EDUCACIÓN

Cosas sorprendentes que aprendemos en la universidad española

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Lo que nuestra sociedad llegue a ser en el largo plazo, nuestro grado de desarrollo y bienestar, dependerá en gran medida del nivel de capital humano que alcancemos. Nuestra renta y consumo, pero también nuestra satisfacción con el trabajo y el ocio, la calidad de nuestras instituciones, la valía de nuestros políticos y empresarios, la distribución de la renta, el modo de resolver los conflictos o la respuesta a la corrupción en cualquier nivel, están relacionados con las cotas de educación y de formación que podamos alcanzar.

La efectividad en la transmisión del conocimiento útil depende tanto de aspectos cuantitativos como cualitativos. En este artículo nos vamos a centrar en la educación universitaria y, en particular, en algunos aspectos relacionados con su calidad. Nuestra experiencia de años en la universidad nos ha motivado a plasmar por escrito algunos hechos que consideramos sorprendentes. Sorprendentes desde el punto de vista de una institución que debería poner todos los medios a su alcance para cerrar la brecha en calidad que, según los rankings internacionales, nos separa de los países de nuestro entorno.

1. Después de unos años de la implantación del plan de estudios de Bolonia, la sensación cada vez más extendida entre el colectivo universitario es la de un fracaso anunciado. España optó por itinerarios de cuatro años a diferencia de la inmensa mayoría de los países europeos con los que se pretendía homologar los títulos, que diseñaron grados de tres años. La razón estuvo, por un lado, en que la administración no quiso o no supo resolver el conflicto de las homologaciones entre los nuevos graduados y los antiguos diplomados y licenciados y, por otro, en la lucha de poderes que tuvo lugar para tratar de minimizar las pérdidas de asignaturas en los distintos departamentos universitarios. Así de sorprendente, y así de peregrino y, por supuesto, en absoluto relacionado con el objetivo de proporcionar a los estudiantes la formación óptima para que puedan afrontar con éxito sus retos futuros.

2. Los últimos años han traído también consigo un aumento exponencial de la burocracia que soportan los profesores universitarios. La proliferación de comisiones con nombres de ejercicios de mecanografía, como CCAs, CCTs, CATs; la creación de las figuras de los coordinadores de grado, de ciclo, de curso, de asignatura, etc.; el deslumbrante descubrimiento de las diferencias entre las destrezas, los conocimientos y las competencias, todo ello, ha creado un sólido cuerpo de profesores burócratas al servicio de la causa. Muchos de estos profesores son buenos profesionales que se toman muy en serio su trabajo de gestión. Otros, ni eso. El problema con la gestión universitaria es doble. En primer lugar no están previstos mecanismos objetivos para evaluar la calidad de la misma. Así, podemos encontrar buenos, malos o pésimos coordinadores, decanos y rectores, y todos ellos pueden revalidar su cargo sabiendo negociar con las personas adecuadas. En segundo lugar, al invadir cualquier rincón de la vida universitaria, el crecimiento de la burocracia ha terminado desviando mucho capital humano que podría dedicarse a la docencia y la investigación hacia actividades de gestión. Sin embargo, estos hechos, sorprendentemente, no sólo no preocupan, sino que se incentivan desde las instancias más elevadas del gobierno universitario.

3. El actual plan de estudios ha supuesto la infantilización de la enseñanza universitaria. La evaluación continua de las destrezas, conocimientos y competencias, y el consiguiente auge de exposiciones, ejercicios y trabajos en grupo, que suponen un porcentaje nada despreciable de la calificación final, ha provocado un fructífero mercado de segunda mano, de ejercicios y trabajos de cursos anteriores, al que los estudiantes acuden con asiduidad. Pero los resultados en las pruebas más objetivables del conocimiento, es decir, los exámenes, presentan una alarmante tendencia decreciente. Sorprendentemente, este hecho se suele ocultar detrás de la calificación agregada, sin que parezca preocupar demasiado.

