Facetas


Jonathan Paredes: “Cualquiera en sus cinco sentidos no saltaría”

ANDRÉS PINZÓN SINUCO

26 de abril de 2015 12:00 AM

Son tres segundos de caída libre. El trampolín parece conjurar los vientos. A 29,3 metros de altura pueden pasar muchas cosas. El miedo afila en las entrañas. El vértigo apura cada movimiento. Jonathan Paredes está de pie y muy serio. Estira por última vez cada extremidad, tensa los brazos hacia abajo. Frota sus manos como si las reconociera por primera vez.

En el instante más inesperado flexiona sus piernas, abre las alas hacia atrás como queriendo emprender el vuelo con las palmas bien abiertas y ¡salta!, su humanidad se desprende del plano inclinado. Ahora es un cuerpo que gira por los aires, un contorsionista que sigue la corriente del viento. Gira una, dos, tres, cuatro veces. Parece que cruza por un momento los brazos. Después la gravedad hace lo suyo. Va de cabeza al agua. Con un movimiento recién nacido logra caer como los gatos.

Abajo la muchedumbre aplaude. Los espectadores, sentados en las gradas, celebran la maniobra. Jonathan sale a flote. Junta los dedos índice y pulgar de ambas manos. La hazaña fue exitosa.

El mexicano, 25 años, ha llegado a ser el tercer mejor clavadista del mundo y está desde el martes pasado en Cartagena. Desconocía esta ciudad, pero enseguida le recordó a Acapulco, México.

Su historia desafiando las alturas, o al menos el agua, da cuenta de cuando tenía tres años.

- Mi madre me llevaba a las piscinas para aprender a nadar- dice Jonathan Paredes, nacido en México D. F., hijo único-. Pero yo era muy hiperactivo y todo el tiempo me salía y me tiraba a la piscina, sobre todo después cuando tenía ya seis años. Así que mi profesor le recomendó a mi madre que me llevara a la unidad de clavados.

Así empezó su familiaridad acuática. Muy temprano, como se debe en estos casos.
- ¿Ya venciste el miedo al vértigo?- le pregunté.
- No. Nunca se van los nervios- respondió.
- ¿Y que pasa por tu cabeza cuando estás sobre el trampolín?
- Pasa toda mi vida. Pienso en hacer un buen papel. Pienso en mis papás, en mi prometida. Luego hay un instante en el que te olvidas de todo.

Con toda una vida cayendo, buscando entrar como una navaja cortando las aguas, el muchacho, si ha perdido la posición adecuada, tiene apenas fracciones de segundos para corregir en plena pendiente.

En la Bahía de Las Ánimas los deportistas saltaron con una profundidad de apenas 5 metros, aunque dice que es suficiente.

El agua de Cartagena es nueva para él. Resulta mucho más cálida de lo acostumbrado, especialmente comparada con las frías piscinas de Europa. Aunque nunca ha tenido ningún accidente, ha sido testigo de los riesgos de su oficio. Le ha tocado ver fracturas de rótula y personas que salen inconscientes del agua.

Sin embargo, una vez logrado el efímero instante de gran belleza, “el sentimiento es el mejor, escuchas incluso las burbujas de los buzos respirando alrededor”.

Es consciente de que su trabajo es uno de los más inusuales del mundo. Y lo reconoce: “Cualquiera en sus cinco sentidos no lo haría”. Ríe con la comodidad del que disfruta lo que hace.

***
- Cartagena me parece otro país- dice Jonathan cuya estatura es de 1 metro con 65 centímetros, lo suficiente para casarse en junio del próximo año con su novia española y bailaora de flamenco, a quien conoció mientras ambos trabajaban en el Europa Park, sur de Alemania-.

Pareciera que ha vivido todas las emociones humanas en apenas un cuarto de siglo. A su pareja la conoció hace tres años compartiendo el Backstage, es decir, trasbastidores.
- ¿Y a quién admiras?- pregunté.
- A Orlando Duque – dice sin vacilaciones- Es un tipazo, lo admiro como profesional y mucho más como amigo, como persona me inspira.
- Pero tú ya conocías Colombia- dije.
- Sí, a los 18 años, en México, yo ya hacía un espectáculo de clavados los fines de semana y luego me enteré que el dueño del parque era el mismo dueño del parque Salitre Mágico en Bogotá, así que empecé a trabajar aquí durante cinco meses al año. Fue aquí donde llegué a coger mucha experiencia.

Fue en 2011, con 21 años, cuando la firma Red Bull empezó a fijarse en él. Lo invitaron a un clasificatorio en Australia. Sin embargo, no tuvo mucha suerte en aquella época, pero en cambio la experiencia le sirvió para conocer a varios colegas que lo invitaron a Alemania.
- Me desilusioné, pero me sirvió mucho- precisó.

***
Si hubiera sido un poco más alto, dice, habría sido jugador de fútbol americano, su pasión secreta.
- ¿Y cuál consideras que es tu mayor logro en la vida?
- Profesionalmente, el tercer lugar del mundo que tuve en Barcelona, y personalmente, creo que es tener la idea de formar una familia- respondió, sereno.
- ¿Tienes alguna fobia?- le pregunté.
- Sí, a las arañas, en general los bichos me dan asco.
- ¿Y dónde queda el paraíso para ti?
- Creo que es al lado de mi chica. En Tenerife o Madrid- dijo.
- ¿Qué es el fracaso?
- El fracaso es la manera más segura de aprender.
- ¿Qué te indigna?
- Muchas veces algunas actitudes de las personas: la hipocresía, las mentiras, la corrupción de nuestros países.
- ¿Y de qué te sientes orgulloso?
- De ser quien soy hasta ahora- admitió.
- ¿Qué has aprendido del silencio y de la soledad?
- Soy una persona que detesta estar sola. Pero he tenido que lidiar mucho con ello porque vivo mucho en aeropuertos y hoteles y así he aprendido a valorar a la gente que tengo al lado.

Las competiciones de saltos se remontan a la Grecia antigua. Se realizaban lanzándose al mar desde las costas del Peloponeso y de las islas Eólicas.

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