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"La Década Ganada...", pero mal uso de imagen
 

Ayer (30/11/2016) quedé muy sorprendido al ver que en la televisión se pasó un corto video de aquellos que se difunden como “La Década Ganada”, en el que aparezco, a partir del minuto 2:26, afirmando: “La gente se siente identificada con el país. Ve que tiene una situación mejorada; ve que las condiciones cambiaron; que ya no se ve afectado su futuro, sino fortalecido.” 

Esa frase ha sido sacada del contexto de una entrevista orientada con otros fines y no con los propagandísticos con los que aparece. Además, se trata de una toma por lo menos de hace dos años atrás, porque es evidente que la frase escogida ni siquiera se compagina con la situación actual del país, en la cual la recesión económica hizo caer las previsiones sociales que se mantuvieron hasta 2014, conforme lo reconocen incluso los últimos estudios de la Cepal. 

 

El uso de mi imagen está, además, en contradicción con mi pensamiento actual (no solo de hoy, sino que lo he expresado precisamente en los últimos dos años), con el que he afirmado posiciones críticas (sin caer, desde luego, en el “anti-correísmo” absolutamente visceral de la oposición), que se reflejan, como puede advertir cualquier ciudadano, en mis artículo publicados en diario El Telégrafo y en mi blog, y que los pueden seguir en la página personal: www.historiaypresente.com 

 

Desde luego, he sido muy claro en analizar los intereses de las derechas políticas y económicas en el país, que pretenden revivir el modelo empresarial-neoliberal, a fin de arrinconar el papel regulador del Estado en la economía, impedir que los impuestos directos afecten su riqueza, flexibilizar y precarizar las relaciones laborales para su propio beneficio y acabar con los gobiernos progresistas en toda nuestra América Latina.

 

Pero también debe quedar en claro que si bien ya se ha difundido ese video de “La Década Ganada”; debo expresar mi PÚBLICA PROTESTA por el mal uso de mis palabras y el empleo de mis opiniones académicas para fines políticos y propagandísticos que definitivamente no he autorizado, ni autorizaré.

 

Juan J. Paz y Miño C.

Quito, 1/12/2016

 

NOTA ADICIONAL:
César Paz y Miño ha realizado el siguiente comentario en FB:

<<Estoy de acuerdo con lo que expresa Juan Paz y Miño, en mi caso ocurre algo similar. Las imágenes que presenta el vídeo, son de hace algunos meses, y fueron grabadas con otro propósito. Aunque mi opinión sobre el adelanto científico nacional es adecuada, he sido crítico sobre algunas de las políticas implementadas. No es correcto que mi imagen se utilice en un contexto diferente o con fines políticos o de propaganda>>.

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POR FAVOR, ¡MÁS IMPUESTOS A LOS RICOS!
Juan J. Paz y Miño Cepeda


Quito, 15 de octubre de 2016

Con motivo de las elecciones presidenciales y legislativas de febrero de 2017, se ha desatado una campaña diaria, coordinada, que articula medios de comunicación privados, cámaras de la producción y candidatos de la derecha política, con el propósito de bombardear a la ciudadanía con una idea: hay que rebajar impuestos, suprimir algunos, revisar otros.

Con el argumento de que la población está sometida a “excesivos” impuestos, se trata de convencer al país que la rebaja, revisión, alivio o reformulación de impuestos es conveniente para incentivar la producción, para que las empresas no se vean asfixiadas en una época de “crisis”, para que los recursos destinados a la inversión se incrementen y para que el “sector privado” nacional o extranjero se sienta estimulado y “traiga” su dinero al país.

La Cámara de Comercio de Quito incluso encabeza el foro denominado “Consenso Ecuador”, en el que propone 11 medidas para un debate o análisis nacional. Pero la preocupación central está en los impuestos, de manera que la propuesta empresarial sobre este tema se concreta en los siguientes puntos: 1. Impuesto de tasa única (Flat Tax) sobre la renta de las personas y sociedades; 2. Eliminación del Anticipo del Impuesto a la Renta; 3. Derogación del Impuesto a la Salida de Divisas; 4. Reducción del Impuesto al Valor Agregado del 12% al 10%; 4. Unificación del impuesto verde y otros relacionados a los vehículos; 5. Derogación del Impuesto a la Herencias, Legados y Donaciones; 6. Eliminación del ICE a las Telecomunicaciones y focalización del ICE a los vehículos motorizados.

 

La campaña contra los impuestos parece que va ganando terreno. Y en ello coincide la derecha empresarial con la derecha política.

 

Pero las posiciones anti-impuestos no son nuevas en la historia económica del Ecuador. En realidad vienen desde la época de la Revolución Juliana (1925) que fue pionera en introducir los impuestos directos sobre las rentas e incluso sobre las ganancias del capital.

 

En forma continua, el impuesto a la renta ha sido normalmente burlado por las elites económicas del país. Creen que la riqueza que han formado proviene de su propio trabajo y no están dispuestas a que sean afectados esos ingresos, cuando la historia y la economía han demostrado, en forma categórica, que semejante acumulación siempre provino del uso y beneficio de mecanismos sociales de enriquecimiento, que incluyeron, entre otros, los bajos y hasta miserables salarios para los trabajadores.

