual imagologo@yahoo.com Ilustraciones: Amalfi Cerpa Impresión: Panamericana S.A. Formas e Impresos

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La Viga en el Ojo Los costos de la guerra

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Contenido

Presentación

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De la Guerra y sus efectos Introducción

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COSTOS HUMANITARIOS

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COSTOS SOCIALES

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COSTOS ECONÓMICOS

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COSTOS PSICOLÓGICOS

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COSTOS POLÍTICOS

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COSTOS AMBIENTALES

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COSTOS ESPIRITUALES

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COSTOS CULTURALES

75

Reflexión Global

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Secuencia gráfica

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Talleres

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“¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ” Mateo 7, 1 - 5.

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PRESENTACIÓN D

urante los últimos años, la sociedad colombiana ha experimentado muchas dificultades en el esfuerzo por construir la convivencia pacífica. El fracaso del proceso de paz con las FARC parece habernos sumido en la desilusión de una solución negociada al conflicto armado que nos agobia desde hace ya demasiados años. Hoy parecería inevitable en el espíritu de los colombianos/as la necesidad de hacer la guerra para preparar la paz. La opinión en el país se ha movido entre los polos de la solución negociada y de la guerra sin una reflexión suficiente y sin perspectiva de largo plazo. Ello explica que pasemos con tanta facilidad del entusiasmo desbordante a la desilusión desesperanzadora. La cartilla que les presentamos hoy busca alimentar la reflexión sobre lo que significa la guerra y los costos que ésta tiene. Creemos que la decisión de hacer la guerra es una decisión que debe tomar toda la sociedad y por ello creemos importante este aporte para abrir los ojos ante lo que la guerra significa y nos enfrentemos a esta alternativa con responsabilidad. “La Viga en el Ojo” no mira a la guerra desde cualquier lugar, somos conscientes de que la historia es escrita por los vencedores y de que las víctimas que van quedando pasan a ser cifras sin rostro. Por ello hemos querido mirar la guerra desde la perspectiva de las víctimas: aquellos hombres y mujeres que han experimentado en su propia carne los rigores de la vía armada. Queremos que ellos, a través de sus testimonios, le hablen al país de lo que significa la guerra.

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Igualmente hemos hecho un esfuerzo de investigación con el apoyo del Centro de Investigación y Educación Popular CINEP, para mostrar desde una perspectiva amplia lo que nos cuesta la guerra no sólo en sus efectos más visibles económicos, humanitarios o políticos, sino también en los efectos espirituales, culturales, sociales, ambientales o psicológicos que pasan más desapercibidos a la mirada desprevenida pero que también nos tocan profundamente. Nosotros estamos convencidos de que la guerra, además de ser muy costosa, es una vana ilusión. El país tiene que buscar construir una paz duradera que parta de un verdadero consenso social y político capaz de edificar una Colombia donde todas las mujeres y hombres podamos vivir dignamente y tramitar nuestros conflictos en paz. No se trata sólo de acallar las armas de los guerreros a cualquier costo, sino de construir una paz duradera basada en el respeto a los derechos humanos de todos y todas los ciudadanos y ciudadanas de este bello país. Los invito, a nombre de todo el equipo del Programa por la Paz de la Compañía de Jesús que ha trabajado arduamente en este proyecto, a utilizar el material que hoy ponemos en sus manos para un trabajo mancomunado de formación de una opinión pública responsable y crítica frente a la guerra y capaz de movilizarse para exigir una paz con justicia. Finalmente, queremos agradecer a Secours Catholique – Caritas Francia, que recoge la solidaridad de muchos ciudadanos y ciudadanas de Francia, su apoyo solidario con nuestro país y con este proyecto en particular.

LUIS FERNANDO MUNERA CONGOTE, S.J. Director Ejecutivo

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DE LA GUERRA y sus efectos “Cuando no recordamos lo que nos pasa, nos puede suceder la misma cosa ” Litto Nebia 1

Adaptación de un fragmento de la obra: La guerra del Fuego de Joseph Henry Rosny.

Hace más de cien mil años, la tribu de los Ulhmar huye, vencida, detrás de su jefe. Han

perdido el fuego, están a merced del frío y la noche. Dos guerreros intentan reanimar ese fuego perdido: Naoh, hijo de Leopardo, el más grande y más ágil; Aghoo, hijo de Aurochs, bruto con mucho vello que vive alejado con sus dos hermanos y algunas de las mujeres del pueblo aterrorizadas. Es Naoh quien consigue reanimar el “atr” que es como se decía fuego y lo consigue después de numerosas aventuras persiguiendo a los “wag abou” como se decía enemigos. Podrá juntarse la tribu con sus fieles compañeros, Gaw y Nam. Naoh, entonces, se convertirá en jefe de esta tribu y conseguirá a Gammla, la mujer que entonces estaba un tanto más evolucionada que ellos1 . Reanimar el fuego, algo sencillo hoy, originalmente fue un momento para que hombres y mujeres en un encuentro sorpresivo aprendieran nuevas formas de estar juntos, de fundar tribus, de procurarse calor y luz y también de descubrir el misterio del amor que funda vidas. Aprender a hacer fuego, seguramente tardó muchos años. Aprender a conservarlo fue el motor para la transformación de la naturaleza y también de la vida compartida con otros a través de la enseñanza que las mujeres, como Gammla, hicieron a hombres como Naoh. Aunque no siempre las formas de conseguir lo necesario fueron sencillas, de ahí que los primeros hombres tuvieran que utilizar la fuerza. Sin embargo, la necesidad de “otros”, el sentimiento de vida en común y la curiosidad por ver y aprender fue más importante que la fuerza. Así es como muchos de los cambios a través de los cuales la especie humana pudo transformarse, fueron posibles mediante la coexistencia y la cooperación, sino tal vez el mundo de la vida no hubiera encontrado las condiciones favorables para su desarrollo.

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No obstante, la disputa por elementos imprescindibles para la supervivencia mediante el uso de la fuerza fue originando la guerra. Muchos de los cambios que transformaron la especie humana se hicieron por vía de la guerra, a pesar de sus efectos e implicaciones. ¿Cuándo y en qué momento se liga la guerra con la historia humana? Las respuestas a esta inquietud son múltiples desde muchas de las áreas del saber. Con el paso del tiempo pareciera que la humanidad, hubiera entendido la noción de desarrollo o progreso, como el sometimiento de unos sobre otros; la manera de hacer política como el poder, que era como se representaban los grandes premios obtenidos mediante enfrentamientos; y el hábito de resolver las diferencias y hacer las cosas apelando a las violencias y su máxima expresión la guerra, que se quedó como costumbre. Son muchas las formas de entender e interpretar la guerra, son muchos los autores2 que dan cuenta de ello. Las guerras en la vida de la humanidad son y han sido muchas, por múltiples motivos. Pero ¿qué le ha costado tantas guerras a la humanidad? Más de 100 millones de personas han perdido la vida directamente por culpa de las guerras, y 170 millones más a causa de la brutalidad de los regímenes políticos autoritarios y violentos3 . Después de la II guerra mundial, desde1945, 160 conflictos armados y guerras han causado cuarenta millones de muertos; de ellos sólo 10 millones han sido soldados; el resto, población civil. En el último decenio pueden haber muerto más niños (2 millones) que soldados. ¿Vale la pena la guerra? ¿Es esta la única manera de generar cambios? Son muchos los caminos y las formas de avanzar y de buscar el bienestar y la dignidad, diferentes a la brutalidad, la barbarie y el uso de la fuerza. ¿Por qué entonces nos empeñamos en los más dolorosos y tortuosos? ¿Qué esperamos cuando nos inclinamos por la dureza y la fuerza para resolver nuestra vida y nuestras diferencias como especie? Es necesario entender y reflexionar sobre lo que nos pasa, así que veamos de qué hablamos cuando nos referimos a la guerra.

¿Cómo entendemos la guerra? La guerra es un fenómeno específicamente humano que no se encuentra en los demás animales. Es un fenómeno social y como tal es evitable. Es una invención humana pero no es connatural al ser humano. Porque es una invención social y humana, la guerra no es una condena irremediable, es una enfermedad y no un mal, por ende tiene remedio y puede prevenirse. La guerra no es útil. Por el contrario es nociva y dañina. No sirve porque va invadiendo las costumbres y para justificarla se mitifica el uso de la fuerza, se glorifica el sacrificio y la muerte - de los jóvenes que las libran, no de los que las planifican -, se acepta la obediencia ciega y se ponen en marcha mecanismos que provocan fanatismos y deberes patrios, se suscita un odio

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Desde Nicolás de Maquiavelo, pasando por Tomas Hobbes, Jean Jacques Rousseau, Hegel, hasta Carl Von Clausewitz, la guerra ha sido vista como extensión de la política, como forma de desarrollo o progreso o de manera sociológica y cultural.

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Romer ueda omeraa RRueda ueda, Raül. Desarme y Desarrollo claves para armar conciencias. Intermon. Mayo de 2000.


absoluto hacia los adversarios, hasta el extremo de negarles su condición de seres humanos. Por eso, bajo ninguna circunstancia y desde ningún punto de vista se justifica su ocurrencia. Las guerras son actos en los que predominan la irracionalidad y la destrucción. Son expresión de la violencia y como tal, la violencia es siempre un ejercicio de poder, sean o no visibles sus efectos. La violencia aspira a ser la solución que excluya a todas las demás, por tanto es una censura totalitaria. La guerra está enmarcada dentro de las violencias y es la expresión de múltiples violencias, a saber: Violencia directa o acontecimiento intencionado Dirigida a la naturaleza, el cuerpo, la mente y el espíritu humano. Se expresa en la confrontación militar, en las relaciones cotidianas violentas, sean de familia o de pareja; también se da en la intimidación, la desaparición o las masacres. Violencia estructural o proceso Es una forma indirecta de violencia, que está anclada en estructuras sociales como las instituciones, las leyes que reproducen la violencia o que imposibilitan un desarrollo humano justo y equitativo, está sostenida por aparatos policiales y puede tener naturaleza económica, política, militar, cultural o comunicativa Violencia cultural Aquellos aspectos de la cultura que dan legitimidad a la utilización de los instrumentos de la violencia directa o estructural. Son ideologías, costumbres, hábitos y usos que a nombre de fanatismos religiosos, sentimientos de superioridad ligados a la lengua o el saber, descalifican a otros seres humanos y a otras formas de hacer política, aprobando el uso de la violencia. Pero la guerra es una salida, entre muchas otras, para resolver los conflictos y las diferencias, por tanto no es la única opción. Es importante recordarlo, tenerlo presente a la hora de inclinarse por una u otra alternativa.

¿Qué efectos produce una guerra? Evidentemente la guerra se expresa de forma visible, pero es necesario reflexionar ¿qué efectos deja? ¿Cómo es la vida en medio y después de la guerra? ¿Qué ocurre con la naturaleza, la cultura, la sociedad? ¿Cuáles aspectos de la vida pueden reconstruirse, cuáles no y a qué costo?

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Los efectos visibles comunes a toda guerra descritos en la historia de la humanidad, son: Hambre, depresión económica, muerte y destrucción, éxodo o desplazamiento forzado, represión, resquebrajamiento político, devastación ambiental. En todas las guerras estas consecuencias son similares aunque con diferencias graduales, pero indefectible e invariablemente visibles, de los cuales es posible dar cuenta en términos cuantitativos. También las guerras producen efectos invisibles, que son aquellas consecuencias a mediano y largo plazo que dejan huella en la vida de las víctimas y que por tener ocurrencia en lo más profundo del ser humano se ocultan entre el rostro y el alma de los sobrevivientes haciéndose casi imperceptibles y por lo tanto poco tratables durante y después de una guerra. ¿Qué podemos esperar de los efectos invisibles? ¿En quienes y cómo se aprecia el impacto de la guerra? ¿Cuáles dimensiones de la vida se ven más afectadas y en qué modo? Como lo veremos más adelante, los testimonios de hombres, mujeres, niños y niñas víctimas directas del conflicto armado colombiano serán las que nos permitan atestiguar que los efectos invisibles, son tan nocivos y crueles como los impactos materiales, pero por estar inmersos en la intimidad de la vida misma se agazapan detrás de la muerte y la destrucción pasando casi desapercibidos. La historia de las guerras en el mundo también da cuenta de este tipo de efectos entre los que se cuentan: Pérdida de puntos de referencia de la vida en común: particularmente en los niños y niñas, pero también en los adultos. Una vez se pierden los puntos de referencia ya no se sabe qué está permitido y es bueno y qué está prohibido y es nocivo. Desarraigo: se afecta la noción de seguridad básica, dejando a las personas sin patria chica o grande, sin lazos afectivos o sociales de respaldo. Transmisión intergeneracional de la violencia: la violencia social padecida y los distintos tipos de duelo que ella conlleva se hará bajo diferentes y a veces ocultas formas de repetición en las generaciones nuevas, en la medida en que conserva su carga traumática. Olvido y amnesia colectiva: el horror y la barbarie sufridos directa o indirectamente caen en el “olvido”, se reprimen y se niegan sumergiendo a quienes la padecen en actitudes de silencio y soledad que impiden la comunicación y la convivencia con otros, inclusive años después de haber cesado el conflicto. Aprendizajes para el desarrollo personal en sociedad y habilidades que se refuerzan o desarrollan en los diferentes espacios de la vida como la escuela, el grupo de amigos etc.,

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se construyen en la bipolaridad: la imagen y representación de las identidades individuales y colectivas se ven alteradas y permeadas por un pensamiento con una visión de bueno-malo; el odio retributivo, la venganza, la imagen de amigo-enemigo, culpable-inocente, víctima-victimario se constituyen en los valores que ordenan la vida sin lugar al perdón y la reconciliación. Desmentida o negación de los conflictos: Se niega la posibilidad de desarrollar los conflictos y como consecuencia se perpetúan formas de resolución violentas. Militarización de la vida civil: comunicación familiar y relaciones autoritarias, juegos guerreristas, programas de televisión que hacen apología a la guerra, moda del “camuflado” y lenguaje cotidiano militarista. Violencia contra las mujeres y los niños: las mujeres se consideran un “botín de guerra”, los niños y niñas son reclutados forzosamente como combatientes, la destrucción de las familias y su consecuente número de huérfanos, abandonados y discapacitados. Nos preocupa que estos efectos no son reconocidos socialmente y en ocasiones hasta se niegan sistemáticamente. Si sabemos que hoy las guerras son otra cosa y que la mayoría se libran al interior de un mismo Estado y que más de 50 países padecen guerras internas, nuestro caso, el colombiano, debe permitirnos muchas reflexiones por la complejidad que reviste nuestra propia dinámica. En Colombia estamos por definir qué es lo que pasa. ¿Cómo se habla de la guerra en Colombia? Refiriéndose a cuál confrontación ¿la de los militares con los grupos armados?, ¿La de los grupos armados irregulares entre sí?, ¿La de las bandas delincuenciales organizadas? Se ha planteado la guerra como alternativa ante el cansancio y el desgaste de salidas políticas por vía de la negociación y el diálogo. Ante este panorama pareciera que gran parte de la sociedad colombiana toma la opción de inclinar la balanza hacia la represión y la guerra, sin embargo, nos preguntamos si somos conscientes de los efectos que implica asumir esa posición y de lo que nos va a costar la reconstrucción si seguimos empeñados en la guerra. Por eso, desde las voces de hombres y mujeres que de manera individual y colectiva han padecido directa e indirectamente la guerra, nos hacemos las reflexiones que presentamos después de esta breve mirada a la historia, para que juntos asumamos el reto de no condenarnos a repetir la historia y a perpetuar la violencia como vía de resolución de nuestras diferencias.

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“VOLVER A LA GUERRA me da miedo” Gonzalo Fernando García, 22 años, natural de Santander de Quilichao (Cauca), herido en combate, vive con la incertidumbre de no saber si por su condición de invalidez pueda sostener a su familia en un futuro.

“En la mañana del 7 de abril de 2002 una patrulla de nueve policías nos desplazá-

bamos por la sinuosa carretera que une a Puerto Asís (Putumayo) con la población de Hong Kong Nuevo, un puñado de casas de madera que se levanta sobre la orilla del río Putumayo. Veníamos de patrullar sus aguas cuando de repente, y seguido al estruendo de una bomba, nos empezó a caer una lluvia de balas de todos los lados. Casi un mes después supe que en aquel ataque dos de mis compañeros habían muerto, tres más resultarían ilesos y cuatro gravemente heridos, yo entre estos últimos; también me enteré, tiempo después, que había durado más de una semana en estado de coma y que estoy vivo no sé sabe por qué cosas de la vida, porque ni cuenta me di de las esquirlas que me dejaron inconsciente. Lo primero que sentí fue el quemón, como de un cigarrillo, de un tiro de una 5.56. Me rompió el muslo de la pierna derecha, luego no pude pararme, sólo esperaba a que vinieran y me remataran, pero de repente se me nubló la visión. Abrí los ojos cinco días después. Estaba conectado a un maraña de tubos y cables en una sala triste de hospital, la cara la tenía hinchada y casi ni podía ver. Paola Andrea, mi esposa, permanecía tomada de mi mano, junto con mi hijo, de apenas un año de nacido, sentí tristeza y rabia al mismo tiempo.

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Me diagnosticaron trauma craneoencefálico severo, pérdida del ojo derecho, inmovilidad del pie y la mano derechas; los médicos no daban un peso por mi vida: “Si vive -le dijeron a mi esposa- no se va a parar de la silla”. Hoy gracias a Dios no sólo me paro sin la ayuda de nadie, sino que guardo la esperanza de volver a trabajar. Mi esposa no entiende por qué digo que si logro superar esto me voy de nuevo a la guerra. Cuando me miro al espejo y veo como quedé, siento ganas de irles a hacer lo mismo que me hicieron a mí; pero tengo miedo, miedo de perder la vida y dejar a mi hijo solo. ¿Sabe que así uno sea muy berraco, siente miedo? y es eso justamente lo que me hace levantar en las madrugadas con el cuerpo bañado en sudor gritando: ¡no me maten, por favor, no me maten! Aunque son escenas muy reales que me hacen dar ganas de llorar, me pregunto: Si no vuelvo a empuñar un fusil, ¿en qué voy a trabajar para sostener a mi familia? ¿De qué vamos vivir mi hijo, ella y yo? No solo vivo con el temor de salir a la calle sin la compañía de alguien, porque me asusta saber que alguien me dispare, también siento miedo por el futuro, a menudo me pregunto: ¿me indemnizarán? y si lo hacen, ¿me alcanzará para comer y darle de estudiar a mi hijo? Con lo que me ganaba antes podíamos salir a un parque, comprarnos un helado, pasear. Si no me reintegran a la Policía por mi invalidez, por carecer de un ojo, por caminar con dificultad... ¿volveré a comerme un helado con mi hijo y con mi esposa? Paola Andrea dice que eso no importa, que si a ella le toca ir a trabajar para sostenernos a los tres lo hace. “Para mí –me ha dicho ella– lo único que cuenta es que estés vivo”, igual me repite que aunque la guerra me haya robado un ojo, una mano, una pierna y sembrado de cicatrices la piel, me sigue queriendo. Y eso es lo que importa. Para poder dormir cada noche debo tomar pastillas –estuve 15 días sin pegar un ojo– después de las pesadillas me asusta quedarme dormido, pero le confieso que más que a los malos sueños en los que veo que me matan, a lo que más temo es a no poder volver a trabajar.”

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El valor de la vida se ha perdido en el laberinto de la guerra “Un grupo de personas decidió un día reunirse. Venían de muchos lugares diferentes y eran muy distintas unas de otras. Había hombres y mujeres. Tenían la piel, el cabello y los ojos de distinto color. Sus rasgos también eran diferentes. Venían de países ricos y países pobres, de lugares calurosos y de lugares muy fríos. Algunos de sus países estaban gobernados por un rey; otros por un presidente. Estas personas hablaban muchos idiomas diferentes y no creían todas en el mismo dios. Algunos de los países de donde venían acababan de salir de una guerra terrible, en la que muchas ciudades habían quedado destruidas y había habido muchos muertos. Muchos habían perdido sus hogares y sus familias. Muchas personas habían sido maltratadas o asesinadas, a causa de su religión, su raza o sus opiniones políticas. Lo que había hecho que todas estas personas se reunieran era su deseo porque NUNCA hubiera otra guerra, porque nadie volviera a ser maltratado y porque no se persiguiera a las personas que no habían hecho mal a nadie. Así pues, todas estas personas redactaron juntas un documento en el cual trataron de resumir los derechos que tienen todos los seres humanos y que todo el mundo debe respetar. El documento se llama Declaración Universal de los Derechos Humanos y dice lo siguiente...” 4 Así comienza un cuento que intenta explicar a los niños y las niñas cómo nació la Declaración de Derechos Humanos. Sin embargo, aunque ese acto fue tal vez una de las mayores expresiones de sensatez de la humanidad, no ha logrado erradicar de nuestra realidad la tragedia de la guerra. A pesar del dolor que han causado tantas guerras que hemos vivido los hombres y mujeres de todos los tiempos, parece que no queremos aprender de nuestra propia historia. Al parecer, seguimos considerando la guerra como un camino. Tristemente la guerra es una opción aún hoy en día para miles de personas. Algo hemos estado perdiendo como humanidad a través de tantos años de guerra... tal vez lo más elemental: la VIDA, el valor de la vida. Cuando hablamos de costos humanitarios de la guerra en Colombia, la primera alusión que se hace es al número de muertos, heridos, personas desaparecidas, secuestradas, lo que se ha denominado “la crisis humanitaria” del país. A menudo, en medio de las cifras, no alcanzamos a dimensionar lo que implica que cada uno de estos seres humanos, que aparecen tan solo registrados como un número, haya tenido que vivir y padecer una tortura, un disparo, una muerte violenta.

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4 Dec lar ación Uni sal de Declar laración Univver ersal ec hos Humanos Derec echos Humanos.. Der Adaptación para niños preparada por Ruth Rocha y Otavio Toth. Oficina en Colombia de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Colombia, 2001.


En medio de esta guerra lo que estamos perdiendo es el valor de la vida. Si hacemos un acto de sinceridad profundo y personal, muchos de nosotros y nosotras tendríamos que reconocer que alguna vez hemos pensado que alguien merece morir, que no merece vivir por lo que ha hecho, que está bien que lo maten. De esta manera, estamos relativizando el derecho a la vida (unos son merecedores de ésta y otros no), o lo denigramos a tal punto que la vida ya no tiene un valor en sí misma, la vida de alguien tiene precio ya sea económico o político; alguien puede decidir por otro/a si su presencia “no conviene” y por tanto quitarle la vida o desaparecerlo/a. Esto es profundamente triste y grave para una sociedad, pues si la vida, el respeto a la vida y a la dignidad de todos no es la base sobre la cual se tejen nuestras relaciones, ¿qué esperanza tenemos de construir un país para todos y todas? Si damos un repaso a la historia de la humanidad, hemos de ver que la guerra nunca ha cesado; nunca ha sido lo que algunos pretenden que sea, “un camino cruel pero necesario y definitivo”; los que un día fueron supuestamente “derrotados”, se levantan mañana para ser los “agresores”. De esta manera, lo que debería ser el mínimo ético de relación entre los seres humanos: el derecho de todos y de todas a la vida, es hoy puesto en duda a cada momento, cuando justificamos la muerte de unos/as por la supuesta seguridad de otros/as, cuando un guerrillero, un paramilitar, una anciana, un niño o un policía ven amenazadas sus vidas, ven truncadas sus esperanzas, ven mutilados sus cuerpos. Este es para nosotros el mayor costo humanitario de la guerra: la vida misma que se pierde, los miles de colombianos y colombianas que han desaparecido, los miles de ellos/as que tienen su corazón sembrado de rabia y dolor por las huellas que ha dejado la guerra en sus vidas. Si a las siguientes cifras, a cada número de los datos que vamos a presentar más adelante, los miramos con el cristal de la vida, la historia de un hombre o una mujer concreta, vamos a poder dimensionar algo más de la tragedia que estamos viviendo, y en algunos casos, por la que seguimos optando, con o sin mayor conciencia. Guatemala firmó la paz en 1996, después de casi cuarenta años de conflicto armado. Como en Colombia, el balance de la guerra fue catastrófico para todos. Carlos Berinstain, Coordinador del Informe Guatemala “Nunca Más”, que intentó recuperar la memoria histórica de la confrontación armada en el país, presenta el impacto de la guerra en quienes sobreviven a ella: “Uno de los testigos muestra a la Comisión de Esclarecimiento Histórico restos de huesos de una de las víctimas. Lleva los restos en su morral, envueltos en un plástico: “Me duele mucho cargarlos... es como cargar la muerte... no voy a enterrarlos todavía... Sí quiero que

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descanse, descansar yo también, pero todavía no puedo... Son la prueba de mi declaración... no voy a enterrarlos todavía, quiero un papel que diga a mí: ‘lo mataron... y no tenía delito, que era inocente...’ entonces voy a descansar”5 Ojalá no esperamos más tiempo para detener esta guerra, para que no sea mayor el número de sobrevivientes que cargan con la muerte a sus espaldas.

