Para expresar «cercanía y solidaridad» a los migrantes y a quienes los acogen. Este es el motivo por el que Papa Francisco irá a la isla griega de Lesbos el próximo sábado. Lo dijo en un «llamado» al final de la Audiencia general de esta mañana en la Plaza San Pedro. En su catequesis recordó que no hay santo sin pecado ni pecador sin futuro; los sanos no son los que necesitan a un doctor, sino los enfermos.

Retomando la serie de catequesis sobre la misericordia y afrontando uno de los temas de la Exhortación apostólica «Amoris laetitia», que acaba de ser publicada, el Pontífice retomó del Evangelio, ante alrededor de 22 mil personas, la llamada de Mateo, publicano, cobrador de impuestos, Francisco recordó que «Jesús muestra a los pecadores que no mira su pasado, a la condición social, a las convenciones exteriores, sino que más bien les abre un futuro nuevo». «Una vez —contó Papa Bergoglio— escuché un dicho muy bello: ‘No hay santo sin pasado y no hay pecador sin futuro’, esto es bello, esto es lo que hace Jesús (dijo entre los aplausos de los fieles, ndr.); ‘No hay santo sin pecado y no hay pecador sin futuro’ —repitió. Basta responder a la invitación con corazón humilde y sincero».

«La Iglesia —recordó— no es una comunidad de perfectos, sino de discípulos en camino, que siguen al Señor porque se reconocen pecadores y necesitados de su perdón. La vida cristiana, entonces, es escuela de humildad que se abre a la gracia».

En esta línea, el Papa subrayó que «la misión de Jesús es propio esta: ir en búsqueda de cada uno de nosotros, para sanar nuestras heridas y llamarnos a seguirlo con amor», y añadió que lo dice claramente: «‘No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos’. ¡Jesús se presenta como un buen médico!».
Al finalizar, Francisco animó a hacer «nuestra la invitación de sentarnos al lado de Él junto a sus discípulos» e invitó a «mirar con misericordia y a reconocer en cada uno de ellos un comensal. Somos todos discípulos que tienen necesidad de experimentar y vivir la palabra consoladora de Jesús —concluyó. Tenemos todos la necesidad de nutrirnos de la misericordia de Dios, porque es de esta fuente que brota nuestra salvación».

Al llamar a los pecadores a su mesa, explicó Papa Francisco, «Él los cura restableciéndolos en aquella vocación que ellos creían perdida y que los fariseos han olvidado: aquella de los invitados al banquete de Dios. Según la profecía de Isaías: ‘El Señor de los ejércitos ofrecerá a todos los pueblos sobre esta montaña un banquete de manjares suculentos, un banquete de vinos añejados, de manjares suculentos, sustanciosos, de vinos añejados, decantados. Y se dirá en aquel día: Ahí está nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación: es el Señor, en quien nosotros esperábamos; ¡alegrémonos y regocijémonos de su salvación!’. Así dice Isaías —recordó».

Si los fariseos ven en los invitados «sólo pecadores y rechazan sentarse con ellos, Jesús por el contrario les recuerda que también ellos son comensales de Dios. De este modo, sentarse en la mesa con Jesús significa ser transformados por Él y salvados. En la comunidad cristiana la mesa de Jesús es doble: está la mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía». Son estas las medicinas «con las cuales el Médico Divino nos cura y nos nutre. Con la primera -la Palabra- Él se revela y nos invita a un diálogo entre amigos. Jesús no tenía miedo de dialogar con los  publicanos, los pecadores, las prostitutas, Él no tenía miedo, amaba a todos».

 
La Palabra de Dios nos penetra y, como un bisturí, actúa profundamente para liberarnos del mal que se anida en nuestra vida. A veces esta Palabra es dolorosa porque incide sobre hipocresías, desenmascara las falsas excusas, mete al desnudo las verdades escondidas; pero al mismo tiempo ilumina y purifica, da fuerza y esperanza, es un reconstituyente valioso en nuestro camino de fe. La Eucaristía, por su parte, nos nutre de la vida misma de Jesús y, como un poderoso remedio, renueva en modo misterioso continuamente la gracia de nuestro Bautismo. Acercándose a la Eucaristía nosotros nos nutrimos del Cuerpo y la Sangre de Jesús, y sin embargo, viniendo a nosotros, ¡es Jesús que nos une a su Cuerpo!»

Después de la catequesis, el Papa dijo: ««El próximo sábado iré a la isla de Lesbos, donde en los meses pasados han transitado muchísimos prófugos. Iré con mis hermanos, el Patriarca de Constantinopla Bartolomé y el Arzobispo de Atenas y de toda Grecia, Jerónimo, para expresar cercanía y solidaridad tanto a los prófugos como a los ciudadanos de Lesbos y a todo el pueblo griego, tan generoso en la acogida. Pido, por favor, que me acompañen con la oración, invocando la luz y la fortaleza del Espíritu Santo y la maternal intercesión de la Virgen María».

 
Un fuerte viento se dejó sentir durante toda la audiencia general. Cuando Papa Francisco se detuvo a saludar a obispos y huéspedes, el solideo se le voló, un obispo trató de recuperarlo y los mantos comenzaron a agitarse como estandartes. Al final, el Papa se quedó con la cabeza descubierta y, sin el solideo, siguió saludando a los huéspedes. Entre ellos había algunos prelados anglicanos.
 

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