 

Los estudios actuales de la CEPAL sobre los impuestos en América Latina demuestran que persisten la evasión y la elusión tributarias, que el impuesto a la renta para las capas más ricas es ínfimo y que la concentración de la riqueza en la región aún no ha sido abatida.

 

Si se aplicaran los criterios de los comerciantes de Quito, las 638.000 personas que antes no pagaban impuestos, tendrían que pagar 545 millones de dólares; pero, en cambio, las 392 personas más ricas del país, rebajarían sus impuestos a la renta porque tendrían que pagar solo 94 millones de dólares (datos del SRI). Así es que las propuestas anti-impuestos solo tienen en la mira el alivio de su pago para las capas más ricas de la población y el interés por la acumulación individualizada.

 

Contrariando la visión del bombardeo anti-tributario de cada día, en Ecuador la tasa impositiva es todavía menor que la de América Latina. Una política de redistribución clara y radical de la riqueza exige incluso el aumento ya no solo del impuesto a la renta para las capas más ricas, sino más fuertes impuestos a sus patrimonios, que incluye el impuesto sobre las herencias. El principio de progresividad significa que, al mismo tiempo, las capas con menores ingresos paguen menos o estén exoneradas del impuesto a la renta.

 

Hay suficiente experiencia histórica sobre la relación entre impuestos y bienestar, como es el caso de Europa, donde precisamente la construcción de los Estados de bienestar después de la Segunda Guerra Mundial, tuvo por base los impuestos directos, particularmente sobre rentas y patrimonios. El neoliberalismo galopante en la misma Europa ha puesto en jaque los logros y avances sociales; pero aun así, en los países nórdicos, donde puede decirse que existe un tipo de socialismo del siglo XXI, es la política tributaria alta la que garantiza las mejores condiciones de vida para sus ciudadanos; y en Dinamarca, la población es tan sensible al tema que se lanza a las calles cada vez que se intenta rebajar el sistema de impuestos, porque sabe que con ello caerán los servicios gratuitos de los que goza la ciudadanía.

 

En Ecuador hay que repensar la sociedad y el Estado. Porque el mantenimiento futuro de servicios como educación pública y gratuita, atención médica igualmente pública y gratuita, seguridad social universal, inversiones estatales en infraestructura social y, en general, la sostenibilidad y creación de un Estado de beneficios colectivos (Buen Vivir), exige fortalecer el sistema tributario directo, que sin dudar afecte a quienes más tienen y provoque la alteración definitiva de la concentración de la riqueza en una elite que históricamente ha carecido de conciencia y responsabilidad social y estatal. El Estado no es garante ni promotor de la “competitividad”, sino del bienestar social y del reparto justo de la riqueza nacionalmente creada.

 

Publicado en Kafeina: http://www.kafeina.tv/impuestos-ricos
 

REVOLUCIÓN CIUDADANA ¿EN FASE DE FLEXIBILIDAD LABORAL?
Juan J. Paz y Miño Cepeda


Quito, 8 de marzo de 2016

 

En el artículo que publiqué el pasado 29 de febrero en diario “El Telégrafo” (“Giro a la flexibilidad laboral”, http://goo.gl/OxegvW) sostuve que el “Proyecto de Ley Orgánica para la optimización de la Jornada Laboral y Seguro de Desempleo” (http://goo.gl/iRBSBW; http://goo.gl/JqJKOR) que el presidente Rafael Correa envió a la Asamblea Nacional con fecha 23 de febrero de 2016, y para su tratamiento como “urgente en materia económica” (la Asamblea ya realizó el primer debate), es una propuesta de flexibilidad laboral que afecta a principios y derechos del trabajo preexistentes, que ha polarizado posiciones entre empresarios beneficiados con ese proyecto y las organizaciones de trabajadores que lo rechazan, y que, además, demuestra un giro conceptual y un nuevo momento de la Revolución Ciudadana.

 

En el enlace ciudadano No. 465, transmitido desde Vilcabamba (Provincia de Loja) el sábado 5 de marzo (https://goo.gl/bCaO5c), el presidente Correa aclaró los objetivos del proyecto de ley mencionado y explicó los alcances de las reformas propuestas.

 

El “contrato de trabajo juvenil”, para personas entre 18 y 24 años de edad, busca incentivar el primer empleo de este segmento poblacional, sobre la base de que el Estado cubrirá los aportes al IESS (Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social) pero solo hasta dos salarios básicos unificados mensuales (U$ 732), con el tope del 20% de la nómina de trabajadores de la empresa y la celebración del contrato por un año, prorrogable a dos.

 

Otra es la propuesta de reducción de la jornada laboral hasta 30 horas semanales, solo en casos excepcionales que afecten a los ingresos empresariales, siempre bajo autorización ministerial, y por seis meses que pueden ser renovados por otros seis; pero si bien no se podrá repartir utilidades mientras dure esta situación, al mismo tiempo (y esto no se dijo), “las remuneraciones se pagarán en función de lo efectivamente trabajado”, lo cual significa que, además de la reducción de la jornada, se reduce el salario del trabajador. El Presidente ha sostenido que todo ello es “para evitar un mal mayor”, como es el despido de trabajadores, en las condiciones actuales de la crisis económica.

