Revista dominical


Un pincel que trasciende

De la nostalgia de Arnulfo Luna por las postales que sus tías bisabuelas guardaban en un cajón, nacieron sus cuadros kitsch. Ese gusto vulgar de la nueva burguesía alemana del 70 y el 80 por el arte, lo cautivó con su belleza de época.

“Los cuadros rememoran una nostalgia de mi vida, gente que ya no vive y que existió mucho antes de que nací”.

Las fotonovelas de Corín Tellado, esos “paquitos” de antaño que ponían a suspirar a los jóvenes desde inicios de los años 80, llegaron para ser otra etapa en su vida. Grandes cuadros en pastel con escenas románticas lograron ponerlo en el ojo de una de las escritoras y críticas más importantes de Latinoamérica, Marta Traba (q.e.p.d), quien exaltando al pintor cartagenero, le dedicó el texto por capítulos, “Arnulfo Luna, como protagonista y final feliz”.

Egresado del Colegio La Salle, alternó su bachillerato en las tardes y noches con las clases en Bellas Artes, donde fue alumno del maestro Enrique Grau, de quien heredó el gusto por  dibujar a niños ojones.

En Barranquilla estudió Arquitectura en la Universidad del Atlántico, pero la Beca Nacional de Bellas Artes, que le otorgaron gracias a su cuadro Señor Ministro y Señora vía Miami, lo estableció en la élite de la pintura colombiana y lo envió a la meca del arte mundial.

Arnulfo recorrió toda Europa. “La llegada cambió muchísimo mi forma de pintar, porque allá están los grandes museos y galerías del mundo. La beca que me dieron fue por dos años, precisamente para conocer cada galería de arte y museo que había. Esta beca la creó Obregón y al artista no se le imponía nada”, recuerda. Con fascinación se impregnó de cientos de galerías y de los principales centros de arte de occidente. Caminó el Museo del Louvre, en París; el Museo del Prado, en Madrid; El Museo Británico, en Londres y aspiró la belleza de los Museos Vaticanos, entre muchos otros.

ENTRE LOS MEJORES
La mayoría del tiempo estuvo en Paris, pero en Londres, tuvo una oportunidad de oro. A sus veinte años llegó la exposición que lo consagró y marcó un antes y un después en su profesión gracias al maestro Fernando Botero: Luna ingresó a la Galería Aberbach Fine Arte en Londres.

En Francia, Arnulfo acudió a Botero queriendo ser felicitado por su trabajo. En realidad esperaba un “sigue así que tienes talento”. La historia fue otra luego de que Botero viera sus cuadros.

Llamó a uno de los integrantes de la familia Aberbach para que examinara el talento de esta estrella naciente del arte.
Con su amiga Patricia Durán, como compañera y traductora, visitó a un integrante de la prestigiosa familia Aberbach en Londres. Ese mismo día hubo un acuerdo y sus 18 cuadros, donde destacó la figura humana bajo mucha luz y sombras, tuvieron un espacio privilegiado en una exposición al año siguiente. Fue en 1978. “Me fue estupendamente bien porque la vendí toda. Me la consiguió el maestro Fernando Botero”, recuerda.

Arnulfo ríe de satisfacción cuando piensa en que de no haber sido así, quizá todavía no hubiese podido entrar a la emblemática Aberbach aún con todo su portafolio, premios y la belleza de sus pinturas.

Se quedó en Europa cuatro años, dos los vivió en Paris porque en el fondo es europeo. Vio lo que tenía que ver, exploró junto a su pincel y el pastel, tomó café mientras añoró haber nacido en el siglo XVI y luego regresó a Bogotá.

Entonces, su arte, que como un ser humano se transforma y envejece, le ofreció sus queridos camiones, que pertenecen a la serie del Caribe. Esta obra, que conjuga la nostalgia que sentía por la tierra en que vivió, está inundada de óxido y de vejez. En ella retrata el desgaste de los objetos bajo el abrasador sol de su Costa. “Tienen características típicas de Barranquilla. Tienen vida y crecen... como un ser humano. Es la transformación de un camión que llegó de Estados Unidos en 1945 y que aquí en la Costa lo cambian y le inventan. Son camiones que no son para transportar pasajeros, en los que los domingos sale la familia para llevar atrás ladrillos, arena y mudanzas,” explica.

El amor de Arnulfo Luna por el arte más que por el dinero, es tan evidente que puede erizar la piel. Tiene el pelo alborotado y un agradable y marcado acento costeño que se va mucho a lo cubano. Su voz es grave y parece que existe en él un impulso que lo hace corregir y ordenar a todo momento. Firme en gustos y pensamientos espetó: “el día que haga dos gallos peleando y un sombrero vueltiao, ese día me suicido”.

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