Una reflexión desde las ciencias sociales sobre los costos humanitarios de la guerra A continuación presentamos algunos resultados del trabajo realizado por el Cinep 6 y que nos permite visualizar los costos de la guerra. El trabajo de investigación se basa en lo que han recogido diferentes organizaciones acerca de los costos humanitarios de la confrontación armada en el país7 y la consulta directa de otras fuentes. Dado el carácter de este documento, es preciso anotar que no hay consenso entre los investigadores/as sobre lo que puede llamarse un costo de la guerra.

COST OS HUMANIT ARIOS DE LA GUERRA COSTOS HUMANITARIOS Los efectos que la guerra deja sobre la vida humana se hacen perceptibles en múltiples formas. Sin duda estos efectos traen consecuencias también en la vida social, espiritual, psicológica, cultural, entre otras, de nuestra sociedad, y tales costos los abordaremos más adelante. Por ahora, vamos a destacar aquí los costos humanitarios a través de los informes sobre violaciones a los Derechos Humanos y al Derecho Internacional Humanitario que hacen organizaciones nacionales como Cinep y Justicia y Paz, la Comisión Colombiana Juristas, Fundación País Libre. Reconocemos lo que plantea el Cinep en el documento que recoge los costos humanitarios de la guerra en Colombia, cuando afirma que en el país existen diferentes entidades, instituciones y ong´s que de manera sistemática recogen y publican la información sobre la crisis humanitaria8 , entre ellas están, el Banco de Datos de Derechos Humanos y violencia política de Justicia y Paz y Cinep, el Comité permanente de Derechos Humanos, la Escuela Nacional Sindical, Codhes, la Comisión Colombiana de Juristas, entre otras ongs; y a nivel institucional y estatal, la Defensoría del Pueblo, la Vicepresidencia de la República, la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas. Esta diversidad de fuentes hace que se tengan diferencias en las cifras que arrojan, debido fundamentalmente a que cada una de ellas tiene distintos marcos teóricos, conceptuales y metodologías de recolección de datos.

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Car los Mar tín Berinstain. Carlos Martín En: Seminario Internacional Verdad y Justicia, en procesos de paz o transición a la democracia. Memorias. Oficina en Colombia del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Cinep. Comisión Colombiana de Juristas. Programa por la Paz. Fundación Social. Bogotá, 1999.

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Centro de Investigación y Educación Popular.

7 Victorino Cubillos aquel, Cubillos,, RRaquel, y Vásque z, Teófilo Vásquez, eófilo.. Sobre los costos humanitarios de la guerra. Documento que integra el estado de arte sobre los costos de la guerra en Colombia realizado por el Cinep, dentro del proyecto coordinado por el Programa por la Paz.

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Se entiende crisis humanitaria como la sistemática, grave y persistente violación a los DD.HH. y las infracciones al DIH.


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Ver Panorama de derechos humanos y derecho humanitario en Colombia. Informe de avance: (i) abril septiembre de 2000, (ii) octubre 2000 - marzo 2001. Comisión Colombiana de Juristas.

Tales marcos teóricos provienen de miradas diferentes, en muchos casos opuestas, sobre concepciones acerca de la naturaleza de los derechos humanos, quién debe garantizarlos y protegerlos, quién se convierte en violador de éstos o infractor del Derecho Internacional Humanitario, entre otros puntos. Esta diferencia no está exenta de usos políticos. Sin embargo, como Programa por la Paz y para fines de esta publicación, no es nuestra intención entrar en esta polémica, sino presentar algunos datos que nos ayuden a dimensionar la catástrofe humanitaria que estamos viviendo a causa de la guerra y que se manifiesta para nosotros/as en el número de personas muertas o afectadas en su integridad y dignidad, independientemente del sector social o grupo armado al que pertenezcan. Naturalmente reconocemos que, por una parte hay implicaciones legales y éticas diferentes para cada uno de los actores armados, y por otra, que las afectaciones a la población civil son especialmente graves. Desde esta mirada esencialmente humanitaria, identificamos los siguientes costos humanitarios de la guerra en Colombia.

a. V inculación forzada de la población civil Vinculación Son distintas las formas en que los grupos armados involucran a la población civil en la guerra. Por una parte, se cometen extorsiones y secuestros, como una forma de financiación de la actividad bélica. Por otra, los grupos armados buscan desbaratar las redes de apoyo, desmantelar las bases de uno u otro bando, controlar a la población y al territorio con base en el terror, a través de torturas, homicidios por fuera de combate, desapariciones forzadas, masacres, ataques indiscriminados a sectores de la población civil y desplazamiento forzado de personas. A continuación, presentamos algunos datos sobre la dimensión de estas graves violaciones a los derechos humanos e infracciones al Derecho Internacional Humanitario que están afrontando a diario miles de personas en nuestro país, de manera que estas cifras nos puedan dar una idea clara del costo humano que tiene esta guerra, que también es nuestra y que vamos perdiendo cada día.

Personas que han perdido la vida a causa de la violencia sociopolítica en Colombia De acuerdo a los informes que presenta la Comisión Colombiana de Juristas 9 sobre la situación de derechos humanos y de derecho humanitario en el país, en el periodo de un año (abril de 2000 a marzo de 2001) 6.809 personas perdieron la vida por la violencia sociopolítica.

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El siguiente cuadro desagrega esta cifra: Presuntos autores

Agentes del Estado Paramilitares Guerrillas Grupos armados sin identificar Sin identificar11 Total de víctimas

Homicidios políticos y ejecuciones extrajudiciales

Desapariciones forzadas

Homicidios contra personas socialmente marginadas

Muertes en combate10

107 1.840 438

12 365

1 317 11

840 66 655

339 1426 4.150

45 229 651

2 8 339

108

11

1.669

N.B. Los actos atribuidos a paramilitares como presuntos autores no excluye la eventual participación de agentes del Estado por acción u omisión12

Teniendo en cuenta los datos anteriores, cabe resaltar lo siguiente: Combatientes que murieron en combate

TOTAL

5.215 personas

1.594 personas

6.809 personas

Estos datos muestran el punto de degradación al que ha llegado la guerra. Sólo el 23% de las personas que pierden la vida son aquellas que mueren en combate. El 77% de las muertes se producen fuera de las operaciones militares e incluye a los civiles.

Personas que han sido desplazadas Según la encuesta RUT, que elabora la Conferencia Episcopal Colombiana, los datos de población desplazada en el año 2000 y 2001 fueron: 9.506 personas 17.674 personas

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En este apartado, la Comisión Colombiana de Juristas registra los casos que se encuentran en estudio. “Es decir aquellos que presentan indicios de estar motivados políticamente, suficientes para no desecharlos, pero insuficientes para clasificarlos de manera definitiva. Son registrados con el fin de presentar el universo global de casos conocidos”. Ibidem.

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Víctimas que perdieron la vida por violaciones a los derechos humanos y al DIH

Año 2000 Año 2001

Las muertes en combate corresponden tanto a combatientes muertos en combate, como a civiles muertos en fuego cruzado.

Nota del cuadro que publica el informe de la Comisión Colombiana de Juristas.


13

El Tiempo. “Colombia alcanzó tasa récord de desplazamiento”. 29 de abril de 2003. pg. 1-2

Según, la organización no gubernamental Codhes, en el año 2002 se fueron desplazadas forzosamente 412.553 personas, 20% más que en el 2001, lo que convierte al 2002 en el año de mayor desplazamiento desde 1985 13 . Teniendo como referencia el periodo entre el 1 de enero y el 31 de marzo de 2002, el promedio de personas que se desplazan es: Cada día se desplazan 1.000 personas Cada hora se desplazan 42 personas Cada 10 minutos se desplaza 1 hogar Codhes concluye que en el primer trimestre de 2002 y en esta fase de la confrontación armada más personas son expulsadas de menos municipios, lo que nos mostraría que las acciones de los actores armados, si bien son menores son más contundentes en términos de la violación de los Derechos Humanos e infracciones al Derecho Internacional Humanitario, entre éstas el desplazamiento forzado como principal estrategia de guerra en el país. Así mismo, según informe de Codhes, en los últimos 18 años, 2.900.000 colombianos y colombianas han sido expulsadas de sus zonas por causa del conflicto armado.

Personas que han sido secuestradas En cuanto al secuestro, la Fundación País Libre muestra cifras de los últimos años.

Año 1997

1.675 personas

Año 1998

3.014 personas

Año 1999

3.334 personas

Año 2000

3.706 personas

Año 2001

3.041 personas

Enero – octubre de 2002

2.253 personas

TOTAL desde enero 1997 a octubre de 2002

17.023 personas que han sido secuestradas

Esta cifra es un dato sin precedentes para el resto del mundo. Los departamentos en los que es más frecuente este delito, para el año 2002 son Antioquia con un 19.7%, Cesar con un 8.5%, Cundinamarca con 7%, Magdalena con 5.7%. Valle del Cauca con 5.4%.

20


Así mismo, según esta Fundación los principales autores de los secuestros en el 2002 son: FARC

30.5%

ELN

26,1%.

Sin establecer el autor

18,6 %;

Delincuencia común

15,3 %,

Autodefensas

6,1%

Otros grupos guerrilleros como ERP, EPL, ERG

3,5%.

Es necesario anotar que las cifras que presenta País Libre no son exclusivas de conflicto armado, sino que involucran secuestro por delincuencia común.

b. Recrudecimiento de los métodos degradantes para hacer la guerra Teniendo en cuenta que la guerra se expande cada vez más en el territorio colombiano, esa expansión hace que se desdibuje el campo de batalla militar de tal forma que es la población inerme la que se ve afectada cada vez más intensamente por la confrontación. De acuerdo con Alejandro Valencia14: nuestros guerreros «no poseen un concepto de lo que resulta honorable o no para un hombre armado...la actitud de los actores armados cada vez ha desdibujado más la distinción entre enfrentamiento bélico y barbarie». También es frecuente la forma en que los grupos armados acuden a ciertos métodos como las minas antipersonales, torturas, emboscadas, bombas, entre otros, considerados como no convencionales, haciendo que la degradación de las acciones militares cobren vidas inocentes, afecten contextos cada vez más amplios en donde las víctimas siguen siendo los habitantes que quedan en medio de estos métodos denigrantes de la vida y la dignidad. Esta situación es producto y alimenta a su vez la naturaleza misma de nuestra confrontación armada: Es una guerra irregular, es decir, carece de bandos claramente definidos, no es una guerra de grandes batallas, sino más bien una cantidad de pequeñas operaciones.15 Es un conflicto de muchos años, lo cual ha significado el desgaste de sus ejércitos y por lo tanto de sus métodos. Al interior de las guerrillas y los paramilitares no existe un mando único que explique las acciones cometidas por sus bloques o frentes; esto hace que en determinadas regiones la guerra tome cursos mucho más crudos que en otras en una cadena de venganzas tras venganzas.

21

14

VALENCIA Alejandr Alejandroo. «Cinco interrogantes a propósito del Derecho Internacional Humanitario en Colombia» en Revista Controversia, N 176, Abril 2000. Pg 86. Citado en el documento Sobre los costos humanitarios de la guerra elaborado por Raquel Victorino Cubillos y Teófilo Vásquez, CINEP, 2002.

15

Sobre las características de la guerra irregular on podemos ver a Friedric riedrichh vvon der He Heyydte La guerra irregular moderna, Eir de Colombia, Bogotá, 1987. Pp 3 y ss.


16

Informe Panorama de la Comisión Colombiana de Juristas. Op.Cit. 17

La definición de este apartado es la misma que el cuadro que se cita más arriba del informe de la Comisión Colombiana de Juristas. 18

Nota del cuadro que publica el informe de la Comisión Colombiana de Juristas. 19 “Se considera como masacre el homicidio de cuatro o más personas dentro de las mismas circunstancias de tiempo y lugar”. Comisión Colombiana de Juristas. Ibídem. 20

Informe Panorama de la Comisión Colombiana de Juristas. Op.Cit.

En los últimos años nos hemos visto frente al crecimiento de todos los bandos, tanto del ejército, los paramilitares, como de las guerrillas. Algunos han hablado de un empate negativo, ante el cual la diferencia la hace aquel grupo que sea capaz de acabar con el otro sin importar los medios, así como de involucrar a la población en el conflicto.

Personas que han sido víctimas de la tortura En el periodo abril de 2000 a marzo de 200116 , 327 personas han sido víctimas de la tortura, violándoles su derecho fundamental a la vida y a la integridad personal y constituyéndose este hecho en una infracción al derecho internacional humanitario: Presuntos autores

Personas torturadas dejadas con vida

Agentes del Estado

3

Personas asesinadas encontradas con evidencias de tortura 2

Paramilitares

3

148

151

21

21

12

12

Guerrillas

Total de víctimas de tortura física 5

Grupos armados sin identificar 17

Sin identificar

1

137

138

TOTAL

7

320

327

21

Nota del cuadro que publica el informe de la Comisión Colombiana de Juristas.

“N.B. Los actos atribuidos a paramilitares como presuntos autores no excluye la eventual participación de agentes del Estado por acción u omisión”18 19

Personas que han sido víctimas de masacres

En el periodo abril de 2000 a marzo de 200120 , 1.383 personas han sido víctimas de las masacres Presuntos autores

Masacres

Agentes del Estado

Víctimas muertas

Víctimas heridas

Total de Víctimas

3

24

4

28

Paramilitares

179

1.129

74

1.203

Guerrillas

21

116

7

123

Grupos armados sin identificar TOTAL

4

27

2

29

207

1.296

87

1.383

“N.B. Los actos atribuidos a paramilitares como presuntos autores no excluye la eventual participación de agentes del Estado por acción u omisión”21

22


Otras infracciones al derecho internacional humanitario En el periodo abril de 2000 a marzo de 200122 , 3.023 personas murieron como víctimas de infracciones al derecho internacional humanitario. Los hechos perpetrados fueron: ejecuciones individualizadas, masacres, desapariciones forzadas, acciones en retenes, ataques aéreos indiscriminados, ataques terrestres indiscriminados, minas antipersonales, fuego cruzado, combatientes muertos fuera de combate, y, combatientes muertos en combate por el uso de armas prohibidas. La mayor parte de cifras que se presentaron anteriormente corresponden a periodos de un año. Si cada año estamos viviendo esta tragedia, ¿cuál será la magnitud de la misma si sumamos todo estos años de guerra que hemos sufrido?. Estos datos, detrás de los cuales hay rostros particulares, historias, familias, nos dan la oportunidad para seguir pensando si en realidad es este el panorama que deseamos continuar viviendo en un futuro cercano.¿Cuál será nuestra tarea para la reconstrucción de un clima de estabilidad y libertad en donde no seamos la presa que busca el león? Estas y muchas más inquietudes son las que nos plantea este breviario de un problema cuya magnitud estamos desconociendo y que más temprano que tarde toca a nuestro vecindario, a nuestra puerta y a nuestra conciencia, si insistimos en la indiferencia y la inmovilidad civil, o peor aún, si nuestra opción es la guerra.

23

22

Informe Panorama de la Comisión Colombiana de Juristas. Op.Cit.


“LO QUE MATARON fue mi voz” Rosario es una líder universitaria costeña que debió emigrar a Bogotá por amenazas.

“Hace siete años vivo en Bogotá. Era líder estudiantil cuando empezaron los crímenes

de dirigentes sindicales, de campesinos, de estudiantes. Me convertí en objetivo militar por una asociación perversa: además de dirigente estudiantil me interesaba la problemática indígena. Terminé siendo políticamente extraña hasta para la universidad donde estudiaba. Comenzaron las llamadas a mi casa, a rondarme carros extraños, como en una película de Hitchcock, con trasteos a medianoche y sin poder dormir. Entonces tenía una niña, de seis meses de nacida, y esperaba otra. Mi compañero se encargaría de ellas. De la universidad me llegaron las advertencias: que cuídese, que no salga, que no hable. Mi único sueño en realidad era caminar, y terminé corriendo. En Bogotá no tenía con quien hablar ni de qué hablar, entonces me tocó quedarme callada. Podía durar semanas, días enteros, sin pronunciar una palabra, pero comencé a abrir los ojos, a despertar de un largo sueño. Me preguntaba: bueno, ¿por qué estoy aquí? ¿qué hice? A pesar de que me encontré con gente que conocía, no era igual. Ya no era la líder que venía a una reunión, no. Mi relación con esos viejos amigos era de víctima: “vamos a ver a la pobre costeña, cómo le ayudamos a la pobre mujer”. Es doloroso después de tener un reconocimiento, terminar como víctima. No era autónoma, no podía moverme a donde quisiera. Esa situación cambió mi relación con las personas. Desde la razón busqué respuestas. Luego dije: bueno, no será fácil, sobre todo en un ambiente que no es el tuyo, pero hay que asumir.

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Empezaron los señalamientos: “se lo buscó”. Y las recriminaciones de la familia: “nos pusiste en riesgo a todos”. Las preguntas de los amigos: ...y tu hermana, ¿qué fue lo que hizo? Se oyen comentarios tenaces: “ah, la hicieron salir corriendo”. Todavía mi mamá me recrimina el hecho de que me haya metido en estas por ir “a la universidad a hacer cosas distintas de estudiar”. Querían condenarme al silencio. Y lo lograron. Me considero muerta porque de alguna manera lo que mataron fue mi voz. No necesariamente tenían que ponerme un balazo en la cabeza pa’ decir que estaba muerta. Me tocó morirme, morirme en todo. Morirme en los huesos, quedarme callada, carcomerme frente a mis hijas, carcomerme frente a mi compañero porque él fue muy solidario al venirse a Bogotá, pues como indígena nunca había salido de su comunidad. Y entonces me echó la culpa de tener que dejar su tierra, su mamá, su gente, su vida. Mi hija mayor no me perdona porque dice que la abandoné. Tuve que pedir perdón, aguantarme en silencio la humillación de callar. Además en Bogotá, sin nadie, porque aquí nadie es familia tuya. En mi esencia puedo seguir siendo una mamá costeña, pero comparada con mis hermanas soy de otro tipo. Aquí pasan 24 horas, días, sin ver a mis hijas. Todo cambia: el estilo de vida, la comunicación, la forma, las relaciones familiares. Entonces recurro al camuflaje como estrategia de supervivencia. Aquí no saben que soy desplazada, pero una vez me identifican, vuelvo al estado de víctima. Es un juego como de aparente olvido, pero las crisis te delatan. He intentado zafarme de eso. Trato de no recibir ayudas ni de la de la Red de Solidaridad. Si toca joderme para comer, me jodo. Pero no voy a perder mi dignidad mendigando ayuda. Y en la medida en que me libero de todo eso, me siento con más fuercita. Eso lo van percibiendo los otros, pero en el fondo uno sigue siendo víctima, pues no vuelves a recuperar la tranquilidad el resto de tu vida. No creo mucho en los proyectos de vida: tener una casa, una familia. No hago ese tipo de planes. Proyectarme me angustia: ¿cómo voy a asumir a mis hijas adolescentes aquí, sin mi mamá, sin mis hermanas, sin mis primas, parte fundamental en una familia costeña? Mejor ni pienso, ni siento, ni sueño, ni aspiro, ni nada. Antes deseaba que mi mamá viniera, ahora ya no porque entiendo que mi mamá se aburre acá, es otra vida. Eso es horrible pero es el ambiente. Uno se acuesta tranquila si tiene la mamá al lado, pero ese sueño no lo puedo tener. No puedo aspirar a tener a mi mamá cerca. Si trato de darle explicación a eso desde la emoción, me vuelvo m..., y vuelta m... yo no puedo asumir nada. Entonces me toca manejar las cosas desde la razón, pero yo no puedo, como que ya no sé.....

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¿LA GUERRA NOS NECESIT A? NECESITA? Las palabras de Rosario nos permiten adentrarnos en ese mundo que se trastoca por completo cuando irrumpe en nuestra vida lo inesperado. Rosario sabía que, como siempre, la vida cambia, se mueve, y ella tendría que adaptarse, pero seguramente nunca imaginó que sería la guerra la que abruptamente cambiaría su existencia. Como Rosario, millones de hombres y mujeres han visto trastocadas sus vidas y las de sus hijas, hijos y familiares a consecuencia de la guerra. Miles de personas han silenciado sus voces, ya sea porque a donde van no conocen a nadie y creen que es mejor no hablar, o porque estando donde han vivido toda la vida, las ideas no pueden circular libremente, pues pueden ser motivo de señalamientos de uno u otro bando. Muchas y muchos jóvenes se han visto sometidos al poder de algún actor armado y algunos de ellos integran sus filas, de manera voluntaria o no. Centenares de familias sobreviven diariamente prendidas a la esperanza pero con la angustia infinita de la ausencia del secuestrado/a. Muchos campesinos/as duermen hoy bajo el techo de un coliseo, expulsados de sus tierras, que se encuentran en medio de los intereses que se juegan en la guerra. ¿Y por qué Rosario, como todos estos hombres y mujeres, se ve envuelta en esta situación? Quizá la respuesta la conozcamos todos/as, pero aún no la hemos dimensionado: la guerra necesita de las personas, busca involucrarlas, necesita que hagan parte de ella. Esta es la manera que tiene la guerra para alimentarse. Tristemente, los ejemplos son muchos: cada vez más (y esto se ha dicho suficientemente) la población civil vive el horror de las masacres, las muertes selectivas, el desplazamiento, el secuestro y también otras formas – quizá más sutiles pero igual de destructivas –, como el control de la vida social, de las redes comunitarias, de la dinámica laboral de uno u otro municipio del país. Abordaremos más adelante las diferentes formas como se ve involucrada la población civil en la confrontación armada. Por ahora, queremos llamar la atención en cómo la guerra y los costos sociales que produce crean una determinada manera de relacionarnos como colombianos y colombianas, que facilita la reproducción de la violencia armada en el país. Muchos de nosotros/as conocemos de cerca los efectos que deja un secuestro, la destrucción de organizaciones comunitarias, el desplazamiento, o la descomposición de una fami-

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lia cuando uno de sus miembros ha sido asesinado/a. El miedo, el dolor y el odio hacia quien cometió el hecho invade a las víctimas. Si tenemos en cuenta que en Colombia todos los actores armados han cometido actos de violencia no sólo contra los grupos armados que combaten sino contra la población civil, el resultado es una sociedad en donde hay odios múltiples y cruzados; odios que provienen de diversos sectores sociales y que se proyectan hacia los distintos actores de la guerra y hacia todo sector, grupo o población que señalen como cercano. Frente a este panorama tenemos una sociedad dividida, afectada profundamente en sus relaciones sociales. Una sociedad donde la lógica de la guerra se va abriendo camino, donde los odios cosechados por tanto tiempo van radicalizando la forma como interpretamos lo que vivimos y resultamos creyendo profundamente que el mundo se divide en buenos y malos, donde “naturalmente” estos últimos deben desaparecer. Terminamos identificando enemigos/as y buscando crear alianzas con nuestros amigos/as. Así, reproducimos la lógica de la guerra: los “otros” son una amenaza, te van a hacer daño, y por tanto debes estar del lado de quien te ofrece protección, es decir, del lado de los buenos. Aunque reconocemos que el odio que sentimos hacia quien nos hace daño es natural como consecuencia del dolor que experimentamos, queremos llamar la atención en que estos odios van transformando las relaciones sociales: el miedo y la desconfianza se convierten en la base del encuentro con los otros/as. En esta lógica estamos tejiendo una sociedad cuyas relaciones se basan en el temor y la necesidad de estar aliado a algún poder armado para sentir seguridad. Si alimentamos este tipo de sociedad – consecuencia de la guerra y tierra abonada para ella misma –, la apuesta no puede ser solamente a que la confrontación armada termine en el campo de batalla. El trabajo es deslegitimar la guerra también en la mente y el corazón de todos los colombianos y las colombianas; esto pasa por desmontar la lógica que la sustenta. Para ello surgen, al menos, dos tareas urgentes: la primera, estar atentos a cómo en la vida cotidiana nos vinculamos a esta lógica de polarización y cómo seguimos alimentando el círculo de la guerra; desde cuando opinamos algo al ver el noticiero, hasta cuando toleramos un hecho de guerra. Un segundo reto es ver qué podemos hacer frente a tanto dolor acumulado, tantos odios que circulan en las aulas escolares, en la calle, en las veredas; cómo construir la confianza que nos permita acercarnos a otros/as para forjar un proyecto colectivo como grupo, como vereda, municipio, y país. Construir una opción autónoma como sociedad civil distanciada de los actores armados y de esta manera romper el círculo que alimenta la guerra.

27


23

Centro de Investigación y Educación Popular.

24 Victorino Cubillos Cubillos, Raquel. “Sobre los costos sociales del conflicto armado”. Documento que integra el estado de arte sobre los costos de la guerra en Colombia realizado por el Cinep, dentro del proyecto coordinado por el Programa por la Paz.

Una reflexión desde las ciencias sociales sobre los costos sociales de la guerra A continuación presentamos algunos resultados del trabajo realizado por el Cinep 23 y que nos permite visualizar los costos de la guerra. El trabajo de investigación se basa en lo que han planteado diferentes investigadores/as acerca de los costos sociales de la confrontación armada en el país24 . Dado el carácter de este documento, es preciso anotar que no hay consenso entre los investigadores/as sobre lo que puede llamarse un costo de la guerra.