 

También se propone prolongar la jornada hasta 10 horas diarias, pero sin sobrepasar las 40 semanales, siempre mediante pacto escrito con el trabajador. Las horas que superen lo previsto serán pagadas como extras o suplementarias.

 

Nada se dijo de las pasantías, que el proyecto las sujeta a un acuerdo sobre “cualquier tipo de estipendio”, aunque con obligada afiliación al IESS y por seis meses.

 

Y, la que el presidente considera como la más importante reforma del proyecto de ley, se refiere a la seguridad social: se crea el seguro de desempleo, pero sólo para afiliados al IESS que quedaron sin trabajo; se financiará con el 1% del antiguo aporte patronal al seguro de cesantía (que termina) que ahora irá a un fondo común solidario; y con el aporte del 2% del propio trabajador a su fondo individual. El trabajador desempleado recibirá un ingreso por cinco meses, que se reduce mes a mes desde el 70% de la remuneración original al 65, 60, 55 y 50%; pero hay un tope para el nuevo seguro de desempleo que el presidente señaló como un asunto “técnico muy complejo”, que llevará a una mejora de la protección social, la mayor eficiencia en el uso de recursos, una protección adicional al trabajador afiliado al IESS, un beneficio porcentual mayor para el que menos tiene porque se protege a los más vulnerables y, finalmente, se hace “justicia social”. En definitiva, al seguro de desempleo aportan los empresarios con el 1% para un fondo común y “solidario”, mientras el 2% lo hacen los trabajadores a sus propios fondos individuales.

 

Ahora bien, el proyecto de ley descrito merece ser ubicado en un contexto histórico que rebase la coyuntura.

 

A mediados de 2013, el presidente Correa enfatizó en la necesidad de sustituir el “viejo” Código del Trabajo por un nuevo “Código Orgánico de Relaciones Laborales”. El argumento parece convincente, pero el Código del Trabajo dictado en 1938 no es el mismo que ha regido hasta el año 2007, porque los cambios de derechos, garantías e instituciones se han impuesto, de modo que no son siete décadas de vigencia del mismo código del año 1938.

 

Pero fue en 2014 cuando se conocieron las propuestas centrales. Ellas incluían: mensualización de la 13ª. y 14ª. remuneraciones, pagar utilidades con acciones de la empresa, contrato colectivo por rama de actividad, huelga sin toma o control de las instalaciones de la empresa, aumento de horas extras y suplementarias de 12 a 15 horas semanales, eliminación de dispensarios médicos obligatorios y guarderías en las empresas; y lo más grave fue la pretendida suplantación de las indemnizaciones por terminación del contrato o por desahucio, así como de la jubilación patronal, por una bonificación con tope máximo del 70% e increíble reducción para las personas que aumentaban en edad. Era una clarísima propuesta de flexibilización laboral que atentaba contra los derechos del trabajo, y que contó con el respaldo del entonces Ministro del Trabajo Francisco Vacas.

 

Con el cambio de ministro y la entrada de Carlos Marx Carrasco, la situación cambió. Hubo una nueva propuesta que introducía el contrato indefinido, la solidaridad laboral de las empresas vinculadas, el desahucio solo por iniciativa del trabajador, el despido ineficaz (nulo) de dirigentes laborales y trabajadoras embarazadas, la elección de dirigentes sindicales, mensualización de la 13ª. y 14ª. remuneraciones, seguridad social para las trabajadoras del hogar, establecía un límite para las remuneraciones de los gerentes en relación a los salarios de los trabajadores, y también ponía límites al reparto de utilidades e incluso su “exceso” serviría para financiar el régimen de prestaciones solidarias de la seguridad social. Esta vez los empresarios pusieron su grito en el cielo.

 

En el 2015 los problemas económicos galoparon. Bajo tales condiciones el gobierno decidió algunas líneas de acción: el tratado de comercio con Europa (aunque afirma no tratarse de un TLC), las alianzas público-privadas, y las propuestas de flexibilidad laboral señaladas antes. Hay un giro conceptual y un momento nuevo en el proceso de la Revolución Ciudadana.

 

La propuesta actualmente en debate en la Asamblea Nacional favorece la disminución de costos empresariales y enfatiza en las soluciones desde la esfera económica a fin de que el empleo no caiga, pero ha descuidado la esfera jurídica propia del derecho laboral, así como la historia.

 

Comienzo por lo histórico: el establecimiento de la jornada máxima en Ecuador fue un adelanto a su época, ya que se la adoptó en 1916, cuando se estableció la jornada de 8 horas diarias, aunque se la incumplió y violó, a tal punto que la Revolución Juliana (1925) tuvo que reimplantarla e imponer su estricto cumplimiento. Pasamos, además, de las 48 horas semanales a las 44, que se conservaron hasta 1979, cuando la Cámara Nacional de Representantes (congreso) acordó la jornada máxima de 40 horas.

