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Índice Scripta Nova Inicio Geocrítica Scripta Nova REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788 Depósito Legal: B. 21.741-98 Vol. XIX, núm. 506 1 de abril de 2015 ¿Superpoblación o sobreconsumo? Malthusianismo práctico, exclusión global y población sobrante Imanol Zubero Grupo de investigación CIVERSITY – http://civersity.net Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea Departamento de Sociología y Trabajo Social imanol.zubero@ehu.es ¿Superpoblación o sobreconsumo? Malthusianismo práctico, exclusión global y población sobrante Resumen: A pesar del tiempo transcurrido desde su formulación original y de sus debilidades empíricas, el temor a la “catástrofe malthusiana” no ha dejado de estar presente en las sociedades económicamente más desarrolladas. Esta permanencia se explica en buena parte por su funcionalidad como legitimación de las enormes desigualdades existentes en el mundo. Su reaparición en el presente siglo significa un grave riesgo de retroceso hacia situaciones pasadas de crisis radical del principio universalista. Palabras clave: maltusianismo, población, sostenibilidad, globalización, exclusión Overpopulation or overconsumption? Practical Malthusianism, global exclusion and surplus population Abstract: Despite the time passed since its original formulation and empirical weaknesses, the fear of the "Malthusian catastrophe" has never ceased being present in the economically more developed societies. This permanence can be explained at some degree by its functionality as a legitimization of the huge inequalities existing in the world. Its reappearance in the present century means a serious risk of regression to past situations of radical crisis of the universalist principle. Keywords: Malthusianism, population, sustainability, globalization, exclusion Recibido: 19 de septiembre de 2013 Devuelto para correcciones: 10 de julio de 2014 Aceptado: 2 de octubre de 2014 2 Scripta Nova, vol. XIX, nº 506, 2015 “Para resolver la crisis del medio ambiente tendremos que renunciar, por fin, al lujo de tolerar la pobreza, la discriminación racial y la guerra. En nuestra imprudente marcha hacia el suicidio ecológico, hemos agotado las opciones. Ahora que se nos reclama el pago de la deuda con el medio ambiente, nuestras alternativas han quedado reducidas a dos: o una organización racional y social del uso y distribución de los recursos de la Tierra, o una nueva barbarie”1. En septiembre de 2008 la revista Scientific American publicaba un breve artículo de Jeffrey D. Sachs, director del Earth Institute de la Universidad de Columbia, titulado “The Specter of Malthus Returns”2. Tras recordar que a lo largo de su formación como economista la perspectiva malthusiana le había sido sistemáticamente presentada como un ejemplo de prognosis ingenua e infundada al no tener en cuenta el potencial de eficiencia derivado del progreso tecnológico, Sachs señala que, pese a todo, la población mundial continua creciendo en torno a los 80 millones de personas al año, especialmente en las regiones más pobres, lo que supone una presión enorme sobre los ecosistemas. El artículo finalizaba preguntándose: “¿Hemos derrotado a Malthus? Dos siglos después de su trabajo, aún no lo sabemos con seguridad”. Unos meses antes, en este caso en la revista The Atlantic, el influyente analista político Robert D. Kaplan había publicado otro artículo de título muy similar, “The Return of Thomas Malthus”3, aunque con un contenido mucho más claramente alineado con la perspectiva malthusiana: Los incrementos del precio de los alimentos y el aumento de la población global, sobre todo entre las clases medias en India y China, han traído el respeto renovado hacia el filósofo de la catástrofe demográfica, Thomas Robert Malthus. En la década de los 90, una serie de escritores, entre los que me incluyo, fuimos denunciados como Malthusianos macabros y deterministas debido a nuestro énfasis en el papel que el mundo natural desempeña en los asuntos mundiales. Era una época supuestamente sin límites, cuando cualquier país podía lograr la prosperidad y los derechos humanos. Por el contrario, nosotros argumentábamos que el incremento de la población, el agotamiento de los suelos y de los recursos hídricos, y otros fenómenos naturales podrían limitar lo que se podía conseguir en determinados lugares, y que, por lo tanto, era necesario un realismo trágico. Ahora ese trágico realismo es la rabia, y los medios de comunicación han empezado a mirar a Malthus positivamente. Kaplan finalizaba su artículo diciendo: “Si Malthus se equivoca, ¿por qué entonces es necesario demostrarlo una y otra vez, en cada década y cada siglo? Tal vez porque, en algún nivel fundamental, existe el temor de que Malthus tenga razón”4. ¿Cómo puede ser que, después de dos siglos, aún no podamos responder a la pregunta de si Malthus “tenía razón”? Hoy sabemos que la fecundidad en los países más desarrollados no ha dejado de descender desde la década de los Setenta, situándose en casi todos ellos bastante por debajo de la tasa de reposición5. Lo mismo está ocurriendo en muchos de los países menos desarrollados, con la excepción del África subsahariana, que así y todo viene reduciendo sensiblemente su tasa de fecundidad, desde los 6,61 hijos por mujer en 1 Commoner, 1978, p. 245. Sachs, 2008, p. 38. 3 Kaplan, 2008. Destacamos también, por su recurso explícito al paradigma malthusiano: Kaplan, 1997, 2000, 2007. 4 También en Kaplan, 2002, p. 149. 5 Caldwell, 2004, p. 306; Farah, 2006, p. 47; Last, 2013. 2 Zubero. ¿Superpoblación o sobreconsumo? 3 1960 a los 5,11 en 2012. En el caso del mundo musulmán, Courbage y Todd han analizado pormenorizadamente el “hundimiento de la fecundidad” desde 1975 como consecuencia de una “revolución de las mentalidades” similar a la que ya ha experimentado hace mucho tiempo el mundo occidental, caracterizada por la alfabetización universal (especialmente de las mujeres) y por la secularización6. En conjunto, el número medio de hijos por mujer ha descendido en el mundo desde los 4,98 en 1960 hasta los 2,47 en 2012. Gráfico 1. Evolución del número medio de hijos por mujer (1960-2011) 8 7 6 5 4 3 2 1 0 1960 1965 1970 1975 1980 África Subsahariana Oriente Medio y África del Norte América Latina y Caribe Europa y Asia Central 1985 1990 1995 2000 2005 2011 Asia del Sur Mundo Norteamérica Asia Oriental y Pacífico Fuente: Banco Mundial7. También sabemos que la población total del planeta se irá estabilizando en torno al año 2050 en una cifra que rondará los 9.000 millones de habitantes, en una horquilla que va desde los 7,4 hasta los 10,6 miles de millones8. Entonces, ¿se equivocó Malthus? Lo cierto es que Malthus no fue ni un demógrafo ni un científico inductivo, al menos no lo fue al escribir su famosísimo ensayo 9, sino un economista político y, en el caso que nos ocupa, un polemista filosófico que subordinó el análisis riguroso de la cuestión demográfica a su objetivo de combatir el optimismo perfeccionista de 6 Courbage y Todd, 2009; ver también Todd, 2003, p.29-36. Google Public Data [consulta: 19/07/2014]. 8 Caldwell, 2004, p. 313; Demeny, 2004, p. 508; Alexandratos, 2005, p. 237. 9 Collantes, 2003, p. 155. 7 4 Scripta Nova, vol. XIX, nº 506, 2015 Godwin, Owen o Condorcet: “Argumentando contra la perfectibilidad, Malthus recurrió de forma instrumental al entramado de las progresiones aritmética y geométrica, que funcionó en lo sucesivo como una especie de lema publicitario” 10. No quisiéramos despeñarnos por el psicologismo, pero resulta tentador interpretar este anti-perfeccionismo militante de Malthus como expresión del deseo de “matar al padre”, si tenemos en cuenta que su progenitor era, como explica Keynes, “un devoto, por no decir apasionado, admirador de Rousseau”11, perfectibilista donde los haya12. Sin embargo, a pesar de la inexactitud de las ideas de Malthus -tanto sobre el decrecimiento de los rendimientos de la tierra, como sobre al aumento incesante de la población, esencialmente por no tener en cuenta la manera en que el cambio tecnológico puede multiplicar la productividad-13, sus ideas, particularmente las expresadas en su versión más dura14, no han dejado nunca de estar presentes en el debate social y político en nuestras sociedades15 –menos, aunque también, en el debate científico16-, con un “retorno” del maltusianismo en distintas épocas17. ¿Vuelve Malthus? En realidad nunca se ha ido En la década de los Sesenta la imagen de la “explosión demográfica” no era patrimonio de Paul R. Ehrlich, quien popularizó el término con su famoso libro The Population Bomb, publicado en 196818. Esta expresión era utilizada de manera habitual y normalizada por los demógrafos de la época, sin cuestionarse la (escasa) cientificidad de la misma, ni valorar su impacto sobre los imaginarios sociales 19. Así, en el libro The Population Dilemma, publicado en 1963 (y reeditado en 1969) por un destacado plantel de académicos convocados por The American Assembly, podemos leer: Los habitantes del planeta superaron los 3,5 miles de millones al finalizar el año 1968. Hace tres siglos la población mundial era de aproximadamente 0,5 miles de millones, hace un siglo de 1,3 y hace medio siglo de 1,8. Cuando finalice este siglo la población de la tierra podría alcanzar fácilmente los 7 mil millones. Dentro de tan solo medio siglo (2018) podría triplicarse hasta aproximadamente 10 mil millones; y dentro de un siglo (2068) la población mundial puede superar los 20 mil millones. Estas cifras explican temor creciente de habitantes, naciones y organizaciones internacionales ante la “explosión demográfica” (population explosion)20. 10 Ibid., p. 156. también Keynes, 1984, p. 20. Keynes, 1984, p. 11-13. 12 Rubio Carracedo, 2008, p. 250. 13 Error que Leroy-Beaulieu ilustra con su “parábola de los tres malthus”; citado en Le Bras, 1997, p. 21. también: Grindstaff, 1981, p. 37; Naredo, 1996, p. 97; Collantes, 2003, p. 153; Caldwell, 2004, p. 297; Navarro, 2006, p. 112-116; Therborn, 2012, pp. 127-128. 14 Collantes, 2003, p. 153-154. Collantes señala que en sus sucesivas ediciones el Ensayo de Malthus, además de pasar de las 50.000 palabras iniciales hasta las más de 200.000 en ediciones posteriores, fue virando hacia una “versión blanda”, aceptando que la capacidad de razonar de los seres humanos podía llevarles, si no por el camino de esa perfectibilidad que Malthus combate en su obra, sí por un camino de prudencia e inteligencia que permitiría evitar las peores consecuencias previstas en su ensayo. 15 Linnér, 2003. 16 McNicoll, 1998. 17 Sólo por señalar tres referencias en tres décadas distintas: Raote, 2012; Fornos, 1998; Kirk, 1984. 18 Ehrlich, 1968; para una crítica de esta obra desde la investigación en demografía, ver Pérez Díaz, 2010. 19 Thomlinson, 1976, p. 19. 20 Hauser, 1969, p. 12. 11 Zubero. ¿Superpoblación o sobreconsumo? 5 “Seis mil millones de insectos”, titula su libro Fabre-Luce en 1962, advirtiendo contra el imparable crecimiento de la población previsto por la ONU en aquella época: 6.000 millones en el año 2000, 12.000 en 2025, 24.000 en 2050, 96.000 en 2100…21. Hoy en día no es tan fácil encontrar diagnósticos tan alarmistas, pero el temor a la “catástrofe maltusiana” no ha desaparecido. En enero de 2013 el conocido naturalista británico David Attenborough declaraba que los humanos son "una plaga sobre la Tierra" e instaba a controlar el crecimiento de la población para sobrevivir: "No se trata solo del cambio climático. Es también una cuestión de espacio, de si habrá suficiente sitio para cultivar alimentos que suministrar a toda esa enorme multitud", señalaba22. ¿A qué se debe esta permanencia? Como señala Lohmann, desde sus inicios “el Malthusianismo ha sido una de las más grandes historias de miedo: un cuento de sobrenumerosos Otros amenzándonos a Nosotros”23. En efecto, la obra de Malthus permite, casi podemos decir que invita a, una lectura de la realidad en términos de confrontación y de amenaza: la preocupación malthusiana por excelencia es que todo aquello que Nosotros tenemos porque lo hemos logrado gracias a nuestro trabajo físico e intelectual, a nuestros derechos de propiedad o a nuestro poder político pueda caer en manos de unos irresponsables Otros, simplemente por su mayor fecundidad24. Y siempre hay algún Otro amenazador hacia el que dirigir nuestros temores y al que culpabilizar de todos los males, empezando por los que les aquejan; como indica Pressat, “después de Malthus los lamentos de los ricos sobre la imprevisión de los pobres no escasearán”25. En el mismo sentido, Collantes recuerda “lo funcional que resultaba para los gobernantes y clases acomodadas una teoría que responsabilizaba a los pobres de su propia desgracia”26. De ahí el potencial que el maltusianismo presenta como imaginario, como horizonte distópico, es decir, como proyección hacia el futuro de determinadas tendencias sociales que, en caso de realizarse, producirían situaciones dramáticas o indeseables. Andreu Domingo ha analizado esta cuestión de las demodistopías, aquellas distopías en las que los procesos demográficos, en particular la “explosión” demográfica, ocupan un lugar central27. Domingo aborda la “dramatización del crecimiento demográfico”28 en la literatura de ciencia ficción de los años Cincuenta a Setenta, con obras como Sombras en el sol (Chad Oliver, 1954; 1957), ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! (Harry Harrison, 1966; 1976), Todos sobre Zanzibar (John Brunner, 1968; 2003), Bienvenidos a la casa del mono (Kurt Vonnegut, 1968; 1974) o Edicto siglo XXI (Max Ehrlich, 1972; 1976)29. Muchas de ellas tuvieron su correspondiente versión cinematográfica, con películas de gran éxito y alto impacto en la cultura popular. Esta fue la edad de oro de las demodistopías centradas en la superpoblación. Posteriormente, los miedos sociales se centraron en otras temáticas demográficas, 21 Fabre-Luce, 1962. Attenborough, 2013. 