I N T R O D U C
C I Ó N
Durante estos próximos
años intento trabajar en un epílogo a la era industrial.
Quiero delinear el contorno de las mutaciones que afectan al
lenguaje, al derecho, a los mitos y a los ritos, en esta época
en que se condicionan los hombres y los productos. Quiero trazar
un cuadro del ocaso del modo de producción industrial
y de la metamorfosis de las profesiones que él engendra
y alimenta.
Sobre todo quiero mostrar lo siguiente: las dos terceras partes
de la humanidad pueden aún evitar el atravesar por la
era industrial si eligen, desde ahora, un modo de producción
basado en un equilibrio postindustrial, ese mismo contra el cual
las naciones superindustrializadas se verán acorraladas
por la amenaza del caos. Con miras a ese trabajo y en preparación
al mismo presento este manifiesto a la atención y la crítica
del público.
En este sentido hace ya varios años que sigo una investigación
crítica sobre el monopolio del modo industrial de producción
y sobre la posibilidad de definir conceptualmente otros modos
de producción postindustrial. Al principio centré
mi análisis en la instrumentación educativa; en
los resultados publicados en La sociedad desescolarizada ( Barral Editores, 1975, Editorial Posada,
1978. Joaquín Mortiz/ Planeta, 1985), quedaron establecidos
los puntos siguientes:
1. La educación universal por medio de la escuela obligatoria
es imposible.
2. Condicionar a las masas por medio de la educación permanente
en nada soluciona los problemas técnicos, pero esto resulta
moralmente menos tolerable que la escuela antigua. Nuevos sistemas
educativos están en vías de suplantar los sistemas
escolares tradicionales tanto en los países ricos como
en los pobres. Estos sistemas son instrumentos de condicionamiento,
poderosos y eficaces, que producirán en serie una mano
de obra especializada consumidores dóciles, usuarios resignados.
Tales sistemas hacen rentable y generalizan los procesos de educación
a escala de toda una sociedad. Tienen aspectos seductores, pero
su seducción oculta la destrucción. Tienen también
aspectos que destruyen, de manera sutil e implacable, los valores
fundamentales.
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3. Una sociedad que aspire a
repartir equitativamente el acceso al saber entre sus miembros
y a ofrecerles la posibilidad de encontrarse realmente, debería
reconocer límites a la manipulación pedagógica
y terapéutica que puede exigirse por el crecimiento industrial
y que nos obliga a mantener este crecimiento más acá
de ciertos umbrales críticos.
El sistema escolar me ha parecido el ejemplo-tipo de un escenario
que se repite en otros campos del complejo industrial: se trata
de producir un servicio, llamado de utilidad pública,
para satisfacer una necesidad llamada elemental. Luego, nuestra
atención se trasladó al sistema de la asistencia
médica obligatoria y al sistema de los transportes que,
al rebasar cierto umbral de velocidad, también se convierten,
a su manera, en obligatorios. La superproducción industrial
de un servicio tiene efectos secundarios tan catastróficos
y destructores como la superproducción de un bien. Así
pues, nos encontramos enfrentando un abanico de límites
al crecimiento de los servicios de una sociedad; como en el caso
de los bienes, estos límites son inherentes al proceso
del crecimiento y, por lo tanto, inexorables.
De manera que podemos concluir que los límites asignables
al crecimiento deben concernir a los bienes y los servicios producidos
industrialmente. Son estos límites lo que debemos descubrir
y poner de manifiesto.
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Anticipo aquí el concepto
de equilibrio multidimensional de la vida humana. Dentro del
espacio que traza este concepto, podremos analizar la relación
del hombre con su herramienta. Aplicando "el análisis
dimensional" esta relación adquirirá una significación
absoluta "natural". En cada una de sus dimensiones,
este equilibrio de la vida humana corresponde a una escala natural
determinada. Cuando una labor con herramientas sobrepasa un umbral
definido por la escala ad hoc, se vuelve contra su fin, amenazando
luego destruir el cuerpo social en su totalidad. Es menester
determinar con precisión estas escalas y los umbrales
que permitan circunscribir el campo de la supervivencia humana.
En la etapa avanzada de la producción en masa, una sociedad
produce su propia destrucción. Se desnaturaliza la naturaleza:
el hombre, desarraigado, castrado en su creatividad, queda encarcelado
en su cápsula individual. La colectividad pasa a regirse
por el juego combinado de una exacerbada polarización
y de una extrema especialización. La continua preocupación
por renovar modelos y mercancías produce una aceleración
del cambio que destruye el recurso al precedente como guía
de la acción. El monopolio del modo de producción
industrial convierte a los hombres en materia prima elaboradora
de la herramienta. Y esto ya es insoportable. Poco importa que
se trate de un monopolio privado o público, la degradación
de la naturaleza, la destrucción de los lazos sociales
y la desintegración del hombre nunca podrán servir
al pueblo.