 

El propósito histórico de la jornada diaria de 8 horas fue abolir las extenuantes jornadas del pasado, extendidas hasta 10, 12, 14 o 16 horas diarias. Interesaba proteger a los trabajadores en su salud y en su integridad como fuerza de trabajo superexplotada por el capital. Y el límite a la jornada semanal tuvo igual propósito. Por eso, el concepto de “jornada máxima” fue integral, es decir, jornada de 8 horas diarias y 40 a la semana, no como excluyentes e independientes, sino como “máximos”. Las horas extras y suplementarias, que de acuerdo con el Código del Trabajo no han debido ser mayores a 4 horas diarias ni de 12 a la semana, específicamente se dan cuando se superan las 8 horas del día y las 40 de la semana y no algo compensable como podría ser, por ejemplo, terminar la jornada de 40 horas y entonces aumentar al trabajador 12 horas más como “extras” en un mismo día (sábado o domingo).

 

Aumentar la jornada diaria hasta 10 horas, sin que se aumente la jornada semanal de 40 horas, acaba con el principio histórico-integral de la jornada máxima. ¿Y por qué no hacer las 40 horas en 2 días?, por ejemplo. Además, impide el pago de 2 horas extras posteriores a la jornada máxima de 8 horas diarias.

 

La disminución de la jornada, desde la óptica histórica, ha sido un camino de la humanidad en el capitalismo y por ello se pasó de las jornadas extenuantes que llegaban hasta 16 y 18 horas diarias a la de 8 horas, y hoy en varios países europeos se implementan jornadas de 7 horas diarias. Además se considera la relación directa entre jornada semanal disminuida con el aumento de las oportunidades para el ocio, la recreación, el deporte y el disfrute personal del trabajador en actividades distintas y de interés familiar o individual. Ese camino ha estado acompañado por el aumento de los salarios y no por su disminución.

 

De manera que proponer disminuir la jornada para garantizar el empleo es un propósito económico; pero si con ello se disminuye el salario, el propósito está directamente relacionado con los costos empresariales sobre la base de afectar a la remuneración de los trabajadores, y esto en medio de la “crisis” económica.

 

En cuanto al contrato para jóvenes, es evidente que la empresa se beneficiará con un verdadero “subsidio laboral”, que constituye el aporte estatal para el pago al IESS.

 

Finalmente, el seguro de desempleo se limita a los trabajadores afiliados al IESS. Cierto es que los empresarios aportarán con el 1% al fondo común; pero es el mismo trabajador el que aporta el 2% a su propia cuenta personal. No hay aporte estatal. La solidaridad opera al revés: son los trabajadores los que más contribuyen a sostener su propio fondo de desempleo, mientras los empresarios, que además son los que despiden a los trabajadores cuando es del caso, apenas aportan el 1% y cuentan con el hecho de que el mismo trabajador tiene bajo ahorro forzoso su propia contribución para cuando esté desempleado.

 

Desde una visualización de largo plazo histórico, durante las dos décadas finales del siglo XX, las cámaras de la producción ecuatorianas abogaron, cada vez más, por la flexibilidad laboral, cuestionando los derechos y las garantías al trabajo conquistados desde inicios de este mismo siglo XX y mantenidos incluso por las sucesivas Constituciones: 1929, 1945, 1946, 1968 y 1998. Entre otras, las propuestas empresariales inmediatamente antes del triunfo de la Revolución Ciudadana, cuando tuvo vigencia el modelo empresarial de desarrollo, fueron: abolir el reparto de utilidades, congelar salarios, suprimir el pago de los “décimos” (13ª, 14ª, 15ª, y 16ª, remuneraciones), disminuir indemnizaciones por despidos y facilitarlos, limitar los derechos de huelga y de sindicato, aumentar la jornada semanal a 40 y 48 horas, suprimir el pago de horas extras, vincular el salario a la efectividad productiva del trabajador, introducir el concepto de trabajador-plurifuncional para que una misma persona ejecute trabajos diversos bajo el mismo contrato. Como lo he escrito en múltiples artículos, solo faltaba solicitar el restablecimiento de la esclavitud.  

 

En la actualidad el practicismo económico parece que se impone. La esfera jurídica parece que se afecta. Lo económico prevalece sobre el principio histórico pro-operario y sobre el derecho laboral. Un reconocido abogado empresarial y catedrático universitario, en su columna publicada en un diario capitalino, apuntaba hace pocos días, que se impone el “reconocimiento de la realidad” (es decir ser prácticos ante la crisis para conservar el empleo), el “reto de crecer”, la necesidad de “empleo y flexibilidad”, generar “oportunidades” y abiertamente, entre otras medidas, propone: “(i) restaurar el contrato a plazo fijo; (ii) eliminar el castigo del 35% de recargo a los salarios para los contratos eventuales; (iii) ampliar, en la ley, las reglas para el uso del contrato por obra o servicio determinado; (iv) “precarizar” las relaciones laborales, cuando las necesidades sean eventuales y precarias; (v) flexibilizar los sistemas de remuneración; (vi) flexibilizar la distribución de la jornada semanal de trabajo, con acuerdo de las partes, y sin condiciones difíciles de cumplir; (vii) proteger y propiciar el uso sistemático del contrato por jornada parcial permanente (a medio tiempo); (viii) retornar, en ciertas actividades, el contrato por horas, con regulaciones razonables y justas; (ix) propiciar el uso de contratos de trabajo de ejecución a distancia (tecnología, labores profesionales, asesorías, etc.); (x) flexibilizar las reglas de la contratación colectiva”[1].