23 Lohman, 2005, p. 81. 24 Ibid., p. 82. 25 Pressat, 1977, p. 16. 26 Collantes, 2003, p. 152. 27 Domingo, 2008a, p. 16; ver también Domingo, 2008b. 28 Domingo, 2008a, p. 79; citando al demógrafo Jacques Véron. 29 Indicamos sólo aquellas de las que existe traducción en castellano. La primera fecha es el año de la edición en su lengua original, la segunda el de la edición en castellano. 22 Scripta Nova, vol. XIX, nº 506, 2015 6 como la manipulación genética30, el descenso de la natalidad31 o, más recientemente, la inmigración extranjera32. Sin embargo, la demodistopía de la superpoblación no ha dejado de agitar los temores contemporáneos hasta el día de hoy: es el caso de la película Elysium (Neill Blomkamp, 2013) o de la obra de teatro Ten Billion, protagonizada por Stephen Emmott, responsable del Microsoft's Computational Science Laboratory de Cambridge y autor del libro del mismo título33; tras su visionado, un comentarista de The Guardian ha definido esta obra como “una de las noches más inquietantes que he pasado nunca en un teatro”34. Esta es también la clave argumental del último bestseller de Dan Brown, Inferno35. Pudiera ser que estas últimas referencias nos parezcan meras anécdotas, pero no lo son. Si, como señala Domingo, “la propia existencia de un producto cultural, aquí de una narrativa centrada en la inteligencia de la población como problema, depende de que el espacio social en su conjunto se plantee ese problema”36, debemos considerar esas expresiones culturales como el reflejo en la cultura popular de preocupaciones presentes en las sociedades en un momento dado, preocupaciones que también acaban formulándose en clave científica y en clave política. Seguramente podemos ignorar a Dan Brown (no estoy tan seguro de que podamos hacer lo mismo con Emmott) pero, ¿y si quien aventa el miedo a la superpoblación es un prestigioso e influyente politólogo como Giovanni Sartori? El mundo cuenta hoy con una población de unos 6.000 millones de habitantes. Para el año 2050 se estima que tendrá unos 9.000. Pero de todos ellos, sólo 1.000 vivirán en lo que llamamos el mundo desarrollado y rico. La inmensa mayoría pobre del mundo consumirá cada vez más rápidamente los recursos, lo que supone un crecimiento insostenible. Lo curioso es que la grave cuestión de la superpoblación no juega ningún papel en los programas de los organismos internacionales. La Administración norteamericana ha recortado o liquidado sus programas al respecto en el Tercer Mundo, y el Vaticano juega un papel nefasto con su condena no ya del aborto, sino de la propia anticoncepción. Sé que hay muchos intereses detrás de esta política, pero lo grave es que no exista conciencia en las opiniones públicas sobre el inmenso peligro que supone para todos. Gobiernos y poblaciones se comportan como avestruces. Todos ignoran esta cuestión en la que nos va la supervivencia. Por eso he escrito este libro37. La catástrofe malthusiana El argumento es sobradamente conocido y se remonta hasta la temprana fecha de 1798, cuando Malthus escribe la primera versión de su Ensayo sobre la población. El principio malthusiano reza así: “La capacidad de crecimiento de la población es infinitamente mayor que la capacidad de la tierra para producir alimentos para el 30 Para una revisión de varias películas relacionadas con esta temática, ver: De Prada, 2007. Destacamos la novela de P.S. James The Children of Men (1992), ambientada en la Inglaterra del año 2021, cuando los seres humanos se han vuelto completamente infértiles. A partir de la novela en 2006 Alfonso Cuarón dirige la película titulada, en su versión castellana, Hijos de los hombres. 32 Domingo, 2008a, p. 253-323; 2008b, p. 736-738. Desde esta perspectiva, resulta muy sugerente la lectura de Delgado, 2009. 33 Emmott, 2013; McKie, 2012; Jack, 2012. 34 Billington, 2012. 35 Ver entrevista con el autor en Time Magazine (27 mayo 2013), en la que expresa su preocupación por la superpoblación: <http://content.time.com/time/magazine/article/0,9171,2143565,00.html> [consulta: 19/07/2014]. 36 Domingo, 2008a, p. 17. 37 Sartori, 2003. 31 Zubero. ¿Superpoblación o sobreconsumo? 7 hombre. La población, si no encuentra obstáculos, aumenta en progresión geométrica. Los alimentos sólo aumentan en progresión aritmética. Basta con poseer las más elementales nociones de números para poder apreciar la inmensa diferencia a favor de la primera de estas dos fuerzas”38. Darwin se basará en esta regla de la progresión geométrica para elaborar su principio de la lucha por la existencia39. Como consecuencia, Malthus nos confronta con una sencilla alternativa: o se equilibran ambas tendencias, a saber, el crecimiento de la población y la provisión de alimentos, o el desequilibrio resultante afectará cruelmente a las posibilidades de supervivencia de amplios sectores de la humanidad. Como hemos señalado, la hipótesis malthusiana de un crecimiento constante y acelerado de la población no es exacta. La población humana no ha crecido nunca siguiendo una progresión geométrica. Si esto fuese así, si, por ejemplo, la población mundial creciera como lo hizo entre 1960 y 1999, cuando se dobló al pasar de 3.000 a 6.000 millones de habitantes (oficialmente, fue el 12 de octubre de 1999 cuando la población mundial franqueó la barrera de los 6.000 millones), alcanzaría la cifra de 34.000 millones de habitantes para el año 2100. Pero no será así, ya que la tasa de crecimiento poblacional está disminuyendo sensiblemente: si esta era del 2% entre 1970 y 1980, descendió ligeramente hasta el 1,7% en la década siguiente y al 1,6% entre 1990 y 2000. Este descenso será más pronunciado en el futuro, según las proyecciones de población de la ONU: el 1,06% entre 2000 y 2025 y el 0,48% entre 2025 y 205040. En todo caso, conviene recordar que si todas las prognosis científicas contienen un grado de incertidumbre, esto es especialmente claro cuando hablamos de proyecciones demográficas. Cohen recuerda que entre los años 1679 y 1994 se han publicado al menos 65 estimaciones sobre la población máxima que el planeta puede soportar, sin que pueda encontrarse en dichas tendencias ningún tipo de tendencia al alza o a la baja41. Sin embargo, a pesar de su inexactitud, la hipótesis malthusiana nos advierte de una realidad insoslayable: la existencia de límites físicos al crecimiento. Al fin y al cabo, como señalan von Weizsäcker y los Lovins, el principio de la sostenibilidad no es un invento reciente: “Hasta los animales hubieron de tenerlo en cuenta antes de la aparición del primer hombre en la Tierra. Parásitos y rapaces habían de tener cuidado de no exterminar las poblaciones de las cuales vivían. Y los herbívoros tampoco podían pastar en exceso en sus territorios”42. Pero el malthusianismo ha tenido siempre, especialmente entre los colectivos más progresistas, muy mala prensa, a pesar de ser un principio fundamentalmente ecológico que nos advierte del riesgo inherente al hecho de pensar nuestro presente y nuestro futuro en ausencia de límites43. ¿Por qué esta mala prensa? Por sus derivaciones ideológicas, burdamente darwinistas, dirigidas a legitimar la apropiación de unos pocos fuertes de los recursos necesarios para la supervivencia de todos, emborronando así el verdadero sentido del descubrimiento de Darwin, que no es otro que el siguiente: “El concepto de «lucha por la vida» acuñado por Charles Darwin, y citado con tanta frecuencia como frivolidad por los legos, se refiere precisamente al esfuerzo por conservar los fundamentos de la vida que se 38 Malthus, 1984, p. 53. Darwin, 1977, p. 103. 40 Husson, 2000, p. 13-14. 41 Cohen, 1998, p. 30. 42 Von Weizsäcker, Lovins y Lovins, 1997, p. 287. 43 En este sentido resulta interesante la existencia, durante el primer tercio del siglo XX, de un Neomalthusianismo Ibérico vinculado al anarquismo y al naturismo: Masjuan, 1993, 1996. 39 Scripta Nova, vol. XIX, nº 506, 2015 8 hallan en peligro, no a un ataque sangriento de los depredadores contra sus presas. ¡Los depredadores demasiado ávidos son ineficaces en el sentido de Darwin!”44. No se trata de considerar a Malthus una especie de “proto-Thatcherita”45, pero sí de reconocer la funcionalidad de la versión más dura de su pensamiento para legitimar la desigualdad en las condiciones de vida entre las personas, al naturalizar la condición de pobreza en función de supuestos atributos de las personas y colectivos más desfavorecidos. Son, precisamente, estas desviaciones ideológicas las que se expresan en planteamientos como los defendidos en el libro de Sartori y Mazzoleni titulado La tierra explota, cuya tesis podemos resumir con sus propias palabras: El hábitat está dañado por demasiados habitantes. Punto. Se puede discutir acerca de cuántos se convierten en demasiados. También se puede advertir que el problema no es cuántos sean, sino cuánto consumen. Sí, pero llegados a un cierto punto queda claro que demasiados son demasiados. Con los niveles de consumo existentes, 6.000 millones de almas ya son excesivos para nuestro ecosistema, dado que ya no permiten su regeneración. Y 9.000 millones serán más que demasiados aun cuando –en una hipótesis muy poco probable- se convenciera a los hiperconsumidores de los países ricos de que redujeran sus consumos a la mitad. Como decía, existe un punto de no retorno ambiental, más allá del cual el exceso de población destruye las propias condiciones de vida46. En este párrafo encontramos: a) una verdad incuestionable, b) una cuestión nodal en el debate sobre población y desarrollo, y c) una claudicación ante el más sucio e interesado de los realismos. La verdad incuestionable: que cualquier hábitat natural posee una determinada capacidad de sustentación de las especies que en el mismo viven, capacidad de sustentación que es necesariamente limitada. De ahí el “axioma inexorable” que los autores mencionados presentan: “Cuantos más seamos, más consumiremos; cuanto más consumamos, más contaminaremos”47. La cuestión nodal: la capacidad de sustentación tiene que ver con el equilibrio que cada especie desarrolla entre su tamaño poblacional y su presión sobre los recursos que dicho hábitat provee, de manera que, siguiendo el trabajo clásico de Ehrlich y Holdren48, podemos formular la siguiente relación de sostenibilidad: I = P x C x T, donde el impacto sobre el medio ambiente (I) es igual al producto del tamaño poblacional (P) por el consumo de los individuos (C) y por el coste tecnológico (T), entendido como la relación entre “la cantidad de recursos necesarios y de residuos originados con una tecnología dada para producir cada unidad de consumo”49. Para mantener constante la capacidad de sustentación cualquier aumento en una de las tres variables debe llevar aparejada una disminución en la(s) otra(s). En concreto, en ausencia de progreso tecnológico, un aumento del tamaño poblacional debería llevar aparejada una reducción de la presión sobre los recursos por parte de esa población cuyo tamaño se ha visto incrementado. Y, a la inversa, una reducción del tamaño poblacional permitiría aumentar la presión sobre los recursos. La claudicación: la asunción de que la única variable sobre la que podemos actuar es el tamaño de la población, siendo por el contrario la presión sobre los recursos (hiperconsumo) un factor inmodificable. En la demodistopía malthusiana la escasez no es un problema de producción y distribución de los bienes y recursos, sino la 44 Von Weizsäcker, Lovins y Lovins, 1997, pp. 287-288. McNicoll, 1998, p. 310. 46 Sartori y Mazzoleni, 2003, p. 9-10. 47 Sartori y Mazzoleni, 2003, p. 12. 48 Ehrlich y Holdren, 1971; Ehrlich y Ehrlich, 1993, p. 52. 