Nada será igual

El entusiasmo del independentismo, el éxito de las manifestaciones, la presencia en todos los medios locales y globales de la épica catalana eran algo así como un ente de razón aristotélico. No es que fuera mentira, sino que era una fábula. Desde la dirección de ERC hasta la consellera Clara Ponsatí, exiliada temporalmente en Bélgica, pasando por el giro a la baja de Carlos Puigdemont diciendo que hay una alternativa a la independencia, han reconocido que el Govern no estaba preparado para la república.

Era un ejercicio de la voluntad, un sím­bolo que constaba en todos los discursos soberanistas pero que en la realidad no existía. La ética de la convicción weberiana se ha cumplido con exactitud. Si las cosas van mal, la responsabilidad es siempre de los demás, del Gobierno de España, incluso de Europa, como insinuó Puigdemont en alguna de las manifestaciones realizadas desde Bélgica.

Era una ilusión noble y legítima que no se había traducido en un plan que se pudiera cumplir. Tampoco había una opción alternativa. No eran más que un grupo de diputados que aprobaron dos leyes que rompían con las reglas de juego constitucionales y se encontraron con la reacción de la legalidad esgrimida por Rajoy que acabó enviando la mitad del Govern a la cárcel y la otra mitad al exilio voluntario.

En cualquier democracia se pediría responsabilidades a quienes han llevado al país a una situación en la que Rajoy ha convocado elecciones desde Madrid, tenemos que recuperar el autogobierno y competir en unas elecciones que Puigdemont pudo muy bien convocar en vez de agitar a las fuerzas del Estado que han intervenido temporalmente la gobernabilidad de Catalunya.

La situación no es normal. Hay que recuperar la confianza y encontrar un líder que sepa infundir optimismo a un país que en pocas semanas ha visto cómo huían más de dos mil empresas, se encuentra peleado consigo mismo, no sabe cómo será el futuro en los próximos tiempos.

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AFP

El Estado ha actuado con rapidez y con excesiva dureza. Sé de varias personas que no tienen ninguna simpatía con el independentismo y que el día primero de octubre acudieron a votar en el referéndum ilegal cuando vieron por televisión que la policía y la Guardia Civil estaban sacudiendo a personas que pretendían votar. Qué gran daño hicieron aquellos episodios violentos que todavía dan vueltas por las redes sociales y cadenas de televisión. La justicia ha encarcelado a los dirigentes de la ANC y Òmnium aumentando el martirologio que será debidamente exhibido en la campaña, tanto si Jordi Sànchez y Jordi Cuixart están presos como si no. Lo mismo cabe decir de Oriol Junqueras y los seis consellers que le acompañan en el cautiverio decretado por la Audiencia Nacional. Desde la cárcel se pueden conseguir votos sin necesidad de hacer campaña. No estoy seguro si desde un chalet en las afueras de un barrio acaudalado de Bruselas puede ocurrir lo mismo. Ya veremos hasta qué punto la “emperatriz de la ambigüedad”, tal como Josep Borrell bautizó a Ada Colau, es capaz de sumar muchos votos a Xavier Domènech, que estaba muy bien aposentado y conectado en las esferas del poder del Estado en Madrid y ahora tiene que levantar un partido con estimaciones bajas en las encuestas.

Pero en una situación tan cambiante, tan rápida en producir acontecimientos, con un periodismo que se aferra a lo inmediato y que no tiene tiempo de mirar con distanciamiento la realidad, la demoscopia se mueve precariamente.

El independentismo tendrá, por ahora, tres candidatos. Puigdemont se presentará con Junts per Catalunya, Junqueras preservará la marca de ERC y la CUP irá a unas elecciones “ilegales” pero acude con el ánimo de ampliar su base de votantes y presentar listas más abiertas pero rupturistas.

La pelea entre las tres formaciones será la propia de cualquier campaña, es decir, se van a tirar los trastos por la cabeza hasta la víspera de las elecciones. ¿Sumarán o restarán las tres fuerzas por separado? Nadie lo sabe. Hay un sector de la sociedad que está muy cansado de cinco años de matraca independentista para acabar con el reconocimiento de que no se estaba preparado para la república. Haberlo dicho.

Los partidos constitucionalistas se disputarán hasta el último voto, con una diferencia respecto a los independentistas, y es que la posibilidad de formar una coalición postelectoral no está tan clara. Puede haber pacto de legislatura, pero no gobiernos a dos o a tres.

Una pregunta oportuna es si el número uno de la lista más votada puede conseguir la investidura. Puigdemont y Junqueras difícilmente podrán plantearnos nuevamente la cuestión de la independencia a corto plazo. ¿No hay nadie más en el independentismo? Cuesta ver en el bando constitucionalista un presidente incuestionable si no tiene mayoría absoluta, que no la tendrá. La sociedad, en cualquier caso, pide un liderazgo sólido que sea capaz de coser todos los descosidos de los últimos años y que esté dispuesto a servir a todos los catalanes.

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