 

Cabe advertir, por consiguiente, que cualquier medida o política que se acerque a estos planteamientos sin duda representa, históricamente hablando, inclinarse a favor de la flexibilidad laboral, así no se lo admita o se lo justifique con la idea de que todo puede ocurrir bajo acuerdo o “pacto” con el trabajador, lo cual destruye otro principio pro-operario que reconoce a los derechos laborales como irrenunciables e intangibles. Estos principios son centrales, porque ningún trabajador, por más que quiera pactarlo con plena “voluntad”, “conciencia” y “libertad” (consentimiento), puede decidir que acepta la esclavitud o el antiguo concertaje, como base de su contrato. En el mismo sentido, ningún trabajador puede pactar, así sea bajo su consentimiento, que su jornada sea mayor a 8 horas diarias y superior a 40 semanales (incluso en cuanto a horas extras o suplementarias, que tampoco pueden exceder del límite fijado) ya que de ese modo no solo violenta el principio pro-laboro de “jornada máxima”, sino también su salud, su bienestar diario o semanal, y en última instancia sus condiciones de vida, algo que el Estado moderno ha querido proteger y que la Constitución de 2008, defensora de derechos sociales y garantías laborales como la irrenunciabilidad, también consagra en su concepto sobre el “buen vivir”.

 

Creo que merece preguntar: ¿es necesario inclinarse a favor de políticas de flexibilidad laboral en lugar de adoptar otras medidas con carácter pro-operario?

 

También la historia es fuente de respuestas.

 

La crisis de los años 30 en los EEUU fue de tal magnitud que cerraron miles de empresas y pasaron a la desocupación millones de trabajadores. Pero el presidente Franklin D. Roosevelt (1933/1945), decidió adoptar políticas económicas y sociales nuevas, sin seguir consejos liberales y ortodoxos.  En plena crisis los bancos fueron intervenidos para garantizar a los depositantes; las empresas industriales, vigiladas por el gobierno, debieron establecer códigos de competencia, precios, horas de negocio; fueron perseguidos los comerciantes inescrupulosos; se inició un vasto plan de inversiones estatales, trabajo en obras públicas, caminos, limpieza de parques, playas, plantar árboles, reparar, pintar, construir casas, edificios públicos, piscinas, hospitales, aeropuertos, escuelas, proyectos de riego, electrificación, empleo de jóvenes en bibliotecas, oficinas, universidades, fomento del empleo temporal, etc.; se obligó a los agricultores (previo subsidio) a reducir la producción, se mantuvo la inflación para levantar los precios, se suspendió el patrón oro; y, sobre todo, el “New Deal” de Roosevelt sancionó despidos de trabajadores, introdujo la seguridad social, pensiones por desempleo, salud y jubilación, impuestos (taxes) como el de la renta, dictó leyes para garantizar salarios mínimos, elevarlos, proteger sindicatos, contratos colectivos y otros derechos laborales. En enero de 1935 llegaron nuevas medidas: beneficios para los trabajadores retirados, seguro para los desempleados, un programa de salud general, el de bienestar para niños y el de asistencia para ancianos, que debía ser cubierto con aportes de los empresarios y los trabajadores con empleo; el fondo para el seguro de desempleo fue financiado a través de un impuesto especial cobrado compulsivamente a los patronos; se organizaron exhibiciones artísticas y, por primera vez, corredores y salas de los edificios públicos fueron adornados con grandes murales pintados por artistas. Roosevelt también denunció “la injusta concentración del bienestar y el poder económico” en manos de una pequeña fracción de la población norteamericana. Logró del Congreso la aprobación de un elevado impuesto sobre las rentas de los individuos y las corporaciones; y para evitar su evasión, incrementó el impuesto a las donaciones. Los opositores clamaron contra lo que llamaban “desplume a los ricos”. En los primeros cien días, la crisis fue controlada. F. D. Roosevelt fue reelecto por tres períodos seguidos.

 

Sin ir tan lejos, en Ecuador y en medio de la grave crisis del cacao de la época, que trajo desempleo y ruina social, la Revolución Juliana (1925-1931) se “adelantó” a Roosevelt, pues con ella se adoptaron inéditas medidas: jornada máxima, salario mínimo, seguridad social y pensiones jubilares, impuesto a las rentas, impuesto sobre ganancias y utilidades, sobre herencias y donaciones, derecho al contrato individual, contrato colectivo, sindicalización y huelga, creación de instituciones de salud pública, obras materiales a cargo del Estado, aliento a las organizaciones de trabajadores y realización de un congreso obrero; pero también creación del Banco Central y de la Superintendencia de Bancos, multas al Banco del Pichincha y al Banco Comercial y Agrícola por las sobreemisiones monetarias, prisión al banquero Francisco Urbina Jado y al terrateniente Leonidas Plaza Gutiérrez. El principio pro-laboro, así como los fundamentales derechos del trabajo quedaron consagrados en la Constitución de 1929, mucho antes de que se expidiera el Código del Trabajo.


