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La historia del único campo de golf gratis y clandestino de España
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Un club muy especial

La historia del único campo de golf gratis y clandestino de España

Un grupo de jubilados mantiene en unos terrenos de Pozuelo desde los años ochenta un campo de dimensiones oficiales y en el que no hay que pagar nada por jugar

Foto: Pablo Lucas Rodríguez, presidente del club de golf Pozuelo. (D. B)
Pablo Lucas Rodríguez, presidente del club de golf Pozuelo. (D. B)

Desde el pequeño terraplén terroso se recorta contra el horizonte la silueta de los edificios más altos de Madrid. Una liebre se escapa ladera abajo entre cascos de botellas de vidrio vacías. Los coches ya ocupan casi todo el aparcamiento improvisado, un hueco que se abre desde el arcén de una carretera secundaria. A pocos metros, el campo de golf más singular de España: un descampado de arena con rastrojos y retamas en el que Agustín García diseñó de manera clandestina en los años ochenta un recorrido de nueve hoyos. Allí se reúnen, principalmente, obreros jubilados para jugar gratis. "Esto era una escombrera y nosotros lo convertimos en algo practicable", se reivindica el presidente de este peculiar club, Pablo Lucas Rodríguez, de profesión cerrajero. "Si no estuviéramos sería un vertedero", advierte.

Los socios, algo menos de un centenar, abonan una cuota de 12 euros al mes (la misma cantidad desde hace más de una década) y el campo está incluido en un listado de la Federación Madrileña de Golf. Pero la realidad es que los terrenos pertenecen al Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón y cualquiera puede ir allí a golpear bolas sin que nadie se lo pueda impedir. La asociación, en su mayoría compuesta por jubilados con pensiones modestas, da derecho a participar en los campeonatos que organizan los domingos y a reunirse en un bar del pueblo a comentar la jugada. Todos ellos se comprometen a rastrillar la arena y mantener las modestísimas instalaciones en buen estado. Eso incluye unos muy rudimentarios carteles que enumeran los hoyos y algunas alfombras verdes que ayudan a recorrer y delimitar el campo.

"Tenemos que estar atentos porque los gamberros del botellón vienen y nos destrozan todo"

Este domingo el torneo de los hombres ya ha concluido y hace sol, así que unos cuantos han sacado una mesita metálica y están jugando una partida de mus. Otros beben cerveza en lata y se echan un cigarro mientras charlan. Cerca está la caseta que les sirve lo mismo de bar que de barraca para guardar las carretillas y los rastrillos con los que adecentan la tierra. Está llena de pintadas y aún conserva un tono ahumado consecuencia de un intento de quemarla. "Tenemos que estar atentos porque los gamberros del botellón vienen y nos destrozan todo", denuncia Rodríguez mientras señala los deteriorados elementos que indican la salida de un hoyo. El ambiente es de vermú dominical o de tortilla en el campo, muy alejado del tópico de las casas club de los exclusivos campos de golf al uso (a unos cinco kilómetros está La Finca, la urbanización donde reside, entre otros millonarios, Cristiano Ronaldo). Incluso la vestimenta de los jugadores no concuerda demasiado con la que uno asocia a los aficionados a este deporte. Sin embargo, la bolsa de palos y su contenido sí que es exactamente igual a la que portan en otros lugares.

Caddies y profesionales

Las mujeres asociadas, una quincena, tendrán su propia competición por la tarde. Pero ahora solo hay hombres, casi todos ellos de edad avanzada. "Una buena parte han sido caddies", revela su presidente, que reivindica el nivel de sus asociados: "Varios han jugado campeonatos de España". De este club salió el jugador profesional Carlos Soto. A pesar de ello se lamentan que desde la Federación no les hacen demasiado caso. "La verdad es que nos ignoran", puntualiza uno de los socios. "¡El que aprende a jugar bien aquí luego puede hacerlo de maravilla en uno de esos campos alfombrados de verde!", se reivindica Rodríguez, que advierte que sus socios están federados y juegan bajo las mismas normas que en cualquier otro sitio.

Esto lo puede usar cualquiera sin pagar nada, lo único que te puede pasar es que esté lleno, pero nadie puede impedirte jugar

El campo tiene la categoría de rústico, uno de los casi veinte que hay con esa calificación en España. Pero quizá a este la palabra "rústico" se le quede pequeña: no hay ni una brizna de césped en todo el recorrido. No se riega en absoluto y solo hay una pequeña canalización de agua en la casita que sirve de almacén y de bar. "Nosotros venimos muchas mañanas y es muy agradable: ves liebres y hasta zorros, te das un paseo y tiene unas vistas increíbles, además de quitarte el gusanillo de jugar hasta que puedes ir a otro tipo de campo", comenta uno de los habituales mientras guarda su bolsa de palos en el maletero. "Es una buena manera de practicar sin tener que gastar una riñonada", comenta José, algo más joven que la media. "Si haces cuentas, ir a jugar todos los días, por muy barato que sea el sitio al que vayas, te sale por una cantidad que yo no puedo afrontar". Este mismo hombre confiesa que no es necesario asociarse para venir a jugar: "Esto lo puede usar cualquiera sin pagar, eso es así, lo único que te puede pasar es que esté lleno, pero nadie puede impedirte jugar aunque no estés apuntado en el club".

Terrenos no urbanizables

Desde el Ayuntamiento de Pozuelo prefieren no comentar la situación de esos terrenos que le pertenecen, pero, en cualquier caso, recuerdan que no son urbanizables y provienen del deslinde de una dehesa. "Nos dejan tranquilos y nosotros no hacemos daño a nadie, solo dar opción a jugar a quienes no tienen recursos para hacerlo en un campo de los verdes", resume Rodríguez mientras a su lado maniobra una furgoneta Ford Tourneo que ya enfila la carretera. Ha concluido otro domingo de golf y mus, amigos y tortilla, en el campo de Pozuelo.

Desde el pequeño terraplén terroso se recorta contra el horizonte la silueta de los edificios más altos de Madrid. Una liebre se escapa ladera abajo entre cascos de botellas de vidrio vacías. Los coches ya ocupan casi todo el aparcamiento improvisado, un hueco que se abre desde el arcén de una carretera secundaria. A pocos metros, el campo de golf más singular de España: un descampado de arena con rastrojos y retamas en el que Agustín García diseñó de manera clandestina en los años ochenta un recorrido de nueve hoyos. Allí se reúnen, principalmente, obreros jubilados para jugar gratis. "Esto era una escombrera y nosotros lo convertimos en algo practicable", se reivindica el presidente de este peculiar club, Pablo Lucas Rodríguez, de profesión cerrajero. "Si no estuviéramos sería un vertedero", advierte.

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