LA GUERRA INVOLUCRA A LA SOCIED AD SOCIEDAD La vinculación forzada de la población civil en la confrontación armada es la principal consecuencia que está afrontando la sociedad colombiana. Esta vinculación depende del desarrollo de la confrontación armada en cada región, del grado de organización comunitaria, del tipo de población, etc. Una de las principales consecuencias de la vinculación forzada de la población civil al conflicto armado es el daño que este último ocasiona al tejido social de las comunidades, es decir, a la red de relaciones que un grupo humano construye y con base en el cual desarrolla su vida social. De igual forma, se destaca el desplazamiento forzado y el secuestro como manifestaciones crueles del costo social que estamos pagando todos los colombianos y colombianas.

a. Efectos de la guerra sobre el tejido social La prolongada duración del conflicto armado y su influencia ha arrojado como costo la consolidación de grupos armados ilegales en determinados territorios. Este es el caso de zonas de colonización y sitios donde se ha dado la presencia histórica de un solo actor armado que a lo largo del tiempo se fue convirtiendo en articulador y regulador de las relaciones sociales; de esta manera la población civil ha terminado aceptando de manera más o menos voluntaria un determinado orden, diferente al del Estado central colombiano. Sin embargo, en el último tiempo esta forma de presencia de los actores armados ha cambiado por la degradación de los métodos que han empleado para hacer la guerra, ocasionando abusos de autoridad, excesos de poder, ataques a la población, lo cual en muchos casos ha ido llevando a cambios de adhesiones que se han evidenciado con fuerza en Urabá, Magdalena Medio y otras regiones del país. De esta manera, se va pasando de una lógica de protección a una de terror para mantener el control territorial, lo cual implica el sometimiento de la población.

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Por su parte, las regiones cuyo control se disputan los grupos armados resultan ser las más afectadas. Los grupos armados buscan la homogenización de la población mediante la imposición de normas, prácticas y comportamientos. Allí se utiliza la lógica del terror para lograr la sumisión por parte de la población; se presenta una fuerte ruptura del tejido social y una alteración de las relaciones cotidianas de la comunidad que se expresa en: rompimiento de las redes comunitarias, miedo generalizado, formación de estereotipos que llevan al señalamiento y la desconfianza, ruptura de la identidad social y cultural, y conformación de redes de militantes, informantes, colaboradores, simpatizantes.

25

Proceso por el cual se desplazan o asesinan un número importante de personas de una región, y luego se recompone la base social con las personas que quedan y con otras nuevas que llegan aceptando las condiciones del “nuevo orden”

26

Cuando un grupo armado logra desplazar a otro de un territorio, se utiliza la estrategia del repoblamiento25 , hecho mediante el cual se establece una homogenización de la población, impidiéndose la pluralidad social, cultural y política. Las redes comunitarias, los trabajos comunes, los lazos de solidaridad se ven afectados. Las poblaciones responden de manera diferente a este hecho; algunas de ellas, gracias a fortalezas culturales y organizativas que poseen, logran recomponer sus lazos sociales, generándose procesos de resistencia civil, de lucha por la autonomía y la autodeterminación, como las comunidades de paz, las comunidades negras de la ACIA26 , distintas comunidades indígenas, entre otras. A nivel familiar se identifican costos importantes. Las familias se están fracturando, hay una descomposición en las relaciones y una tendencia a resolver los conflictos por la vía de la violencia. Esto debido en gran parte al reclutamiento de niños/as en las filas de los grupos armados, el asesinato de los hombres – esposos y padres de familia – como consecuencia de la guerra, e incluso la creciente muerte de mujeres en acciones consideradas como homicidios políticos y ejecuciones extrajudiciales. Se pueden detectar otros costos sociales en la persecución, disminución y eliminación del movimiento social y sindical, o su cooptación por los diversos actores. De otro lado, para los jóvenes la guerra se convierte en fuente de trabajo (combatiente directo, apoyo logístico, informante de un grupo armado, etc.) y posibilidad de ascenso social, en una sociedad que les niega oportunidades y alternativas de futuro.

b. El desplazamiento forzado Del año 1985 hasta el 2000 se calcula que 2.400.000 personas fueron expulsadas de sus zonas por causa del conflicto armado. Esto significa un promedio de 17 personas por hora27. Cifras más recientes nos muestran que la dinámica masiva de desplazamiento se ha incrementado. La organización no gubernamental Codhes plantea que entre el 1 de enero

29

Asociación Campesina Integral del Atrato

27

BELL O, Mar tha. BELLO “Migración y desplazamiento forzado de la exclusión a la desintegración de las comunidades indígenas, afrocolombianas y campesinas” Mimeo. 2000. p. 4.


y el 31 de marzo de 2002 al menos 90.179 personas fueron desplazadas en Colombia. Según este informe, en el primer trimestre de ese año en promedio se desplazaron mil personas cada día, 42 cada hora, un hogar cada diez minutos. El desplazamiento forzado es quizás uno de los costos sociales y humanitarios más graves del conflicto armado. Las personas y comunidades en situación de desplazamiento han sido desarraigadas de sus referentes de identidad personal y colectiva, han perdido su lugar de residencia y la trama social en la que vivían, son perseguidos por una causa, que en la mayoría de los casos no comprenden muy bien; experimentan la sensación de ser una especie de «apátridas», puesto que no pueden hacer valer sus más mínimos derechos en espacios y lugares que les son absolutamente hostiles. Se da una ruptura brutal con una forma de vida. En términos socioeconómicos se pasa de la pobreza campesina a la miseria urbana, puesto que se pierde el alimento y el espacio, experimentándose inestabilidad en las condiciones básicas de vida y la sensación de no pertenecer a ninguna parte. El desplazamiento forzado afecta no sólo a quienes deben migrar de su territorio y dejar todo atrás, sino también a aquellos/as que reciben la población desplazada, pues se incrementa el trabajo infantil, el sobreempleo, el desempleo y la miseria. En situación de desplazamiento el papel del hombre y la mujer en las relaciones familiares y de pareja se transforma, el tiempo de la familia para estar juntos se ve disminuido drásticamente. Las habilidades de los hombres campesinos generalmente no son útiles en las ciudades, mientras las mujeres casi siempre se emplean en el servicio doméstico, con lo cual pasan a ocupar el rol de proveedoras. Con frecuencia, los trabajos que consiguen las mujeres y los hombres suelen estar acompañados de condiciones de sobreexplotación, además de las dificultades para adaptarse a un régimen laboral que implica horarios y disciplinas diferentes a las del campo. Las presiones que enfrentan las familias en estas nuevas condiciones pueden llevar a situaciones de violencia intrafamiliar y por otra parte los índices de desempleo pueden llevar a la familia a la mendicidad o a la delincuencia de alguno de sus miembros. En las poblaciones en situación de desplazamiento se presentan nuevas formas de relación y de interlocución con otros actores sociales. En algunos casos, las personas deciden alejarse de toda experiencia organizativa, por miedo a ser identificadas o porque los motivos del desplazamiento estuvieron asociados a presiones sobre las organizaciones comunitarias. No obstante, existen muchos ejemplos en los cuales la población asume nuevas formas de liderazgo y participación en espacios colectivos, pues la organización comunitaria se convierte en la estrategia básica de interlocución con el Estado para la demanda de atención y servicios.

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c. El secuestro

28

El secuestro es una forma cruel de involucrar a la población civil en la guerra. Según la Fundación País Libre, desde enero de 1997 hasta octubre de 2002 han sido secuestradas 17.023 personas28 . Esta cifra es un dato sin precedentes para el resto del mundo.

Cabe anotar que estas cifras no son exclusivas de conflicto armado, sino que involucran secuestro realizado por la delincuencia común.

29

Todas y cada una de estas personas que han sido secuestradas son víctimas de la violación al conjunto fundamental de sus derechos humanos: a la libertad y la dignidad, la amenaza a la vida, a la propiedad, al trabajo, a un medio ambiente sano, a la libertad de locomoción, de expresión, a la intimidad, al libre desarrollo de la personalidad29 . Para el grupo de trabajo de psicoanálisis vincular dirigido por la psicóloga Myriam Alarcón de Soler, en el secuestro “el poder de un ser humano sobre otro alcanza su máxima perversión. Reduce la vida humana al estatus de mercancía”30 . El respeto a la vida y a las diferencias, por un lado, y el respeto a la propiedad ajena, por otro, son las normas básicas que le permiten a un sujeto sentirse perteneciente a un grupo social, sentirse contenido en una sociedad específica. Con el secuestro estos dos elementos básicos se violentan; el secuestro se convierte en el “robo a la vida del otro” 31 .

Programa presidencial para la defensa de la libertad personal. “¿Contribuiría la pena de muerte a erradicar el secuestro en Colombia?” 1999. Sedle Espinell BenAmy, Guillermo Pérez Florez, Martha Lucía Aristizabal. Citado en: Secuestro y conflicto de pertenencia: un cuestionamiento al ideal del espacio terapéutico. Myriam Alarcón de Soler y otros.

30

El secuestro tiene efectos negativos en los espacios vitales tanto de la víctima como de su familia. “Desde el momento del plagio la víctima ha tenido que renunciar a su dignidad humana, someterse completamente a los captores para poder preservar la vida, sin que esto sea a veces suficiente para lograrlo” 32 . La pérdida de la intimidad, el temor permanente de morir, los sufrimientos físicos por la permanencia en pasajes inhóspitos, la tentación del suicidio o la fuga, la presión de un tiempo que no transcurre, que se ha detenido, la convivencia con los captores 33 , son, entre otras, las circunstancias que perturban el mundo interior (intrasubjetivo) del secuestrado/a. El secuestro también trastoca el nivel de las relaciones interpersonales (nivel intersubjetivo) de los afectados/as. Esta experiencia redefine los vínculos familiares y sociales. En medio del secuestro, la tensión familiar llega a límites extremos por la presión que ejerce el tomar decisiones sobre cómo manejar la situación. “Las familias rehacen su vida sin la persona ausente, pero con profundas lesiones alrededor de esa ausencia” 34 . Aristizábal describe los sentimientos de la familia como una montaña rusa emocional, donde la impotencia, la culpa, el miedo y la angustia, las ideas persecutorias, entre otras, entran a ocupar un espacio central en la vida familiar (cfr Aristizábal, 2000)

31

Myriam Alar cón de Soler Alarcón y otros. “Secuestro y conflicto de pertenencia: un cuestionamiento al ideal del espacio terapéutico”.

31 32

Ibídem. Ibídem.

33

Mar tha Lucía Aristizábal. Martha Cómo sobrevivir al secuestro. Bogotá, 2000.

34

Myriam Alar cón de Soler Alarcón y otr os os.. Op.cit. otros


35

Ibidem. Subrayado en el original. 36

ibídem

Por su parte, la sociedad amplia (nivel transubjetivo) también está siendo profundamente afectada por el secuestro. El aumento dramático de este delito lleva consigo el incremento de la sensación de indefensión y amenaza. “Es como si el círculo se cerrara más y más, alrededor de cada uno de nosotros (...) La amenaza del secuestro se ha tornado generalizada e indiscriminada. De esta manera se han roto los límites mínimos de seguridad e irrumpe el sentimiento de vulnerabilidad”35. Frente a esta situación, y en un contexto de múltiples violencias, el efecto más significativo a nivel social es la afectación sobre la pertenencia. El país, su sociedad, se convierten en una amenaza para los sujetos: se presenta por ello la huida de colombianos/as hacia el exterior con el dolor que produce el desarraigo de su patria. La sociedad también reacciona a este sentimiento de vulnerabilidad buscando mecanismos de tipo mesiánico (“una autoridad que ponga orden”)36 que le permita de nuevo a los ciudadanos sentir que están contenidos en un orden social que respeta los niveles mínimos de convivencia. Lamentablemente, en medio de esta situación las posiciones se polarizan. Se quieren atacar las manifestaciones violentas de un conflicto olvidando sus causas; así se cae en círculos viciosos de violencia en donde adquieren cada vez más espacio las salidas de fuerza para resolver los conflictos, pues las fuerzas de oposición son vistas como amenazas a combatir. De esta manera, se moviliza la opinión pública para generar un clima favorable a la guerra. El secuestro y el desplazamiento forzado son algunos de los más significativos costos sociales de la confrontación armada y a su vez expresan cómo la guerra se nutre de involucrar en ella a todos los grupos humanos, independientemente de su condición social, edad o región.

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‘EN ARBOLEDA ya nada es igual’ Este testimonio fue posible gracias a la colaboración de Bernardo Tabares, presidente del Comité de Cafeteros de Arboleda (Caldas).

“Por fin oímos hablar de tu pueblo”, me dijeron por entonces varios amigos como

consecuencia de la toma y destrucción, a manos de la guerrilla, de Arboleda (Caldas), en la mañana del sábado 29 de julio de 2000. Aquel hecho solo ratifica una verdad dolorosa: los colombianos vamos conociendo el país, más por los horrores de la guerra, que por la virtud de sus gentes y la belleza de sus paisajes. Atónitos escuchamos, leímos y vimos los horrores de la cruenta toma: quemaron a una mujer viva, jugaron con las cabezas de dos policías muertos (de 12 que mataron), tiraron por tierra la iglesia, la casa cural, el puesto de salud y medio centenar de casas. Pero al contrario de otros ataques -que desde luego indignan-, este, por razones obvias, nos revivió la memoria de la propia vida. Arboleda es un caserío de pequeños propietarios, fundado en la década del 20 por los abuelos colonizadores que, salidos del oriente antioqueño, bajaron por Sonsón hacia el cañón del río Samaná. Físicamente eran siete cuadras de una calle extendida a lo largo del lomo de una montaña con casas de tapia, madera y tejas de barro. Un pueblo donde nada abundaba sin que faltara lo esencial. En 1970, en busca de educación, viajamos a Medellín. Salimos en caballos montaña abajo desandando el atajo de los colonizadores y hacia las tres de la tarde llegamos a Puente Lindo, donde un bus ‘escalera’ nos trajo para siempre a Medellín. La prosperidad de la que gozábamos en el pequeño pueblo alcanzaba solo para ser habitantes de un barrio popular de la inmensa ciudad donde nos robaron la bicicleta de los recuerdos.

33


Al regresar, ya adolescentes, Arboleda se había empequeñecido ante nuestros ojos. Sus calles eran más estrechas, su parque pequeño. La casa grande de corredor interior se había convertido casi en una casa de muñecas, pero el pueblo seguía pujante. En los 80, con una nueva generación de líderes, por fin ingresó el primer carro al pueblo, llegó la energía eléctrica y se reemplazó el teléfono de cuerda por modernas líneas digitales. En aquel tiempo, la paz de Arboleda era, de vez en cuando, alterada por los heridos y los muertos que dejaban las borracheras de los domingos. En los 90 todo cambió. Con la quiebra cafetera llegó la guerrilla, que se asentó en esta geografía arisca de grandes cañones y montañas empinadas. Todos sabían que los guerrilleros gobernaban en los campos, que reclutaba menores de edad, que los comandantes cometían tropelías y arrojaban cadáveres a los ríos. Pero a nadie le alcanzaba la imaginación para pensar que destruirían el pueblo, hasta que hace justo un año, en la montaña del frente, al lado de Antioquia, se tomaron y destruyeron el municipio de Nariño. Desde entonces se esperaba, día y noche, el Apocalipsis. Y el Apocalipsis llegó ese sábado, con un carro-bomba que demolió la iglesia de cúpula plateada, el puesto de salud, la inspección de Policía y varias decenas de casas. Hoy, más de dos años después de aquella dantesca mañana, Arboleda ha vuelto a ser el anónimo pueblo de entonces, solo que más olvidado que nunca. De ese tiempo a la fecha, del centenar de familias que se asentaban allí, 20 se marcharon para siempre y sin mirar atrás. Como se cayeron los precios del café, muchos negocios echaron candado. Ya nadie quiere ir a los cultivos por temor a que los maten. No hay ni estación de policía ni policías. Y, como en el Comala de Pedro Páramo, las casas abandonadas le dan a Arboleda un toque de pueblo fantasma. ¿Qué cuál es el costo económico de esta guerra?, me preguntan. Lo podría resumir en una frase: hambre, miseria y abandono.

PASAR DE LA EUFORIA A LLOS OS CALCUL OS MÁS SERENOS CALCULOS En distintas ocasiones de la vida nos repetimos que el tiempo es el mejor cómplice para sanar y olvidar. Sin embargo, si el costo económico de esta guerra es hambre, miseria y abandono, como lo dice Bernardo Tabares, uno se pregunta si el tiempo nos ayudará a superar esto, o por el contrario, incrementará y hará extensiva la pobreza en el país.

34


Si entendemos la economía, no sólo como crecimiento material, sino como vía para construir desarrollo para todos los colombianos y colombianas, podemos preguntarnos con preocupación lo que genera la guerra en la economía colombiana. La guerra es una actividad – desde el punto de vista económico – sumamente costosa por la cantidad de gastos en que se incurre (armamento, alimentación de hombres, indumentaria, entrenamiento, etc.). Estos gastos se financian, por un lado, generando un sobrecosto a la economía legal, es decir impuestos para el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas, vacunas de diferente tipo que cobran los grupos armados ilegales a sectores como el petrolero, el bananero, la ganadería, etc. De otro lado, la actividad económica irregular (narcotráfico, por ejemplo) generada por los grupos al margen de la ley sirve para alimentar la guerra y no se integra a los dispositivos que generan desarrollo dentro de los mecanismos de la economía nacional. En medio de este panorama, es necesario reconocer que la economía del país – en términos de crecimiento económico – está más afectada por el mismo modelo económico mundial (en donde los países llamados subdesarrollados llevan la peor parte) que por la situación de guerra que vive el país37 . Sin embargo, lo que sí podemos afirmar es que el funcionamiento de las dinámicas económicas que genera la guerra han profundizado los niveles de pobreza e inequidad en la sociedad. Los círculos de economía ilegal que alientan y protegen las guerrillas y los paramilitares generan una “riqueza” que no se traduce en mejoramiento de infraestructura de la región donde esta actividad se concentra, ni en mejores niveles de salud o educación para sus pobladores, mucho menos, en una distribución de la riqueza más equitativa. Peor aún, entre más aislada y con menor desarrollo esté la región, es más susceptible de seguir reproduciendo este tipo de economías ilegales. Prueba de lo anterior es la situación de regiones como la amazonía colombiana, donde se presentan extensiones amplias de cultivos de uso ilícito, y a la vez, existe una población sumada en el aislamiento y la pobreza, donde la circulación del dinero del narcotráfico no significa mejores condiciones para el desarrollo de la región, donde el Estado no ha sido capaz de integrar efectivamente estas zonas a la producción económica nacional y el mismo fenómeno de la guerra y la economía ilegal refuerzan tal situación. En conclusión, por una parte los grupos armados ilegales argumentando la búsqueda de una supuesta justicia social están articulados tanto a la economía legal como a la ilegal de tal manera que han podido y pueden sostener por muchos años esta guerra. Por otra parte, el Estado diciendo buscar mayores niveles de desarrollo y seguridad realiza una apuesta

35

37

La situación económica de Colombia no dista sustancialmente de otros países latinoamericanos donde no existe confrontación armada.


38

Centro de Investigación y Educación Popular.

39 Beltrán, Isaac ar Isaac,, Bolív Bolívar ar,, Ing rid JJ.. “Costos económicos Ingrid del Conflicto Armado en Colombia”. Documento que integra el estado de arte sobre los costos de la guerra en Colombia realizado por el Cinep, dentro del proyecto coordinado por el Programa por la Paz. Los datos que se citan a continuación pertenecen a diferentes fuentes consultadas por los autores Bolívar y Beltrán, y se encuentran citadas en el documento mencionado.

por un aumento militar estratégico para poner fin a la confrontación armada, lo cual no parece un escenario realizable en el corto plazo, como lo argumentaba el propio gobierno al inicio de su mandato y sí supone un sobrecosto a la economía. Como resultado de estos dos elementos tenemos una sociedad que se hace cada vez más desigual, con menos oportunidades de desarrollo integral y que cierra el paso hacia una economía más equilibrada y justa para todos/as. De nuevo en nombre de “altos ideales” se profundizan dinámicas económicas que nos alejan cada vez más de posibilidades de desarrollo equilibrado, integral y justo para todos/as.

Una reflexión desde las ciencias sociales sobre los costos económicos de la guerra A continuación presentamos algunos resultados del trabajo realizado por el Cinep38 y que nos permite visualizar los costos de la guerra.

40

Las acciones improductivas son aquellas en las que hay una transferencia de recursos. Las acciones destructivas son aquellas en las que un actor destruye los recursos de otros. En todo caso, los autores Ingrid Bolivar e Isaac Beltrán llaman la atención en que algunas acciones de los actores armados pueden ser clasificadas como productivas, pues exigen la producción de bienes y servicios, como el procesamiento de hoja de coca o la búsqueda de mercados para la exportación de sustancias psicoactivas. No se niega, por su puesto, el carácter ilegal de estas acciones.

El trabajo de investigación se basa en lo que han planteado diferentes investigadores/as acerca de los costos económicos de la confrontación armada en el país39 . Dado el carácter de este documento, es preciso anotar que no hay consenso entre los investigadores/as sobre lo que puede llamarse un costo de la guerra. De igual manera, es necesario mencionar que para el tratamiento del tema de costos económicos se privilegiaron aquellos datos y fuentes con reconocimiento académico que presentaran no sólo las cifras del impacto económico de la confrontación armada, sino la forma en que tales datos fueron construidos. Por tanto, algunas cifras pueden no corresponder a los últimos años, pues se seleccionaron aquellas que fueran más consistentes desde el punto de vista académico.

UN BALANCE SOBRE LA GUERRA EN COL OMBIA COLOMBIA Para abordar este tema, es necesario hacer una primera distinción entre lo que serían costos contables y costos económicos de la guerra en Colombia. Los primeros se refieren a los gastos realizados por los actores armados (guerrilla, paramilitares y ejército) para el sostenimiento de la guerra (armamento, alimentación, indumentaria, etc.), así como los gastos en que incurren los distintos sectores de la sociedad que se ven involucrados en la confrontación. Por ejemplo en el pago de rescates, extorsiones, y los impuestos establecidos por el gobierno con esa destinación específica. Desde este punto de vista, las acciones de los actores armados en medio de la guerra – que implican movimiento de recursos y por tanto generan costos – no son acciones productivas, por el contrario se pueden calificar como improductivas o destructivas40 . Identificamos este como un primer costo a nivel contable.

36


Por otra parte, los costos económicos hacen referencia al funcionamiento mismo de la economía nacional en medio de la confrontación armada. Esta perspectiva es precisamente la que se trabaja con mayor profundidad y en la que se identifican los siguientes costos económicos:

a. Los costos económicos de la guerra y los recursos del Estado En este primer punto se exponen algunas cuentas y cálculos sobre la cantidad de recursos que el estado colombiano utiliza para el “desarrollo del conflicto”, y que según los comentaristas, se está dejando de invertir en lo social o lo está perdiendo la sociedad como tal. Así mismo, se reseñan algunos trabajos que han criticado esta última posición. Para hacer frente al conflicto armado, Colombia incurrió en costos brutos anuales promedio en el periodo 1991-1996 de 1.5 % del PIB, que equivale41 a US$1.400 millones aproximadamente. Entre 1990 y 1998 los costos directos brutos de la violencia ascienden a un promedio anual de 3.2 billones de pesos que representan un 4.5% del PIB anual y se desagregan así:

Violencia urbana

$2.1 billones

2.95% del PIB anual

Conflicto armado

$1.1 billones

1.55% del PIB anual

Badel, 1999

De esta manera es evidente que los costos de la violencia urbana son más altos que los que implica el conflicto armado. Aunque el interés de este documento es esclarecer los costos económicos de la confrontación armada, es preciso saber que tales costos se articulan y mezclan con los costos de la violencia urbana. Los investigadores/as han mostrado que las acciones de los actores armados y sus lógicas territoriales y políticas están estrechamente conectadas con las actividades de la delincuencia común simple y aquella con rasgos de organización. En efecto, el conflicto armado opera como un contexto que favorece el desarrollo de prácticas ilegales, con la transferencia de recursos y activos desde los sectores productivos convencionales a los sectores criminales. En este punto cobra especial importancia la influencia del narcotráfico y el desarrollo de otras fuentes de riqueza en zonas de colonización (banano, petróleo, esmeraldas, oro) para el fortalecimiento de los grupos armados ilegales.

37

41

En cifras de 1999.


42

Los investigadores que se han ocupado de analizar los costos del conflicto armado han creado diferentes modelos explicativos para su medición. Para medir los costos en salud, vidas, desplazados se tienen en cuenta variables como la edad, nivel de escolaridad, proyección del ingreso entre otras. Para ejemplificar esto, ver anexo metodológico de Badel 1999. 43

Es importante tener en cuenta que los períodos a los que se hace referencia varía en el número de años.

Teniendo en cuenta lo anterior, el 1,55% del PIB anual que corresponde a los costos brutos del conflicto armado y que se mencionó anteriormente, se desagrega así: Costos brutos del conflicto armado42 (Cifras en miles de millones de pesos de 1995)

1991

1992

1993

1994

1995

1996

1997

1998

653.3

494.4 651.3

275.6

666.1

842.6

878.6

808.5

3.2

3.1

3.2

13.1

4.3

4.7

Prom.

