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Guerra contra el narcotráfico: 20 años de dolor, muerte y corrupción

EL TIEMPO presenta un informe especial a propósito de los 20 años de la caída de Pablo Escobar.

Las huellas de la peor plaga que ha tenido Colombia no solo están en el cuerpo y la existencia de las víctimas de los años oscuros del cartel de Medellín. Más de 46 millones de personas hoy siguen marcadas directa o indirectamente por un fenómeno criminal que dejó cerca de 20.000 víctimas, más de 10.000 millones de dólares empleados en su erradicación en las últimas tres décadas y una estigmatización mundial difícil de anular.
El país ha dado largas y devastadoras o gloriosas batallas, pero aún no gana la guerra. Y documentar ese recorrido es una obligación para salir de ‘la horrible noche’, como llamó el capitán Wilson Valencia, de la Brigada contra el Narcotráfico, su estadía de cuatro meses en las selvas de Nariño en medio de una operación militar en el 2003, en la que localizaron 104 laboratorios para el procesamiento de cocaína. Allí perdió a siete de sus hombres. De tres de ellos solo se encontraron jirones de uniforme. Las minas sembradas por las Farc los destrozaron. (Lea también: El narcotráfico hoy es más difícil y menos rentable).
El narcotráfico creó prototipos de vida, permeó a las guerrillas, alimentó a los paramilitares, engendró un modelo sicarial ‘de exportación’, implantó en la mente de los jóvenes la consigna del ‘dinero fácil’, cambió los cuerpos de las mujeres, corrompió a la política, alienó a los más dignos integrantes de la Fuerza Pública y se convirtió en el vital combustible del conflicto armado.
Durante 31 años, la Policía Nacional, con apoyo de las Fuerzas Militares, la Fiscalía y otras instituciones, ha liderado la lucha contra el narcotráfico; esta responsabilidad la recibió el 7 de enero de 1982, por orden del presidente Julio César Turbay. (Lea también: Las regiones donde la coca se enquistó)
Las operaciones se centraron en el cartel de Medellín, batalla que terminó el 2 de diciembre de 1993, cuando cayó abatido Pablo Escobar. Posteriormente el de Cali (1995), el de la Costa (1997), el de Bogotá y luego el cartel del norte del Valle (2008). Pero toda la droga que llegaba a las manos de los narcos era cultivada en las zonas controladas por las Farc y las autodefensas. Allí se crearon microciudades en torno al negocio. En el 2000, la cifra de terrenos sembrados con coca sobrepasaba las 162.000 hectáreas, con epicentro en el departamento del Putumayo. Paralelo a los diálogos de paz que se adelantaban (1998-2002), el presidente Andrés Pastrana anunció la puesta en marcha de un Plan antidrogas apoyado por Estados Unidos. El 19 de diciembre del año 2000 entró en operación el Plan Colombia.
Tras la ruptura de los diálogos, en la última conferencia (la 9.ª), las Farc definieron crear un modelo agrícola cocalero como respuesta a la política gubernamental antidrogas de erradicación forzosa, desarrollo alternativo y sustitución de cultivos. (Lea también: La nueva identidad del nieto de un expresidente ligado al cartel)
En su estrategia de guerra incluyeron en el 2006 un ataque sistemático contra la erradicación manual de cultivos ilícitos que en ese momento empezaba a probarse en Vista Hermosa (Meta). En la medición del 2011 del Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos (Simci), las Farc mantenían el monopolio del narcotráfico en 108 municipios de 17 departamentos, a través de 78 estructuras de su organización. Pero, mientras esto ocurría en la selva, otro grupo se había engendrado en Medellín. Era una combinación de los rezagos del cartel de Escobar, sus antiguos sicarios y los paramilitares desmovilizados: la ‘oficina de Envigado’. A su vez, los ‘paras’ sembraban terror con la complicidad soterrada de muchas autoridades. Las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) surgieron, según su justificación, como un grupo que frenaría los desmanes de las guerrillas. Los hermanos Castaño Gil las concentraron, pero además reclutaron para sus ejércitos ilegales a los peores asesinos, así como exintegrantes de la Fuerza Pública.