49 Delibes de Castro, 2006, p. 77. 45 Zubero. ¿Superpoblación o sobreconsumo? 9 consecuencia de un exceso de población. La economía política se ve, así, desplazada por la gobernabilidad biopolítica de los procesos demográficos50. Población, consumo y equilibrio ecológico La especie humana carece de depredadores. Ocupamos la cima de la pirámide alimentaria. Somos el depredador total y amenazamos la vida del resto de las especies para alimentarnos de ellas o, simplemente, por deporte, interés económico o irresponsabilidad. Como consecuencia de nuestra superioridad los humanos consumimos el 40% de la productividad primaria neta del planeta, o, lo que es lo mismo, casi la mitad de la energía disponible para sostener a todas las especies de la Tierra. Tan grande es nuestro poder sobre el resto de las especies animales que durante nuestro breve paso sobre la Tierra somos los responsables de la extinción de miles de especies, de manera que “el Homo sapiens está maduro para ser el destructor más colosal de la historia, sólo superado por el asteroide gigante que chocó con la Tierra hace sesenta y cinco millones de años, barriendo en un instante geológico la mitad de las especies de entonces”51. Según diversos estudios, en la actualidad estaríamos en los primeros estadios de una extinción en masa provocada fundamentalmente por la actividad humana que, en breve tiempo, podría acabar con el 50% de las especies conocidas52. Además, hace ya tiempo que la especie humana se ha liberado – relativamente- de las presiones naturales sobre su existencia: enfermedades superadas, prolongación de la esperanza de vida, etc. Por tanto, depende básicamente de su autocontrol para mantener un impacto sobre el hábitat sostenible. Al menos por el momento no existe elemento de presión exterior ninguno que pueda obligarnos, por la fuerza, a modificar nuestra propia relación de sostenibilidad Es cierto que la relación de sostenibilidad que hemos formulado más arriba no es un sistema cerrado. Caben modificaciones en la cantidad de recursos disponibles o en la eficiencia con que usamos esos recursos (T), de manera que sea posible incrementar al mismo tiempo el tamaño poblacional y la presión sobre los recursos. De hecho, esta ha sido la situación durante la mayor parte de la historia de la Humanidad. En los albores de nuestros días, al principio de la revolución agrícola, unos 8 o 10.000 años antes de Cristo, la población mundial podía contabilizar entre 5 y 10 millones de individuos. Desde entonces hasta hoy el tamaño de la población humana se ha multiplicado casi por mil gracias al aumento, igualmente extraordinario, de la cantidad de recursos disponibles (ya sea mediante su uso más extensivo, es decir, ocupando más espacios productivos, o más intensivo, merced a los adelantos tecnológicos y científicos), aumento que ha permitido un nuevo equilibrio en la relación de sostenibilidad, esta vez en un nivel más elevado. Sin embargo, debemos abandonar definitivamente el sueño de una ecuación permanentemente reequilibrada en un mundo donde la abundancia de recursos es inagotable. Durante la década de los Setenta y en los primeros Ochenta aún era posible leer cosas como las siguientes: “La sociedad no depende en absoluto de modo exclusivo de las materias primas que son hoy de uso común. Si el cobre escasea o sencillamente encarece, podrá usarse en su lugar el aluminio. Si los diamantes naturales son caros, pueden fabricarse sintéticamente. En cualquier caso, aunque los 50 Domingo, 2008a, p. 117; 2008b, p. 731. Leakey y Lewin, 1997, p. 257, 260. 52 Kauffman y Harries, 1996, p. 42. También Leakey y Lewin, 1997, p. 260. 51 Scripta Nova, vol. XIX, nº 506, 2015 10 suministros de materias primas como éstas son, sin duda, limitados, el momento en que parece probable que se agoten retrocede con el paso del tiempo de modo tal que parece situarse siempre en el futuro. En realidad, pese a lo que dicen los conservacionistas, la época actual parece uno de los períodos en que las previsiones de escasez resultan menos válidas”53. Quien esto decía, científico eminente, director durante años de la prestigiosa revista Nature, no hacía sino reflejar el espíritu de su época. Recordemos que no será hasta los primeros años Setenta, con la publicación del primer Informe al Club de Roma sobre los límites del crecimiento54, por un lado, y con la celebración en Estocolmo de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano55, cuando la idea de límite empiece a contemplarse en los diagnósticos sociales y económicos. Podemos encontrar el más radical exponente de esta cosmovisión anti-límites en los trabajos del Hudson Institute, dirigido por Herman Kahn, y especialmente en el libro editado por Julian L. Simon y Herman Kahn, The Resourceful Earth: A response to Global 200056. Como puede comprobarse por su subtítulo, este libro está escrito como una combativa respuesta al, en su momento, famoso informe Global 2000, elaborado en 1981 por encargo del presidente James Carter desde una interesante perspectiva de cooperación internacional para afrontar problemas que hoy definiríamos como globales: Nuestras conclusiones […] señalan la posibilidad de problemas mundiales de proporciones alarmantes para el año 2000. Las tensiones demográficas, ambientales y las que repercuten sobre los recursos naturales se intensifican y determinarán cada vez más la calidad de la vida humana en nuestro planeta. Esas tensiones ya son suficientemente intensas para denegar a muchos millones de personas la satisfacción de necesidades básicas, como alimento, casa, salud y empleo, así como la esperanza de alcanzar alguna mejoría. Al mismo tiempo, la capacidad de sustentación del planeta –la actitud de los sistemas biológicos para proporcionar recursos que satisfagan las necesidades humanas- se deteriora. Las tendencias que el presente estudio refleja sugieren reiteradamente un proceso progresivo de degradación y empobrecimiento de los recursos naturales de la Tierra. […] Se necesitan cambios en las orientaciones oficiales de todo el mundo antes de que los problemas empeoren y las opciones de acción eficaz se reduzcan. […] Es esencial que se inicie una era de cooperación y dedicación mundial sin precedentes57. Frente a esta perspectiva, en la introducción que Simon y Kahn hacen a su libro puede leerse la siguiente recomendación: “Creemos que el gobierno no debería dar un paso más para alarmar al público sobre las cuestiones referidas a los recursos, el medio ambiente o la población. El público de Estados Unidos debe saber que las condiciones van a mejorar en lugar de empeorar”58. En los últimos años asistimos a un rebrote del discurso anti-límites. Probablemente el intento más sistemático de cuestionar el discurso medioambiental provenga del danés Bjorn Lomborg con su polémico libro El ecologista escéptico, destinado a combatir, como él mismo señala en el capítulo primero, la “letanía” ecologista, que resume así: “El medio ambiente terrestre está en un estado lamentable. Nuestros recursos se agotan. La población no para de crecer, reduciendo al tiempo la cantidad de alimento disponible. […] El ecosistema de la Tierra se está destruyendo. Nos acercamos a gran velocidad al límite absoluto de viabilidad, al tiempo que el techo de crecimiento está 53 Maddox, 1973, p. 15. Meadows, Meadows, Randers y Behrems, 1972. 55 Ward y Dubos, 1972. 56 Simon y Kahn, 1984. 57 Barney, 1982, p. 41-42. 58 Simon y Kahn, 1984, p. 42-43. 54 Zubero. ¿Superpoblación o sobreconsumo? 11 cada vez más cerca”59. Frente a esta letanía, su tesis es que las cosas van, indudablemente, mejor, aunque no todo lo bien que debieran. En la misma línea se sitúan los negacionistas climáticos y los predicadores del “optimismo racional” 60, que resuelven la ecuación Ehrlich-Holdren absolviendo a la población de toda sospecha (son anti-malthusianismos, y esto es bueno)61, al tiempo que rechazan cualquier veracidad de los temores medioambientalistas, confiando plenamente en la capacidad de la tecnología para mantener una población cada vez mayor con estándares de consumo elevados: El mundo puede establecerse la meta razonable de alimentarse con un estándar cada vez más alto a lo largo del siglo XXI sin incrementar la superficie de cultivo, e incluso disminuyéndola. […] Esto es lo que se necesitaría para alimentar a nueve mil millones de personas en 2050: cuando menos duplicar la producción agrícola a través de un considerable aumento del uso de fertilizante en África, la incorporación del riego por goteo en Asia y América, la implementación del doble cultivo en muchos países tropicales, el uso de alimentos transgénicos en todo el mundo para mejorar la producción y reducir la contaminación, un cambio en la alimentación del ganado (de grano a soja), una continua expansión relativa de la piscicultura, la avicultura y la cría de cerdos a expensas de las reses y los corderos (los pollos y los peces convierten grano en carne tres veces más eficientemente que el ganado; los cerdos están en el medio), y mucho comercio, no sólo porque las bocas y las plantas no se encontrarán en el mismo lugar, sino también porque el comercio estimula la especialización en los cultivos más productivos de cada distrito particular 62. ¿De verdad es tan sencillo? Si la solución está en la T de una tecnología que ya tenemos y en la C de un comercio que cada vez practicamos con menos limitaciones, ¿cómo es que hemos avanzado tan poco?¿Y qué hay de las externalidades que puede provocar cada una de las “soluciones” propuestas? Los costes del transporte, las patentes de las semillas transgénicas, la pérdida de biodiversidad y la consiguiente vulnerabilidad de las cosechas, la falta de recursos económicos para acceder a esas semillas, a esos fertilizantes, a esos alimentos comercializados por las grandes corporaciones… Deberíamos volver a leer a Sen y recordar que, en general, el problema de las hambrunas es de availability, con la disponibilidad de alimentos, sino de acquirement, de acceso legítimo a esos alimentos (entitlement), acceso del que determinadas personas se ven excluidas63. Sin despreciar en absoluto las mejoras en la eficiencia de las tecnologías, la ecuación Ehrlich-Holdren se resuelve, fundamentalmente, en la relación entre tamaño de la población y niveles de consumo. Como plantearemos al final de esta reflexión, nos enfrentamos a problemas éticos que no tienen solución a través de medios técnicos. No son problemas de ineficiencia, sino de injusticia. 59 Lomborg, 2003. La edición española de la revista Foreing Policy recoge en su número 10 (agostoseptiembre 2005, pp. 75-81) un debate sobre “el estado de la naturaleza” entre Lomborg y Carl Pope, director del Sierra Club. 60 Ridley, 2011. 61 Ibid., p. 191-210. 62 Ibid., p. 148-150. Para un planteamiento distinto sobre la necesidad y posibilidades de una agricultura sostenible ver: Riechmann, 2006. 63 Sen, 1981a, 1981b, 1986. 12 Scripta Nova, vol. XIX, nº 506, 2015 El núcleo del debate Y así llegamos al núcleo del debate: ¿cómo reequilibrar la relación de sostenibilidad en la era de los límites al crecimiento, cuando la cantidad de recursos disponibles debe ser considerada, en la práctica, como una constante o, cuando menos, como una variable de crecimiento lento e imprevisible? Sartori y Mazzoleni discrepan de quienes achacan la responsabilidad del desequilibrio de la relación de sostenibilidad exclusivamente al hiperconsumo de los ricos, acusándoles de confundir dos problemas distintos: “1) la desigual distribución de las culpas, y 2) la culpa que tenemos todos por ser demasiados”. Y lo concretan así: “Si en 2020 China llega a los 1.400 millones de habitantes, la contaminación crecería mucho también en China; y si en 2020 el subcontinente indio llegase a 2.000 millones de habitantes, también allí el crecimiento de la población sería catastrófico. Por el contrario, si la población de Estados Unidos se hubiera quedado como estaba en 1930 (123 millones), la contaminación producida por los norteamericanos no llegaría a la mitad de la de hoy”64. La posibilidad del desarrollo de los hoy subdesarrollados adquiere, para los autores italianos, tintes apocalípticos: “Imagínense cuando entren en el terreno de juego 1.500 millones de chinos «desarrollados» que cambian la bicicleta por el automóvil: en 2050 China ensuciará y recalentará la atmósfera más que Estados Unidos”65. El problema no está, según ellos, en que la creciente población china acaba consumiendo como los estadounidenses, sino, simplemente, en que se trata de una población creciente. Sin embargo, Sartori y Mazzoleni denuncian la existencia de una suerte de conjura mundial dirigida a silenciar esta situación y, en definitiva, a desviar nuestra atención del auténtico problema (la superpoblación) a lo que, siendo preocupante, por carecer de solución deja de ser considerado como problema (el hiperconsumo). Los medios de comunicación son los primeros culpables de esta confabulación para no afrontar el problema, al “preferir”, según ellos, informar sobre la situación de los pobres del planeta en comparación con las sociedades ricas, en lugar de tratar del “crecimiento exponencial de la población en el mundo”, concentrado en esas mismas poblaciones pobres66. De esta manera los medios de comunicación contribuyen a potenciar un discurso “procreacionista” del que participan desde el Vaticano hasta los movimientos sociales por la justicia global, pasando por agencias internacionales como la FAO y por organizaciones no gubernamentales como el World Wildlife Fund. Todos mudos ante el crecimiento demográfico. “En lo antiglobal, en resumen, hay de todo excepto una cosa: conciencia declarada de que la gran pobreza del mundo es sobre todo hija del exceso de población”67. Frente a este silencio inconsciente, Sartori y Mazzoleni denuncian especialmente aquellos discursos que no sólo pasan de puntillas sobre el problema demográfico sino que, peor aún, le quitan importancia y proclaman la 64 Sartori y Mazzoleni, 2003, p. 23-24. Ibid., p. 45. 