%PIB

Exceso gasto militar Salud

658.2

0.91

5.2 0.007

Vidas conflicto

49.7

55.5

52.3

47.9

45.8

46.9

52.4

49.3

50.0

0.07

90.4

77.3

32.5

30.2

28.7

59.3

26.6

19.0

45.5

0.05

15.9

56.2

36.1

0.04

472.4

358.6

Ataques infraestructura Desplazados Secuestro-robo -extorsión

191.8

194.9 235.7

414.5

Total

985.2

822.1 975.0

771.3 1.226.5 1,400.2 1,450.2 1.296.3 1.115.8

%PIB

1.66

1.34

1.5

487.2

1.12

1.69

438.4 1.81

1.83

1.61

349.2 0.048 1.55

Badel (1999) Se llama la atención sobre el crecimiento del secuestro, robo y extorsión, así como el aumento del gasto militar. Respecto a los costos del conflicto armado sobre la infraestructura del país, analicemos los siguientes datos: Costos del conflicto sobre la Infraestructura43

Infraestructura

Período

Costo en millones de pesos del 2001

Costo en dólares

Eléctrica

1999-2001

53.160 millones

23,12 millones

Petrolera

1986-2001

987.792,1 millones

429,6 millones

Vial

1994-2001

11.524 millones

5,01 millones

Aeroportuaria

1991-2000

38.616,5 millones

16,79 millones

Ferroviaria

2000-2001

1.633,9 millones

710,6 millones

DNP (2002)

38


Por otra parte, a la hora de analizar los efectos económicos del conflicto armado resulta necesario conocer la composición del gasto militar colombiano. Según el estudio ya citado de Giha, entre 1990 y 1998, el 71.4% del gasto en fuerza pública (GFP) se dedicó a la remuneración de mano de obra activa y cesante –servicios personales y transferencias-. Un efecto económico del conflicto armado es vincular económicamente a todo ese personal por la vía precisamente de acciones de guerra; Giha llama la atención sobre las dificultades económicas y políticas de desvincular a esa población de la economía de guerra y reinsertarlas en una economía civil, pues implicaría, como efecto inmediato, un aumento del índice de desempleo tanto de capital como de mano de obra. En los últimos años se ha extendido en el país la idea de que una reducción en los costos monetarios asociados a la defensa y a la seguridad liberaría unos recursos financieros que podrían ser gastados en sectores sociales más productivos (Giha, 2000:21 y ss) Esta misma autora comenta que gran parte de los estudios sobre los costos económicos del conflicto parten de una noción de suma cero (0) entre el gasto militar y el gasto civil; en la mayor parte de estos estudios, se asume que aquellos gastos que no se ejecuten en materia de defensa quedarían automáticamente liberados para ser gastados en materia social. Esta perspectiva olvida que el gasto total del gobierno se expande o se reduce a través de distintas iniciativas políticas que pueden incluir una extensión de los impuestos o un aumento en el déficit fiscal.(Giha, 2000) Es preciso entonces dejar de creer que los recursos que el estado gasta en defensa y seguridad pasarían sin más a inversión social en el caso que el conflicto armado terminara. Estamos entonces frente a decisiones que afectan la economía pero son esencialmente de carácter político. En todo caso, queda la inquietud si una mayor inversión en lo social ayudaría a resolver de manera integral los conflictos que a su vez motivan y perpetúan la confrontación armada en el país. La información y los análisis que se han comentado hasta ahora permiten insistir en la profunda conexión entre el conflicto armado, el narcotráfico y la configuración de la economía nacional. En estos términos algunos autores44 han caracterizado el narcotráfico como modalidad ilegal reciente de crecimiento económico. El recorrido aquí planteado, hace énfasis en la dificultad para diferenciar lo legal de lo ilegal, económicamente hablando, y en las distintas conexiones entre el desarrollo del conflicto armado y las actividades características de la economía nacional.

39

44

Montenegro y otros, 2000


b. El aumento de los costos de transacción En este punto algunos trabajos plantean que la confrontación armada encarece el intercambio de ciertos bienes, añade incertidumbre y desconfianza a la interacción económica, dando por resultado una carga adicional a la actividad económica. La organización Medios para la Paz consulta datos del Ministerio de Relaciones Exteriores para afirmar por ejemplo que entre 1996 y el 2001, más de un millón de colombianos abandonaron el país y no regresaron. Señalan también que la inversión extranjera cayó de 1.200 millones de dólares en 1997 a 545 millones en 1999. Pese a estos últimos datos, no se puede afirmar que la única razón para la reducción en la inversión extranjera sea el desarrollo del conflicto armado, puesto que también es sabido que Colombia no es un país competitivo en términos de la formación técnica de su mano de obra.

c. Actores armados ilegales y su articulación a las economías locales Las guerrillas colombianas siempre fueron poco dependientes de fondos internacionales de países socialistas y de exiliados colombianos en el exterior. En general fueron desarrollando mecanismos de sostenibilidad desde adentro, en muchos casos asociados a economías regionales (ganaderas, agroindustriales), pero con mayor fuerza en la extorsión de compañías petroleras y en la relación con el narcotráfico. Fue precisamente esto lo que posibilitó en la segunda mitad de la década de los 80 la expansión y el crecimiento de estos grupos, y con ello la llegada a nuevas zonas donde la fuente de financiación se abrió también al secuestro. La fuerte articulación de los grupos armados ilegales a las economías locales se puede ejemplificar a través de los siguientes casos: En las zonas de colonización (suroriente del país), la guerrilla de las FARC llegó con los campesinos/as desplazados/as en la década del 50 y el 60. Fue esta guerrilla quien reguló la economía de la región desde el principio, haciendo las veces de «Estado». Allí la articulación se fue dando en torno a la economía del narcotráfico, inicialmente en la protección del negocio y luego con la vinculación en su comercialización. En Urabá el proceso fue diferente. Las guerrillas (EPL y FARC) se articularon con las demandas de los trabajadores del banano y allí establecieron un orden, que fue posteriormente reconfigurado por las Autodefensas Unidas de Colombia AUC. Sin embargo, todos estos actores han dependido del proceso económico del banano para su financiación. En las zonas del Magdalena Medio y Arauca, el ELN se ha fortalecido a través de la extorsión a la explotación petrolera, esto ha sido ocupado actualmente por las AUC en el Magdalena Medio y por las FARC en Arauca.

40


La articulación de las guerrillas a economías más integradas se hace a través del cobro de “impuestos” y/o vacunas. Así, por ejemplo, en el departamento de Arauca, las FARC exigen a empresas productoras de bebidas (dos nacionales y una multinacional) el pago del “impuesto” contemplado en la ley 002 45. Se calcula que las FARC de esta manera han recaudado cerca de $250.000 millones desde su instauración46. Estas realidades regionales afectan el funcionamiento general de la economía de un país, desdibujando cada vez más la frontera entre lo legal y legítimo frente a lo ilegal aceptado como legítimo. El resultado es que vastas zonas, como por ejemplo los territorios de colonización, nunca estén articulados al conjunto de la economía nacional debido a la presencia permanente de los grupos armados y a la incapacidad del Estado para incluirlos. El resultado de esta interrelación en la economía de los grupos armados ilegales se puede dimensionar a través de los siguientes datos: Tabla Ingresos de la guerrilla por actividad 1991-1996

(Miles de millones de pesos de 1995)

1991

1992

1993

1994

1995

1996

Total

Narcotráfico

154.4

157.9

195.4

219.2

238.0

685.4

1,650.2

Robo y extorsión

100.5

102.4

126.9

168.9

214.0

272.9

985.3

Secuestro

67.3

68.2

60.1

144.5

250.2

197.9

788.2

Producto inversión

Nd*

Nd*

30.1

84.7

Nd*

Nd*

114.8

Desvío de recursos

15.0

15.3

21.8

21.8

23.0

Nd*

96.9

Otros

11.5

11.6

Nd*

Nd*

Nd*

Nd*

23.1

TOTAL

348.8

355.3

434.2

639.1

725.2

1,155.9

3,658.5

% PIB

0.58%

0.57%

0.66%

0.92%

0.99%

1.54%

5.25%

DNP. (1998)

* no disponible Composición de las fuentes de recursos de los grupos guerrilleros:

Fuente de recursos

FARC

Trafico de drogas

48%

6%

Extorsión

36%

60%

Secuestro

8%

28%

Robo de Ganado

6%

4%

Otros recursos

2%

2%

41

ELN

Bejarano y Pizarro (2001)

45

EL TIEMPO, 12 de mayo de 2001; 1, 6

46

EL TIEMPO, 25 de abril de 2001; 1, 2-3


Para el caso de los grupos paramilitares la información es más escasa. El anterior jefe de las Autodefensas Unidas de Colombia AUC, Carlos Castaño, aceptó en una entrevista que por lo menos el 70% de sus recursos provienen de sus relaciones con el narcotráfico. De acuerdo al investigador Nazih Richani, los paramilitares tienen tres medios de ganar dinero y recursos: ellos cobran a pequeños negocios y corporaciones multinacionales cuyas operaciones caen dentro de su control territorial; recogen contribuciones de un grupo amplio de propietarios de tierra y de ganaderos; y trafican con drogas ilegales. (Richani, 2000:40. Traducción libre). El problema central en este punto es que los actores armados han alcanzado un altísimo nivel de autonomía, lo cual los hace poco dependientes de la comunidad internacional, el campesinado y la población civil de las regiones que dominan. Por ello priman sus estrategias militares sobre las políticas. Con los elementos abordados se ha querido insistir en que los efectos económicos del conflicto no se agotan en los recursos que el estado invierte en el desarrollo de la guerra, sino en la propia manera como los actores armados consiguen su financiación. El grado de conocimiento actual sobre el problema no permite saber cuales son todas las consecuencias de este tipo de funcionamiento ni cómo podrían transformarse esas economías localizadas y vinculadas a la guerra. Se sabe que la confrontación armada compromete distintas relaciones socioeconómicas en las regiones y que en esa medida su solución exige una comprensión de las diferencias regionales.

42


‘YO SOÑABA con una nube...’ El nombre y los sitios han sido cambiados para proteger la identidad del narrador, un menor de edad desvinculado del conflicto armado.

Soy Juan José, acabo de cumplir 17 años y llegué a la guerra un día de aguaceros

torrenciales sin que nadie me preguntara si quería. Cuando cumplí 7 años, mis papás partieron cobija. Me fui a vivir con mis abuelos. A los 8 años, junto con mi hermano mayor, me abrí de los viejitos. Dimos muchas vueltas, hasta que llegó la bonanza de la coca al Caquetá, donde nacimos y nos criamos. A los 15 años trabajaba como raspachín (recolector de hoja de coca), junto con mis otros tres hermanos. Me hacía diez arrobas diarias. La arroba la pagaban a 3 mil pesos. El dinero me lo gastaba ayudando a mi papá, comprando ropa o bebiendo trago. De mi mamá no sé nada. Hace diez años que la busco. Con lo que ganaba me compré un calibre 38, porque raspachín que se respete lleva su fierro al cinto. Y así me fui pa´ otro pueblo a buscar trabajo. Unos tipos me echaron mano, por sospechoso. Como nadie me conocía en ese pueblo, me tuvieron tres días amarrado a un árbol hasta que averiguaron todo sobre mí. Yo ya tenía 16 años. Un amigo que andaba con estos tipos me reconoció, les explicó que yo no era ningún infiltrado. Me volvió el alma al cuerpo, pero eso duró segundos porque me dijeron que, aún así, me tenían que ‘pelar ’ (matar), que qué podían hacer. Mi amigo le revolvió política al asunto, me dijo que no tenía otra opción: o me unía a su grupo o me tenían que matar; la verdad, me moría del susto, aunque tenía revólver, yo no sabía ni disparar, lo llevaba de puro paro. Sin querer, me había metido en la grande, si no echaba pa’lante era hombre muerto. El primer trabajo que me pusieron fue a cargar dos arrobas de ‘merca’ (cocaína) al hombro, desde el sitio donde estábamos hasta otro, a 15 días de camino, entre peñascos y precipicios. En las noches no hacía más que llorar, extrañaba a mi familia, pensaba que nunca más los volvería a ver.

43


Una vez llegamos con la ‘merca’ a nuestro destino, me trasladaron a unos campos de entrenamiento, cuando llegué al campamento lo que más recuerdo es a un peladito como de 12 años; a mí me daba risa verlo. Conmigo éramos 50, entre mujeres y hombres, durante dos meses no hicimos otra cosa que trotar y recibir instrucción sobre explosivos, artillería y polígono. Al sonido de un pito, todos teníamos que salir al patio a formar, fuera la hora que fuera, lloviera o no. No nos habíamos metido dos cucharadas a la boca y el bendito pito nos obligaba a dejar la comida. Muchos lloraban, en ese monte los días eran una copia al carbón. A las 6 desayuno, a las 9 merienda, a las 12 almuerzo, a las 3 merienda, a las 5 comida, a las 8:50 a dormir. Después de eso me integraron a un comando de siete unidades. Nuestra labor era organizar las masas, hablarle a la gente, arreglar los problemas de la comunidad. Luego pasé a un grupo de 25 unidades que tenía como objetivo buscar el billete para la comida, para la ropa, para el jabón, para la munición. Yo prestaba guardia. Hasta que llegó el tiempo de los combates de verdad. Para ‘matar’ el miedo nos comíamos todos los días, en ayunas, la pólvora de una bala. Así me fui acostumbrando a echar plomo y a no confiar en nadie. Ese mismo diciembre nos llegó la noticia de que iban a dejar libres a los menores de edad, le pedí a Dios que me sacara de ahí, soñaba con hacer mi casita pero ¡qué va! no nos liberaron y en lugar de salir, me fui quedando; con decirle que me nombraron reemplazante de escuadra. Ahí sí fue cierto, hubo más combates y bien fuertes porque estábamos para eso, pa’ echar bala ya fuera en la ofensiva o en la retaguardia, pero en todo caso pa’ combatir. Y si uno no dispara... pues le dan. El día que me cayó la esquirla, la balacera parecía un aguacero. De pronto sentí que se me mojó la espalda y me ví la mano roja; me arrastré como pude y salí. Así siguió mi vida hasta el día en que decidí entregarme a los militares y cuando lo hice, después de que me dijeron que me garantizaban la vida, me llevaron a hacer inteligencia para ellos. Imagínese cómo podía sentirme, del otro lado, dando dedo para que mataran a ex compañeros míos. Es que en este mundo no se puede confiar en nadie. Tengo un hermano que terminó con los ‘paracos’ (grupos de autodefensa). Mi papá fue hasta el campamento a decirles que se lo devolvieran, pero no quisieron. Ellos sabían que yo estaba en la guerrilla. Hace un par de meses mis otros dos hermanos salieron de la casa de mis abuelos y no aparecen ¿Qué les habrá pasado? No sé. Tengo miedo. Sé que los buscan para matarlos.

44


He soñado con salir de aquí y montar una panadería, pero ya no me hago sueños porque siempre me pasa lo contrario; es como soñar con una nube en la que no podrás montarte. Este país está vuelto mierda y todos piensan que la solución es más bala, con lo único que van a acabar es con el pueblo. Temo terminar en una cárcel por guerrillero. La verdad, prefiero pegarme una puñalada. Así para qué vivir, mire usted que hasta la tierra que compré la perdí: por ser menor de edad nunca hice papeles. Y si los tuviera, de nada me valdría: por esos lados muchos querrán matarme.

¿EN QUÉ NOS ESTÁ TRANSFORMANDO EST A GUERRA? ESTA La guerra nos afecta psicológicamente como individuos y como grupo social. Son cada vez más frecuentes los episodios de depresión, los sentimientos de dolor e indignación, de rabia o impotencia, que por vía de la repetición y la violencia de la guerra en muchos lugares se van convirtiendo en rasgos sociales generalizados; todo un ambiente en el que estamos envueltos pero del que no somos concientes, o si lo somos, permanece en el absoluto hermetismo porque no hay palabras para expresarlo, porque no interesa o porque los espacios para nombrar están cerrados. De alguna manera todos sufrimos los efectos psicológicos de la violencia: desde alteraciones del sueño por una imagen o comentario de la radio o la televisión hasta la excesiva irritabilidad e intolerancia ante una idea o hecho cotidiano. Es que sin duda uno de los campos de batalla de la guerra es precisamente el campo de la sicología humana, los actores de la guerra utilizan las emociones, los sentimientos, las historias personales como instrumentos para continuar con este espiral de violencia. La tortura, la intimidación, las amenazas, las desapariciones, las masacres, el secuestro, todas estas formas de violencia tienen un efecto no sólo sobre la vida física de las personas, sino un efecto psicológico destructivo muy fuerte sobre quienes rodean el hecho o a la víctima; estas prácticas desencadenan sentimientos de dolor, miedo, impotencia, odio, desesperación, rabia, y sobre todo dejan marcada la idea de que puede volver a ocurrir y que en cualquier momento puede ser uno mismo/a u otros más cercanos/as. En ello radica la eficacia del terror como instrumento de guerra; se infunde terror para disuadir, doblegar y controlar, para imponer, someter y dominar, para aniquilar psíquicamente impidiendo el pensamiento diferente, la construcción de alternativas y proyectos de vida fuera de la guerra. Vale la pena preguntarse entonces qué rasgos psíquicos va configurando la guerra en nuestra sociedad.

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Uno de estos rasgos se expresa en la idea que como sociedad estamos condenados a la violencia. Vemos la violencia como una conducta natural o por lo menos muy común; aceptamos fácilmente la violencia como una forma de ser y nos nombramos como “una sociedad violenta” a lo cual sumamos la idea de ‘no tener remedio’. Esta naturalización nos lleva a niveles de tolerancia inimaginables; pasa a ser normal el castigo como instrumento de aprendizaje, la represión cotidiana para mantener un orden, la ira descargada en el maltrato. Así, la conducta social violenta y la construcción de la personalidad desde estos parámetros es retroalimentada por la dinámica de la guerra, donde predomina la ley del más fuerte, la del que se impone por encima del otro. El aislamiento, el abandono, la desconfianza y la desolación son otros de los efectos psicológicos de la guerra; con ellos la sensación de miedo y peligro van sumiendo a las personas y sus relaciones en un estado permanente de malestar emocional y afectivo. Por supuesto quienes sufren directamente la violencia de la guerra son sometidos/as a situaciones de presión, ruptura y esquizofrenia intolerables; obligados/as a aceptar y hacer cosas que van en contra de su conciencia y sus principios (cuando los/as jóvenes son reclutados forzosamente por uno u otro grupo), presionados/as por el terror a tolerar injusticias, impunidad o la indignidad de crímenes atroces; sometidos/as incluso a no poder hacer duelo ante la muerte de un ser querido, porque no es posible saber de su paradero, o recoger su cadáver, o porque están prohibidos los velorios en el pueblo. Estas y miles de situaciones más desbordan la capacidad de cualquier ser humano, que precisamente por su tendencia a la vida no pueden soportar, y desencadena fuertes trastornos de la personalidad; estos se irradian, se suman y se convierten en el ambiente cotidiano, en el pan de cada día. En este ambiente las relaciones de autoridad tienden a convertirse en relaciones autoritarias mediadas por el castigo y la represión, por el miedo, por la imposición, regidas por la coerción o la coacción. En este entorno la incertidumbre y la paranoia colectivas, la sensación de peligro permanente, de agitación, y desconfianza nos impiden salir de nuestra casa, de nuestro pueblo o ciudad a voluntad, nos vuelve huraños, compartiendo la depresión colectiva, el desencanto común, el desarraigo o la negación como forma de escape. En circunstancias así, en las cuales el otro/a, cualquiera, es potencialmente peligroso, se profundiza la ruptura de los vínculos y la desintegración social. En un ambiente así los proyectos de vida de las personas se reducen a lo inmediato. Las posibilidades de sobrevivir en un contexto de guerra no sólo se ven reducidas en la vida física, también en la vida psíquica; los trastornos psíquicos por la guerra llegan a ser de tal magnitud que incluso después de varias generaciones se alcanzan a percibir sus efectos y consecuencias.

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Con todo esto ¿Cómo es posible que creamos en la guerra como alternativa para el bienestar, la paz, la tranquilidad y el equilibrio emocional de las personas y de las sociedades? No serán suficientes los decretos ni las negociaciones para enfrentar el reto de reconstruir el daño psíquico que estamos permitiendo al aceptar la guerra como camino.

Una reflexión desde las ciencias sociales sobre los costos psicológicos de la guerra La reflexión que presentamos a continuación fue elaborada por Carolina Tejada, psicóloga, asesora del Programa por la Paz. En este punto se recoge así mimo algunos resultados del trabajo realizado por el Cinep47 , quien llevó a cabo un estado del arte sobre los costos psicológicos de la confrontación armada en el país48 . Dado el carácter de este documento, es preciso anotar que no hay consenso entre los investigadores/as sobre lo que puede llamarse un costo de la guerra.

COST OS PSICOLÓGICOS DE LA GUERRA COSTOS Existen diferentes desarrollos y enfoques teóricos que nos permiten tener una comprensión más amplia de los costos e implicaciones de la guerra en la salud mental49 de los/as colombianos/as, en la forma como se estructura su personalidad y en el tipo de relaciones que se establecen en diferentes espacios como la familia, la comunidad, etc. Con este documento queremos abordar algunos de estos elementos sin pretender ser exhaustivos, este es sólo un primer paso para empezar a intercambiar visiones y experiencias logrando construir cada vez una comprensión más profunda de nuestra realidad. Inicialmente se hará referencia a los costos psicológicos de quienes tienen de una u otra manera la vivencia directa de situaciones de guerra (confrontación armada, hostigamientos, desplazamiento, secuestro, familiares de desaparecidos), para posteriormente ampliar la mirada a las implicaciones que tiene un contexto como este en la salud mental de la población en general.

a. La guerra una realidad que fractura A través del desarrollo y de las experiencias propias de la vida se estructura una determinada manera de “ser”, de pensar, aprender, ver el mundo, expresar los sentimientos, relacionarse con otros/as, etc; esto es a lo que se hace referencia cuando se habla del mundo interior, del psiquismo de las personas.

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Centro de Investigación y Educación Popular.

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Vásquez, María de la Luz. “Costos psicológicos de la guerra”. Documento que integra el estado de arte sobre los costos de la guerra en Colombia realizado por el Cinep, dentro del proyecto coordinado por el Programa por la Paz.

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Se hace referencia a la salud mental como al equilibrio y armonía del funcionamiento psíquico de la persona, pero también a la capacidad de responder positivamente a las situaciones de la vida, de establecer relaciones con otros/as, de participar en la construcción de redes sociales y vivir la cultura de un determinado grupo humano; para esto es importante tener en cuenta diferentes dimensiones de la persona. Por ejemplo, en el psicoanálisis vincular se habla de tres espacios psíquicos; el intr asubjeti intrasubjeti asubjetivvo hace referencia a toda la dimensión personal o subjeti interior, el inter intersubjeti subjetivvo implica el mundo de relaciones con los otros/as teniendo gran importancia el espacio familiar ansubjeti y el trtransubjeti ansubjetivvo donde entra en juego la dinámica social y los elementos culturales que determinan formas de ser, comprender y actuar en el mundo.


50 Frente al concepto de normalidad existen diferentes posturas y discusiones, para efectos del presente texto, este lo asociamos a los aspectos mencionados en torno a salud mental. 51 Se considera una experiencia como traumática cuando es inesperada, cuando la cantidad de estímulos recibidos desborda la capacidad de asimilación del yo en la unidad del tiempo, cuando es asociada a un sentimiento de terror, de inermidad o desprotección total y de peligro inminente de la vida. Las catástrofes naturales y accidentes pueden constituirse también en vivencias traumáticas, a diferencia de la guerra, las muertes ocurridas en estos casos no están vinculadas a la voluntad o intención de alguien para quitar la vida.

