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viernes, 18 de julio de 2014

#TerceraFrontera 1

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            Hace no mucho leí un blog con un título que decía algo parecido a: “Cómo sobrevivir siendo triatleta y tener un trabajo demandante.” Pensé, como muchas de las otras lectoras, que faltó agregar: “y ser mamá”. 

            La primera vez que sentí curiosidad sobre el triatlón, me asustó leer que iba requerir mucho más tiempo de entrenamiento del que ya le estaba dedicando a correr. Así que si no mal recuerdo, empecé a hacer triatlón cuando olvidé lo que había leído, y entonces me enamoré. Cuando empiezas a correr, te das cuenta de que se trata de algo mucho más grande que realizar un deporte, es retar a tu cuerpo y a tu mente, es darte cuenta de que todo es posible. Cuando haces triatlón, no sólo se trata sobre tu cuerpo y tu mente, es también sobre tus miedos y la forma en la que estás dispuesto a enfrentarlos. Cuando hice mi primer triatlón sentía tanto miedo que hice más consultas al baño que a mi coach antes de entrar al mar. Me revolcó una ola, ponché y me querían quitar el chip antes de empezar a correr (ya me había pasado del tiempo permitido). Crucé la meta llorando, no por el moretón de la revolcada, la llanta ponchada o porque fui la última de mi categoría, lloraba porque me di cuenta de que a pesar de todo, pude terminar.

            En octubre del año pasado, mi esposo, víctima de la publicidad, decidió que era buena idea inscribirnos para hacer un 70.3 (Medio Ironman 1.9km de natación, 90km de bici y 21km corriendo). Y yo decidí, que no había que dejarlo solo. Basta decirles que odié haber sido una buena esposa el 60% del tiempo que dediqué al entrenamiento. Había días en los que me paraba afuera de la alberca, observando el agua y pensaba: quiero llorar. Pero no podía dejar de entrenar, eso me garantizaba que llegado el día de la competencia estaba preparada para terminar.  En algún libro sobre corredores leí, que el entrenamiento sirve en gran parte para convencer a tu mente de que puedes lograrlo.

            Así llegó el día de la competencia, mi única meta era ganarle a la barredora, o sea, hacer menos que el tiempo máximo permitido (8 horas). Un triatleta bien entrenado pensará que 8 horas es demasiado, pero para una mujer como yo, cuyo único historial deportivo eran las clases de pilates (de vez en cuando), menos de ocho eras era un triunfo.

            Tardé 7 horas con 8 minutos en terminar el medio Ironman de Monterrey. Contando una parada en la ambulancia, que por cierto, no tenía Ventolín. Crucé la meta derrochando estilo (me caí a 2 milímetros de la línea por querer salir saltando en la foto) y lo primero que le dije a mi esposo fue: “Esto está increíble, pero no quiero volver a hacer otro en al menos 2 años.”

            Hoy, 5 meses después, estoy entrenando para la #tercerafrontera. Por invitación de la Revista Triatlón y de la mano de mi coach y varios patrocinadores, me preparo para hacer mi segundo 70.3 en Cozumel, que será el 21 de septiembre; en 64 días, 8 horas y 20 minutos. Con 2 hijos, 4 trabajos y un esposo que me apoya incondicionalmente, me he comprometido a hacer un máximo de 6.30hrs. Y en este espacio les iré contando cómo se sobrevive siendo triatleta, empleada, mamá, esposa y bloggera. 


(Les comparto el video  para que se diviertan un rato con mi estilo para cruzar la meta)