66 Ibid., p. 139-140. Gabriel Tortella, catedrático de Historia Económica en la Universidad de Alcalá, sostiene unos planteamientos similares: “Lamentamos la aterradora pobreza del Tercer Mundo, causa de números enormes de muertes por hambre y enfermedad; de la emigración desesperada y casi suicida que presenciamos diariamente en las costas del sur de Europa, y que indudablemente está relacionada con la mayor parte de los conflictos armados y terroristas en el mundo. Sin embargo, en vez de señalar como su verdadera causa el enorme aumento de la población, sin precedentes históricos, que experimentan precisamente los países más pobres, preferimos culpar a los países ricos (siempre es la burguesía la culpable) casi por el mero hecho de serlo” (Tortella, 2003, p. 12). 67 Sartori y Mazzoleni, 2003, p.232. 65 Zubero. ¿Superpoblación o sobreconsumo? 13 capacidad del planeta de sostener a una población mucho mayor que la actual siempre que los recursos globales se distribuyan con mayor justicia: Su argumento es que la Tierra podría quitar el hambre hasta a 10.000 millones de hombreshormiga, pero que el que tiene comida en exceso no la cede al que carece de ella. Quien razona así, quizás piensa que la comida crece por sí sola en los árboles, y que el viento se encarga de distribuirla sin gastos. La realidad es, en cambio, que el agricultor trabaja y que el alimento que produce cuesta. Si lo cediera gratis, él también se moriría de hambre. Por lo tanto, el alimento que hay que distribuir entre los pobres se paga. ¿Quién lo paga? Para pagarlo en cantidad suficiente habría que duplicar los impuestos de quienes los pagan (no somos tantos, y estamos casi todos en Europa, Norteamérica, Japón y poco más). Y quién sabe si bastaría con eso68. Así pues, “nuestro problema es de explosión demográfica; de lo que se deduce que para sobrevivir como género humano tenemos que bloquearla”69. ¿Cómo? Mediante la extensión de las prácticas contraceptivas. Es importante detenernos en esta cuestión: Sartori y Mazzoleni se preocupan mucho por afirmar su convicción de que son las prácticas contraceptivas, no la educación o la modernidad, las que reducen la fecundidad: “Parecería que la educación y la modernidad reducen la fertilidad. En realidad las mujeres modernizadas son tan fértiles, si quisieran, como las mujeres premodernas. La cuestión es, entonces, que una mujer instruida sabe usar los contraceptivos mejor que una mujer analfabeta. Pero siempre tiene que usar los contraceptivos. Si no los usa, también su natalidad puede ser salvaje, también ella puede generar veinte hijos”70. Ciertamente, sin práctica contraceptiva no hay contracepción: se trata de una afirmación de Perogrullo. En este sentido, también es cierto que la educación o el desarrollo sin práctica contraceptiva no reducen los nacimientos. Ahora bien: ¿no hay ninguna relación entre la educación y la mejora de las condiciones de vida y la fecundidad? El argumento de Sartori y Mazzoleni contribuye a reducir nuestra perspectiva de intervención exclusivamente sobre las mujeres pobres fértiles, cuya capacidad de procrear habremos de limitar por medios fundamentalmente químicos (píldora contraceptiva)71. Su educación y la mejora de sus condiciones de vida pueden coadyuvar a la reducción de esa capacidad de procrear, pero no son las variables fundamentales sobre las que actuar. De ahí que toda la responsabilidad de reequilibrar población y recursos caiga del lado de los países más pobres: “La bomba demográfica es casi por entero obra de los países en vías de desarrollo, de Asia, África, América Latina, Oriente Próximo islámico, una inmensa área en la que se concentran países pobres o paupérrimos (con algunas raras excepciones), el llamado Sur del mundo. [...] El 97 por ciento del aumento de población mundial en los últimos años del siglo XX se ha producido en los países menos desarrollados”72. En el marco de este esquema de intervención, las sociedades del Norte debemos desactivar esa “bomba demográfica” mediante la extensión de las prácticas contraceptivas73. No estará de más que facilitemos recursos para promover la educación y mejorar las condiciones de vida de las sociedades pobres, pero no es esto lo fundamental. Lo fundamental no es que los pobres sean cada vez menos pobres, sino que sean cada vez menos. 68 SARTORI y MAZZOLENI 2003, p. 36. Ibid., p. 57. Argumentos similares pueden encontrarse en Weisman, 2014. 70 Sartori y Mazzoleni, 2003, p. 58. 71 Para una crítica ecofeminista a la reducción de la reproducción humana a simple variable al servicio de la producción y el mercado: Bosch, 1996. 72 Sartori y Mazzoleni, 2003, p. 115. 73 Navarro, 2006, p. 118. 69 14 Scripta Nova, vol. XIX, nº 506, 2015 Así pues no somos responsables de nada y, en realidad, poco importa lo que hagamos. “El aumento de la población se traduce en producción de contaminantes, de basuras, de gases de efecto invernadero, cuya emisión por parte de los países superpoblados está destinada a hacer vano cualquier esfuerzo –otro auténtico quebradero de cabeza con frágiles soluciones- de los países ricos y desarrollados para limitar estas formas de contaminación”74. El infierno, ya lo hemos dicho, son los otros. “Sin embargo – protestan Sartori y Mazzoleni- en Kioto el peso de reducir las emisiones ha recaído en la práctica exclusivamente sobre el Norte del planeta”75. Es cierto que en el Norte es ya técnicamente posible controlar la emisión de gases nocivos, eso sí, con altos costes económicos mientras que “India, China, Rusia (y alrededores) van a chimenea libre y no filtran nada”. La contaminación se está reduciendo en los países más desarrollados, mientras se acelera en el mundo en vías de desarrollo. “Predicamos el desarrollo; pero olvidamos que, a más desarrollo, más contaminación... al menos mientras sigamos sin admitir que un mayor desarrollo tiene que neutralizarse con una menor población”76. Pero, ¿de verdad no hay ninguna relación de causalidad entre crecimiento demográfico y pobreza? ¿No sería la lucha contra la pobreza una buena manera de combatir ese crecimiento? Frente al planteamiento de Sartori y Mazzoleni, dar mayor relevancia a la mejora de la educación y, en general, de las condiciones de vida de las poblaciones pobres como variables independientes (es decir, aquellas variables cuya modificación genera cambios en la variable dependiente, en esta caso la natalidad) sobre la cuestión demográfica significa: a) reconocer la importancia de intervenciones no sólo químicas (como las prácticas contraceptivas, en todo caso una variable interviniente, que coadyuva, pero no es determinante), sino socioeconómicas, b) para las cuales es fundamental contar con recursos que sólo pueden proceder de los países ricos, c) que se ven así co-responsabilizados tanto de la desactivación (en el caso de que tales recursos sean los necesarios) como de la explosión (en caso contrario) de esa “bomba demográfica”. En términos generales, el trabajo de Sartori y Mazzoleni es un ejemplo canónico de lo que Hirschmann ha denominado retórica reaccionaria, caracterizada por el mantenimiento de tres tesis anti-progresistas: a) Tesis de la perversidad: toda acción deliberada emprendida con el fin de mejorar la realidad social, política o económica sólo sirve, al margen de las intenciones de sus promotores, para empeorar la situación que se pretende remediar. b) Tesis de la futilidad: cualquier tentativa de transformación social está condenada al fracaso. c) Tesis del riesgo: aún cuando fuera posible cambiar las cosas, el costo del cambio es inasumible, ya que hacerlo posible exige sacrificar algún otro objetivo, logro o bien77. Aunque estas tres tesis suelen presentarse por separado o, a lo sumo, como sucesivos argumentos frente a las propuestas de transformación social, el planteamiento de Sartori y Mazzoleni conjuga todas ellas: a) Pretender acabar con el hambre facilitando alimentos a los pobres sin combatir el crecimiento de la población no hace sino aumentar el número de potenciales hambrientos y, por ello, el problema del hambre: “Hoy en día más personas que comen se traducen automáticamente en más hambrientos. Y en un ecosistema en colapso que no los puede sostener, los niños que mueren los lleva sobre su conciencia el que los 74 Sartori y Mazzoleni, 2003, p.125. Ibid., p. 143. 76 Ibid., p. 29-30. 77 Hirschman, 1991, p. 17-18. 75 Zubero. ¿Superpoblación o sobreconsumo? 15 hace nacer”78. Dicho a las claras: “La lucha contra el hambre es un fracaso y no puede ser de otra manera con el crecimiento continuo de las bocas a las que hay que dar de comer”79. Es la tesis de la perversidad. b) Cualquier pretensión de actuar para reducir el sobreconsumo de los ricos está destinado al fracaso: “Limitar el consumo de energía proveniente de los hidrocarburos para reducir las emisiones de gases del efecto invernadero, no existiendo por ahora fuentes alternativas (excepción hecha de la energía nuclear) capaces de empezar a sustituir el petróleo, equivale –por decirlo en plata- a reducir significativamente los consumos, el nivel de vida y los ingresos de un país y sus ciudadanos. Vaya usted a decírselo a los gobiernos, políticos, industriales, sindicalistas, navegantes, comerciantes, transportistas, automovilistas, etcétera. ¿Cuánto costaría? A ojo de buen cubero, una cifra muy espinosa para comunicársela sin más a los directos interesados, a los contribuyentes, todos entusiasmados por el espejismo –a ambos lados del Atlántico- de pagar menos impuestos, de consumir más, de vender más, de navegar por Internet y de engordar un poco más delante del televisor”80. Es la tesis de la futilidad. c) Aún en el improbable caso de que se lograra actuar sobre el excesivo consumo de los países ricos (cosa que, en su opinión, sólo podría lograrse quebrando la voluntad expresada democráticamente por la población de estos países), se pondría en riesgo el motor mismo del crecimiento económico, los países ricos dejarían de serlo y, en consecuencia, su posibilidad de ayudar a los países pobres se vería truncada: “El crecimiento y el exceso de riqueza de los países ricos están ligados hoy a su consumismo. Los Estados Unidos tiemblan cada vez que la consumer confidence, la confianza del consumidor, se tambalea. Y la consigna del desarrollo económico es estimular los consumos. ¿Malo? Sí, quizás malísimo. Pero la máquina funciona así. Y si la paramos denunciando el consumismo, incluso se ralentizará el crecimiento económico. Los países ricos se encontrarán con que son menos ricos. Con un adiós muy buenas, en tal caso, a las ayudas a los países pobres”81. Es la tesis del riesgo. De ahí su inapelable conclusión: “Para las personas de sentido común el problema es que la Tierra está enferma de superconsumo: estamos consumiendo mucho más de lo que la naturaleza puede dar. Por lo tanto, a escala global el dilema es éste: o reducimos drásticamente los consumos o reducimos, no menos drásticamente, a los consumidores”82. Pero el repetido fracaso de todas las cumbres y programas de reducción de los consumos sólo nos permite apostar por la segunda de las vías, la de la reducción de los consumidores; una vía, además, sencilla: “Para bloquear la explosión demográfica basta una píldora (y favorecer su uso en vez de obstaculizarlo). En cambio no sabría cómo persuadir a los pueblos ricos para dar marcha atrás y renunciar a la prosperidad. Tanto más cuanto que los ricos viven en democracias en las que tienen voz y voto, y por tanto en países en los que el que predica semejante pobreza, o algún tipo de renuncias al bienestar, pierde las elecciones”83. No importa que esa 78 Sartori y Mazzoleni, 2003, p. 41. Ibid., p. 240. 