El desarrollo de la psiquiatría, sicología y psicoanálisis han permitido comprender que la vivencia de la guerra tiene fuertes implicaciones en la salud mental de las personas. El contacto con la muerte violenta de otros/as y la posible pérdida de la vida propia, donde el cuerpo se convierte en objeto de agresión y se da el rompimiento de los límites mínimos en las relaciones humanas (el respeto a la vida, a la dignidad, la compasión ante el dolor de otro/a) se constituye en una realidad difícil de comprender y de asimilar dentro del psiquismo generando alteraciones y cambios respecto a su dinámica normal50 . En un intento por comprender lo que ocurre en el interior de las personas que tienen este tipo de experiencias traumáticas51 , la psiquiatría propone el concepto de Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT), caracterizado por los siguientes síntomas: 1. La existencia de un hecho o causa que produce síntomas significativos de distrés52 en casi todas las personas. 2. Reexperimentar el evento traumático a través de sueños, pesadillas o pensamientos repetitivos. 3. Anestesia afectiva en las respuestas o en la relación con el mundo exterior junto con la evitación de los estímulos asociados con el trauma. 4. Estado de alerta con problemas de sueño, dificultades de concentración, respuestas de sorpresa exageradas e irritabilidad.” 53 Este tipo de vivencias se dan en combatientes pero también en aquellas personas que han enfrentado otras situaciones como hostigamientos, desplazamiento y secuestro; en algunas ocasiones la vivencia traumática es tan fuerte que desborda la capacidad del sujeto para elaborarla creando trastornos en la personalidad, como ocurrió con los soldados secuestrados y liberados hace algún tiempo en Miraflores (Guaviare)54. En estudios realizados por la Corporación AVRE55 con población desplazada56 se encuentran crisis de nervios, reacciones de agresividad, crisis de llanto, alteraciones en el sueño, desmotivación; y en el caso de niños/as y jóvenes disminución en la autoestima, dificultades en el desarrollo, conductas que oscilan entre la agresividad - actitud desafiante y el temor, la inseguridad. Otro grupo de personas afectadas directamente por la guerra son todas aquellas que han tenido que afrontar la muerte o la pérdida de un ser querido por actos de violencia; Cecilia Gerlein57 explica como estos duelos tienen implicaciones y vivencias particulares:

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Predomina la confusión, no se encuentra sentido a lo que está ocurriendo y menos aún a las razones de una muerte decidida por otro/s. Esto a la vez aumenta sentimientos de ira, injusticia y de culpa al no haber podido evitar lo ocurrido. No sólo se debe rehacer la vida aceptando esta pérdida, surge una nueva lectura de los/ as otros/as y de la sociedad. Surgen preguntas en torno al sufrimiento antes de la muerte, generando la necesidad de reconstruir los hechos y conocer todos los detalles de lo ocurrido. Reacciones corporales y emocionales propias de los duelos (alteraciones del sueño, de la alimentación, negación, pensamientos reiterativos o repetitivos frente a lo ocurrido) pueden incrementarse y unirse a sentimientos de desconfianza generalizada y de temor.

b. La guerra en las comunidades

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El “distrés” es definido como un estado agudo de estrés caracterizado por angustia permanente, síntomas psicosomáticos, sensaciones negativas, depresión y la “anestesia afectiva” por la pérdida de contacto con el propio mundo afectivo y donde pareciera no existir respuesta afectiva a personas o situaciones.

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Beristain, M M. Reconstruir el tejido social. Barcelona 1999. Icaria Antrazyt. Pág. 87

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Es necesario reconocer que los costos psicológicos de la guerra no se pueden limitar al diagnóstico de casos particulares; tal como propone el enfoque psicosocial58 este contexto genera conductas y respuestas emocionales en las personas que no pueden entenderse como síntomas propios de una enfermedad mental sino como intentos adaptativos ante una realidad tan compleja y desbordante, así mismo la construcción del mundo psíquico de las personas, de su personalidad y las formas de relación que se establecen no se pueden separar de dicha circunstancia. Es decir, los costos psicológicos de la guerra se inscriben en las personas pero también en las dinámicas propias de las comunidades y de los grupos humanos afectados por ésta. A continuación se presentan algunos de los aspectos observados por profesionales o instituciones que al respecto trabajan en Colombia59: 55 Corporación AVRE, Apoyo a Víctimas de Violencia Sociopolítica Pro Recuperación Emocional. 56 Vásque z, María de la Luz. «Costos psicológicos de la guerra». Documento que integra el estado de arte sobre Costos de la Guerra Vásquez, en Colombia realizado por el CINEP, dentro del proyecto coordinado por el Programa por la Paz, Compañía de Jesús. 57 Ger lein. CC. Muerte por actos de violencia. Colección Duelolibros. Fundación Omega. Bogotá, 2002. Gerlein. 58 El enfoque psicosocial considera que las posibilidades de comprensión de lo psíquico deben estar unidas a la dinámica social y cultural de las personas, ampliando y complementando algunas lecturas que desde la psiquiatría, la psicología y el mismo psicoanálisis se han hecho. 59 Vásque z, María de la Luz. «Costos psicológicos de la guerra». Documento que integra el estado de arte sobre Costos de la Guerra Vásquez, en Colombia realizado por el CINEP, dentro del proyecto coordinado por el Programa por la Paz.

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«Con la guerra en su cabeza» - El Tiempo. Domingo 8 de junio 2003. Pág. 3-1.


60 Citado en «Costos psicológicos de la guerra», Vásquez, M. 61

Ibidem.

62 Alar cón, M. «Retos de la Alarcón, psicología en la construcción del país» Ponencia presentada en Expopsicología, 40 años Facultad de Psicología Pontificia Universidad Javeriana. Nov. De 2002.

Pérdida de la visión de futuro y predominio de la «desesperanza» lo que se refleja en una actitud cortoplazista; esto se une a sentimientos de confusión e impotencia generados por una realidad que no se entiende y que desborda la capacidad de pensar, reflexionar y proyectar. Preponderancia de sentimientos como la ansiedad, desconfianza y miedo, dificultando el establecimiento de relaciones profundas y sólidas, además de la existencia de alteraciones en la conducta (sueño, alimentación, incremento de enfermedades psicosomáticas, etc). Duelos permanentes o transgeneracionales, duelos no elaborados que se mantienen en familias a través de diferentes generaciones. Dificultades en la construcción de una identidad ante la ruptura de estructuras sociales y elementos culturales, Eisenbruch (1991) habla del «duelo cultural»60. No existen espacios para elaborar estas situaciones traumáticas, el silencio lleva a la repetición o al incremento de algunas de las consecuencias mencionadas.

c. La vida en un contexto enmarcado por la guerra Aunque gran parte de la población colombiana no ha estado expuesta de manera directa a la confrontación armada, existe el temor constante por su presencia, de alguna manera todos/as estamos esperando el momento en el que nos va a tocar, ya sea a través de actos terroristas en las ciudades, del secuestro o riesgo existente al momento de viajar (por vía terrestre o aérea) o en las poblaciones rurales ante posibles hostigamientos o tomas de uno de los grupos armados al margen de la ley. En una investigación la Corporación AVRE61 hace referencia al incremento de trastornos afectivos (con mayor presencia de patologías vinculadas a la depresión) y de aquellos vinculados al manejo de la ansiedad; sin embargo, existen una gran cantidad de cambios en nuestro mundo psíquico que de manera silenciosa responden a esta realidad. Uno de estos elementos es la pertenencia62, aquel entramado de relaciones que nos hace sentirnos parte de una familia, un lugar, una sociedad y un país empieza a estar mediado por la fuerza, a estar determinado por quien o quienes poseen el control a través de las armas. Surge la necesidad de asumir ideales o valores impuestos para seguir viviendo, para continuar vinculado a un determinado grupo o para no ser expulsado del lugar donde se vive. Pero si por un lado existe el deseo de no perder este nicho relacional, por otro surge el sentimiento de rechazo a hacer parte de un contexto constantemente vulnerado por la gue-

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rra. En este último caso se hallan muchos de los/as jóvenes que no encuentran futuro en sus poblaciones o temen ser vinculados a algún grupo armado y se mueven a las grandes ciudades, o aquellos que migran a otros países con la esperanza de construir un mañana un poco más tranquilo. Además de las implicaciones de un contexto de guerra en la pertenencia, existen una serie de mecanismos de defensa63 que las personas movilizan, en un intento por funcionar dentro de un contexto siempre amenazante y de riesgo permanente: Generalización y huída: predomina un sentimiento de daño y pérdida generalizado frente al país (“ya nada sirve”), sin la posibilidad de reparar quedando como única alternativa huir o salir, del país o de la zona en la que se encuentra la persona (“cualquier otro lugar es mejor”). No se da una lectura discriminada en la que se logra reconocer lo bueno y malo, las posibilidades existentes. Desmentida: se quita importancia o valor a lo que ocurre, enmascarado en una aparente apatía o acostumbramiento ante las imágenes de muerte y guerra (“para que ver el noticiero si todos los días es lo mismo”). Proyección de la culpa: se percibe que la responsabilidad de todo lo que ocurre está en otros, en el gobierno, en la guerrilla, en las autodefensas, etc., sin poder reconocer la participación de todo/as en la construcción del país. Disociación: se trata de aislar el mundo familiar y de relaciones cercanas con el contexto y la realidad nacional, en muchos casos se deja de ver las noticias o de leer periódicos sintiendo que de esta manera se está a salvo. Búsqueda de soluciones mesiánicas: se espera una solución rápida, que provenga de afuera (algo o alguien que de repente llega al escenario nacional) y que da fin a la situación de guerra sin transformar la estructura social y económica. Se considera que la solución es estar como “antes” (un antes ideal y aparentemente sin violencias), desconociendo la importancia de los procesos y transformaciones sociales para la construcción de la justicia social, base de una paz integral.

CREANDO AL TERNA TIV AS ALTERNA TERNATIV TIVAS La reflexión y estudio de esta realidad no puede excluir los esfuerzos e iniciativas que actualmente desarrollan diferentes personas e instituciones en el país para hacer frente a los costos psicológicos de la guerra. Existen algunos que buscan el fortalecimiento de relaciones sociales, la consolidación de nuevas organizaciones y de acciones colectivas como sociedad civil dando paso a nuevas posibilidades de vinculación, que rompan el temor y la descon-

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Ibidem.


fianza frente al otro y a la vez permitan la construcción de una identidad y pertenencia desde el encuentro y el reconocimiento, y no desde la fuerza y el temor. Hay otros que encuentran caminos en las expresiones artísticas y del folklore; a través de la danza, del teatro, de la música, de la imagen y el color, es posible contar la historia del país para así elaborar tantos duelos y crear nuevas palabras, nuevos sueños frente a un futuro compartido. Desde el ámbito de la salud mental, cada vez cobra mayor importancia una perspectiva integral y de atención psicosocial para hacer frente a la violencia, lo que se manifiesta en el crecimiento de investigaciones e instituciones nogubernamentales (Fundación dos mundos, Corporación AVRE, entre otras.) y del sector oficial que se dedican al tema. Un ejemplo de ello es el Ministerio de Salud, quien dentro de sus planes de atención ha incluido acciones no sólo a favor de la atención primaria de las víctimas sino también dentro de un marco preventivo; es así como se está impulsando desde la educación formal (básica primaria y secundaria) el desarrollo de habilidades psicosociales para la transformación no violenta de los conflictos y el establecimiento de relaciones más armónicas. Pensar los costos psicológicos de la guerra abre las puertas a múltiples preocupaciones, pero sobre todo a una cantidad insospechada de posibilidades de intervención, de fortalecimiento y de acción para el logro de una vida mental más sana y equilibrada, donde la primer incluida sea la vida misma.

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‘TODOS ME DICEN: alcalde, cuídese que lo van a matar’ Walter Castro Ortiz, es el alcalde de Puerto Rico (Caquetá). Por amenazas de muerte, debe gobernar desde Florencia, capital del departamento ubicada a 150 kilómetros de su pueblo natal.

En el Caquetá, es cierto, la presencia del Estado es mínima. Lo afirman desde campesi-

nos, raspachines (cogedores de hoja de coca) y comerciantes hasta alcaldes y gobernadores. Los curas también lo dicen en los sermones del domingo, bajo un calor que amenaza con hacer de los ventiladores de aspa sopas de aluminio. Y si alguna vez hubo atisbo de Estado, por amenazas salió despavorido. Puerto Rico, con 36 mil habitantes, es la confirmación de esta regla. Como el resto de municipios del departamento, desde hace casi medio año no cuenta con alcalde, ni personero, ni concejales, ni despachos judiciales. Nada que huela a Estado. Mejor dicho sí, pero a kilómetros de distancia, desde Florencia. El 5 de junio de 2002, tres meses después de rotos los diálogos de paz entre el Gobierno y la guerrilla, los alcaldes del Caquetá, sin excepción, nos refugiamos en la capital del departamento. La amenaza era concreta: todos los alcaldes del país debíamos renunciar a nuestros cargos o de lo contrario darnos por muertos. Como nadie se quiere morir, pues renunciamos. Pero en lugar de aceptarnos la dejación del cargo, lo que hizo el Gobierno central fue amarrarnos a la silla eléctrica. Con el miedo que nos baja por la espalda como un trozo de hielo, nos tocó administrar a distancia, con celular en mano. Así es difícil gobernar.

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La situación desembocó en la parálisis total de la administración. Los juzgados cerraron hasta nueva orden lo mismo que la Fiscalía. El Concejo que debate los asuntos de interés de la comunidad, no sesiona. Las obras que debía desarrollar la actual administración se suspendieron. Los contratistas tuvieron que renunciar a sus contratos. Nadie se puede mover del pueblo, excepto el carro de la basura. No solo los gobernantes estamos paralizados. Los líderes campesinos tampoco se pueden desplazar de un lugar a otro. La guerrilla les tiene prohibido viajar hasta Florencia a entrevistarse conmigo y mis secretarios. Les dicen que no tienen nada que hablar con nosotros. Si lo hacen, los matan. Si se reúnen por su cuenta, también. En mi pueblo, ese puñado de casas que vimos crecer a la sombra del cerro Miraflores, la muerte es una cita de siempre. Mucho antes de que acabaran los diálogos de paz entre el gobierno y la guerrilla, ser alcalde de Puerto Rico era estar muerto en vida. El 30 de agosto de 2001, asesinaron a su alcalde popular José Lizardo Rojas. El 8 de enero de 2002, cuatro meses después, a su sucesor, John William Lozano Torres. El 27 de enero de 2002, Puerto Rico me eligió como su primera autoridad con 2.813 votos. De los 15 mil votantes habilitados para hacerlo, solo 6 mil ejercieron ese derecho (40 por ciento). De seis corregimientos, solo en cuatro hubo elecciones ¿Que por qué? Por miedo, porque tenían prohibido hacerlo. Uno por miedo a veces ni come. Desde que soy alcalde, me llegan cartas con amenazas de muerte. Ante tanta zozobra, el 7 de junio pasado decidí con mi esposa y mis cuatro hijos abandonar nuestra casa de Puerto Rico. Nos vinimos a Florencia a vivir como inquilinos. Aunque no estoy seguro de morir de viejo (tengo 34 años), es posible que aquí se nos alargue la vida un poco más. Las cosas han ido empeorando. El 25 de septiembre de 2002, en represalia por no haber abandonado el cargo, la guerrilla destruyó la alcaldía con un cilindro bomba. No solo echaron por tierra la planta física, sino que acabaron con los archivos: las computadoras fueron consumidas por el fuego. Una semana antes del ataque, asesinaron a tiros a mi secretario privado, Franklin Bonilla. Afortunadamente se les frustró dinamitar las instalaciones de Telecom. De haber ocurrido, no solo nos hubieran incomunicado con el resto del país sino que habrían acabado con muchas vidas.

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Todo esto me produce rabia, dolor, impotencia. Puse mi nombre para ayudar a la comunidad a resolver sus problemas, y ahora el problema soy yo. Los que a escondidas han podido venir hasta mí, me dicen: ‘cuídese alcalde, que lo van a matar ’. Imagínese lo que puedo sentir. Imagínese lo que puedo llorar.

¿QUIÉN QUISIERA HACER POLÍTICA? Las acciones de guerra tienen un impacto profundo sobre la política: profundizan la crisis de la política porque cierran los espacios democráticos y hacen del ejercicio político una actividad con muchas más limitaciones y riesgos. Este impacto viene a reforzar el desprestigio que se ha ido consolidando sobre quehacer político en Colombia. La política no es hoy un referente ciudadano importante porque ella está atravesada por prácticas antidemocráticas que le restan credibilidad, legitimidad y la convierten en un espacio de “negociación del desorden social”. A esto se le suma el hecho de que el funcionamiento del sistema judicial se ve limitado por la presión de los actores armados, lo cual refuerza la sensación de que la justicia sólo puede ser garantizada por círculos privados de poder. La política no es hoy el espacio legítimo en donde los ciudadanos y ciudadanas se encuentran para armonizar sus necesidades, intereses y diferencias, y hacer posible la vida colectiva; sino el campo donde se juegan y confrontan intereses de sectores, grupos y redes de poder que se entreveran en la lucha por riqueza y privilegios, pasando por encima del interés colectivo. En ese marco los ciudadanos quedan excluidos de la toma de decisiones, cuentan en tanto votos que favorecen tal o cual grupo de poder y dependen de los aparatos burocráticos que no responden efectivamente a sus necesidades. Es necesario aclarar que el conflicto armado no es el “responsable” de las prácticas que han hecho de la política una actividad tan cuestionada; el conflicto armado opera como un coadyuvante, un factor detonante de una crisis mucho mayor de la política. Si ya en situaciones de relativa “normalidad” los espacios de participación de la vida política son limitados, con la guerra esta situación se agrava; es decir, si a la corrupción, el clientelismo, el tráfico de influencias, las contrataciones ilegales, los desfalcos de dineros públicos, le sumamos: las amenazas, la intimidación y el terror, entonces la vida democrática queda relegada a las funciones mínimas de un aparato de gobierno y los ciudadanos y ciudadanas excluidos de la posibilidad de la vida democrática.

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Sectores, grupos y redes de poder recurren a los grupos armados pues ven en ellos y sus actos de violencia una estrategia, o el único camino, para defenderse, sostener sus privilegios o como la forma de conseguir sus fines. En esta dinámica muchas personas: juristas, periodistas, intelectuales, ciudadanos y ciudadanas comunes y corrientes, líderes sociales han sido desaparecidos/as, secuestrados/as, asesinados/as, silenciados/as, o han tenido que huir solo por tener conocimiento de casos de corrupción política y administrativa, de contrataciones irregulares, desfalcos o de relaciones ilegales con organizaciones criminales. Es precisamente esta situación la que hace de la política un espacio muy atractivo para desarrollar la lógica de la guerra e impulsar sus estrategias. La ingerencia de los poderes armados, que utilizan la amenaza, la intimidación y el terror para influir en la dinámica política: en las decisiones que toman los funcionarios/as públicos o las instituciones de gobierno, en el ejercicio del voto, en el desarrollo de opciones políticas diferentes a los partidos tradicionales, e incluso en las formas mínimas de autoorganización de las poblaciones. A la dinámica de lucha excluyente y privada por el poder, se le suma entonces la lógica del sometimiento por la fuerza de las armas y la violencia. Esto tiene consecuencias muy graves en dos sentidos; por una parte, alimenta el descrédito de la política con lo cual los caminos para fortalecer la democracia se cierran; el Estado, inserto en la lógica de la guerra, pierde legitimidad al tiempo que pierde capacidad de respuesta a las demandas de la vida colectiva. Por otra parte, la política atravesada por la guerra deja a los ciudadanos en la incertidumbre sobre cómo resolver sus necesidades y requerimientos mínimos ¿a quién acudir? Ante esa incertidumbre la opción predominante es resolver de manera privada sus necesidades, recurriendo a las redes de la informalidad, o a la “eficacia” de la ilegalidad en la cual la vía de la fuerza, de las armas y la violencia está a la orden del día. Deslegitimación del Estado y ejercicio privado del poder, dos consecuencias que conllevan a la pérdida de la democracia. El efecto profundo de esta crisis política atizada y profundizada por la guerra es sin más la pérdida del sentido de lo público: la sensación de incapacidad para llevar una vida colectiva, de no tener posibilidades por no hacer parte de círculos de poder, y el miedo de ser violentados/as por no favorecer a uno u otro grupo armado. Estas son las consecuencias de la relación entre poderes armados y poderes políticos. Con el cierre de los espacios democráticos se abre más la posibilidad de un estado de cosas marcado por el autoritarismo en el que cae bien la lógica de la seguridad asociada a la represión,

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al exterminio del contrario, al triunfo de los buenos sobre los malos. En fin una sociedad forzada a la convivencia a base de la represión de las protestas, del control de la discrepancia, del castigo que anula y elimina, de la limitación de formas alternativas de hacer y vivir colectivamente. Pensar y hacer de la política un referente social sin los vicios que le otorgamos es una tarea ineludible que nos corresponde a todos y todas. Pero este proceso de redefinición nos plantea hoy en Colombia un reto mayor: el de desterrar del ejercicio de la política el uso de la violencia y de las armas como uno de los mecanismos impuestos por la lógica de la guerra. La pregunta es entonces ¿Cómo cambiamos la idea de que hacer política en Colombia significa tener un interés de enriquecerse o de beneficio particular?, y sobre todo ¿cómo evitar ponerse de parte de uno u otro actor armado que nos ofrece una “falsa seguridad” y las condiciones para suplir algunas necesidades?

Una reflexión desde las ciencias sociales sobre los costos políticos de la guerra A continuación presentamos algunos resultados del trabajo realizado por el Cinep 64 y que nos permite visualizar los costos de la guerra. El trabajo de investigación se basa en lo que han planteado diferentes investigadores/as acerca de los costos políticos de la confrontación armada en el país 65 . Dado el carácter de este documento, es preciso anotar que no hay consenso entre los investigadores/as sobre lo que puede llamarse un costo de la guerra.

LA INFLUENCIA DE LA GUERRA EN LA VID A POLÍTICA COL OMBIANA VIDA COLOMBIANA Es innegable el impacto que tiene un conflicto armado sobre toda la dinámica social y política de un país; sin embargo, se tienden a asimilar los efectos de la guerra con las causas del conflicto, lo cual no permite dilucidar las acciones más adecuadas para superar la confrontación armada y las estrategias para atender los factores que la generan. Entendemos la política como un cierto orden dinámico de relaciones en el que se regula poder o como “un proceso conflictivo por medio del cual los diferentes grupos producen el orden social y lo reconocen como su construcción y como el producto de su interacción”; ¿cuál es el efecto que tiene una guerra sobre este orden?

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Centro de Investigación y Educación Popular.

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Bolív ar rid JJohanna. ohanna. Bolívar ar,, Ing Ingrid “Costos Políticos del Conflicto Armado”. Documento que integra el estado de arte sobre los costos de la guerra en Colombia realizado por el Cinep, dentro del proyecto coordinado por el Programa por la Paz.


a. Los riesgos para la “actividad política”. Es evidente que uno de los primeros efectos de la guerra en la política es que esta se torna un ejercicio lleno de peligros en los niveles locales, regionales e incluso nacionales. Lo anterior se expresa en amenazas, asesinatos y secuestro de alcaldes, concejales y políticos/as, así como en la imposibilidad de realización de elecciones y limitaciones a las agendas y acciones políticas. Esto implica que esta actividad sólo puede ser asumida, financiada y «soportada» por redes de poder particulares que implican manejo de armas. Por lo anterior, se ha identificado la aparición del clientelismo armado en algunas regiones, expresado en el ejercicio de un poder local que controla las redes sociales; con lo que se cierran los espacios para la configuración de una política dentro de los límites de un Estado moderno, donde se diluye la diferenciación de lo legal y lo ilegal. Se pueden identificar algunas cifras: 40% de los municipios del país tienen alcaldes y funcionarios amenazados. Hasta el 19 de julio de 2002, 493 alcaldes han sido amenazados. 120 alcaldes renunciaron a su cargo en el último período. 6 alcaldes han sido secuestrados. 13 representantes a la cámara y 8 senadores han sido retenidos por algún grupo armado entre 1998 y 2002. 6 representantes a la cámara y un senador fueron asesinados en el mismo período.

b. Configuración de regiones A medida que la confrontación armada se mueve por la geografía nacional, se van realizando acciones violentas que conforman un repertorio legitimado para constituir regiones y ganar “visibilidad nacional”. Muchos de los municipios, corregimientos o veredas del país, infelizmente, los hemos conocido porque han sido escenario de algún acto violento. En este sentido, la confrontación armada, se vuelve una forma de articulación entre nación y región. En las relaciones políticas pareciera “normal” recurrir a la violencia para asegurar orden, protección y articulación. Dentro de este costo también se destacan los conflictos y enfrentamientos entre distintas autoridades con lo cual se fortalece la autonomía de redes de poder. En algunas regiones estas redes funcionan como intermediarias del Estado y se rompe así con una lógica democrática y moderna de regulación de las relaciones políticas.