Desde luego, los tiempos cambian, las circunstancias históricas son distintas. Pero lo que identifica a los gobiernos de izquierda es su inclinación a los trabajadores y más aún en momentos económicos críticos, cuando los propietarios del capital hacen lo imposible para preservar sus intereses, a costa del sector más “débil” en las relaciones laborales.

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[1] Fabián Corral, “Las lógicas de una reforma”, El Comercio, http://goo.gl/bbN6V0

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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A PROPÓSITO DEL DÍA DE LA INDEPENDENCIA DE GUAYAQUIL 

Juan J. Paz y Miño Cepeda


Hoy (9/octubre/2015) conmemoramos en Ecuador el aniversario 195 de la Revolución del 9 de Octubre de 1820, que proclamó la independencia de Guayaquil. Ese acontecimiento tiene que ser visto en el contexto histórico del proceso de la independencia de América Latina en general y del Ecuador en particular. 
El proceso independentista latinoamericano se inició en 1804 con la independencia de Haití. Pero tuvo su momento decisivo en 1808, cuando la invasión de Napoleón a España y el destronamiento del rey provocaron la resistencia del pueblo español y la constitución de Juntas que, al mismo tiempo que reivindicaron la soberanía popular contra el usurpador francés, proclamaron los derechos del monarca legítimo. 
Bajo esas circunstancias también estallaron las revoluciones en la Hispanoamérica de la época, comenzando en 1809 con las de Chuquisaca, La Paz y Quito. En 1810 estallaron nuevas revoluciones en México, Caracas, Bogotá, Buenos Aires, Santiago de Chile; en 1811 las de Asunción y El Salvador; y en 1812 la lucha pasó a ser generalizada. 
En Quito, la Junta Suprema instaurada el 10 de agosto de 1809 fue pionera en constituir un gobierno criollo, en reivindicar la soberanía popular y en establecer diputados representantes de los barrios. Su proclama de “fidelidad” al Rey, como lo hicieron las Juntas de las otras ciudades nombradas (excepto Chuquisaca y México, donde no se establecieron Juntas), fue la forma de disfrazar el autonomismo y el punto de convergencia para los radicales que ansiaban la independencia definitiva. Aunque Quito convocó a unirse a la causa emancipadora a las otras regiones de la Audiencia, ninguna lo hizo, pues todas eran absolutamente fieles al Rey, como fue el caso de Guayaquil en aquellos días, donde se rechazó a los quiteños mientras la ciudad era premiada por su fidelidad al monarca. 
Desde 1810 la lucha por la independencia pasó a ser un objetivo claramente definido. Por eso Venezuela logró proclamar su emancipación tan temprano como en 1811. En 1813 el cabildo de Mérida otorgó a Simón Bolívar el título de “Libertador”, porque se hallaba en plenas campañas por la independencia total frente a España. José de San Martín también coincidía en el despliegue de sus campañas desde el sur. Mientras tanto en Quito, los próceres y centenares de pobladores habían sido masacrados el 2 de agosto de 1810, en 1811 se logró instalar un Congreso de Diputados que el 11 de diciembre proclamó la independencia frente al Consejo de la Regencia de España, y el 15 de febrero de 1812 expidió la primera Constitución, que creó el efímero Estado de Quito, con ejecutivo, legislativo, judicial y milicia propios, aunque todavía haciendo una sui generis proclama fidelista al Rey. Pero ese Estado fue defendido por las armas contra la arremetida realista, hasta que fue derrotado a fines de ese año. 
Quito, sometida y reprimida, con su elite criolla desaparecida, no pudo levantarse, aunque en la Sierra centro norte estallaron intermitentes guerrillas. 
De modo que la Revolución de Octubre en Guayaquil, una década más tarde que la de Quito y con la cual se inició la segunda fase del proceso independentista del país, se dio en un contexto absolutamente favorable, pues amplias regiones de Sudamérica ya estaban liberadas y en 1819 Bolívar incluso había fundado la Gran Colombia a la que solo faltaba unir la Audiencia de Quito. 
Guayaquil pudo proclamar, sin traba alguna, su independencia plena. Y allí se organizó la División Protectora de Quito, un ejército que, tras fracasos iniciales, obtuvo el enorme respaldo de Antonio José de Sucre, quien llegó para ponerse al frente del ejército que desarrolló la campaña militar exitosa, que culminó en la Batalla del Pichincha, el 24 de mayo de 1822, que selló la independencia definitiva de la Audiencia de Quito, con tropas provenientes de distintas regiones de Sudamérica. 
A los cinco días, Quito se unió a la República de Colombia con el nombre de Departamento del Sur o Ecuador. La anexión de Guayaquil no fue fácil, pues su provincia se había declarado libre para decidir a qué gran nación se uniría. 
Aquí se halla la controversia histórica, porque en aquellos momentos hubo en Guayaquil tres corrientes: la autonomista, la peruanófila y la colombianista. Se impuso Bolívar, apoyado por el sector colombianista. Esto frustró al sector autonomista que ansiaba una república propia, encabezada por la poderosa oligarquía agroexportadora y comercial de Guayaquil.
El problema está en que el autonomismo de la época rompía con los propósitos de quienes como Bolívar ansiaban la unidad de la Hispanoamérica liberada. También fueron autonomistas otras oligarquías regionales (en Bolivia, Argentina, Venezuela o Centroamérica, por ejemplo) que pretendieron crear republiquitas basadas en el control de los poderes locales. 
Las confrontaciones entre los autonomismos oligárquicos locales y los deseos de constitución de Estados nacionales amplios e incluso integrados en una poderosa república continental, duraron largo tiempo en la historia latinoamericana. De hecho, eso es lo que frustró la construcción de la Gran Colombia, finalmente dividida en 1830. 
Podrá entenderse, entonces, que quienes se consideran hoy los herederos del “autonomismo” guayaquileño, manipulan antiguas banderas de lucha, acusan a Bolívar de “usurpador” y “tirano”, y confían en alcanzar, en algún momento, la constitución de una ciudad-Estado.
En todo caso, esas aspiraciones simplemente políticas del presente, no pueden desviar la atención de un asunto esencial: tanto la Revolución de Quito (1809) como la Revolución de Guayaquil (1820) son hitos fundamentales en el proceso de la independencia del Ecuador. Ambas merecen reconocimiento y no hay razones de confrontar con estas dos grandes glorias de la vida nacional. Quito inició un movimiento en condiciones precarias; pero Guayaquil pudo encabezar el esfuerzo definitivo. La independencia finalmente logró la ruptura con el coloniaje español. Ese es el gran bien de aquel heroico proceso, que benefició a toda la población ecuatoriana, incluyendo indígenas y hasta esclavos, aún no liberados de sus respectivos yugos. Otro asunto es la fundación de la república y el dominio que en ella tuvo la oligarquía criolla, que frustró las esperanzas de quienes ansiaban no solo la libertad, sino también una transformación social.