4. Los sistemas de incentivos para el profesorado en la universidad española están mal diseñados. El profesor universitario está catalogado dentro de la función pública como personal docente e investigador. En la universidad española conviven buenos investigadores con profesores cuya producción investigadora es casi nula. Lo sorprendente es que los profesores que investigan, pese a la existencia de un pequeño complemento salarial, pueden tener una remuneración por hora de trabajo inferior a los profesores que no investigan, porque aparte de dar sus clases, dedican muchas más horas a la investigación. En cambio, uno de los incentivos más poderosos que ha recibido el profesor universitario en los últimos años ha sido para realizar cursillos o asistir a congresos de innovación docente, condición sine qua non para poderse promocionar de categoría. La extraordinaria oferta de estos eventos ha distraído muchas horas de investigación hacia actividades de adoctrinamiento, de calidad y eficacia dudosas, sobre las bondades del método boloñés de enseñanza. Y, sorprendentemente, nadie desde la cúpula universitaria parece haberse apercibido de este hecho.

5. El sistema de contratación del profesorado, y el modo de promoción, frenan la progresión de la universidad. Al profesor de universidad le deberíamos exigir que estuviera al corriente de los últimos avances en su materia, que fuera ducho en las técnicas más avanzadas y que supiera transmitir sus conocimientos. Una parte del profesorado de la universidad española cumple con este perfil, pero otra parte dista mucho de estas características deseables. Dado el modo general de acceso al cuerpo de profesores universitarios, basado en el reclutamiento de recién egresados de la propia universidad, el encontrar en un departamento más o menos profesores con el perfil deseable es casi una cuestión de suerte. A esto se une un sistema de promoción que, aunque ha progresado algo en la última década, sigue imponiendo restricciones absurdas, pecando de mecanicista, y dejando abierta la puerta a la consolidación de profesores alejados de la frontera del conocimiento. En algunas universidades de comunidades con lengua propia la endogamia se refuerza con el requisito del conocimiento de la lengua vernácula, lo que automáticamente deja fuera de juego a los profesores nacionales o extranjeros que no demuestren su destreza en la misma. Para nuestra sorpresa, los mandos de la comunidad universitaria alientan este modo de contratación y el Ministerio de Educación bendice el sistema de promoción.

El tránsito a una universidad moderna debería desencorsetar a la universidad de las restricciones que años de actuación de grupos de poder, con intereses alejados de la verdadera transmisión del conocimiento, han impuesto. Esto ha de pasar inevitablemente por cambiar su sistema de gobierno, lo que, además, facilitaría la posibilidad de poder contratar profesores en el mercado global de los jóvenes doctores. Sangre nueva necesaria para el inicio de una nueva universidad. El sistema de financiación también debería cambiar para ajustarse a los nuevos tiempos. Hay que marcar objetivos individualizados y graduar la financiación de acuerdo a su cumplimiento. Para ello sería necesario monitorizar el output mediante la evaluación de la producción científica y el seguimiento del comportamiento de los egresados en el mercado de trabajo.

Los cambios que la universidad reclama necesitan de consenso y valentía política. Las fuerzas conservadoras y reaccionarias de la universidad, disfrazadas de progresía, son poderosas, pero la recompensa en términos de un futuro mejor y una sociedad más justa es también grande. Desde las universidades públicas se viene reclamando en los últimos tiempos más autonomía para fijar precios, y un aumento de la financiación a cambio de la rendición de cuentas. Esta música puede que no suene demasiado mal. El problema es que éstas buenas intenciones, expresadas por muchos rectores, acaban siendo tamizadas por los órganos de gobierno universitarios con resultados similares a los que llevan mucho tiempo sorprendiéndonos.

* José E. Boscá y Javier Ferri son profesores de Análisis Económico de la Universidad de Valencia e investigadores de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea).

1 Comentario

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Lo cierto que es la universidad en España es un cachondeo que a pocos importa, de hecho mas que un cachondeo son unos cuantos ya que cada una se divide en departamentos los cuales se suelen gobernar como se les antoja a los más antiguos del lugar.