80 Ibid., p. 155-156. 81 Ibid., p. 56. 82 Ibid., p. 73. 83 Ibid., p. 24. En algunos momentos parecen apuntar no sólo la posibilidad, sino la necesidad de intervenir sobre las demandas de más y más desarrollo a cualquier coste en las sociedades desarrolladas: “¿Por qué Bush el joven echa a pique Kioto? [El primer motivo] es el egoísmo nacional. Su deber prioritario –declara- es tutelar la economía y el interés de los estadounidenses. Pregunta: ¿ese interés se 79 16 Scripta Nova, vol. XIX, nº 506, 2015 reducción drástica del número de consumidores se realice, en su práctica totalidad, actuando sobre las poblaciones cuyo consumo per capita es infinitamente menor. Son pobres, sí, pero además son los otros. El crecimiento de la población es un factor preocupante, pero lo realmente terrible es el hiperconsumo desigual Como señala Smil, “estoy convencido de que un crecimiento constante de las poblaciones no beneficia nada a la biosfera... ni a las propias poblaciones”84. Es evidente: el crecimiento excesivo de la población es un gravísimo problema que afecta a las posibilidades de supervivencia (o cuando menos de vida digna) de esa misma población85. Hasta aquí no habría nada que discutir y si esto fuera todo lo que Sartori y Mazzoleni pretenden comunicarnos tampoco habría nada que discutir con ellos. Pero, como acabamos de ver, no es esto todo lo que esos autores nos dicen. La argumentación de los autores italianos acaba por ser tan reduccionista que actúa en la práctica como disculpa para que las cosas sigan como están. Nada hay que debamos hacer desde las sociedades ricas, bien porque no es realista esperar que lo hagamos (reducir nuestros consumos), bien porque aunque lo hiciéramos su impacto sobre el problema sería prácticamente desdeñable. Se trata de una argumentación que, si bien recoge y desarrolla una temática ya planteada desde los años Sesenta, limita su aproximación a la estricta dinámica demográfica, obviando una aproximación más estructural a la cuestión del desarrollo, la población y el futuro de la vida en el planeta, aproximación que sí estaba presente en estudios como los de Paul y Anne Ehrlich: Los Estados Unidos y la India, ricos y pobres, se enfrentan básicamente a la misma elección: adoptar, de forma sensata y planificada, un sistema de vida más viable o verse forzados a ello de forma brutal por la naturaleza, a través de la muerte prematura de un sinfín de seres humanos. Es preciso instaurar un control demográfico tanto en los países ricos como en los pobres. Si se consigue, y si los ricos decidieran moderar su consumo y ayudar a los pobres, podríamos emplear los recursos no renovables que todavía nos quedan en tender un puente hacia un futuro viable. Asimismo, es necesario reducir los prejuicios causados a los recursos teóricamente renovables y facilitar su renovación. De lo contrario, en el futuro esos recursos no podrán sostener a todos los habitantes del planeta. Es preciso propiciar un desarrollo viable no sólo en las naciones pobres, sino también en las naciones ricas (sin duda muy distinto del actual)86. Es por eso que no comparto totalmente la acusación de neo-malthusianos reaccionarios que Michel Husson dirige a los Ehrlich87. A diferencia de lo planteado por Sartori y Mazzoleni, aquellos no olvidan que el problema al que nos enfrentamos es, en todo caso, tanto de superpoblación como de sobreconsumo, siendo además tutela realmente con un aislacionismo antiecológico? [...] Bush nos explica que él no puede ni quiere perjudicar los intereses de sus conciudadanos. Como si en cambio a Blair, Chirac Schroeder y a otros líderes europeos ese supuesto daño les gustara. No, combatir la máquina infernal del consumismo no es fácil para nadie. La diferencia está en que los líderes europeos todavía son, en alguna medida, líderes responsables, mientras que el joven Bush es un ejemplar avanzado de líder irresponsable” (p. 32 y 34). Sin embargo, optan por no apoyar estos liderazgos responsables, aliándose en la práctica con la bushificación de la política europea. 84 Smil, 2003, p. XII-XIII. 85 Dobkowski y Wallimann, 2002; Alexandratos, 2005; Farah, 2006. 86 Ehrlich y Ehrlich, 1993, p. 36. Incluso llegan a proponer alguna forma de “Régimen Mundial de Recursos Comunes” (p. 242), aunque su obsesión con la variable demográfica hace que no dediquen apenas atención a esta cuestión. 87 Husson, 2000, p. 36. Zubero. ¿Superpoblación o sobreconsumo? 17 conscientes de que no habrá forma de actuar sobre la primera variable (que afecta especialmente a los países pobres) sin modificar sustancialmente la segunda (que afecta especialmente a los países ricos): “Sin la colaboración de los pobres, los problemas medioambientales del mundo no podrán resolverse. En estos momentos, sin embargo, los pobres de la Tierra tienen escasos motivos para atender nuestras súplicas de colaboración. Muchos de ellos son conscientes de que los ricos están dilapidando absurdamente el patrimonio común de la humanidad, y todos los pueblos pobres saben perfectamente que los ricos tienen la capacidad de contemplar sus sufrimientos sin pestañear”88. Otra cosa es que, como denuncia Therborn89, el reto poblacionista sea utilizado en tantas ocasiones como arma contra los países pobres. De ahí la paradoja a la que nos enfrentamos: “Un profundo cambio de civilización y una acentuación de la moderación («suficiencia») representarían una salida imaginable de la dinámica destructiva que caracteriza al sistema descrito en Los límites al crecimiento y en Más allá de los límites. Pero no parece que ningún gobierno del mundo propague la moderación; sólo la reclaman algunas instituciones confesionales. Éstas, sin embargo, no parecen entender mucho de moderación cuando se trata del número de hijos”90. Así es: quienes critican el consumismo bendicen la procreación y quienes advierten de los riesgos de la procreación sin control rechazan cuestionar el consumismo sin límites. El caso es que el problema del hambre tiene solución, y está en nuestras manos. Estamos ya en condiciones de poder alimentar a 10 mil millones de personas sin ni siquiera aumentar los insumos agrícolas existentes, ofreciendo a todo el mundo “dietas frugales, predominantemente vegetarianas pero adecuadas desde el punto de vista nutritivo”91. Por supuesto, podemos rechazar tal alternativa de vida: reducción del consumo de carnes rojas e incremento de la presencia de cereales en nuestra dieta, construcción de viviendas bioclimáticas más pequeñas, sustitución al máximo del transporte privado por el transporte público y de la comunicación por carretera por comunicación ferroviaria, etc. Pero sepamos que lo que estamos haciendo es una opción última. Demasiados de “ellos” Como recuerda Lohmann, “en la historia Malthusiana, cuántos hay de Nosotros no suele ser un problema”92. La misma idea es planteada por Bauman en su libro Vidas desperdiciadas: “Ellos siempre son demasiados. «Ellos» son los tipos de los que debería haber menos o, mejor aún, absolutamente ninguno. Y nosotros nunca somos suficientes. «Nosotros» somos la gente que tendría que abundar más”93. En abril de 2012 un suplemento publicado por El País y The New York Times publicaba el titular “Bomba demográfica subsahariana”, con el que abría una información que empezaba así: “Al ritmo que crece Nigeria, en un cuarto de siglo 88 Ehrlich y Ehrlich, 1993, p. 34. Therborn 2009. 90 Von Weizsäcker, Lovins y Lovins, 1997, p. 346. El teólogo Hans Küng planteaba la misma paradoja en su análisis de la figura del Papa Juan Pablo II: “Un predicador en contra de la pobreza masiva y la miseria del mundo que, sin embargo, con su posición sobre la regulación de la natalidad y la explosión demográfica, es corresponsable de esa miseria” (“Un pontificado con contradicciones fatales”, en El País, 15 de octubre de 2003, p. 13). 91 Smil, 2003, p. IX, así como p. 42. También: Kauffman y Harries, 1996, p. 55. 92 Lohman, 2005, p. 81 93 Bauman, 2005, p. 51. 89 18 Scripta Nova, vol. XIX, nº 506, 2015 tendrá 300 millones de habitantes, una población más o menos igual de numerosa que la de Estados Unidos en la actualidad”94. ¿Por qué va a ser una “bomba” que Nigeria alcance, dentro de 25 años, la población que hoy ya tiene Estados Unidos? Siempre son los otros el problema. El problema no es el crecimiento demográfico, el problema es que “ellos” (Asia, África y Latinoamérica) crecen mientras “nosotros” (Europa y Estados Unidos) no lo hacemos95. El historiador Paul Kennedy refleja perfectamente esta perspectiva cuando escribe: “Aunque las poblaciones del mundo árabe crecieran sólo las dos terceras partes de lo previsto, la conclusión sería la misma: el peso demográfico de Israel, a pesar de que sus índices de natalidad son elevados, es cada vez menor en el escenario geopolítico de Oriente Próximo”96. “Seguimos desarrollando programas contra el hambre en Etiopía, ahí es donde está pasando. Hay demasiada gente allí. No pueden mantenerse, y no es inhumano decirlo en voz alta. Es la realidad”, señala por su parte Attenborough97. El miedo es que “ellos”, los “otros”, nos arrebaten lo que tenemos, lo que es nuestro. En el Informe al Club de Roma titulado La primera revolución mundial podemos leer: Para mediados del siglo próximo, los habitantes de los países actualmente industrializados constituirán menos del 20 por ciento de la población mundial. Podemos imaginar un mundo futuro con un guetto de naciones ricas, pertrechadas de sofisticadas armas para protegerse contra las hordas de gentes hambrientas, carentes de instrucción y de trabajo y enfurecidas, acumuladas en el exterior. No es probable que ocurra tal cosa, que no es sino la proyección de tendencias actuales. Seguramente intervendrán acontecimientos mundiales actualmente imprevisibles y para entonces varios de los países menos desarrollados poseerán también, sin duda, sus propias armas nucleares. Más probablemente, las presiones demográficas, las diferencias de oportunidades y las condiciones de tiranía y opresión habrán generado oleadas migratorias hacia el Norte y el Oeste imposibles de contener 98. Ehrlich considera que los demógrafos deberían implicarse en los debates sobre la capacidad de sustentación del planeta para “aumentar la conciencia pública sobre el hecho de que la capacidad de la Tierra para soportar la vida humana es, por definición, limitada, y que en opinión de muchos expertos esta capacidad ya ha sido sobrepasada”99. Pero el concepto de población máxima resulta sumamente controvertido, pues depende de valoraciones culturales y económicas sobre lo que es un modo de vida deseable100, así como “de la estructura social de la población y del tipo de consumo de las capas privilegiadas”101. Es por ello que las estimaciones de la capacidad de carga del Planeta varían enormemente (cuadro 1). La pregunta no es tanto cuántos seres humanos podrá sustentar la Tierra sino cuántos seres humanos con según que estilo de vida podrá sustentar la Tierra. Por eso, el problema fundamental no es la desigualdad. Somos privilegiados no porque poseemos más, sino porque poseemos en lugar de aquellos que están desposeídos102. Nuestro desarrollo sólo es posible porque estamos consumiendo recursos que no nos corresponden, recursos que son necesarios para que otras personas puedan, simplemente, vivir. Vivimos devorando las oportunidades vitales de otros. Somos, literalmente, caníbales. 94 Rosenthal, 2012, p. 1. Goldstone, 2010, p. 31. Para una crítica de esta perspectiva: Hendrixson, 2012. 96 Kennedy, 2007, p. 37. 97 Attenborough, 2013. 98 King y Schneider, 1991, p. 77. 99 Ehrlich, 2008, p. 109. 100 Cohen, 1998, p. 30. 101 Pressat, 1977, p. 132. 102 Melucci, 2001, p. 54. 95 Zubero. ¿Superpoblación o sobreconsumo? 19 Cuadro 1. Estimaciones de la capacidad de carga del Planeta (población en miles de millones) Autor y fecha Población Población Método de máxima mínima estimación Palmer (1999) 9 9 Huella ecológica Reees (1996) 4,3 6 Huella ecológica Pimentel et al. (1994) 1 3 Energía 1,5 2 Energía Daly et al. (1994) Supuestos Nivel de vida inferior al de EE.UU. (1 ha./ persona) y mejoras en la eficiencia energética, producción de alimentos, control de la polución y conservación de la biodiversidad. Máximo correspondiente al nivel de Europa (3 ha./persona) , mínimo al de EE.UU. Uso de energía solar. 