 

 

 

 

 

 

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ACERCA DEL ARCHIVO METROPOLITANO DE HISTORIA

 

Parece que es necesario refrescar la memoria… 
 

En 1992 el Archivo Metropolitano de Historia se trasladó a la nueva sede situada en el parque La Circasiana. Entre 1992 y 2010 estuvo a cargo de esta institución el Dr. Jorge Salvador Lara, designado Cronista de la Ciudad. En abril de 2011, a pedido del Alcalde de Quito y por resolución del Concejo capitalino, fui nombrado nuevo Cronista de la Ciudad, cargo que lo ocupé hasta mayo de 2014. 


En el ejercicio de mi cargo cumplí decididamente con la ciudad, con múltiples actividades, entrevistas, escritos, etc., para promocionar, cultivar y mantener la historia de Quito. Pero, además, en la dirección del Archivo Metropolitano de Historia, con mi gestión se logró: 


1. Adecuación del local, para que su presentación, limpieza, cuidado y funcionalidad ofrezcan un ambiente de trabajo y de servicio adecuados; 
2. Dar prioridad al personal técnico para el Archivo, logrando la contratación de profesionales en el campo de la historia; 
3. Organizar tanto el fondo documental como el bibliográfico, mediante el levantamiento del inventario general, la preservación en cajas de documentación dispersa, la redistribución de estanterías, la precisión y registro de los bienes del archivo; 
4. Organizar la atención a los investigadores y al público, en general, mediante un sistema de registro de usuarios, así como de documentos u obras consultadas; 
5. Proyectar las actividades del Archivo a través de la creación de su página web institucional, que hasta hoy se puede visitar en: http://archivoqhistorico.quito.gob.ec/  
6. Promover y difundir la investigación histórica al servicio de la ciudad, para lo cual no solo fueron publicados dos libros de Actas del Cabildo, destacando las que corresponden al ciclo de la Revolución de Quito (1808-1812), sino que también, en la misma página web institucional, en la sección “Publicaciones”, se subió varios números de la revista Museo Histórico, otros de Actas del Cabildo, y distintas publicaciones e investigaciones del personal del mismo Archivo; 
7. Convertir a las redes sociales en instrumento de difusión histórica y educación ciudadana, para lo cual creamos una página en FaceBook que aún puede consultarse bajo el nombre “Archivo Metropolitano de Historia”; 
8. Iniciar la digitalización de documentos históricos, que fue un proyecto prioritario desde que inicié mi gestión, para lo cual no solo se logró escanear algunas obras, sino que se adquirió un escáner “planetario”, instrumento especial para digitalizar documentos, que, sin embargo, no llegó al Archivo por problemas burocráticos de la administración municipal. Una nota sobre ello se encuentra en la página web del mismo Archivo, en: 

http://archivoqhistorico.quito.gob.ec/index.php/noticias/25-la-historia-de-quito-se-busca-digitalizar
9. Como Cronista defendí el tema del Bicentenario, por ser crucial a la vida de Quito y a la memoria histórica del Ecuador; impulsé la identidad de Quito con su trayectoria de ilustración, rebeldía y de movilización social y popular; defendí la modificación en el canto del Himno de la Ciudad para que se correspondiera con la gesta de la independencia nacional, contenida en la cuarta estrofa; asesoré al Alcalde y al Concejo en todos los temas históricos pertinentes; y proyecté, a través de los medios de comunicación, la imagen de un Archivo Metropolitano de Historia eficaz, al servicio público, bien organizado y con claro sentido de preservación del patrimonio cultural de Quito. 