Entre el 2003 y el 2006, con el gobierno de Álvaro Uribe se da el desarme de las autodefensas. Sin embargo, a finales del 2007, varias investigaciones dejaron al descubierto que los jefes paramilitares seguían traficando y delinquiendo desde la cárcel. Así, el 13 de mayo del 2008, 14 de ellos fueron extraditados a Estados Unidos, donde continúan pagando condenas de hasta 30 años. (Lea también: Los secretos de la 'nana' de 'Jabón')
Pero algunos, antes de irse a prisión, dejaron montadas organizaciones –denominadas bandas criminales– que hoy siguen intimidando y controlando las rutas, como ‘los Urabeños’.
El panorama ha parecido despejarse. Los poderosos capos de la mafia, de los ‘paras’ y de la guerrilla cayeron; los grandes carteles desaparecieron, la incautación de droga aumentó, pero también bajaron los cultivos y la siembra de coca. Colombia se convirtió en el modelo de lucha contra las drogas en todo el mundo y su Policía hoy capacita a uniformados de más de 15 instituciones de América, Europa y África. (Lea también: 'Estamos en una guerra desigual': presidente de Guatemala)
El narcotráfico se convirtió en la gran amenaza del siglo XXI; es el crimen transnacional que llevó a las Américas a unir esfuerzos para enfrentarlo.
La guerra no se ha ganado pese a haber coronado centenares de batallas. Ahora hay nuevos desafíos y el delito se transformó y adaptó a las estrategias policiales. Hoy, el microtráfico y el consumo interno son los retos en los que se debe concentrar la lucha de la Policía. (Lea también: Cronología de una barbarie)
El hombre que arrodilló a un país
Era el año 1981. En ese momento, Pablo Escobar Gaviria avanzaba en el afianzamiento de un emporio criminal que tuvo como epicentro la ciudad de Medellín, donde vivía con su familia. Las primeras manifestaciones del narcotráfico se habían dado en Colombia en los años 60, con la llamada bonanza marimbera, focalizada en la costa Caribe, pero con repercusiones en todo el país y un punto importante de expendio de marihuana en Cali.
En medio de estas transacciones empezó la comercialización de pasta de coca que llegaba de Bolivia y Perú y que también tuvo buenos compradores en la capital del Valle; allí fue realmente donde empezó a forjarse el negocio clandestinamente, así como el tráfico hacia los EE. UU.; la demanda permitió consolidar las primeras rutas con personas que movían la droga por los aeropuertos, sin mayores inconvenientes.
Pero en el segundo semestre de 1981, Escobar ya tenía una relación financiera ilegal con los hermanos Jorge Luis, Juan David y Fabio Ochoa Vásquez, así como una visión global del narcotráfico que lo llevó a abrir nuevas rutas aéreas y marítimas por Centroamérica hacia las costas estadounidenses en Florida y California. Muy pronto tuvo el control del 80 por ciento de los estupefacientes que ingresaban a ese país, así como del negocio en las calles de Los Ángeles, Miami, Nueva York y Chicago.
La demanda de cocaína significó el fortalecimiento del cartel de Medellín y la pesadilla para Colombia. Con su poder corrupto, Escobar llegó al Congreso y el país empezó a conocer su barbarie el 30 de abril de 1984, con el asesinato del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla. Desde esa fecha no pararon los homicidios y atentados terroristas.
Pablo Escobar compró las conciencias de militares, policías, políticos, empresarios, jueces, fiscales y periodistas, pero también terminó con la vida de decenas de ellos. Sumió al país, en la década de los 80, en el caos y la barbarie.
‘El Patrón’, como lo llamaban con respeto sus subalternos, creó un modelo sicarial que hoy se mantiene, reclutando a los jóvenes de las barriadas populares de Medellín.
Pero su historia terminó a las 2:50 de la tarde del 2 de diciembre de 1993. El bloque de búsqueda de la Policía ubicó y neutralizó a Pablo Escobar Gaviria. Esta operación se convirtió en el punto de quiebre en la lucha contra el tráfico de drogas. La caída del jefe de la organización narcotraficante más tenebrosa demostró que ninguno de los capos o estructuras eran imbatibles.
Espere el próximo domingo el especial sobre los 20 años de la caída de Pablo Escobar y el cartel de Medellín.
JINETH BEDOYA LIMA
Subeditora de EL TIEMPO
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