Hace no mucho leí un blog con un
título que decía algo parecido a: “Cómo
sobrevivir siendo triatleta y tener un trabajo demandante.” Pensé, como
muchas de las otras lectoras, que faltó agregar: “y ser mamá”.
La primera vez que sentí curiosidad
sobre el triatlón, me asustó leer que iba requerir mucho más tiempo de
entrenamiento del que ya le estaba dedicando a correr. Así que si no mal
recuerdo, empecé a hacer triatlón cuando
olvidé lo que había leído, y entonces me enamoré. Cuando empiezas a correr,
te das cuenta de que se trata de algo mucho más grande que realizar un deporte,
es retar a tu cuerpo y a tu mente,
es darte cuenta de que todo es posible. Cuando haces triatlón, no sólo se trata
sobre tu cuerpo y tu mente, es también sobre tus miedos y la forma en la que
estás dispuesto a enfrentarlos. Cuando hice mi primer triatlón sentía tanto
miedo que hice más consultas al baño que a mi coach antes de entrar al mar. Me
revolcó una ola, ponché y me querían quitar el chip antes de empezar a correr
(ya me había pasado del tiempo permitido). Crucé
la meta llorando, no por el moretón de la revolcada, la llanta ponchada o
porque fui la última de mi categoría, lloraba porque me di cuenta de que a
pesar de todo, pude terminar.
En octubre del año pasado, mi esposo,
víctima de la publicidad, decidió que era buena idea inscribirnos para hacer un
70.3 (Medio Ironman 1.9km de natación, 90km de bici y 21km corriendo). Y yo
decidí, que no había que dejarlo solo. Basta decirles que odié haber sido una
buena esposa el 60% del tiempo que dediqué al entrenamiento. Había días en los
que me paraba afuera de la alberca, observando el agua y pensaba: quiero
llorar. Pero no podía dejar de entrenar, eso me garantizaba que llegado el día
de la competencia estaba preparada para terminar. En algún libro sobre corredores leí, que el
entrenamiento sirve en gran parte para convencer a tu mente de que puedes
lograrlo.
Así llegó el día de la competencia,
mi única meta era ganarle a la barredora, o sea, hacer menos que el tiempo
máximo permitido (8 horas). Un triatleta bien entrenado pensará que 8 horas es demasiado,
pero para una mujer como yo, cuyo único historial deportivo eran las clases de
pilates (de vez en cuando), menos de ocho eras era un triunfo.
Tardé 7 horas con 8 minutos en
terminar el medio Ironman de Monterrey. Contando una parada en la ambulancia,
que por cierto, no tenía Ventolín. Crucé la meta derrochando estilo (me caí a 2
milímetros de la línea por querer salir saltando en la foto) y lo primero que
le dije a mi esposo fue: “Esto está increíble, pero no quiero volver a hacer
otro en al menos 2 años.”
Hoy, 5 meses después, estoy
entrenando para la #tercerafrontera. Por invitación de la Revista Triatlón y de
la mano de mi coach y varios patrocinadores, me preparo para hacer mi segundo
70.3 en Cozumel, que será el 21 de septiembre; en 64 días, 8 horas y 20
minutos. Con 2 hijos, 4 trabajos y un esposo que me apoya incondicionalmente,
me he comprometido a hacer un máximo de 6.30hrs. Y en este espacio les iré
contando cómo se sobrevive siendo triatleta, empleada, mamá, esposa y bloggera.
(Les comparto el video para que se diviertan un rato con mi estilo para cruzar la meta)