1-2 miles de millones en relativa prosperidad; 3 con alimentación adecuada. Niveles de consumo significativamente inferiores a los de EE.UU. Pimentel et al. (1999) Ferguson (2001) 2 2 Energía Nivel de vida relativamente alto. 2,1 2,1 Energía Smil (1994) 10 11 Alimentos Brown y Kane (1994) 2,5 10 Alimentos Hulett (1970) 1 1 Heilig (1993) 12 14 Whitaker y Likens (1975) 2 7 Productividad Primaria Neta Meadows et al. (1992) 7,7 7,7 Dinámica de sistemas Ehrlich (1971) 0,5 1,2 Desconocido Consumo de energía y emisiones de CO2 Eliminación de disparidades en consumo de energía y producción de alimentos entre el mundo desarrollado y subdesarrollado. Cambio en el modo de vida occidental. Mínimo correspondiente al consumo de EE.UU, máximo al de India. Producción de alimentos, madera y recursos no renovables. Nivel de vida de EE.UU. Desarrollo tecnológico, cuidado medioambiental y desarrollo justo. 2-3 miles de millones con un nivel de vida similar al europeo. 5-7 con una mayoría de personas viviendo como campesinos. Mejoras tecnológicas, reducción de la polución y uso eficiente de los recursos. Capacidad de sustentación del planeta en el largo plazo. Múltiples factores Productividad Primaria Neta Fuente: Richard 2002. Como señala Seabrook, el discurso desarrollista oculta un detalle fundamental, cual es el hecho de que “Occidente se enriqueció gracias a la explotación de los territorios y de los pueblos a los que ahora anima a seguir sus pasos”. Y continua: “El secreto mejor guardado del «desarrollo» es que se basa en un concepto colonial, un proyecto de extracción. Dado que la mayoría de los países carecen de colonias de las que extraer riqueza, deben ejercer una prisión intolerable sobre su propia población y entorno”103. Pero ya no hay espacios vacíos (o “vaciables” por la expeditiva vía de la aniquilación de sus habitantes originarios). O, en todo caso, los espacios a conquistar por las mayorías que quieren sobrevivir son los que nosotros ocupamos: los países ricos. Se torna así inviable continuar con una exitosa estrategia de desarrollo desigual que permitió a la parte moderna del planeta encontrar soluciones globales a sus problemas locales de superpoblación104. 103 104 Seabrook, 2004, p. 79. Bauman, 2005, p. 16-17. 20 Scripta Nova, vol. XIX, nº 506, 2015 La existencia de límites al crecimiento supone la impugnación de cualquier propuesta de desarrollo que aspire a elevar los niveles de bienestar de los colectivos y pueblos más pobres simplemente mediante el recurso de invitarles a seguir los pasos de las sociedades más desarrolladas: en un mundo limitado no hay recursos suficientes para que todo el planeta sea un privilegiado “barrio Norte”. En 1992 algunos de los autores de aquel célebre informe publicaban otro, titulado esta vez Más allá de los límites al crecimiento, en el que insistían en sus ideas originales, además de advertir que las sociedades más industrializadas estamos cerca de alcanzar una situación de “sobrepasamiento” (overshoot), una situación en la que determinados ciclos naturales vitales (como, por ejemplo, el del agua) pueden acabar por colapsarse como consecuencia del uso irresponsable y predatorio que hacemos de los mismos105. Y en 2004 estos mismo investigadores publicaron el libro Los límites del crecimiento 30 años después, en el que a partir del concepto básico de “extralimitación” se reafirman en sus principales conclusiones, definiendo un desafío global que es formulado en los siguientes términos: “La humanidad tiene que incrementar el consumo de los pobres del mundo y al mismo tiempo reducir la huella ecológica humana total. Hacen falta avances tecnológicos, cambios personales y horizontes de planificación más largos. Hace falta más respeto, atención y equidad por encima de las divisorias políticas. Conseguir esto llevará decenios, incluso en las mejores circunstancias. Ningún partido político moderno ha obtenido un amplio apoyo para un programa de este tipo, y sobre todo no entre los ricos y poderosos, que podrían hacer sitio para el crecimiento entre los pobres reduciendo sus propias huellas. Mientras tanto, la huella mundial crece día a día”106. La existencia de límites al crecimiento supone la impugnación, por imposible, de cualquier propuesta de desarrollo que aspire a elevar los niveles de bienestar de los colectivos y pueblos más pobres simplemente mediante el recurso de invitarles a seguir los pasos de las sociedades industriales avanzadas. La existencia de límites supone una inexorable enmienda a la totalidad al modelo de desarrollo capitalista, basado en el crecimiento permanente y permanentemente desigual. De hecho vivimos ya por encima de las posibilidades del planeta. Según el Informe Planeta Vivo 2012, en 2008 la biocapacidad total de la Tierra se calculaba en 12.000 millones de hectáreas globales (1,8 por persona), mientras que la Huella Ecológica de la humanidad era de 18.200 millones de hectáreas globales (2,7 por persona). Este desfase significa que la Tierra tardaría 1,5 años en regenerar completamente los recursos renovables que los seres humanos utilizan en un año y en absorber el CO2 que producen ese mismo año. “¿Cómo es posible esto si solo hay una Tierra?”, se preguntan en el Informe. “De la misma forma que es posible retirar dinero de una cuenta bancaria antes de esperar a los intereses que genera ese dinero, los recursos renovables pueden recolectarse más rápido de lo que pueden regenerarse. Pero igual que el descubierto en una cuenta bancaria, los recursos al final se agotarán”107. Ahora bien, este sobreconsumo no se reparte de igual modo en las distintas regiones del planeta. Es fundamentalmente la población de Occidente la que consume recursos a un nivel extremadamente insostenible: “Si toda la humanidad viviera como un indonesio medio, por ejemplo, se utilizarían solo dos terceras partes de la biocapacidad del planeta; si todos viviéramos como un argentino medio, la humanidad necesitaría 105 Meadows, Meadows y Randers, 1992, p. 29. Ibid., p. 26. 107 World Wildlife Fund, 2012, p. 38-39. 106 Zubero. ¿Superpoblación o sobreconsumo? 21 más de medio planeta adicional; y si todos viviéramos como un residente medio de EE.UU., se necesitarían un total de cuatro Tierras para poder regenerar la demanda anual de la humanidad sobre la naturaleza”108. Edward O. Wilson ejemplifica esta inmensa desigualdad en el consumo de recursos básicos para la vida recurriendo a algo aparentemente tan simple, natural y despojado de connotaciones políticas o morales como es el hecho de alimentarnos: “La producción actual de cereales, que proporcionan la mayor parte de las calorías de la humanidad, es de unos dos mil millones de toneladas anuales. Esto es suficiente, en teoría, para alimentar a diez mil millones de indios, que comen básicamente cereales y muy poca carne según los patrones occidentales. Pero la misma cantidad sólo puede alimentar a dos mil quinientos millones de norteamericanos, que convierten una gran parte de sus cereales en ganado y aves de corral”. De ahí su conclusión: “O bien la población de los países industrializados desciende por la cadena trófica y emplea una dieta más vegetariana, o bien se aumenta en más del cincuenta por ciento el rendimiento agrícola de las tierras productivas de todo el mundo”109. Como señala Pressat, “el equilibrio población-subsistencias [es] inseparable del tipo de organización social”110. O en palabras de Cohen: “Cuántas personas puede soportar la Tierra depende en parte de cuántas vistan prendas de algodón y cuántas de poliéster; de cuántas coman filete de vaca y cuántas brotes de soja; de cuántas prefieran los parques y cuántas los aparcamientos; de cuántas quieran Jaguars con J mayúscula y cuántas jaguares con j minúscula”111. Pero, lejos de someter a revisión nuestra bulimia consumista y sus consecuencias actuales y futuras, lejos de enfrentarnos al escándalo moral que supone esta regresión global al canibalismo, nos aferramos a un estilo de vida construido sobre el privilegio. Lo expuso con la mayor contundencia el presidente George Bush (padre) con motivo de la Cumbre de la Tierra celebrada en 1992 en Rio de Janeiro: “The American lifestyle is not up for negotiation”; el estilo de vida americano no se negocia112. Pero no caigamos en un antiamericanismo fácil: en esto, como hemos visto, todas y todos estamos con Bush. No sólo no estamos dispuestos a modificar nuestro modelo de desarrollo sino que aspiramos a exportarlo. China es ya el gran mercado emergente para las empresas del automóvil y, en general, para la colorista oferta de consumo occidental. Lo denuncia Eduardo Galeano: “Podemos ser como ellos, anuncia el gigantesco letrero luminoso encendido en el camino del desarrollo de los subdesarrollados y la modernización de los atrasados”113. Pero tal aspiración es imposible. No es sólo que los subdesarrollados no puedan ser como nosotros, es que ni tan siquiera nosotros podemos seguir aspirando a ser aquello a lo que aspirábamos. ¿Qué hacer con los que sobran? En su provocador Informe Lugano, Susan George responde a la pregunta de cómo garantizar la continuidad del capitalismo en el siglo XXI sin modificar para ello ninguno de sus fundamentos y objetivos114. Un capitalismo amenazado, como 108 Ibid., p. 43. Wilson, 2002, p. 54 y 67. 110 Pressat, 1977, p. 18. Una temprana crítica a Malthus desde esta perspectiva: Woolston, 1924. 111 Cohen, 1998, p. 31. 112 Singer, 2002b, p. 2. 113 Galeano, 1992, p. 115. 114 George, 2001, p. 96-100. 109 22 Scripta Nova, vol. XIX, nº 506, 2015 acabamos de ver, por el terrorismo global, la crisis ecológica y la “bomba demográfica”. Su conclusión, impecablemente e implacablemente lógica, es la siguiente: El neoliberalismo global no puede comprender dentro de sí a todos, ni siquiera en las naciones más prósperas. No cabe duda de que no puede incluir a 6.000 u 8.000 millones de personas de todo el mundo. Por ello, el objetivo para el 2020 debe ser reducir en una tercera parte el número actual de habitantes, de aproximadamente 6.000 millones a 4.000 millones, reduciendo en la mitad la estimación de 8.000 millones de habitantes. Dicho de otra manera, la población mundial debe disminuir una media de 100 millones de personas al año durante dos décadas. Nueve décimas partes o más de la reducción deberá producirse en los países menos desarrollados. La alternativa a esta reducción sólo puede ser el caos global en forma de crisis ecológicas, desplazamientos masivos de población, guerras y terrorismo, amenazando permanente a las sociedades más ricas. ¿Cómo puede llevarse a cabo, con éxito y sin escándalo, este auténtico genocidio? Descartado el recurso a medidas de fuerza explícita, el capitalismo –un sistema que, como denuncia Ernesto Sabato, “ha legitimado la muerte silenciosa”115- cuenta con un excelente medio para ello, pues combina la neutralidad moral con la aparente preocupación por el destino de las víctimas: la inclusión en la dinámica económica del globalismo. Esta oferta, aparentemente incluyente, encubre en realidad la exclusión estructural de millones de seres humanos. Ofrecemos nuestro modelo de vida a todo el planeta, como si fuese efectivamente universalizable cuando no lo es ni siquiera para la totalidad de las sociedades más desarrolladas. Cada vez más y más personas, más y más regiones, más y más pueblos, se ven invitados/seducidos/forzados a participar en la gran tómbola del capitalismo global, donde según sus vociferantes publicistas “¡Todos ganan!”. Pero la tal tómbola no es más que un engaño de trileros, de manera que el pelotón de perdedores no deja de aumentar. En la práctica, participar en el juego del desarrollo según las reglas del turbocapitalismo116 es, para la mayoría de los participantes, jugar a perder: Los programas de ajuste estructural pueden tener un efecto directo o indirecto sobre la población. Son modelos de sinergia. Por ejemplo, fomentan la producción agraria para la exportación y hacen subir los precios de los alimentos, reduciendo así el consumo de alimentos y la resistencia a las enfermedades. Algunas mujeres se prostituirán para llegar a fin de mes, y después contraerán y propagarán el SIDA. A menudo los presupuestos de sanidad y los fondos destinados a construir sistemas de alcantarillado y de recogida de residuos sufren drásticos recortes, y la consecuencia es el regreso de la malaria y de otras enfermedades. Los salarios bajos se traducen en falta de acceso a la atención médica o a medicinas de pago. Donde quiera que los mercados se liberalizan con rapidez, bajo coacción o sin ella, se crea un terreno favorable para que aumente la mortalidad y disminuya la fertilidad. En algunos lugares, la expectativa de vida ya se ha reducido de forma espectacular, como en la Unión Soviética, donde el empleo y los servicios sociales han sufrido drásticos recortes y la esperanza media de vida ha disminuido cinco años 117. ¿Suena demagógico? Recordemos los datos ofrecidos por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en el marco de la XV Conferencia Internacional sobre el sida celebrada en Bangkok en julio de 2004, según los cuales en siete países de África la esperanza de vida se había reducido en una década a menos de 40 años118. 