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c. Movimiento social y criminalización Un costo muy fuerte de la guerra es la poca independencia que la lucha social puede tener frente a la lucha armada, ya que en muchas regiones los actores armados promueven formas de organización y solidaridad bajo su mando pero impiden cualquier organización autónoma, e incluso la atacan «militarmente». Todo esto trae aparejada la estigmatización y la “criminalización” de la protesta social, puesto que desde el Estado no se reconocen las demandas sociales de la población, ya que se generaliza su posible «manipulación» por actores armados. Esto a su vez genera una oposición exacerbada entre Estado y una parte de la sociedad que deviene en nociones polarizantes que intentan negar la legitimidad de ambos. También se ven afectadas las organizaciones no gubernamentales para hacer su trabajo, pues el desarrollo de la confrontación armada ha fortalecido una polarización entre diferentes sectores de la sociedad colombiana, al punto que algunos grupos estigmatizan a las organizaciones no gubernamentales vinculándolas, en muchos casos, a alguno de los grupos en conflicto. Por su parte, la ambigüedad con que el Estado colombiano asume distintos conflictos sociales, por un lado considerándolos como la expresión disfrazada o velada de un interés subversivo y por el otro, tendiendo a desconocer la especificidad del problema al enmarcarse en un contexto de conflicto armado, es otra característica de este costo político. Esto amplía las oportunidades para que en distintos ámbitos, como el urbano por ejemplo, sean otros los actores y otros los tipos de poder que se disputen, con relativo éxito, algunos monopolios estatales como el de la fuerza, el de la renta o incluso el de la administración de justicia.

d. La cuestión agraria Un aspecto particular en la confrontación bélica es el que se refiere a la cuestión agraria; se tiende a pensar que la reforma agraria y los problemas de la sociedad rural son “viejos problemas” asociados a “banderas de la subversión”; evidencia de esto es que son precisamente las zonas de colonización las que cuentan con mayores expresiones de violencia y donde se impide la sedimentación más o menos estable de la política. La violencia y la confrontación armada en Colombia como un problema político militar impiden generar un modelo de desarrollo rural más incluyente, equitativo y democrático. La cuestión agraria permanece en una indefinición política, por lo tanto no se logra comprender

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hasta que punto reforma agraria y conflicto armado se actualizan o reconfiguran. De cualquier modo se ve como un problema secundario que se interpreta como causa y consecuencia del conflicto armado, de acuerdo con la mirada de quien lo analice.

e. La comprensión de la política La manera como se concibe y se experimenta la política es completamente distinta en un contexto de guerra prolongada. La idea de que la política es inútil, es mera acción instrumental y nada se consigue mediante la deliberación pública, son las maneras cotidianas en que los colombianos y colombianas vemos este aspecto de la vida como ciudadanos/as. No es gratuito que así se haya desdibujado la comprensión de esta dimensión de la vida social. Otra percepción de la política que profundiza la guerra es la que recalca que la sociedad está dividida entre buenos y malos, “víctimas” y “violentos” ; la política se va reduciendo a relaciones de fuerza o a transacciones utilitarias, a partir de concepciones maniqueas que dividen al mundo en buenos y malos. Ese ha sido el modelo que se ha instalado en la forma de vivir y hacer política históricamente en el país. Debido a la imposibilidad de construir bien común o bien público, esta noción se va acentuando cada vez más llegando al grado de polarización descrito, repitiendo en un círculo vicioso tanto la comprensión como el ejercicio político en todos los ámbitos, desde el local hasta el nacional.

f. Desarrollo de la ciudadanía y de las “formas de vida juntos” Finalmente uno de los efectos más profundos de la guerra en la vida política es que inhabilita o paraliza a importantes grupos de la sociedad colombiana para pensarse como un nosotros/as, como colectivo. No tenemos una explicación compartida de nuestro pasado y por tanto se nos dificulta la construcción de identidad como pueblo y como ciudadanos/as. La política termina siendo una especie de “negociación del desorden”. Ante la imposibilidad de imponer un orden republicano ciudadano, se negocia el desorden dentro de ciertas reglas de juego y regularidades más o menos explícitas que solo existen como tales en una zona difusa semipública – semiprivada; allí los órdenes políticos institucionales y societales se entrecruzan. De esta manera la noción de ciudadanía, de ciudadano/a, se ve alterada por formas particulares de comprensión de la vida colectiva, en las que no se comprende la dimensión política como una vía de construcción de nación.

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‘SABEMOS cómo nació la tierra’ Manipiniktikynia –Nacimiento de la Plata Nueva- ó Abadio Green Stócel es uno de los 1.400 indígenas Tule que habitan en Colombia.

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n la historia de nuestro pueblo Tule todo se creó antes que el hombre. Los viejos nos cuentan el nacimiento de las estrellas, de los planetas, de la madre tierra y lo que contiene, plantas, animales, agua. Y todo fue creado antes que el hombre. La tierra estaba ahí, como madre que da, que prodiga. Así fue como aprendimos a aprovechar los recursos y a comprender que el territorio es sagrado. Comprendimos, desde hace mucho tiempo, que lo que hagamos a la tierra también lo hacemos a nosotros mismos. Siempre nos han dicho que somos “incivilizados”, “indios salvajes” que vivimos en territorios inhóspitos, de zancudos. Cuando ingresaron extranjeros a nuestras tierras, siempre diezmando nuestras gentes, nos fuimos más adentro de la selva, más allá a las cabeceras de los ríos, por eso hoy en día, en los territorios indígenas hay de todo lo que se necesita para vivir: agua, plantas medicinales, uranio, petróleo, hasta oro, a pesar del mucho que se han llevado, esos territorios son la biodiversidad de todo el planeta.. Esa es la razón por la que estamos en medio del conflicto armado. Pero los que se enfrentan con las armas no han entendido, ni quieren entender, que lo que le pasa a los ecosistemas le está sucediendo a todo el planeta. Por eso, una reflexión que hacemos los Tule acerca de la guerra es que esta de ahora, la de paramilitares y guerrilla, es la guerra de hace siglos. Cuando llegaron los castellanos, que ingresaron por el Golfo de Urabá, fuimos nosotros los que los recibimos en tierra. Les dimos agua, alimento, les ayudamos a arreglar los barcos y ellos sólo vieron el oro en nuestros cuerpos. Y hubo la matanza. Según cuentan nuestros viejos, no contentos con la matanza, abrieron los cuerpos de los hombres y las mujeres creyendo que teníamos hígado de oro, pulmones de oro. Las estrategias eran y siguen siendo las mismas, diezmar a la población, talar bosque y ver en la naturaleza siempre un negocio.

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Ahora la gente cree que sembrar cincuenta, sesenta o setenta mil hectáreas de banano es progreso. Tal vez económicamente sí pero no lo es para la tierra, ni para la naturaleza, ni para los hombres. ¿ Por qué? Porque la idea que se tiene de desarrollo es cómo ser esclavos los unos de los otros, cómo se enriquecen unos y se empobrecen otros, no un desarrollo basado en la dignidad del hombre. En nuestras tierras los enfrentamientos se originan por la producción de coca. ¿Se imagina lo que ocasiona un laboratorio de coca? Enormes cantidades de insumos químicos van a parar a las aguas, lo cual se traduce en muerte y destrucción de la vida misma. La tala y la fumigación no arreglan nada. Por el contrario, incrementan los problemas. Hemos logrado acuerdos con los armados para que no se siembre coca en nuestros territorios, solo mediante el uso de la palabra, porque sabemos cómo nació la tierra, quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde queremos apuntar nuestra historia. Sólo de eso podemos hablar, cuando se trata de la guerra y la paz. La guerra de hoy debe enseñarnos que con tantas riquezas no podemos seguir matándonos entre hermanos. Del otro lado del mar los pueblos se han unido. Ellos dicen ayudarnos, pero lo que hacen es vendernos más armas para que nos destruyamos y nos endeudemos. Y cuando se haga impagable esa guerra, dirán: esa tierra es nuestra. Miren cuanto nos deben. Para entonces será tarde.

EL MEDIO AMBIENTE QUE NOS EST AMOS FORJANDO ESTAMOS Invitarlos e invitarlas a escuchar la voz de un indígena cuando comenzamos a hablar de costos ambientales de la guerra manifiesta un imaginario particular: ellos/as son quienes saben del medio ambiente y tienen una cosmovisión que se halla profundamente vinculada al mundo de lo natural, que hace parte de su vida religiosa, comunitaria, productiva, etc. A la par de esta idea subyace otra: la mayoría de nosotros/as desconocemos qué es la ecología; nos negamos a creer que ésta se reduzca al mundo de los árboles y los animales, pero no alcanzamos a dimensionar realmente qué es el medio ambiente; menos aún nos imaginamos cómo se puede ver afectado en la situación de confrontación armada que vive nuestro país. Una de las primeras ideas que podemos tener sobre el tema es que sin duda la confrontación armada y las situaciones que se generan a su alrededor ocasionan daños a la naturaleza: el derrame de petróleo a raíz de las voladuras a los oleoductos, la contaminación de las fuentes de agua, la pérdida de la selva a causa de los cultivos de uso ilícito, y el perjuicio aún mayor sobre la naturaleza que han ocasionado las fumigaciones con glifosato, son entre otros, los efectos ecológicos que se mencionan.

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Si estos son los costos que identificamos es porque partimos de la idea que el medio ambiente tiene que ver fundamentalmente con los recursos naturales, es decir, con el agua, la tierra, los animales, los recursos minerales, etc. Pues bien, para nosotros/as este planteamiento tiene la dificultad de que concibe el mundo de lo natural como una despensa de la cual nos proveemos y extraemos lo que necesitamos para vivir. Esta idea es continuamente promovida y reforzada por la economía de mercado que nos propone asumir los recursos con varias características: son escasos, tienen valor monetario, pueden ser poseídos y sólo puede accederse a ellos por medio de la entrada en el mercado66 . De esta manera, el medio ambiente queda reducido a un conjunto de recursos, cuya apropiación se disputan diferentes actores. En medio de esta concepción, la guerra se ha convertido en un mecanismo de lucha por el control de los recursos naturales. Los actores que intervienen de manera directa o indirecta en la confrontación armada se disputan lo que han convertido en el botín de guerra: la tierra, las fuentes hídricas, el petróleo, los recursos genéticos de nuestras selvas, entre otros. La guerra está profundizando la lucha a muerte por la apropiación de los recursos naturales para unos pocos. La guerra va en contravía de una concepción más integral del medio ambiente, en la cual lo central no son los recursos de la naturaleza, mucho menos la competencia por ellos, sino la relación que establecemos seres humanos, tierra, animales para crear condiciones de vida digna para todos los seres vivos, y donde el respeto a la vida, la solidaridad, el desarrollo armónico son los ejes que soportan nuestra interacción. Teniendo en cuenta lo anterior, las palabras que antes mencionaba Abadio Green adquieren mayor relevancia: “Ahora la gente cree que sembrar cincuenta, sesenta o setenta mil hectáreas de banano es progreso. Tal vez económicamente sí, pero no lo es para la tierra, ni para la naturaleza, ni para los hombres. ¿Por qué? Porque la idea que se tiene de desarrollo es cómo ser esclavos los unos de los otros, cómo se enriquecen unos y se empobrecen otros, no un desarrollo basado en la dignidad del hombre” Este es para nosotros/as el principal costo ambiental del conflicto armado: la guerra profundiza la idea de que los recursos deben ser apropiados como fuente de riqueza y no para todos y todas, sino para unos pocos.

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Tomado de: Documento “Los ambientes de la confrontación. En torno a los costos ambientales del conflicto armado”. Franz Hensel.

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Centro de Investigación y Educación Popular.


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Hensel, FFrranz. “Los ambientes de la confrontación. En torno a los costos ambientales del conflicto armado colombiano”. Documento que integra el estado de arte sobre los costos de la guerra en Colombia realizado por el Cinep, dentro del proyecto coordinado por el Programa por la Paz. 69

La guerrilla de las FARC y las Autodefensas Unidas de Colombia AUC cuentan entre sus plataformas políticas con planes de respeto y fomento de la diversidad ambiental del país. Desde ellas, se autoafirman como promotores de planes de cuidado a bosques nativos y especies en vía de extinción.

Una reflexión desde las ciencias sociales sobre los costos ambientales de la guerra A continuación presentamos algunos resultados del trabajo realizado por el Cinep 67 y que nos permite visualizar los costos de la guerra. El trabajo de investigación se basa en lo que han planteado diferentes investigadores/as acerca de los costos ambientales de la confrontación armada en el país 68 . Dado el carácter de este documento, es preciso anotar que no hay consenso entre los investigadores/as sobre lo que puede llamarse un costo de la guerra.

GUERRA Y MEDIO AMBIENTE El trabajo realizado por el Cinep parte de que el medio ambiente abarca tanto las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza, como las relaciones entre los mismos hombres y mujeres como interventores y productores del entorno en el que están situados. Desde esta perspectiva se identifican cinco costos ambientales de la guerra en Colombia, que van desde el uso político del tema, hasta las modificaciones en la estructura de propiedad de la tierra a raíz de la confrontación armada, pasando por los daños a la naturaleza que ésta última ha causado.

a. La politización de lo ambiental Alrededor del mundo el tema del medio ambiente ha ido adquiriendo cada vez mayor relevancia. A nivel nacional, la Constitución de 1991 recoge este interés y valora de manera especial la biodiversidad y la multiculturalidad como aspectos centrales de la preocupación por lo ambiental. A raíz de este mayor nivel de conciencia sobre lo ecológico y ambiental, surgen dos fenómenos relacionados con la guerra. En primer lugar, se va abriendo paso el debate sobre el peligro que desata la confrontación armada para el cuidado de los bosques, el agua y toda clase de recursos naturales. Por la vía de la afirmación del ‘peligro’ que constituyen los grupos armados para la ‘diversidad’ es que ciertas regiones empiezan a ser concebidas como fortines invaluables de riqueza ‘ecológica’. En segundo lugar, los diferentes actores amados comienzan a plantear este tema como parte de sus agendas políticas 69 . Con estos dos elementos se configura una politización de lo ambiental, y

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esta se convierte en un costo de la guerra en la medida en que es la confrontación armada la que actúa como escenario de debate de los temas ambientales. En vez de motivar la promoción de una mirada más integral sobre el medio ambiente, su manejo político en el marco de la guerra refuerza la idea de que el problema se reduce a la apropiación de unos recursos naturales, que finalmente se terminan convirtiendo en el botín de la confrontación armada. En este sentido, no debemos olvidar que la consideración del ambiente como entorno social y cultural está dentro de la categoría de bien público o bien común y que por tanto es algo que nos compete a todos y todas sin reserva, por eso el costo de la politización de lo ambiental representa una parcialización o una apropiación de un tema que debe ser de dominio público, por lo tanto, de amplia apropiación y participación.

b. Relación entre T ierra, ambiente y confrontación armada Tierra, Como hemos mencionado antes, la tierra se ha convertido en un botín de la guerra en Colombia. En este sentido, existe una fuerte relación entre el usufructo de los recursos naturales (productos agrícolas, petróleo, ganadería) y la presencia de los actores armados en determinadas zonas del país. Algunos investigadores/as han planteado que las regiones que presentan mayores niveles de guerra en Colombia son aquellas caracterizadas por un gran dinamismo social, el desarrollo de bonanzas legales e ilegales, y alta desigualdad social a lo cual se une la precariedad del Estado para hacer presencia y afrontar estas circunstancias70 . La guerra se convierte entonces en un elemento más que profundiza las condiciones de inequidad de vastas regiones del país y a la vez se aprovecha de ellas para fortalecerse. Así, las zonas petroleras han sido usufructuadas por el ELN, las extensiones medias de economía agraria campesina (ligadas en muchos casos al cultivo de uso ilícito) han sido explotadas por las FARC. Finalmente las grandes extensiones para la ganadería y la agroindustria son zonas de control paramilitar. De la mano con este efecto es necesario señalar cómo el conflicto armado ha sedimentado dos modelos de desarrollo rural enfrentados. Este esquema ha sido planteado por Teófilo Vásquez, investigador del Cinep, para quien el proyecto paramilitar y la guerrilla pueden verse como dos modelos enfrentados de desarrollo rural (Vásquez, 1999: 69). En primera instancia, se parte del bosquejo de dos escenarios de la guerra: en el norte, una confrontación de tipo irregular entre paramilitares-ejército contra la guerrilla y en el sur del país (Llanos Orientales y Amazonía) el conflicto armado, a pesar de las recientes incursiones de grupos paramilitares en

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Este planteamiento lo realizan autores como Jesús Antonio Bejarano, Fernando Cubides, Ana Cecilia Olaya y Carlos Miguel Ortiz.


algunos municipios de esta zona, es predominantemente entre las Fuerzas Armadas y la guerrilla de las FARC. En este marco, las FARC estarían impulsando una sociedad de agricultura tradicional campesina, que se hace incompatible con la meta del proyecto paramilitar caracterizado por un modelo de gran propiedad agrícola y ganaderización. Lo que resulta clave de este análisis, es que el conflicto armado debe ser pensado como una confrontación no sólo geográfica, pues también es evidente que nos hallamos ante la disputa por las armas de dos modelos de desarrollo agrario sustancialmente diferentes, tanto en lo político y social como en lo económico.

c. ¿Una reforma agraria por la vía de las armas? La confrontación armada ha incidido profundamente en la estructura de la propiedad de la tierra, trayendo consigo serias consecuencias ambientales. En primer lugar ha implicado la exclusión del campesino/a y su continua expulsión de zonas cultivables a zonas de colonización, en muchos casos no apropiadas para la agricultura. Esto implica por un lado que muchas de las tierras cultivables pasan a ser improductivas o se utilizan para la ganadería extensiva. En efecto, sólo 10 de las 45 millones de hectáreas de tierras ocupadas en el país se han usado de manera eficiente con una cierta influencia económica nacional. En segundo lugar, los campesinos/as deben «ampliar» la frontera agrícola, en muchos casos talando la selva tropical y los bosques andinos de niebla. Colombia, no ha podido realizar una reforma agraria más o menos equilibrada, pero hoy está presenciando una de las mayores transformaciones en el campo.

d. Actores armados y cultivos de uso ilícito Las nuevas tierras ocupadas por los campesinos/as generalmente han sido marginales, sin vías de acceso y con fuertes imposibilidades para comerciar productos tradicionales, de tal manera que lo único rentable, dentro de un modelo de economía campesina, han sido los cultivos de uso ilícito. Con estos cultivos se ha generado contaminación de las aguas por los químicos, cansancio de las tierras y tumba de selva y bosques de niebla. Además, el problema se agrava por la represión a través de la fumigación, que también genera contaminación del agua, de la tierra y tiene consecuencias para la salud humana y animal. Esto trae consigo no el fin de los cultivos, sino la ampliación de la frontera agrícola, nuevos cultivos, más destrucción de selva y bosques. De esta manera se puede calcular que por cada hectárea de coca sembrada se destruyen 4 ha. de selva tropical. Y por cada hectárea de amapola, se destruyen 2.5 ha. de bosque de niebla andino.

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Este proceso se sigue dando como una espiral que se repite y que implica la tala de bosques, la pérdida de especies nativas de fauna y flora, la destrucción de ecosistemas, contaminación de fuentes de agua, erosión, sedimentación de los ríos. En esta dinámica están articulados los actores armados desde varias perspectivas. En varios casos la guerrilla de las FARC llegó con los campesinos/as colonos a muchas de estas tierras desde la década del 60 y han participado, protegido y obtenido ganancias de los cultivos de uso ilícito. En unos casos, los actores armados han llegado después y se han aprovechado del negocio, o en otros lo han iniciado y promovido. Cada vez con más fuerza los actores armados ilegales participan de todo el proceso de producción y comercialización que les da autonomía para sostener su aparato militar y proseguir la guerra,

e. Pérdida irreversible de la diversidad Por su ubicación estratégica y la composición geográfica del territorio colombiano, la cantidad de especies de fauna y flora es una de las características que lo ubican en los primeros diez puestos a nivel mundial en biodiversidad. Pero además de que este país es uno de los más ricos en especies animales, en orquídeas, en plantas medicinales, también lo es en culturas, etnias y lenguas. Encontramos 84 pueblos indígenas, comunidad afrodescendiente y raizal, con multiplicidad de idiomas (64) asentados a lo largo y ancho del país en 27 de sus departamentos. A medida que los cultivos de uso ilícito han avanzado hacia los territorios ancestrales de los/as indígenas, la población ha tenido que enfrentar el hecho de que lugares que antes eran referentes fundamentales para su cultura hoy son zonas de producción de coca o amapola. Se va perdiendo con ello muchas de sus tradiciones y sus saberes íntimamente ligados a la tierra. Un caso para ejemplificar es el de los Yukpa del César quienes deben ver cómo el cerro conocido en la Sierra del Perijá como “La Marimonda”, sitio sagrado de peregrinación para los Yukpa, ha sido cubierto casi completamente por cultivos de amapola, reemplazando el bosque medio tropical que allí había. Así que en medio de la guerra, la diversidad étnica y cultural integrada al ambiente tan sabiamente, son pérdidas irreparables para un país empeñado en arreglar los problemas de siembra de coca y amapola a través de fungicidas y espermicidas que terminarán también con la seguridad alimentaria y la sobreviviencia de muchas personas.

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‘YO Sigo secuestrado’ El periodista Guillermo ‘La Chiva’ Cortés permaneció secuestrado más de seis meses en poder de la guerrilla en el año de 2001. El Ejército lo rescató, junto con un ciudadano alemán, sano y salvo en un operativo en las goteras de Bogotá.

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n uno de sus libros el escritor francés Guy de Maupassant señala que la dignidad humana desciende al nivel de las bestias cuando el ser humano se da cuenta de que está rodeado de seres libres y él no lo es. Ese fue mi primer choque emocional al estar secuestrado. Uno se siente disminuido, a un nivel de animal. Pero la situación es mucho más grave porque al mismo tiempo que te tratan como a bestia te negocian como mercancía. Y de eso depende la vida. Esas dos condiciones le imprimen a la psicología del secuestrado unas tremendas cargas emocionales que resquebrajan la espiritualidad. Como secuestrado me sentía abandonado, lo cual no es justo porque simultáneamente mi familia estaba siendo chantajeada. Los que padecemos el sufrimiento del secuestro grabamos en nuestro disco duro todas las sensaciones que vivimos en el cautiverio. La más triste de todas es que una vez se recupera la libertad uno se sigue sintiendo secuestrado. Y un efecto de eso es que se pierde la confianza en las personas y ya no estás tranquilo: se está pendiente de la familia a toda hora, de los hijos, de la mujer. Que no vayan a ninguna parte que no sea la casa. Y a su turno la familia en uno: que no salga a la carretera, a restaurantes por las tardes. El espacio para moverse se restringe. En algún momento los guerrilleros me mandaron una razón: “tenemos que hablar con usted, porque todavía nos debe”. Yo me pregunto: ¿esa no es una inversión total de los valores? Son ellos los que me deben a mí. Me quedaron debiendo mi finca a la que no puedo volver y en la que tenía esperanzas de vivir los últimos días de mi vida además del automóvil que se robaron. Pero sobre todo se robaron mi tranquilidad, mi capacidad de diversión y de amar.

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Duré seis meses en solitario. Un mes antes de que me rescatara el Ejército, se juntaron conmigo otros seis secuestrados, entre ellos dos muchachos. Yo les comentaba: ustedes tengan tranquilidad, la vida es como una especie de sinfonía, son jóvenes y cuando se despierten de este tormento y vuelvan a la vida normal, lo que les ha pasado va a quedar grabado como una sinfonía a la que le borraron 2 ó 3 arpegios. Y ustedes van a seguir tocando su sinfonía y no se van a dar cuenta ni a recordar que esos arpegios existían, pero a mí a los 74 años me han robado las últimas cuatro páginas de la sinfonía. Ahora no las puedo reponer y eso causa automáticamente un desbarajuste mental porque uno quiere luchar hasta que se muera, pero aquí la lucha se acortó. Ese es un daño interior sumamente grande, y por más que uno trate de llevar una vida normal, no puede. Cuando empieza a llover, por ejemplo, la gente que ve llover dice: “¡Ah, está lloviendo!” Para mí cuando empieza a llover es: “¡uy, cómo llovía allá, y cómo estaba de mal!” Todo el mundo se tropieza, pero cuando es a mí a quien le ocurre pienso inmediatamente: “¡Uy, me acabo de tropezar como me tropezaba allá, en los caminos en que tenía que andar!” Todo sigue relacionado con esa crisis espantosa. No físicamente, que es lo de menos, es aquí en la cabeza, es una cuestión interior, como un fantasma empeñado en acompañarte por el resto de tus días. La sensación angustiosa que tengo ahora es que la sociedad no se ha percatado de lo horrible que es ese delito. Sufren del síndrome del avestruz: meten la cabeza en la arena y dicen: “a mí no me pasa”. Creo que las autoridades tienen que reforzar la inteligencia. Pero a la vez pienso que hay que dialogar porque los costos de la guerra son inconmensurables en vidas y en materia económica. Cuando digo eso, mis amigos de la clase dirigente y social dicen que es que yo me estoy volviendo comunista. La verdad, creo, que la clase dirigente colombiana ha fracasado en el manejo de la situación social del país ¿Cómo puede uno desconocer que hay un fermento terrible con un desempleo del 20 por ciento, con 3 millones de desplazados, sin cobertura social en salud, sin educación? Uno no puede pensar que este es el país de Jauja. El rechazo al establecimiento será proporcional a las diferencias sociales. Yo no duermo pensando que de los 3 millones de desplazados, el 50 por ciento son niños ¿Qué pasará dentro de 10 años, cuando esos niños sean hombres? ¿Dónde los vamos a colocar? ¿Qué les vamos a ofrecer? ¿Qué posibilidad tenemos de que esos muchachos no crezcan odiando el establecimiento porque los han desplazado de sus casas, los han separado de sus padres, les han negado la posibilidad de trabajar en sus tierras? Durante mi cautiverio viví una experiencia que nos pinta de cuerpo entero. Un día llegué a un campamento de esos. Y los dos muchachos más jóvenes de la guerrilla, que eran los que más me jodían,

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estaban arreglando el cambuche donde me quedaría a dormir. Entonces pasó el jefe de ellos y me quejé: “oiga, jefe, mire estos muchachos haciendo las cosas al revés”. Sin decir nada, sacó un machete, cortó unos palitos, templó un poquito más la carpa y se fue. Tratando de volverme a amistar con los muchachos les dije: bueno jóvenes, les agradezco. No se imaginan a este pobre viejo con las lluvias que están cayendo todas las noches, tener que dormir en el barro. Uno de ellos se quedó mirándome fijamente a los ojos y me dijo: “usted qué cree viejo hijueputa, a dónde nos parió mi mamá a mí y a mis 2 hermanos, entre el barro, viejo hijueputa. Ahora le toca a usted”. Es puro resentimiento. Es terrible: a diario nacen muchos niños entre el barro. Entonces, ¿cómo puede uno pensar que esos muchachos le tengan alguna clase de respeto a los que ellos consideran, con bastante realidad, los dueños del poder? En esas condiciones no se puede hablar con ellos. En verdad piensan que están peleando por el pueblo colombiano, que están ganando la guerra y que el establecimiento los ha explotado.

