Facetas


Locos por las motos

JOHANA CORRALES

26 de abril de 2015 12:00 AM

¡Esta gente está muy loca!

Por las mañanas, parece un grupo de mortales corrientes que se gana la vida de manera muy humilde reparando los vehículos que otros chocan. Pero, una vez cae la noche, se transforma en Max Racing, un club aficionado a las motocicletas, el vértigo, la adrenalina, las carreras y las apuestas.

Uno los ve y, por la confianza que existe entre ellos, da la impresión que son una familia, pero de las unidas. Todos tienen apodos. Tanto así que, después de 10 años de estar en el grupo, a muchos se les han olvidado los verdaderos nombres de sus compañeros.

-¿Cómo se llaman los pilotos?-le pregunto a Bruno, presidente del club.

-Tuto y Henao- responde.

-Ok, pero, ¿cuál es el nombre real de ellos?

-Ñerdaaaaaaa (Se rasca la frente).

Hace poco empezaron el papeleo para registrarse como un club oficial y dejar de ser clandestino. En las carreras importantes como GP Colombia, en la que planean competir dentro de poco, se los exigen. Les tocó inventarse unos cargos dentro del grupo que les parecen chistosísimos. Como Bruno es el que más habla y organiza todo, además de conseguir los repuestos fuera de la ciudad, fue designado como presidente.

Pero también está el vicepresidente, el contador, el mecánico, el soldador, el que le gusta la pintura, el encargado de la publicidad, los pilotos. Todos cumplen una función específica en el club.

“El gordo” es el mecánico, y uno de los fundadores del grupo. El origen de su apodo-dice-es bastante evidente. Llegó a la entrevista apoyado en unas muletas. Tiene unos clavos gigantes en la pierna izquierda que hacen inevitable que uno le pregunte: ¿Cómo se hizo eso?

Hace 4 años iba, bajo lluvia, en su motocicleta. En la carretera se había derramado aceite, pero se percató cuando comenzó a patinar. El accidente le dejó una fractura abierta, que se le infectó.

“Entonces, ha sido más la pelea con la bacteria que con la misma fractura”, dice “El gordo”.

Lo que más lo frustra del aparatoso accidente que sufrió es no poder volver a montar. En especial porque su trabajo como mecánico le exige probar la moto cuando termina de arreglarla. Es así como se ha inventado formas alternas para comprobar que todo está bien, una de ellas, tener una comunicación profunda con el piloto.

Los retos más grandes que se le han presentado en estos 10 años tienen que ver con el poco tiempo que le queda para poner a funcionar la máquina, y no con la complejidad del daño.

Siempre se debe probar la motocicleta antes de cualquier competencia.

“Por ejemplo, tenemos una carrera el domingo y probamos la motocicleta el sábado a las 8 de la noche, y no prende. Entonces nos toca a esa hora desarmarla y volverla a armar. Hay veces que he amanecido, termino la moto a las 5 de la mañana, me baño y nos vamos para el evento. Eso es lo que pasa casi a diario en este negocio”.

Explica que la carrera es sólo producto final de horas y horas de trabajo, tiempo que sacrifican con sus familias para hacer lo que más aman: correr.

“Para nosotros, la carrera empieza desde el momento en que comenzamos a armar la moto, porque la gente que va el domingo a mirar, no sabe lo que ha pasado más allá. Nosotros trabajamos en el día para conseguir el sustento de nuestras familia, y nos dedicamos a esto en la noche. Tú puedes pasar a las 12 de la noche y nos encuentras aquí trabajando”.

“El coco” es el soldador del club. Su trabajo consiste en hacerse cargo de todo lo que se rompa en la moto. Arregla desde una simple carcasa hasta un cigüeñal.
“Nosotros no hemos tenido un accidente grave, gracias a Dios, pero los otros compañeros, sí. Me han traído las motos destrozadas. Entonces me ha tocado volverlas a hacer. Lo que está malo, se corta; lo que está bueno, se recupera. Y listo”, explica.

Escoger los pilotos no fue fácil: la mayoría tiene la falsa idea que cualquiera que ande rápido en las carreteras, sea imprudente y salga bien librado, es el indicado. Según los miembros del Club Max Racing ser corredor requiere disciplina, persistencia y valentía. Eso es lo que le sobra a Tuto y a Henao.

Tuto tiene sólo 19 años. Lleva un año desde que fue aceptado en el grupo. Soñaba con ser miembro desde que tenía 9 años y los veía arreglando las motos en el taller. Siempre se acercaba por curiosidad, hasta que cumplió la mayoría de edad y les demostró en una carretera cerca del pueblo de Turbaco lo rápido y hábil que era manejando moto.

Esa prueba fue su boleto seguro para ser parte del equipo.

“Henao” es de Manizales. Tiene 30 años. Le tocó mudarse a Cartagena hace varios años. Lo que más le dolía de salir de su tierra era tener que abandonar las carreras. Conoció al grupo por medio de los mecánicos que le arreglaban sus motos. En estos casi 10 años que ha estado corriendo con ellos lo más difícil que le ha tocado enfrentar es tener que retirarse de una competencia por dolores en manos. Eso le ocurre por falta de práctica.

Quienes más lo apoyan son sus familiares: “Cada vez que corro, me encomiendan a nuestro señor padre Dios y a las benditas ánimas del purgatorio. Ellos saben que, aparte de mi hija, esto es lo mejor que tengo”.

¡Qué empiece el pique!
La gran mayoría de los corredores en Cartagena son aficionados, más no oficiales. Una de las formas más extremas para probarse y ver qué tan fuerte son sus rivales, es a través de las famosas carreras clandestinas o piques.

Los sitios escogidos casi siempre son carreteras que están interviniendo, parqueaderos y zonas muy solas.

Se hace una apuesta que no tiene un valor estipulado: a veces es de 4 millones de pesos. Al lugar se acercan todo tipo de personas que se juegan su dinero por el piloto de su preferencia.

“Algunas veces se corre por nada, no hay dinero, sólo por quemar a la otra persona. Para probar que uno tiene más experiencia y mejores accesorios que el contrincante”, explica Bruno.

No convocan a nadie. El evento se vende por sí solo. Siempre se llena de gente que no pertenece a ninguno de los dos equipos que están en competencia. Y eso es lo que les causa problemas con las autoridades. Al no tener un control de las personas, se presentan peleas y riñas. Eso, sumado a los tantos delitos cometidos por motorizados en la ciudad, los hacen estar en la mira de la Policía.

Y, bueno, hasta el más valiente se asustaría si ve una moto, en apariencia sencilla, sin luces y sin placas andando a toda velocidad en un lugar tan solo. Sin embargo, es poco lo que pueden hacer los agentes: esas motos, aunque no sean de alto cilindraje, son terroríficamente rápidas, y siempre terminan haciendo el ridículo detrás de los corredores.

Desean dejar de ser estigmatizados como locos, infractores y hasta bandidos. Aunque parezcan el mismo diablo sobre ruedas, aseguran que son gente de bien. Un poco diferentes al resto, pero incapaces de lastimar a alguien.

Exigen un espacio para poder practicar para los distintos campeonatos que se realizan en el país. La falta de escenarios los lleva a tener que usar espacios que pueden molestar a la ciudadanía.

Poco les importa exponer su vida cada vez que suben a una moto: ¿qué más da? Igual, sin ella, se sienten muertos.

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