115 Sabato, 2000, p. 89. Luttwak, 2000. 117 George, 2001, p. 109. Acción contra el Hambre (2004, p. 60) describe una situación similar en lo que se refiere al ciclo pobreza  estrategias de supervivencia alternativas  prostitución  sida. 118 El País, 14 julio 2004. <http://sociedad.elpais.com/sociedad/2004/07/14/actualidad/1089756001_850215.html> [consulta: 19/07/2014]. Según datos de la OMS, en 2011 tres de esos países, Zambia, Mozambique y Malaui, 116 Zubero. ¿Superpoblación o sobreconsumo? 23 Cuadro 2. Reducción de la esperanza de vida en siete países africanos por efecto del sida (1990-2002) País Zambia Zimbabue Suazilandia Rep. Centroafricana Lesoto Mozambique Malaui Esperanza de vida en 1990 47,4 56,6 55,3 47,2 53,6 43,1 45,7 Esperanza de vida en 2002 32,7 33,9 35,7 39,8 36,3 38,1 37,8 Disminución en años (2002-1990) 14,7 22,7 19,6 7,4 17,3 5,0 7,9 Fuente: PNUD Escribe Enzensberger: “Cierto que en todas las épocas ha habido grandes masacres y pobreza endémica; los enemigos eran enemigos, y los pobres eran pobres. Pero sólo desde que la historia se ha convertido en historia mundial se ha condenado a pueblos enteros declarándolos superfluos”119. Si una sociedad bárbara es aquella en la que algunos de sus miembros están de sobra, vivimos los más bárbaros de todos los tiempos. El África Subsahariana es, seguramente, el más dramático ejemplo de esta situación: “El mundo se habituó hace tanto tiempo a ver africanos muriendo en todo tipo de circunstancias, que ya sólo se conmovería ante cifras bíblicas. Únicamente entonces volvería el subcontinente a convertirse en el centro de la atención occidental durante el tiempo suficiente para que se produjera la reacción de la opinión pública y el envío de ayuda –siempre insuficiente, tardía y transitoria-”120. En las nuevas condiciones generadas por el actual proceso de reestructuración económica mundial, según las cuales “una proporción importante de la población mundial está pasando de una situación estructural de explotación a una posición estructural de irrelevancia”121, una gran parte de los seres humanos se convierten en personas no válidas122, en poblaciones no rentables123, en definitiva, en población sobrante124. Pero la población sobrante es una población que todavía está aquí. Está de sobra, pero está. Este es el problema: no el hecho de que sobren, sino de que están. ¿Qué hacer con los que sobran? ¿Hitler como precursor? Esta es la tesis sostenida por Carl Amery, para quien, en realidad, Hitler no fue sino el precursor de un programa de exterminio cuyas características atemporales, más allá del hecho de su concreción histórica, sintetiza así: ¿De qué factores y elementos se compone la fórmula hitleriana cuando la despojamos de sus falsas magnitudes de cálculo? La primera premisa para su aplicación (o reaplicación) es una habían recuperado y superado con creces la esperanza de vida que tenían en 1990; por el contrario, los otros cuatro países, a pesar de una importante recuperación, aún estaban por debajo de los niveles que tenían en 1990. Cfr. World Health Organization 2011. http://www.worldlifeexpectancy.com/world-lifeexpectancy-map [consulta: 19/07/2014]. 119 Enzensberger, 1992, p. 32. 120 Rieff, 2003, p. 334. 121 Castells, 1991, p. 83. 122 Mbeki, 2003. 123 Ziegler, 2003, p. 236. 124 Hinkelammert, 1992, p. 23. Scripta Nova, vol. XIX, nº 506, 2015 24 situación de crisis que incluya tanto la carestía material como la vivencia de una desorientación existencial. Esta experiencia de crisis debe suscitar la noción de que no basta para todos (y de que seguramente nunca más bastará). En tal caso habremos de descartar de raíz toda posibilidad de solucionar la crisis mediante un programa minucioso, pero humanista. El grupo o formación dominante que se sienta llamado a conservar los logros civilizatorios se verá por ello obligado a acometer una selección; ésta anulará lógicamente el carácter intocable de la dignidad humana 125. El historiador Götz Aly es autor de un libro de investigación que se aleja de los caminos más trillados utilizados habitualmente para intentar explicar el sobrecogedor episodio del nazismo (el antisemitismo profundo del pueblo alemán, el tradicional espíritu de sumisión prusiano, la instauración de un régimen de terror que redujo a la sociedad alemana a una parálisis casi total, la reacción frente a las humillaciones sufridas por Alemania tras su derrota en la Primera Guerra Mundial...) para sostener una tesis sumamente provocadora: el régimen nacionalsocialista debe ser analizado como una dictadura de favores mutuos en virtud de la cual la inmensa mayoría del pueblo alemán aceptó el proyecto de Hitler a cambio del bienestar que el régimen nacionalsocialista les procuraba126. Según Aly, “el NSDAP [Partido Nacionalsocialista] se basaba en la doctrina de la desigualdad entre las razas y al mismo tiempo prometió a los alemanes mayor igualdad de oportunidades de la que había dispuesto durante el Reich del Káiser o incluso durante la República de Weimar”127. Con este objetivo la dirección nacionalsocialista intentó mantener estable la moneda, surtió de dinero abundante a los soldados y a sus familias, distribuyó los alimentos de manera justa, procuró que los impuestos de guerra apenas afectaran a campesinos, obreros y pequeños y medios empleados... Y todo esto en una situación de guerra. ¿Cómo fue posible? Para Aly la respuesta es evidente: “Hitler preservó el nivel de vida del ario medio a costa de las condiciones de vida de otros. Para mantener el bienestar de su propio pueblo, el gobierno del Reich arruinó las monedas europeas, imponiendo tributos de guerra cada vez más elevados. Para asegurar el nivel de vida nacional hizo robar millones de toneladas de víveres para alimentar a los soldados alemanes y enviar lo que quedaba a Alemania”128. Subrayando hasta el extremo las diferencias entre la nación alemana y el resto del mundo –en palabras del propio Hitler: “Dentro de la nación alemana la mayor comunidad y posibilidad de formación para cualquiera, y hacia el exterior una actitud absolutamente señorial”- el nazismo instauró un régimen de exacción mundial reduciendo a las naciones conquistadas a la condición de proveedoras de recursos para Alemania. “El opulento bienestar material y las ventajas indirectas del crimen a gran escala, que todos aceptaban con gusto sin que nadie se sintiera individualmente responsable, consolidaron la sensación que tenían los alemanes de la bondad de su régimen”129, remacha Aly. Para concluir así: El sistema funcionaba en provecho de todos los alemanes. En definitiva, todos y cada uno de los Volkgenosen –no sólo algunos funcionarios nacionalsocialistas, sino el 95 por 100 de los alemanes- se beneficiaban de lo robado, ya fuera como dinero recibido del Estado como comestibles importados de los países ocupados y pagados con el dinero y oro robado. Las víctimas de los bombardeos se vestían con la ropa de los asesinados y dormían en sus camas, aliviados por haberse salvado una vez más y agradecidos al Estado y al partido que les habían 125 Amery, 2002, p. 157. Aly, 2006, p. 36. 127 Ibid., p. 9. 128 Ibid., p. 38. 129 Ibid., p. 38-39. 126 Zubero. ¿Superpoblación o sobreconsumo? 25 ayudado tan rápidamente. No se podrá entender el Holocausto mientras no se analice como el más consecuente atraco homicida de la historia moderna 130. “Hitler -resume concisamente Amery- ofrece un truco espantosamente barato, el truco de la barbarie modernizada: vida de pueblo dominador a costa de todos los demás, como privilegio por la conservación de la especie, por la sustentación del reino de los mil años”131. Y ahora, sin pretender en absoluto establecer ninguna analogía, atendamos a lo que escribe otro historiador, Emmanuel Todd, esta vez sobre el sistema norteamericano: “Los Estados Unidos han conseguido aumentar masivamente su capacidad de exacción sobre la economía mundial, hasta el punto de que es posible afirmar objetivamente que se han convertido en una nación depredadora. [...] Lo que es seguro es que los Estados Unidos van a tener que luchar política y militarmente para mantener una hegemonía en adelante indispensable si quieren mantener su nivel de vida. [...] El objetivo de Estados Unidos ya no es defender un orden democrático y liberal que se vacía lentamente de contenido en los mismos Estados Unidos. El abastecimiento de bienes diversos y de capitales se vuelve primordial: el objetivo estratégico fundamental de Estados Unidos es ahora el control político de los recursos mundiales”132. La construcción mediática del denominado “eje del mal”, la cruzada contra el terrorismo global, la abierta disposición a entrar en guerra en cualquier lugar del globo, no serían en su opinión otra cosa que medios calculados para mantener esa situación de depredación. Y continua: “El mundo, cada vez más claramente, produce para que los Estados Unidos consuman. En Estados Unidos no se establece equilibrio alguno entre exportaciones e importaciones. La nación autónoma y superproductiva de la inmediata posguerra se ha convertido en el centro de un sistema y su vocación dentro del mismo es consumir más que producir”. Para concluir así: “Una sola amenaza de desequilibrio global pesa hoy sobre el planeta: los mismos Estados Unidos, que de protectores han pasado a convertirse en depredadores. Precisamente ahora que su utilidad política y militar ha dejado de ser evidente, Estados Unidos ha comprendido que ya no puede prescindir de los bienes producidos por el planeta”133. Desazonadores paralelismos. Como desazonadora resulta la advertencia lanzada por Amery: “Este mundo del bienestar está mucho menos preparado para rechazar la oferta básica de la fórmula hitleriana de lo que lo estaba la confundida sociedad de 1933. La cesta de productos del llamado mínimo existencial se ha ampliado lo indecible, y además se ha convertido en el verdadero eje de la política”134. Volver a ser morales Ser moral es a) saber que hay que elegir, tanto como b) saber qué hay que elegir. La retórica reaccionaria dibuja un mundo amoral, un mundo en el que las cosas son como son porque no pueden ser de otra manera. Un mundo sin alternativa es, por definición, un mundo en el que ni la moral ni la política tienen cabida. Si no hay opción, si todo es heterodeterminación, la obligación de elegir y, sobre todo, de elegir bien, desaparece. Este es el horizonte vital que pretende desplegar el turbocapitalismo. El de un mundo en el que las cosas ocurren porque tienen que ocurrir, consecuencia de procesos ajenos 130 Ibid., p. 322. Amery, 2002, p. 182. Para una reflexión sobre la globalización neoliberal a partir de la idea de Holocausto: Fernández Buey, 2001. 132 Todd, 2003, p. 18, 23. 133 Ibid., p. 60, 175. 134 Amery, 2002, p. 177. 131 26 Scripta Nova, vol. XIX, nº 506, 2015 a la voluntad y a la previsión humanas, cuyo impacto sobre las personas y su medio social y natural genera dinámicas inevitables, de imposible control, ante las que la adaptación es la norma para el éxito. Pero no es así. El mundo de los humanos no es un mundo amoral; es, por el contrario, un mundo moral. Tan moral que estamos abocados a hacer elecciones trascendentales, elecciones últimas, incluso en el transcurso de nuestra vida cotidiana. Cuando comemos, nos movemos o nos vestimos; cuando consumimos y cuando nos divertimos; cuando votamos; con todas y cada una de estas actividades estamos incidiendo sobre las condiciones de existencia de nuestros complanetarios. Cuando hacemos y cuando dejamos de hacer. Como señala Singer, la mayoría de las opciones que tomamos en nuestras vidas cotidianas son elecciones restringidas, puesto que se hacen en el marco de un esquema o conjunto de valores dado. Son elecciones en las que no ponemos en juego valores fundamentales. En cada una de estas opciones, los valores ya se encuentran asumidos, y la elección es una cuestión de cuáles son los mejores medios para lograr lo que es valorado. En las elecciones últimas, sin embargo, se empieza por los valores fundamentales mismos. Ya no elegimos en un marco dado que asume que sólo queremos maximizar nuestros propios intereses, o en el marco que da por sentado que vamos a hacer lo que sea que consideremos lo mejor, moralmente hablando. En su lugar, escogemos entre diferentes modos de vida: la forma de vida en la que el interés propio es supremo, o aquella en la que la ética es suprema, o tal vez una que transige entre los dos135. Pues bien: cabe sostener que, en relación a la cuestión del hambre, la pobreza, la enfermedad y la explotación que sufren tantos seres humanos en la actualidad, todas las opciones que tomamos en nuestra vida cotidiana han adquirido el carácter de elecciones últimas. En todas ellas se juega su destino. ¿Caminar, tomar el autobús o coger el coche? ¿Comprar café en una tienda de consumo justo o recurrir a cualquiera de las marcas comerciales que se ofrecen en las estanterías del supermercado? Cómo calentar o enfriar nuestros hogares, qué prendas vestir, aprovechar o no las increíbles ofertas que las líneas aéreas low cost nos ofrecen para volar a cualquiera de los muchos cálidos paraísos insulares, de qué alimentarnos... un endemoniado efecto mariposa hace en la actualidad que hasta el menor de los actos que afrontamos a lo largo de un día cualquiera de nuestra vida esté cargado de consecuencias sobre la existencia de millones de personas. Habitamos un mundo de “comunidades de destino solapadas”136, en el que no sólo las trayectorias de los países se entrelazan las unas con las otras, sino en el que las trayectorias de los propios individuos se entrecruzan de maneras cada vez menos evidentes, pero no por ello menos reales. Evidentemente no se trata de sentar en el banquillo de los acusados al individuo particular absolviendo al “sistema” y a sus procesos institucionales; no se trata de desconocer las dimensiones estructurales de los problemas a los que nos enfrentamos137. Pero ningún cambio es posible sin una implicación real y efectiva del máximo de individuos en una dinámica de transformación de las pautas de consumo características de nuestro modelo de crecimiento. Como señala Monbiot: “No podemos seguir culpando sólo al gobierno o a las instituciones de la parsimonia con que el mundo está respondiendo al cambio climático. Estos no pueden hacer nada hasta que nosotros queramos. En estos momentos lo queremos todo: playas con 135 Singer, 1995, p. 4. En castellano: Singer, 2002a, p. 280. Held, 2005, p. 15. 