GUERRA SE LLAMA EL ESPIRITU DE LA DESHUMANIZACIÓN El dolor y la muerte causados, el sufrimiento desatado y la culpa por la violencia en una guerra nos van desmoronando por dentro, va minando nuestro espíritu; todo ese sufrimiento nos conduce una vez más a la pregunta por el sentido de la vida y de la existencia: ¿Para qué la vida? ¿Qué sentido tiene en medio de tanta tragedia? La guerra afecta nuestro espíritu cuando la vida se convierte en un sufrimiento permanente, cuando el dolor y la muerte no dan tregua; vamos perdiendo no sólo la posibilidad de realizarnos como seres humanos sino la confianza en la vida ¿acaso vale la pena? Algo nos duele profundamente como víctimas o agresores, pero sobre todo como seres humanos ¿qué estamos haciendo con nuestra propia existencia, con la naturaleza, con la vida?. Privación de la libertad, chantaje, extorsión, boleteo, desapariciones forzadas, retaliaciones, torturas, ejecuciones... la violencia de la guerra nos deshumaniza por igual, sea que nos consideremos triunfadores, perdedores o simples espectadores; estas realidades se convierten en razones para no creer en nada ni nadie, en el porvenir o en una vida mejor. Para muchas personas la experiencia de la vida resulta traumática; para quienes durante tanto tiempo han visto violentar la vida, por unos u otros/as, por unas y otras razones, la vida deja de ser sagrada, es un azar, y la muerte no se experimenta como un suceso natural sino como una amenaza permanente “...te tratan como a bestia y te negocian como mercancía” . La guerra transforma nuestra experiencia vital, nuestras creencias y las razones de vida; la guerra afecta la

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posibilidad de trascendencia, de dejar nuestra huella en el mundo. En la guerra los ideales nobles cargan con el peso de la violencia, y lo que pudo ser la búsqueda de un mundo mejor y de bienestar se convierte en una tragedia permanente y colectiva; vivimos como personas y como grupo descreyendo de la vida y de los demás, sentimos las angustias y el sufrimiento de los otros/as pero también la desconfianza y así entramos en la desesperanza... Hemos de reconocer que todos los seres humanos tenemos un experiencia de espiritualidad, en tanto búsqueda del sentido de la vida y de cierta trascendencia que guía las acciones “más allá de uno/a mismo/a”. Con la guerra ese sentido de la vida y la trascendencia de los actos se ven sumergidas en el sufrimiento y limitadas por la urgencia de sobrevivir a la violencia y a la muerte. La guerra también afecta nuestro espíritu cuando fragmenta y destruye nuestra idea de comunidad humana; la guerra afecta nuestro espíritu porque vulnera nuestra dignidad y con ello nos deshumaniza; la guerra afecta nuestro espíritu porque limita las posibilidades de trascendencia. De esta forma los efectos de la guerra empobrecen nuestra experiencia de la vida y de la muerte, nos pone en un contrasentido que es profundamente inaceptable ¿como puede darse una sociedad mejor a partir de hechos que moralmente destruyen la dignidad, la comunidad humana y sus posibilidades de trascendencia? Consideramos la espiritualidad como la experiencia de la vida y de la muerte en la cual son fundamentales: la pertenencia a la comunidad humana (entendida como totalidad), la protección de la dignidad y la integridad del ser humano y la trascendencia como la posibilidad de dar sentido a la existencia. La guerra en la vida espiritual tiene consecuencias sumamente graves para la vida social, aunque no sea algo palpable. ¿Cómo vamos a hacer para reconstruir la confianza en el ser humano, para hacer valer la dignidad y recobrar la esperanza golpeadas por la violencia de la guerra? En últimas, las posibilidades de la vida en comunidad, de la convivencia, del bienestar dependen fundamentalmente que como sujetos individuales y colectivos creamos que es posible... y esa posibilidad tiene que ver con encontrar sentido a lo que somos y hacemos aun en medio de la violencia trágica que vulnera nuestro espíritu.

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Centro de Investigación y Educación Popular.

Una reflexión desde las ciencias sociales sobre los costos espirituales de la guerra

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Hensel Ri os Rivver eros os,, FFrranz Dieter Dieter.. “Las costos espirituales del conflicto armado interno en Colombia”. Documento que integra el estado de arte sobre los costos de la guerra en Colombia realizado por el Cinep, dentro del proyecto coordinado por el Programa por la Paz.

A continuación presentamos algunos resultados del trabajo realizado por el Cinep71 y que nos permite visualizar los costos de la guerra. El trabajo de investigación se basa en lo que se ha planteado desde diferentes espacios de reflexión acerca de los costos espirituales de la confrontación armada en el país72 . Dado el carácter de este documento, es preciso anotar que no hay consenso entre los investigadores/as sobre lo que puede llamarse un costo de la guerra.

COST OS ESPIRITU ALES DE LA GUERRA COSTOS ESPIRITUALES Por tratarse lo espiritual de algo intangible podríamos considerar que los efectos que deja la guerra en dicha experiencia no son visibles o fácilmente aprensibles; sin embargo, es en este campo particular donde los traumatismos de la violencia son más profundos y definitivos, no sólo a nivel individual sino colectivo.

a. Pérdida del sentido de comunidad Como costo espiritual la pérdida del sentido de comunidad se basa en la supresión que la guerra hace de la posibilidad de construir relaciones humanas como “experiencia espiritual’. Se entiende por este tipo de relaciones, aquellas caracterizadas por el reconocimiento del otro/a como parte de una misma comunidad, la comunidad humana. Las acciones de la confrontación armada han provocado una división de la unidad fundamental que es necesaria para un bien-estar espiritual. En la medida en que la guerra crece, la comunidad antes unida se separa progresivamente. En tal separación juegan un importante papel la imagen del otro/a como enemigo a muerte, que impide verlo/a como parte de una misma comunidad, y la creciente tendencia a encerrarse en torno al ‘yo’, y no en vinculo con los otros/as. En una cotidianidad mediada por la confrontación armada, la espiritualidad entendida como trascendencia de la individualidad hacia la comunidad humana, se resquebraja. De esta forma, la misión, menos individual y más colectiva, de la realización humana se deja de lado en tanto la guerra obstaculiza la posibilidad de reconocer en el otro/a una oportunidad de realización; en la medida en que la confrontación armada convirtió al otro/a en una amenaza.

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En tiempos de guerra, las acciones bélicas impiden la constitución de un nosotros/as; la ausencia de este sentido de comunidad limita profundamente la estructuración de una dimensión espiritual que soporte la construcción de una sociedad incluyente. El costo espiritual, entonces, es la construcción de relaciones trastocadas. Cada vez encontramos más las relaciones tipificadas por el ser humano contra el ser humano y no como las que la vida en sociedad implica, es decir, relaciones del ser humano hacia el ser humano. Estas relaciones estarían señalando la ausencia de un sentido de comunidad, reflejado entre otras cosas en la consideración del otro/a, no como una posibilidad de realización de lo espiritual, sino como una amenaza a la vida misma.

b. Pérdida de trascendencia La fragilidad del vínculo entre la existencia personal y el sentido colectivo de la vida es un campo propicio para que las relaciones se vean mediadas y caracterizadas por el miedo, la desesperanza, el negativismo, el pesimismo, el egoísmo, y la desconfianza. Entonces la premura, la rapidez y la incertidumbre, provocadas por la guerra no dejan lugar para la búsqueda de la trascendencia en las relaciones sociales. Se ve reducida la posibilidad para que las personas se pregunten por el sentido de su existencia en este mundo; en este caso, preocupados todos/as por vivir o sobrevivir, se omite la capacidad de preguntarse, de indagarse por el sentido de la existencia más allá de las cosas concretas que nos rodean. Empieza entonces a primar un estilo de vida, unos hábitos y costumbres de lo inmediato, lo presencial, el devenir del día a día es la mayor y, a veces, la única preocupación posible, desarticulada de la búsqueda de ese “más allá” que caracteriza la experiencia espiritual. Esta situación se traduce también en una gran dificultad social para elaborar aquello que es “valioso” y aquello que no. La posibilidad personal de elaborar un horizonte de significado y de asignarle a los diferentes espacios de relación social un lugar en ese horizonte, se ve limitada por el predominio del instante. El desarrollo de la guerra, diluye las fronteras entre lo que la sociedad consideraba “deseable” y lo que surge como “necesario”. En ese contexto, cada grupo social y cada ser humano debe enfrentar por sí mismo/a la tarea de reelaborar su mapa de valores. Desde esta visión se privilegian dos elementos: la lógica del ‘sálvese quien pueda’ y ‘el no corra riesgos’. Estas características, antes que promover un intento de reflexionar en torno a la dimensión trascendente del hombre y la mujer, hacen que ellos/as se vean ‘obligados/as’ a las relaciones sociales mediadas por la inmediatez. La afectación también deja secuelas en la manera

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73 Muner a, SS.J.J.J.,., Luis Munera, Fer nando ernando nando.. Entrevista personal. Noviembre de 2002.

en que las personas, en el plano individual y colectivo, pierden la noción de que el presente es el puente entre un antes y un después, encontrándose con la no-esperanza que es fundamentalmente la expresión de una ausencia de sentido. La ausencia de referentes de trascendencia limitan mucho más la posibilidad de una experiencia espiritual auténtica, es decir vivida a través de unas prácticas particulares que nos proyectan a una dimensión que va más allá de si mismos en tiempo y espacio.

c. Deshumanización del hombre El ser humano se caracteriza entre otras muchas cosas por la capacidad de preguntarse por su destino –ser reflexivo-, por la vida en comunidad –saberse parte de un nosotros/as, y por la capacidad de la esperanza. La guerra deshumaniza en tanto afecta profundamente estos rasgos de la humanidad; porque la tragedia cierra la posibilidad de esperanza, porque las relaciones de comunidad se soportan en la negación o en el no-reconocimiento de la vida del otro/a. “La crueldad del conflicto estaría haciendo olvidar uno de los valores más humanos y por eso mismo más espirituales en el hombre: el creer que hay un fin último, un fin bueno en la historia, el puntal de la esperanza”73. La deshumanización en la guerra lleva implícita la “pérdida de responsabilidad como humanos”. Tiende a concebirse la confrontación armada como un ‘monstruo externo’ en el cual se depositan todas las culpas de lo que como humanos somos responsables; así, la guerra provoca la evasión de las responsabilidades que nos competen como seres humanos en cuanto a sus causas y efectos... “debido a la guerra... por la guerra...” y a su vez nos evaden de la responsabilidad de unas relaciones humanas auténticas. Otra expresión de deshumanización en la guerra es “el quiebre de los sentimientos”. Tal quiebre se expresa en la incapacidad creciente de sentir compasión por el otro/a, en el predominio del odio, la codicia y la soberbia. Este quiebre de los sentimientos dificulta incluso el respeto por las ‘reglas de juego’ de la guerra, y al mismo tiempo, limita la capacidad de perdonar y de re-vivir el ‘alma’ suprimida por la guerra. El ‘alma es todo aquello que hace grande (trascendente) la vida humana’; en una situación como la que afrontamos día a día en el país, lo que se pone de manifiesto es la centralidad del odio y la agresividad en las relaciones sociales. Lo preocupante es que se pierde la dimensión de lo que nos hace humanos: el que compartimos el valorar la vida del otro/a como un don de dignidad suprema; mi vida, tu vida, la vida de cualquier otro/a tiene un valor único y sagrado y debe ser protegida, nunca ni por ningún motivo suprimida.

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‘AQUÍ HAY QUE VESTIRSE como ellos digan’ Alejandro tiene 18 años y continúa viviendo en su pueblo bajo la presión de los grupos paramilitares. Aún así, no piensa abandonar su trabajo con los niños pobres de su comunidad.

M

e llamo Alejandro y tengo 18 años. Trabajo con niños de sectores populares. Cuando pienso en la vida de los jóvenes, siento que viven la vida por vivirla; nadie se sienta un momento a mirar qué es lo que pasa. Pronto se perdió la libertad de expresión, de autodeterminación. Con la guerrilla los jóvenes teníamos solo un poco más de libertad: al menos nos vestíamos como queríamos; pero ahora depende de lo que digan los paramilitares. Si utilizas ropa roja y negra (colores de las banderas del ELN), eres guerrillero. Si llevas el cabello largo, piercing o candonga, marihuanero. Pero ellos sí pueden llevar el cabello pintado o piercing ¿Por qué? Son los chachos, los superhéroes, los dueños de las armas. Y punto. Los pelados que ingresan a esos grupos no piensan en el futuro, lo hacen solo por vivir el momento, no valoran la vida. Cuando los paramilitares hicieron presencia en donde vivía, muchos jóvenes ingresaron a sus filas cautivados por las armas, por las pintas y el poder. Las niñas se mueren por ellos pero ninguno sabía lo que les corría pierna arriba. Otros, en cambio, preferimos la neutralidad, y eso nos costó. Querían reclutarme a la brava, y no lo permití. Un día me la montaron en un baile con el cuento de que yo me había robado una camisa, que tenía que ponerme contra la pared para requisarme, pero me les paré, me amenazaron con llevarme a un parque y amarrarme hasta que dijera dónde estaba. La camisa apareció, pero entonces supe que me tenían entre ojos para joderme. Yo me siento bien trabajando con los niños pero hay ocasiones en que no es así. La presión de los grupos armados hace que a veces desee salir corriendo. Así estamos muchos. Pero me pregunto: ¿Y para qué, si en el resto del país las cosas están igual o peor? Me anima

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pensar: bueno, yo soy de aquí y aquí me voy a quedar pase lo que pase. Pero no todos pensamos igual. Los muchachos toman caminos como por moda; si los que mandan son los guerrilleros, todos quieren ser guerrilleros; si son los paramilitares, entonces resultan todos paramilitares. Es un desubique total, no hay ideales. Yo creo que hay gente que no merece vivir. Sin embargo, hay ejemplos dignos de admiración. Había una amiga, líder juvenil, defensora de los derechos humanos. Todos sabíamos que la tenían en la mira para matarla, y ella también lo sabía. Y la veíamos allí, firme. En una ocasión la pararon los paramilitares y la bajaron de la moto en la que iba. Delante de la gente la insultaron, le vaciaron el bolso y le quemaron los papeles. Pero ella no se les calló y también los gritó. Alcanzó a llamar a la Policía por celular. Sabíamos que la matarían el día que diera ‘papaya’. Esas son personas que lo hacen a uno sentir orgulloso. Eso es lo que da valor para tener una identidad, para defender tus derechos, para crear una cultura de paz, de respeto por el otro. Por eso pienso en sembrar otra clase de semilla para el futuro, una nueva cultura. Es esperanzador saber que mañana no te van a matar por lo que piensas, por lo que comes o como te vistas. Que se pueda soñar en un futuro, con una carrera, con una familia. Que respeten tus derechos y que a los jóvenes se los oiga y se los tenga en cuenta. Es muy triste ver como muchas familias se convirtieron en objetivos militares por el hecho de haberse visto obligadas a ceder un vaso de agua. A mí, por ejemplo, me asesinaron allegados. Ese era un miedo. El otro tiene que ver con el futuro, lo que viene, cómo vas a sobrevivir. Ahora no sé qué pueda pasarme en adelante, en qué pueda estar envuelto o qué le pueda estar pasando a mi familia. A veces me pongo a pensar qué irá a pasar conmigo, ¿podré estudiar? Si no puedo, ¿qué va a ser de mí? No sé...

LA CULTURA, ¿VARIEDAD DE SEMILLAS PARA UN FUTURO? Para hablar de los costos culturales de la guerra se debe revisar la historia; aquella que se teje de batalla en batalla, de triunfo en triunfo y de pérdida en pérdida. Desde una perspectiva histórica y cultural no importa quién se atribuya la victoria en una guerra, al final todos/as hemos perdido ¿a qué nos referimos con esto? En una guerra, la destrucción de símbolos y referentes materiales de la cultura, como lo puede ser un monumento, una obra arquitectónica, etc, tiene una consecuencia mucho mayor que el daño físico; se trata de un atentando contra lo que ello representa: una historia, un motivo de orgullo, la memoria de un pueblo, algo que una comunidad considera valioso y

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que le da identidad. El hecho de que muchas comunidades en el país hayan tenido que abandonar sus festejos, sus rituales (enterrar a los muertos, hacer romerías) o el que éstos se vean invadidos por propagandas a favor de uno u otro grupo armado, resulta sumamente grave para la vida de una comunidad; se trata de la violencia y la destrucción de formas de cohesión, entorno a las cuales la gente se siente unida y acogida, entorno a las cuales la gente celebra y se encuentra. Muchos espacios donde se reviven y recrean las tradiciones son controlados, regulados y manipulados, perdiéndose su carácter revitalizador para la sociedad. Es cierto que la gente reinventa y busca cambiarle el sentido a aquellos aspectos de la realidad que le resultan nocivos; un ejemplo de ello es el humor, el chiste y la sátira, como forma de hacer tolerable y de no dejarse apabullar por hechos dolorosos o traumáticos; sin embargo, esa capacidad también se pone en riesgo como sucedió con el asesinato del humorista Jaime Garzón que todos/as recordamos. ¿Por qué los colombianos y colombianas sentimos tanto este crimen?. La respuesta tiene que ver con eso que llamamos aquí los costos culturales de la guerra y la violencia; en aquella ocasión se violentó nuestra capacidad para sobreponernos a las dificultades, nuestra capacidad para la crítica social, a través del humor y la invención. Fue violentado algo profundo de nuestra cultura oral a través de lo cual podíamos ver alternativas y soluciones. Como esto, muchas prácticas tradicionales, los bailes, los lenguajes, la fiesta, el deporte, las costumbres ancestrales, se ven trastocadas por la guerra. Con la libertad cada vez más restringida, con la disminución de espacios donde se pueda ser joven, con la imposición de estilos de vida ajenos a los de la familia, el barrio, el grupo de amigos/as, el municipio o la región, la diversidad de puntos de vista, de expresiones y manifestaciones auténticas de cada zona del país que pueden adquirir los futuros hombres y mujeres, se están perdiendo, y con ello se van trastocando los valores y los rasgos de identidad que caracterizan la diversidad cultural colombiana. Pero por otra parte, la guerra y la violencia también van dando forma a las expresiones culturales; ello se refleja por ejemplo en los contenidos televisivos que retransmiten hasta el cansancio la cultura Rambo con sus aditamentos bélicos, donde se mata por la justicia, por el bien y la verdad, donde los “fines nobles” justifican el medio. La vida cotidiana se va llenando de signos, palabras, lenguajes que en últimas son el despliegue de la lógica implícita de la guerra; vemos niños vestidos con uniformes

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Centro de Investigación y Educación Popular.

75 Vásquez, María de la Luz Luz. “Costos Culturales de la Guerra”. Documento que integra el estado de arte sobre los costos de la guerra en Colombia realizado por el Cinep, dentro del proyecto coordinado por el Programa por la Paz.

camuflados; escuchamos como insultos entre los/as jóvenes las formas “guerrillo” o “paraco”; confundimos en la figura del “sapo” la acción de informar para proteger con la de señalar para eliminar; consumimos imágenes de guerra como si se tratase de un juego de ordenador en el cual los malos deben morir a manos de los buenos. Las prácticas de guerra enfatizan, modifican o suprimen ciertas formas de la cultura y con ello refuerzan imaginarios y dispositivos de violencia; la división del mundo entre buenos y malos, héroes y villanos, los que merecen vivir y los que no. Vamos aceptando y generando mecanismos violentos para resolver los conflictos, perdiendo dignidad en una existencia resignada, carente de espacios y referentes diversos; vamos suplantando las tradiciones de tolerancia y convivencia por los símbolos, prácticas y representaciones propios de la lógica de la exclusión: el exterminio del contrario, la anulación de la diferencia, la negación de la singularidad, formas estas que vamos reproduciendo sistemáticamente en todos los órdenes de la vida. Se van cambiando las maneras de ser y vivir la diferencia entre disputas de jóvenes, rivalidades sanas y connaturales a la naturaleza de la juventud, por otras marcadas por la rabia, el odio y los símbolos y lenguajes impuestos por los armados que toman el control de una zona. Si la cultura es un conjunto de relaciones, representaciones y prácticas para vivir la vida, donde tiene prioridad el sentido común ¿Qué estamos haciendo hoy para evitar los efectos destructivos de la violencia en la cultura? ¿Estamos construyendo respuestas constructivas, desde la memoria de lo que somos y vivimos, maneras de relacionarnos y representarnos que nos devuelvan una identidad basada en la vida y en el ejercicio permanente de la convivencia?

Una reflexión desde las ciencias sociales sobre los costos culturales de la guerra A continuación presentamos algunos resultados del trabajo realizado por el Cinep 74 y que nos permite visualizar los costos de la guerra. El trabajo de investigación se basa en lo que han planteado diferentes investigadores/as acerca de los costos culturales de la confrontación armada en el país75 . Dado el carácter de este documento, es preciso anotar que no hay consenso entre los investigadores/as sobre lo que puede llamarse un costo de la guerra.

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PÉRDID A Y RECONFIGURACION DE IDENTID ADES PÉRDIDA IDENTIDADES EN MEDIO DE LA GUERRA Podría señalarse como el principal costo cultural de la guerra la pérdida de identidades que nutren la diversidad cultural de nuestro país; la desaparición de tradiciones y referentes que contribuyen a dar sentido de pertenencia a un territorio, y el abandono de prácticas y representaciones que generación tras generación constituyen memoria, historia y patrimonio. Esto redunda en el resquebrajamiento de los procesos organizativos justamente porque los lazos de solidaridad entre las comunidades son reemplazados por la desconfianza mutua y un sistema de lealtades radicales (amigo/enemigo) que opera en torno a sentimientos de miedo, odio y venganza.

a. Ataques al patrimonio cultural La destrucción del patrimonio cultural de la Nación es uno de los costos de la guerra que concierne a los ciudadanos/as pero que se expresa directamente en el ámbito institucional. La destrucción de casas de la cultura, monumentos arquitectónicos, el miedo a permanecer en espacios públicos recreativos, la suspensión de eventos artísticos y culturales en escenarios multitudinarios o en la vida local, son apenas algunos de los hechos que socavan las posibilidades de recreación social y nos proyectan como país peligroso para la actividad cultural. Los hechos de guerra que destruyen el patrimonio cultural afectan la posibilidad de construir identidad nacional, pese a que en general dicho patrimonio no ha sido apropiado suficientemente por los ciudadanos/as, ni promovido por el Estado para el goce y disfrute como bien común. Algunas cifras que ha recogido el Ministerio de Cultura acerca de pérdidas y atentados contra el patrimonio histórico y cultural son76 : Entre 1998 y el 2001, 12 casas de la cultura en todo el país han sido atacadas por frentes de las FARC o el ELN, al igual que por carros bomba. Las pérdidas materiales se estiman en 4.500 millones de pesos y las pérdidas en la parte cultural en 1.125 millones de pesos entre libros, instrumentos musicales, archivos, objetos típicos y bibliotecas. Además de los monumentos y edificaciones, se cuentan dentro de las pérdidas de la cultura el número de bandas municipales y emisoras comunitarias desmovilizadas, sobre el que no se tienen cifras precisas.

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Tomadas de El Tiempo (2001a y b)


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Comisión Colombiana de Juristas. Panorama de Derechos Humanos y Derecho Humanitario en Colombia. Informe de avance: octubre de 2000 a marzo de 2001.

Por su parte, la Comisión Colombiana de Juristas presenta los siguientes datos de ataques contra bienes civiles, entre los cuales están los bienes del patrimonio cultural. Ello se considera una infracción al derecho internacional humanitario: Periodo: octubre de 2000 a marzo de 2001

Tipo de acción

Número de casos / responsabilidad de grupos guerrilleros

Número de casos / responsabilidad de grupos paramilitares

Derribamiento de torres de energía

76

Destrucción de fincas

13

36

Destrucción de locales comerciales

16

4

Destrucción de viviendas

29

150

Destrucción de tractomulas

57

Destrucción de buses

24

Destrucción de chalupas

3

Destrucción de trenes

3

Quema de vehículos

69

Destrucción de peajes

8

Ataque a templos católicos

9

Ataque a lugares culturales

3

Destrucción de central telefónica

3

1

Derribamiento de puentes

9

Destrucción de llantas de tractomulas

48

Fuente: Comisión Colombiana de Juristas4 En medio de estos ataques contra bienes de la población civil, son cada vez menos frecuentes los lugares de encuentro para la creación y la expresión de la cultura, tanto en los ámbitos locales como en los regionales o el nacional. En una permanente sensación de zozobra, de inseguridad y de insatisfacción, no sólo se amenazan las tradiciones, también la certeza de un terreno fecundo para la hermandad y la solidaridad, así crece la imposibilidad de respeto de la diferencia, aspecto fundamental para una cultura de la convivencia.

