El mensaje del papa

Mauricio García Villegas
09 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.

El papa no solo habla de la fe, sino también del bien. Por eso, además de ser un líder religioso, es un líder moral; y como la moral tiene mucho que ver con las relaciones sociales, el papa es igualmente un líder político. Allí está su gran autoridad, en su capacidad para concentrar (como la Santísima Trinidad) esos tres liderazgos en una sola persona. Según el pensamiento católico tradicional esas tres condiciones, o liderazgos, no están en equilibrio, sino que están jalonadas por la fe. Si no hay fe en Dios, como decía Dostoievski, todo está permitido. La fe lleva a la moral, de la misma manera que, digamos, ser vegetariano lleva a comer vegetales.

En la práctica, sin embargo, las cosas son más complicadas. Quienes comparten la misma fe no siempre piensan igual sobre lo bueno y lo malo. El hecho de creer en los diez mandamientos no hace que los creyentes se pongan de acuerdo en los asuntos morales más álgidos de nuestro tiempo, como la eutanasia, los derechos de la comunidad LGBTI, el contenido moral de la educación pública, la prohibición del aborto o del consumo de drogas, o la cantidad de justicia que se necesita para conseguir la paz. Hay profundos desacuerdos entre los católicos. Sobre los gays, por ejemplo, hay católicos incluyentes y dispuestos al diálogo (como el mismo papa Francisco), y otros que piensan lo contrario. Algunos se oponen a que el Estado meta a la cárcel a quienes consumen drogas o se practican un aborto, mientras que otros piden eso y mucho más para castigar esas conductas. Algo parecido ocurre con la relación entre perdón y castigo, lo cual se planteó recientemente en el proceso de paz dando lugar a divisiones profundas entre los partidarios del Sí y del No.

En términos generales hay una división moral muy marcada entre, por un lado, los defensores de una moral incluyente, tolerante, liberal y respetuosa de la autonomía personal y, por otro lado, los defensores de una moral tradicional, paternalista y severa en esos asuntos. El papa no solo vino a un país profundamente dividido, moral y políticamente, sino que guía una Iglesia que también tiene divisiones profundas. Entre él y su antecesor, por ejemplo, hay diferencias evidentes, así como las hay entre los obispos del país e incluso entre líderes católicos. Pero, a diferencia de otros papas, Francisco tiene un poderoso mensaje de unidad, no solo para los católicos, sino para todos. Ese mensaje está fundado en una moral simple, básica, de hermandad, solidaridad y respeto. Una moral universal, que podría no necesitar de la fe en Dios para mantenerse en pie.

Por eso creyentes y no creyentes se sienten atraídos por sus mensajes. Yo soy uno de esos no creyentes y me gusta casi todo lo que el papa dice, porque comparto muchos de los principios morales que predica. Si la religión se redujera a la moral, habría muchas religiones al interior del catolicismo y yo sería un creyente de esa religión humana, básica, compasiva y universal que lidera el papa Francisco.

Muchos vemos en el papa a un líder moral y político (antes que a un líder religioso), capaz de reconciliar a personas de diferentes credos y opiniones. Tal vez las bases de una paz estable y duradera en Colombia estén allí, en ese mensaje a favor del respeto, la erradicación del odio, la solidaridad con los que sufren y la convivencia hermanada que nos trae el papa Francisco.

 

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