137 George, 2004, p. 211. 136 Zubero. ¿Superpoblación o sobreconsumo? 27 palmeras, coches monstruosos, televisores con pantalla de plasma y una conciencia tranquila. [...] A los gobiernos no les interesa cuestionar nuestras ilusiones. Si sus aspiraciones y las nuestras difieren demasiado, pierden las elecciones. No van a actuar con contundencia hasta que nosotros les demostremos que hemos cambiado”138. Es fundamental revisar nuestro estilo de vida. Un estilo de vida que, como hemos visto, no es universalizable. El problema estriba en que, según un estudio del que se hace eco Monbiot, tan sólo un 4% de la gente ha efectuado algún cambio de consideración en su forma de vida. Como él dice, “el resto está esperando a que los demás hagan algo”. Un perfecto ejemplo de irresponsabilidad organizada139. Ciertamente, en este asunto no debemos caer en la mitificación banal del consumidor político elevado a la categoría de nuevo sujeto histórico gracias a su “arma de la no compra”140. Pero de ahí a descalificar como políticamente irrelevante la puesta en práctica rigurosa de modos de vida alternativos a la cultura hiperconsumista media un abismo. Estas decisiones, que son individuales pero que también pueden dar lugar a acciones colectivas de calado político, no son la solución a los gravísimos problemas a los que nos enfrentamos, es evidente; pero sin ellas ningún cambio será posible. Thurow advierte de que las posibilidades de lograr un desarrollo humano para todas las personas del planeta depende en última instancia “de las ideas acerca de los estilos de vida óptimos”. El problema no estriba en lo que es posible, sino en lo que es socialmente deseable: “¿La mayoría de la gente está dispuesta a aceptar los supuestos que están detrás del problema de la dieta mínima, a saber, que nadie debe tener nada por encima y más allá de lo que necesita para llevar una vida sana? La respuesta sin duda es negativa, y esa falta de disposición es el límite real en la población mundial. Para mejorar su estilo de vida, los que «tienen» están dispuestos a observar cómo se abstienen «los que no tienen»”141. “Estamos comunicados con gentes que sufren a través de eso que llamamos nuestro modo de vida”, señala por su parte Capella; un modo de vida “dionisiaco, excesivo [que] no se puede generalizar a toda la humanidad”142. Un mundo con 9.000 millones de habitantes que pretenda alcanzar el nivel de riqueza medio de la OCDE precisaría en el año 2015 de una economía 15 veces mayor que la actual y 40 veces mayor a finales del siglo, lo que resulta ecológicamente imposible143. Pero la falta de una conciencia práctica de esta imposibilidad permite que la conexión objetiva entre los modos de vida de las sociedades más desarrolladas y las situaciones de grave carencia y exclusión de las poblaciones del Sur conviva sin demasiadas contradicciones con la indiferencia pasiva hacia esas situaciones, generando el desfase moral denunciado, entre otros, por Held, Bauman o Pogge144. En su indagación sobre las razones de la persistencia de la pobreza extrema de una gran parte de la humanidad “a pesar del enorme progreso económico y tecnológico, y a pesar de las normas y de los valores morales ilustrados de nuestra civilización occidental enormemente dominante”, Pogge considera que la causa última de dicha persistencia hay que buscarla en el hecho cierto de que no sentimos que la erradicación 138 Monbiot, 2006, p. 20-21. Beck, 1991. 140 Beck, 2005, p. 30-31. 141 Thurow, 1992, p. 263-264. 142 Capella, 1993, p. 41. 143 Jackson, 2011, pp. 37-38. 144 Held, 2002, 2005, p. 125; Bauman, 2005; Pogge, 2005b. 139 Scripta Nova, vol. XIX, nº 506, 2015 28 de esa extrema pobreza sea moralmente imperiosa145. ¿Por qué no? La preocupación ética nunca va más allá del borde del mundo social en que surge. Nos constituimos en personas morales cuando nos reconocemos como parte de un entramado de vinculaciones que nos comprometen con otras personas a las que consideramos con-lo que sea: conciudadanos, convecinos, compañeros, compatriotas... Recordemos la tesis de Sen sobre la relación existente entre hambruna y democracia; un corolario fundamental de la misma es el que sostiene que las posibilidades de prevenir o de paliar las consecuencias de las hambrunas dependen fuertemente de lo alejados que estén los gobernantes de los gobernados: “Incluso cuando la causa inmediata de la hambruna no tiene que ver con eso -sostiene Sen-, la distancia social o política entre los gobernantes y los gobernados puede contribuir extraordinariamente a que no se prevenga la hambruna». Para concluir de la siguiente manera: “La sensación de distanciamiento entre los gobernantes y los gobernados -entre «nosotros» y «ellos»- es una característica fundamental de las hambrunas. Ese distanciamiento es tan grave en las hambrunas modernas de Etiopía, Somalia y Sudán como en Irlanda y la India durante la dominación extranjera del siglo pasado”146. De ahí que pueda sostenerse que el quicio crítico en toda reflexión sobre la justicia tiene que ver con el alcance de esa comunidad de aceptación mutua, de esa comunidad moral a partir de la cual cobran sentido los derechos y los deberes de solidaridad. El problema es que en nuestro mundo global la frontera nacional, espacio privilegiado para la construcción de identidades individuales y colectivas, ha mostrado su carácter estructuralmente ambiguo. “Los derechos limitados por el espacio y por el tiempo son, más que una paradoja, una simple hipocresía dirigida a excluir y no a reconocer”, denuncia con razón Resta147. Seguimos considerando que nuestras obligaciones llegan, tan sólo, hasta un determinado punto, hasta una frontera (casi siempre política, siempre ética), pero ni un milímetro más allá. De ahí la incómoda conclusión de Pogge: Nuestro mundo está configurado de una forma que nos mantiene muy alejados de la pobreza extrema y masiva, y nos rodea de gente rica y civilizada para la que los pobres de fuera son sólo una buena causa remota al lado de la de garantizar la supervivencia del mochuelo moteado. En dicho mundo, la idea de que estamos cometiendo un crimen atroz contra esas personas, y por tanto que debemos luchar para evitar que sigan sufriendo y muriendo, nos parecerá tan fría, forzada y ridícula que no nos sentiremos con ganas de reflexionar sobre ella. Que seamos por naturaleza tan miopes y conformistas como para reconciliarnos fácilmente con el hambre de fuera puede que sea conveniente para quienes podemos «reconocernos a nosotros mismos» y llevar vidas valiosas y logradas sin reflexionar demasiado sobre los orígenes de nuestra riqueza. Pero es algo muy inconveniente para los pobres globales, cuya mayor esperanza tal vez radique en nuestra reflexión moral 148. Pero el pensamiento crítico, particularmente en su versión marxista, siempre ha negado importancia a la dimensión moral de la acción colectiva149. Como explica Gerald A. Cohen, el marxismo clásico se fundamenta en una perspectiva obstétrica de la historia que, fundada tanto sobre las consecuencias del desarrollo de las fuerzas productivas sobre las relaciones sociales capitalistas como sobre la existencia de un sujeto histórico alternativo a la burguesía, considera históricamente inevitable el advenimiento del comunismo150. Pero la desintegración política del proletariado y la 145 Pogge, 2005b, pp. 15-43. Sen, 1992. 147 Resta, 2000. 148 Pogge, 2005b, p. 43. 149 Therborn, 2014, p. 75. 150 Cohen, 2001, p. 140. 146 Zubero. ¿Superpoblación o sobreconsumo? 29 existencia de límites ecológicos han dado al traste con esta perspectiva. En este contexto, debemos buscar la igualdad en un contexto de escasez, a partir de cambios en principio no deseados en el estilo de vida de cientos de millones de personas y no, como sostenía la doxa marxista, como un resultado de la abundancia. Pero tal cosa sólo será posible a partir de planteamientos como los de la geografía ética151, la geografía de la generosidad152 o el cosmopolitismo moral153, con su énfasis en que la realidad de injusticia global supone una violación no sólo de nuestros deberes positivos (relacionados con la ayuda a un semejante) sino también de nuestros deberes negativos, aquellos que tienen que ver con la obligación de no hacer daño154. Como señala Cohen: ¿Cómo puede un técnico de la Boeing de Seattle concebir «estar junto» a un trabajador de una plantación de té de India? Para que hubiera alguna forma de solidaridad que uniera a estas personas, es necesario, una vez más, el estímulo moral que parecía tan innecesario para que se diera la solidaridad proletaria en el pasado. Los más ampliamente favorecidos en el proletariado del mundo deben convertirse en gente sensible en gran medida a los llamamientos morales para que haya algún progreso en esa línea 155. Robert y Edward Skidelsky señalan en la introducción de su libro ¿Cuánto es suficiente? que el mismo es “un argumento contra la insaciabilidad, contra la disposición psicológica que nos impide, como individuos y como sociedades, decir «ya es suficiente»”, argumento dirigido a las regiones ricas del mundo, “de las que es razonable pensar que tienen suficiente riqueza para una vida colectiva decente”156. El problema estriba en que la economía competitiva y monetarizada “nos somete a la presión continua de querer cada vez más”157. Aunque esta insaciabilidad sea a corto plazo homicida y a largo plazo suicida. La insostenibilidad práctica del sistema se convierte en el mayor de los desafíos morales, pues ante el reto de garantizar la supervivencia del Planeta, el capitalismo global realiza su elección: “Si el mundo no se puede tener en pie en su totalidad, entonces se garantiza la suerte de sólo una parte, la propia”158. Ciertamente, si no Auschwitz, el apartheid es el ideal del capitalismo del tiempo presente159. Es preciso escapar de la jaula de hierro del consumismo160, volver a relacionarnos con los bienes materiales como medios para satisfacer necesidades evitando que todos nuestros sueños y nuestros deseos se expresen cada vez más “a través del lenguaje de las mercancías”161. Sólo así lograremos evitar que la “catástrofe Maltusiana” sea una profecía autocumplida. La cuestión, como plantean Robert y Edward Skidelsky, es: “¿de qué recursos intelectuales, morales y políticos disponemos aún en las sociedades occidentales para invertir el asalto de la insaciabilidad y redirigir nuestros propósitos hacia la buena vida?”162. 151 Proctor, 1998; Popke, 2007, 2008. Barnett y Land, 2007. 153 Pogge, 1992, 2007; Singer, 2002b, 2012; Garvey, 2010. 154 Pogge, 2005a. 155 Cohen, 2001, p. 152. 156 Skidelsky y Skidelsky, 2012, p. 15. 157 Ibid., p. 25. 158 La Valle, 2003, p. 177. 159 Negri, 1992, p. 89. También: Alexander, 1996. 160 Jackson, 2011, pp. 117-134. 161 Ibid., pp. 227-228. 162 Skidelsky y Skidelsky 2012, p. 208. 152 30 Scripta Nova, vol. XIX, nº 506, 2015 Bibliografía ACCIÓN CONTRA EL HAMBRE. Geopolítica del hambre. Barcelona: Icaria, 2004. ALEXANDER, Titus. Unravelling Global Apartheid. An Overview of World Politics. Cambridge: Polity Press, 1996. ALEXANDRATOS, Nikos. 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