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b. Geografía de la violencia A partir de manifestaciones regionales de la confrontación armada, se crean identidades y estereotipos regionales que dan lugar a una percepción diferente del territorio; de esta manera existen «zona violentas o rojas», «territorios de guerrilla», «zonas de rehabilitación», «tierra de nadie», «santuarios de la delincuencia», que a su vez marcan a sus pobladores, a los que se mira con temor y desconfianza. Se hace evidente la pérdida en los procesos de reivindicación de la autonomía y de la autodeterminación de muchas comunidades, puesto que predomina la lógica de la guerra que va venciendo las resistencias sociales a dejarse involucrar. Los grupos armados intentan cooptar cualquier proceso autónomo a través de la victimización o el desplazamiento, lo cual rompe con procesos ligados a la cultura y al territorio (sobre todo en comunidades negras e indígenas) y configura formas de reivindicación desde una identidad circunstancial como en el caso de los desplazados/as. En la geografía que va conformando la guerra, los esfuerzos se concentran en combatir los síntomas de la violencia con más violencia, casi nunca sus raíces, con lo cual el desplazamiento forzado se incrementa y de paso se fomentan nuevas situaciones de presión y reestructuración forzada en las zonas urbanas; situaciones asociadas al uso del espacio, a la pérdida del arraigo y las manifestaciones culturales propias de una porción territorial. Atestiguando estas realidades, la mayoría de los habitantes de este país vamos quedándonos con una geografía del miedo que cercena nuestro mapa cultural y territorial de una forma tajante, hasta el punto de quedar atrapados/as en circuitos que reducen la movilidad y la capacidad de disfrute de muchos lugares de riqueza incalculable, tanto por su paisaje como por la variedad de usos y costumbres culturales que allí se manifiestan.

c. Debilitamiento de las prácticas tradicionales Este costo alude no sólo a formas de ser y hacer, visiones del mundo, prácticas y representaciones en los grupos étnicos. Es claro que la guerra amenaza estos aspectos del ámbito cultural y vital en la sociedad amplia, puesto que se ven en riesgo tradiciones y costumbres familiares, comunitarias, regionales. Este hecho es más fuerte y radical en la situación de desplazamiento, puesto que está implicado un desarraigo y una pérdida de referentes culturales y sociales.

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Con la separación de la gente de sus territorios mediante el desplazamiento forzado, la aparición de nuevas visiones sobre el mundo y la naturaleza empiezan a tener peso en muchas zonas. Esto afecta directamente el reconocimiento individual y colectivo como la gente de una región, con sus cantos y bailes, con su habla y sus costumbres. Son muchos los cambios en los referentes espaciales y de identidad colectiva, que infortunadamente es difícil conservar o recuperar lejos del territorio de origen. La manera en que las gentes se reúnen y organizan, sea alrededor de un evento o de manera natural en la vida diaria, se interrumpe, dando paso a un resquebrajamiento de los procesos organizativos. Paradójicamente, algunos expertos hablan de que el fenómeno de la guerra en Colombia ha propiciado la integración cultural de un país que, por tradición, ha estado desarticulado y dividido producto de un sistema político centralista que no interpreta muy bien las necesidades de las comunidades. No obstante, el encuentro de las diferentes expresiones culturales debería ser un proceso natural dado por las oportunidades favorables para ello y no como consecuencia de actos violentos o forzados. ¿Qué tipo de integración se da cuando sus raíces escapan a la libre determinación de los individuos... cuando dicha integración reduce las posibilidades de la diversidad y niega la diferencia a favor de una homogeneidad forzosa?

d. Configuración de nuevas formas de relación En medio de la guerra los lazos de solidaridad entre las comunidades son reemplazados por la desconfianza mutua y un sistema de lealtades radicales hacia uno u otro grupo armado, que opera en torno a sentimientos de miedo, odio y venganza; ello afirma referentes simbólicos y sociales en los que la relación nosotros/as – otros/as se reduce a una lógica bipolar excluyente, que implica rigidez en los juicios sobre otros/as. El mundo se divide en dos: amigos/enemigos, izquierda/derecha, guerrillero/paramilitar, leal/traidor; sin posibilidad de matices y apreciaciones complejas; esto implica nuevas formas de relación que pasan por la discriminación, la nominación, la clasificación, la exclusión, la polarización y la estigmatización, bajo mecanismos de terror y desconfianza mutua. La bipolaridad niega fundamentalmente la diversidad y las alternativas, anula la singularidad de las personas y consume la vida social y cultural en la ficción de la victoria de unos/as sobre otros/as, de un modelo de vida sobre otro. Es decir, se afecta la capacidad de perpetuar los valores culturales; el ser, sentir, representarse y vivir los vínculos nacidos de una historia compartida, de una memoria colectiva, de una particularidad geográfica. En su lugar empezamos a convivir con una amnesia indivi-

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dual y colectiva, sin noción de un futuro para si y los/as más jóvenes, con la sensación de que la violencia es un hecho normal, cotidiano, que siempre ha estado ahí y estará ahí, al cual hay que acomodarse. Culturalmente la violencia se va tornando en una práctica social común que origina cambios en lo inmediato; sin embargo, sus consecuencias a largo plazo y sus costos tienen que ver con que se pone en duda la existencia de grupos sociales, lenguas y culturas enteras; se opta por la anulación de la diferencia y de innumerables formas de permanencia, cambio y trascendencia.

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La guerra Una opción demasiado costosa por una falsa ilusión

“Todo en la vida nos cuesta”, dice una

sentencia muy popular y extendida; nos cuesta esfuerzo, trabajo, insatisfacción, privaciones, incluso dolor y sufrimiento; pero, y a pesar de ello, también estamos convencidos de que un día todo esto pasará y luego de los sacrificios será posible descansar, vendrá el nuevo día, tendremos paz y podremos empezar de nuevo. 72 Gonzále z, JJosé osé María; González, Montes bel. Las Isabel. Montes,, Ana Isa guerras olvidadas. Acento Editorial. Madrid, 1988

Este parece ser el llamado que desde muchos lados se nos hace a los colombianos para afrontar la crisis por la que atraviesa el país; la invitación a ‘pagar ’ una cuota más de sacrificio, como nos lo expresa este aparte de una columna publicada en una revista de opinión colombiana: “...Para que el respaldo a la vía militar – que se ha sostenido por primera vez por año y medio en las encuestas- continúe, la gente quiere ver que los principales comandantes de las FARC también son capturables y van a pagar por el infierno al que lanzaron a Colombia. Ese es el desafío de la fuerza pública. El de los demás colombianos es aguantar y sobreponernos a todo ese dolor, con la certeza de que la hora de las claudicaciones quedó definitivamente atrás.” (Mauricio

Vargas en Revista Semana “De matones y pacifistas”. 12 – 19 mayo 2003, no. 515; el resaltado es nuestro) Sin embargo, luego del recorrido que hemos hecho por los testimonios, por los análisis y reflexiones sobre los efectos de la guerra queremos preguntar ¿Qué es lo que vamos a dejar atrás y qué vamos a empezar de nuevo? ¿Qué paz nos espera luego de los sacrificios realizados? Para no ir muy lejos, sólo después de la II guerra mundial (desde 1945) 160 conflictos armados y guerras han causado cuarenta millones de muertos en todo el mundo (aproximadamente toda la población colombiana de hoy); de ellos sólo 10 millones han sido soldados; el resto, población civil. En el último decenio pueden haber muerto más de 2 millones de niños en confrontaciones armadas en el mundo; mucho más que soldados.72 ¿Quiénes eran? ¿Cuáles sus nombres, sus familias? ¿Cuáles sus sueños y aspiraciones? ¿Querían ellos o sus familias una guerra? Por alguna razón estas preguntas han sido descartadas del balance de lo que dejan las guerras; y por alguna razón que también

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estamos intentado comprender, pareciera que lo importante realmente fuera la ilusión de lo que será posible después de la guerra: el día nuevo... la paz. La paz que nos exige olvidar y echar tierra al asunto; la paz de los cementerios, de la tranquilidad llena de dolor, rabia, e indignación; la paz del silencio. Ruanda, Zaire, Sudán, Liberia, Afganistán, Irak... Colombia... En todos estos países las principales víctimas han sido población civil: asesinados, refugiados o desplazados, secuestrados, víctimas de las facciones en lucha que presionan a la población para que se ponga de su lado, que la utilizan como escudos o botín para sus “negociaciones de paz” o estrategias de guerra. El resultado: medio centenar de luchas abiertas, cincuenta millones de desplazados, ciento veinte millones de minas ‘antipersona’ esparcidas en setenta y cuatro países y más de treinta millones de mutilados, dos millones de ellos niños. ¿A eso se refieren quienes defienden la guerra como opción? ¿A eso se refieren cuando hablan de ‘aguantar’ y de los sacrificios que tenemos que hacer?. Pero, por otra parte, tenemos que preguntarnos si después de todo tenemos mejores sociedades, si el beneficio a valido el costo; y nuestra respuesta es No. Lo que vemos es que la injusticia crece, la desigualdad aumenta, los pobres son cada vez más pobres y menos libres, hay mayor exclusión política e inequidad, abundantes odios y también mucha desolación. Entonces ¿Porqué creer que el mundo es hoy mejor después de todas esas guerras?

Hemos querido plantear esta pregunta para el caso colombiano, un país que vive múltiples fenómenos de violencia expresados de diversas maneras, una de ellas y quizá la más visible: la guerra. Nuestra pregunta sigue siendo la misma: ¿Por qué creemos que la guerra puede resolver algo en nuestro país? La consideración más común es que no queda otro camino, algo así como “si no se puede a las buenas tiene que ser a las malas”. Respuestas con algún nivel de elaboración buscan entender y explicar la guerra de manera objetiva (es decir sin hacer juicios de valor) sin entrar en el análisis de aspectos subjetivos; otras respuestas (esas sí subjetivas) son las de los actores comprometidos, quienes argumentan cómo la guerra se justifica si los fines que se persiguen son legítimos (buenos y nobles): orden social, razón de estado, revolución, justicia, desarrollo, libertad, seguridad, etc. Por esos fines nobles debemos pagar un precio: los costos de la guerra. Una guerra que alimenta y profundiza las diferentes violencias y con ello acelera los procesos destructivos de la sociedad. Una guerra de masacres, torturas, desapariciones, secuestros, mutilaciones; prácticas que nos señalan los niveles cada vez más profundos a los que puede llegar la degradación de la vida humana, la pérdida de la dignidad de la vida y la destrucción.

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Op.cit. P. 90% de los conflictos armados se desarrollan en los países llamados subdesarrollados, el 70% de las transferencias de armas se lleva a cabo con países pobres o periféricos y es agenciado por países ricos que abanderan principios de igualdad, libertad y fraternidad.

Una guerra que afecta nuestras posibilidades de sentir la vida como una experiencia trascendente, de común – unidad humana. Una guerra que perpetúa la lucha por la propiedad y explotación de los recursos naturales, profundizando así la ruptura de las relaciones armónicas con la naturaleza y la comprensión integral de la vida. Una guerra que reafirma la idea de que la política es un espacio de negociación de intereses que favorecen a grupos privados de poder, que estimula prácticas antidemocráticas y comportamientos ilegales. Una guerra que promueve prácticas económicas ilícitas y en este sentido está vinculada a circuitos donde se produce y reproduce la ilegalidad, en la que se fortalece un tipo de economía que no genera desarrollo justo y equitativo para todos. Una guerra que reafirma e imprime en las sociedad patrones culturales, rasgos de la mentalidad y mecanismos de transmisión, que legitiman: el uso de la violencia, la oposición excluyente, la eliminación de la diferencia; una guerra que nos ofrece la idea de que después de todo tendremos una mejor sociedad. Sin embargo, como hemos querido mostrar en este trabajo no hay ninguna justificación que pueda comprenderse ante los niveles de destrucción social que deja una guerra; tanto la legitimidad de las causas que

unos y otros esgrimen (que bien pueden legitimar cualquier cosa78 ) como el cierre de cualquier otra posibilidad de solución, parecen más bien fruto de una escasa conciencia; no sólo de quienes conforman los ejércitos y usan las armas, sino también de quienes asentimos pasivamente o creemos en algo mejor después de la guerra. Desde nuestra perspectiva creemos que buena parte de la inconciencia tiene que ver con ignorar o no querer reconocer los efectos reales y la magnitud de la destrucción que ella trae. Pero también tiene que ver con rasgos de nuestra cultura, con nuestras creencias, con las forma de nuestros deseos y aspiraciones; y sobre todo con la forma como asumimos nuestras diferencias. Aceptamos el costo de la guerra si el beneficio es mayor Aceptamos el costo de la guerra si dura poco y es efectiva Aceptamos la cuota de sufrimiento sobre todo si no es nuestro sufrimiento Aceptamos todo esto para tener que constatar, después de mucho dolor y sufrimiento, que nada ha cambiado; que por el contrario ha empeorado y que el supuesto de una sociedad mejor después de la guerra es una falsa ilusión. ¿Cuál es entonces nuestra posibilidad? Acudir a la conciencia de cada uno y cada

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una de los colombianos y colombianas y por supuesto a su responsabilidad en la elección de ese camino o de un camino distinto. En primer lugar, no podemos aceptar que la opción por la guerra se haga sin tener conciencia de sus causas, dinámicas, y sobre todo de sus consecuencias y efectos; desde nuestra perspectiva esa es una opción inconsciente e irresponsable con la vida y por supuesto contraria al deseo de una sociedad mejor. En segundo lugar, no podemos aceptar la guerra porque estamos convencidos de que no sólo tiene un costo muy alto sino que es una falsa ilusión, un contrasentido: no existe tal arte de construir con destrucción, de dignificar con indignación, de liberar con represión. La guerra como salida es un contrasentido; simplemente cambia la forma, se cree acceder a una nueva etapa superior, pero la verdad es que se ha dado un paso atrás. ¿Porqué terminamos pensando que la guerra es una manera de resolver algo, cuando intrínsecamente la guerra es un fenómeno destructivo? Paradójicamente en nuestro país muchos justifican la violencia porque no soportan tanta barbarie y por ello plantean la necesidad de una fuerza superior que pueda acabar de una vez por todas con el mal, aun sin importar si se convierte en una barbarie mayor para todos.

¿En qué se sustenta la creencia de que tocar fondo dará paso a un nuevo orden? Por paradójico que parezca, se trata de la esperanza; si, la esperanza en un mundo mejor, en una sociedad mejor, la esperanza de vivir en paz. Pero desafortunadamente es una esperanza mal fundada porque no reposa en el reconocimiento de la vida, ni en la aceptación de la posibilidad de equivocarse, ni en el reconocimiento de la diferencia y de las necesidades de todos y todas; una esperanza que espera que todo cambie rápidamente, de una sola vez y para siempre, que espera que el costo lo paguen otros -sobre todo si es sufrimiento; una esperanza en que se resuelvan los problemas propios sin importar los de los demás. ¿Qué proponemos? Reconocer los costos de la guerra, descubrir la contradicción que lleva implícita, desmontar la falsa ilusión que nos propone y hacer de ello una conciencia colectiva a partir de la cual seamos capaces de asumir nuestra responsabilidad con un destino colectivo. Hemos dado aquí un paso hacia la comprensión de los efectos de la guerra y otro para reconocer la trampa que nos plantea; nos queda a todos y todas ampliar la conciencia colectiva y asumir la responsabilidad. Mientras aceptemos y toleremos la violencia de la guerra; mientras desfallezcamos en la búsqueda de alternativas y aceptemos que no hay otra salida; mientras caigamos en

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la trampa de las razones que la legitiman, en el juego interminable de la retaliación, estaremos condenados a repetir el sufrimiento que produce la guerra. Pero si aceptamos el reto, tenemos que empezar por recuperar la posibilidad y la esperanza de una sociedad más justa y en paz, fundada en el compromiso de todos y todas, en la responsabilidad individual pero también en la convicción de que es una tarea colectiva; una tarea que va a requerir muchos más esfuerzos pero quizá menos dolor y sufrimiento que los que deja la guerra. Los retos son mayores: la opción por la vida que no es otra cosa que renunciar al uso de la violencia como método y rechazar todo argumento que la justifique y legitime; la comprensión y conciencia acerca de los efectos destructivos de la guerra, que son en magnitud iguales a la tarea que habremos de emprender para la reconstrucción; la responsabilidad que debemos asumir cada uno en nuestra cotidianidad para cambiar esa lógica de la guerra y la violencia que impregnan la sociedad: los lenguajes que alimentan el odio, las justificaciones de venganza, los estereotipos, en fin la falsa creencia de que el fin justifica los medios. Una sociedad militarizada, traumatizada profundamente, afectada en su psiquis y su cultura; una sociedad que tolera patrones de conducta y mecanismos de transmisión de violencia, cerrada a las posibilidades

creativas para afrontar los conflictos, condenada a los autoritarismos y a la represión como formas de mantener el orden y el derecho, no es nuestra idea de una mejor sociedad. No creemos que el mundo haya progresado por las guerras; por el contrario creemos que estas han impedido que el mundo sea mejor; por ello creemos que no son necesarias, que no son una condena y que, aunque son una realidad y muchos de sus efectos son irreversibles, podemos detenerlas y así disminuir el trauma colectivo que entrañan. Creemos por el contrario, que la vida permanece gracias a que millones de personas en el mundo cotidianamente rechazan la violencia, afirman la vida e inventan mil formas para protegerla y proyectarla. Algo nos tienen que decir las historias de miles de hombres y mujeres que sufren a diario los horrores de la guerra, el costo y precio de una falsa ilusión. Algo debemos ganar en conciencia sobre la urgencia y la necesidad de detener las prácticas que nutren y se alimentan de la guerra; y sobre todo algo debemos y podemos hacer los ciudadanos y ciudadanas de Colombia para asumir desde ya la tarea y el reto de detener esta barbarie. No estamos hablando de héroes ni de finales felices después de la tragedia, del re-

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surgir ceniciento del fénix; no estamos hablando de la salvación y de la muerte de los villanos, o del orden después de la confusión. Estamos hablando de que todos y cada una tenemos la responsabilidad moral por la opción que hagamos frente a la guerra y la responsabilidad práctica en la construcción de salidas dignas para todos; salidas y fundadas en la recuperación de vida como condición sin la cual no es posible otra sociedad. Sólo podremos enfrentar con fortaleza el horror de esta tragedia y esa sensación de amargura en el corazón si persistimos en nuevas formas de encuentro que tal vez nos permitan reconciliarnos, como colombianas y colombianos, y dar algunos pasos hacia un porvenir menos costoso, menos perfecto, no sin privaciones ni dolor, pero sí más humano y digno.

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Amalfi Cer pa (ilustr ador a) Cerpa (ilustrador adora)

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TALLERES de reflexión L

os ejercicios que encontraran a continuación son una propuesta sencilla de cómo llevar a cabo espacios de reflexión con grupos o comunidades sobre el tema de los costos de la guerra en el país. El objetivo general de estos talleres es ver que los efectos de la guerra son tan fuertes, están tan presentes en nuestra vida, que paradójicamente no los vemos; es como si tuviéramos una VIGA EN EL OJO. Se trata de acercar y confrontar la reflexión que se plantea en este documento con la experiencia particular de cada zona donde llegue este material. Es importante tener en cuenta que estos talleres buscan sensibilizar hacia una toma de conciencia sobre lo que nos está costando como seres humanos, como sociedad y como país la guerra que estamos viviendo. Por esto, a partir de esta reflexión es importante que se abran espacios de diálogo sobre qué alternativas creativas y constructivas se pueden generar en los grupos y comunidades para hacer frente a esta realidad desde un compromiso personal y asumiendo (es nuestra propuesta) una opción clara por la noviolencia y la construcción colectiva de la paz.

De igual manera, recomendamos que los talleres se adecuen a los contextos y necesidades propias del grupo o comunidad con el que se trabaje. En todo caso, sería muy enriquecedor para el PROGRAMA POR LA PAZ conocer el resultado de estas reflexiones, para lo cual los invitamos a que nos escriban sobre ello a los datos que aparecen en la contraportada. Los y las invitamos a una reflexión sincera y creativa. TALLER No. 1

EFECTOS VISIBLES E INVISIBLES DE LA GUERRA Participantes: el número de personas que deseen de acuerdo con posibilidades de espacio y material. Materiales: libro “LA VIGA EN EL OJO” o fotocopias de las ilustraciones de la páginas 90 y 91, lápices o lapiceros y hojas en blanco. Objetivo: expresar a través de historias y narraciones las opiniones y sensaciones de los/ as participantes sobre los efectos visibles e invisibles de la guerra en sus entornos cercanos.

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Metodología: 1. Los participantes observan con detenimiento la secuencia de los dibujos de LA VIGA EN EL OJO. 2. Cada participante, o por pequeños grupos, tratan de construir a partir de la secuencia de dibujos una historia que hable de algún costo/efecto que ha tenido la situación de guerra del país en el entorno cercano de los participantes (familia, barrio, vereda, comunidad, empresa, etc.) 3. Se escriben las historias y se comparten con todo el grupo. 4. El/la facilitadora recoge los principales costos que se identificaron en las historias y se comparten los sentimientos generados a partir del ejercicio. TALLER No. 2

IMÁGENES Y SENSACIONES DE LLOS OS COST OS DE LA GUERRA COSTOS Participantes: el número de personas que deseen siempre que haya espacio y materiales para todos Materiales: libreta de apuntes y lápices o lapiceros Objetivo: identificar algunos costos de la guerra en diferentes ámbitos (personal, interpersonal, colectivo) y descubrir las sensaciones que tales efectos provocan.

Metodología: 1. Se identifican con los participantes los espacios de relación en los que interactúan cotidianamente. Sugerimos que se podrían clasificar básicamente en tres: espacio personal (relación consigo mismo/a), espacio interpersonal (relación con la familia, grupo, amigos, etc.) y espacio colectivo/público (relación con organizaciones y con instancias de carácter público – dimensión del ser humano como miembro de una sociedad, un país) 2. Se organizan tres grupos. Cada uno de ellos trabajará sobre uno de los espacios de relación identificados79. 3. Cada grupo conversará sobre qué transformaciones cree que tiene la guerra en cada uno de estos espacios. Es decir, uno de los grupos puede responder la siguiente pregunta: ¿la situación de guerra que vive el país cómo afecta o transforma mi mundo personal, mis emociones, mis ideas, mis opiniones?. El segundo grupo puede reflexionar sobre: ¿cómo afecta la guerra la forma como me relaciono con la familia, los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo, etc.?. El último grupo puede preguntarse: ¿qué efectos tiene la guerra en la forma como asumo mi país, lo que creo de él, cómo participo en los asuntos públicos ya sean de mi comunidad, del municipio o del país?

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En caso de que el grupo haya identificado otros espacios, se adecuará el número de grupos a ello.


4. Después de reflexionar sobre esto, cada grupo elabora el siguiente cuadro: ¿Cómo podemos representar gráficamente los efectos identificados? (se realizan dibujos)

5.

¿Qué palabras asociamos a los efectos que identificamos? (se escribe un listado de palabras)

Se comparte en plenaria los cuadros elaborados por los grupos. El/la facilitadora recoge las principales ideas y los sentimientos que se expresaron.

TALLER No. 3

LA GUERRA Y MI ENTORNO Participantes: todos/as los que deseen de acuerdo con las posibilidades de espacio y material.

¿Qué sentimientos nos deja este ejercicio?

Metodología: 1. Organizados por pequeños grupos, los participantes dibujan un mapa del sitio donde viven. 2. En el mapa se ubican los costos de la guerra, es decir, los efectos que la confrontación armada está dejando en la vida individual, social, cultural, política, etc., de la ciudad, vereda o municipio que se ha dibujado. Estos efectos se pueden representar gráficamente, ubicándolos en los espacios donde se manifiestan con mayor fuerza.

Materiales: pliegos de papel, lápices, marcadores, tijeras, revistas y periódicos, pegante. Objetivo: analizar los costos de la guerra y la inversión para la paz en el contexto cercano.

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Ejemplo: los niños juegan a la guerra entre “guerrillos y paracos”; se puede expresar a través de un dibujo y ubicarlo en la escuela.


Otro ejemplo puede ser el dolor de las madres cuando a sus hijos los reclutan en alguno de los grupos armados. Este dibujo se puede ubicar en las casas de familia. Recordemos que los costos de la guerra pueden ser visibles e invisibles y que podemos clasificarlos valiéndonos de las siguientes categorías: culturales, económicos/materiales, humanitarios, psicológicos, ambientales, políticos, espirituales y sociales. En cada una de estas categorías podemos valernos del dibujo o de la imagen para representar cada costo. 3. Después de completar el mapa (o los mapas en caso de que el grupo sea numeroso), se presenta y se conversa sobre lo que se encontró y las tareas que son necesarias realizar para trabajar por la paz en nuestro contexto.

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