Estas actividades esenciales fueron impulsadas contando con el diario apoyo del personal del Archivo, la buena acogida de la ciudadanía y hasta la buena y magnífica voluntad de numerosos investigadores que llegaron al Archivo con excelente predisposición y que incluso nos dejaron mucho de su trabajo. Nunca nos quejamos de la falta de fondos, ni de la insuficiencia de los mismos, pues siempre hay maneras de salir adelante cuando se tienen claros los objetivos del servicio a la ciudadanía quiteña y del país. 
 

Juan J. Paz y Miño Cepeda
Quito, 30 marzo 2015

 

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ACLARACIÓN NECESARIA SOBRE UNA

HISTORIA DE GUAYAQUIL

 

El pasado 20 de octubre, diario El Telégrafo publicó una nota bajo el título “Texto municipal sobre Guayaquil omite relevantes hechos históricos” (http://goo.gl/KbwxcP).  Esto ha servido para que en dicha ciudad nuevamente se levante el avispero de los localistas, y se lancen contra el periódico y los historiadores allí nombrados, con descalificaciones e insultos.

 

Debo aclarar que  soy HISTORIADOR.  No soy arquitecto. Y, desde luego tampoco soy administrador de empresas, ni gerente, ni banquero, comerciante o heredero de plutocracias, ni buscador de datos que calcen a cualquier afición historiográfica.

 

Al historiador le interesa analizar lógicas argumentales, la metodología empleada, la visión que está atrás de las interpretaciones, la posición social que adopta todo investigador. Y eso es lo que hice en 2009 cuando descubrí, ante el país, el sentido político y “autonomista” de un texto que circula como historia oficial de Guayaquil (http://goo.gl/UczpPc).

 

Nunca respondí a contestaciones agresivas. Eso ha servido para que se diga “quien calla, otorga”, como que con esta sonora frase ya tuvieran razón, verdad e inteligencia aquellos que la repiten.

 

Pero hace años ya dije lo mío. No es necesario perder el tiempo aclarando a los aficionados sus “datitos” supuestamente bien documentados, ni detenerse con gente que se retrata en la grosería, la descalificación y la alevosía. Queda en claro que no soportan haber quedado desenmascaradas para la historia, sus concepciones e intencionalidades políticas, antinacionales y anti latinoamericanas.

 

También los historiadores profesionales del Ecuador ya se han pronunciado, desde hace años, sobre la novísima visión localista que manipula el “guayaquileñismo” como si fuera patrimonio de las elites dominantes de la ciudad. Hasta el Presidente de la República, Rafael Correa, guayaquileño de origen, se vio obligado a señalar, en su momento: “Vaya lean esa porquería de libro que ha publicado el Municipio de Guayaquil, ¨Historia de Guayaquil¨, donde Bolívar es un pobre megalómano usurpador, y donde somos libres gracias a la oligarquía guayaquileña, poco menos”; y también: “Vamos a sacar la verdadera Historia de Guayaquil, para responder a las falsedades que se emiten en ese libro, que es básicamente un pasquín, ¨Historia de Guayaquil¨ hecha por el Municipio de Guayaquil..” (http://goo.gl/YEGC1N).

 

Articulistas en los diarios HOY y El Comercio opinaron hace tiempos. El Telégrafo vuelve a señalar hoy lo mismo que en el mundo académico ya se sabía. Entre tantos que han dado su veredicto intelectual están: Eliécer Cárdenas, Carlos Calderón Chico, Hernán Reyes, Carlos Burgos Jara, Jorge Núñez Sánchez,  Ángel Largo Méndez, Gonzalo Ortíz Crespo, María Cristina Cárdenas Reyes, Carlos Lasso Cueva, Enrique Ayala Mora, Jorge Salvador Lara, Guillermo Bustos…

 

Todos han sido tildados, más temprano o más tarde, como “enemigos” de Guayaquil, por un grupo que se cree dueño del guayaquileñismo autonomista, que disfruta al acudir a los insultos y a la prepotencia, y en el que se aplauden unos a otros. Los académicos del Ecuador y del exterior, ni les creen, ni les hacen caso.

 

Convendría entender que quien calla, también otorga su sabiduría; y que para mentir y comer pescado, aderezado con infamias, hay que tener mucho cuidado por el peligro de atorarse.

 

Así es que nada más tengo que decir.

 

Juan J. Paz y Miño Cepeda

 

Quito, 27 de octubre de 2014.

 

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