Las ideologías imperantes sacan a luz las contradicciones
de la sociedad capitalista. No presentan un cuadro que permita
analizar la crisis del modo de producción industrial.
Yo espero que algún día, con suficiente vigor y
rigor, se formule una teoría general de la industrialización,
para que enfrente el asalto de la crítica.
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Para que funcionara adecuadamente,
esta teoría tendría que plasmar sus conceptos en
un lenguaje común a todas las partes interesadas. Los
criterios, conceptualmente definidos, serían otras tantas
herramientas a escala humana: instrumentos de medición,
medios de control, guías para la acción. Se evaluarían
las técnicas disponibles y las diferentes programaciones
sociales que implican. Se determinarían umbrales de nocividad
de las herramientas, según se volvieran contra su fin
o amenazaran al hombre; se limitaría el poder de la herramienta.
Se inventarían formas y ritmos de un modo de producción
postindustrial y de un nuevo mundo social.
No es fácil imaginar una sociedad donde la organización
industrial esté equilibrada y compensada con modos distintos
de producción complementarios y de alto rendimiento. Estamos
en tal grado deformados por los hábitos industriales,
que ya no osamos considerar el campo de las posibilidades; para
nosotros, renunciar a la producción en masa significa
retornar a las cadenas del pasado, o adoptar la utopía
del buen salvaje. Pero si hemos de ensanchar nuestro ángulo
de visión hacia las dimensiones de la realidad, habremos
de reconocer que no existe una única forma de utilizar
los descubrimientos científicos, sino por lo menos dos,
antinómicas entre sí. Una consiste en la aplicación
del descubrimiento que conduce a la especialización de
las labores, a la institucionalización de los valores,
a la centralización del poder. En ella el hombre se convierte
en accesorio de la megamáquina, en engranaje de la burocracia.
Pero existe una segunda forma de hacer fructificar la invención,
que aumenta el poder y el saber de cada uno, permitiéndole
ejercitar su creatividad, con la sola condición de no
coartar esa misma posibilidad a los demás.
Si queremos, pues, hablar sobre el mundo futuro, diseñar
los contornos teóricos de una sociedad por venir que no
sea hiperindustrial, debemos reconocer la existencia de escalas
y de límites naturales.
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El equilibrio de la vida se expande
en varias dimensiones, y, frágil y complejo, no transgrede
ciertos cercos. Hay umbrales que no deben rebasarse. Debemos
reconocer que la esclavitud humana no fue abolida por la máquina,
sino que solamente obtuvo un rostro nuevo, pues al trasponer
un umbral, la herramienta se convierte de servidor en déspota.
Pasado un umbral la sociedad se convierte en una escuela, un
hospital o una prisión. Es entonces cuando comienza el
gran encierro. Importa ubicar precisamente en dónde se
encuentra este umbral crítico para cada componente del
equilibrio global. Entonces será posible articular de
forma nueva la milenaria tríada del hombre, de la herramienta
y de la sociedad. Llamo sociedad convivencial a aquella en que
la herramienta moderna está al servicio de la persona
integrada a la colectividad y no al servicio de un cuerpo de
especialistas. Convivencial es la sociedad en la que el hombre
controla la herramienta.
Me doy cuenta de que introduzco una palabra nueva en el uso habitual
del lenguaje. Me fundo para ello en el recurso al precedente.
El padre de este vocablo es Brillat Savarin en su Physiologie
du gout: Med~tat~ons sur la gastronomie trascendentale. Debo
precisar, sin embargo, que en la aceptación un poco novedosa
que confiero al calificativo, convivencial es la herramienta,
no el hombre.
Al hombre que encuentra su alegría y su equilibrio en
el empleo de la herramienta convivencial, le llamo austero. Conoce
lo que en castellano podría llamarse la convivencialidad;
vive dentro de lo que el idioma alemán describe como mltmenschlichkeit.
Porque la austeridad no tiene virtud de aislamiento o de reclusión
en sí misma. Para Aristóteles como para Tomás
de Aquino la austeridad es lo que funda la amistad. Al tratar
del juego ordenado y creador, Tomás definió la
austeridad como una virtud que no excluye todos los placeres,
sino únicamente aquellos que degradan la relación
personal.
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La austeridad forma parte de
una virtud que es más frágil, que la supera y que
la engloba: la alegría, la eutrapelia, la amistad.
I "Awteritas secundum quod est virtus non excludit omnes
delectationes, sed superfluas et inordinatas: unde videtur pertinere
ad affabilitatem, quam philosophus, lib. 4 Ethic Cap. Vl 'amicitiam'
nominat, vel ad eutrapelldiln sive jocunditatem." (Summa
Thelogica, lla. Ilae, q. 1ó8, art. 4, ad 3m.)
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