Facetas


Tras el canto del cóndor de los Andes

MELISSA MENDOZA TURIZO

14 de febrero de 2016 09:37 AM

La sequía en Barú es tremenda por esta época, los árboles amarillentos soplan y terminan levantando un “polvorín” en el que la arena se confunde con las hojas secas.

Desde el Centro Histórico de Cartagena, en carro, llego en cuarenta minutos al Aviario Nacional de Colombia, el más grande del país, que está en el kilómetro 20 de la isla de Barú. Lo primero que veo son 24 árboles secos sembrados en un terraplén

Lo que viene me silenció por completo.

Jamás había sido tan consciente de la riqueza divina que tenemos en nuestra nación. Somos el país con la mayor diversidad de especies de aves (1903), según ProAves. Es como si aquí, en el aviario, terminara la sequía. Es como si llegara luz a la oscuridad o brotara agua en medio del desierto, es así de apacible y bueno.

HORAS DE COLOR Y VUELO
Once de la mañana. Me recibe el guía Guillermo Gálviz Plaza y con él más de 1200 aves divididas en 135 especies, clasificadas de acuerdo a sus ecosistemas.

La primera que veo es la guacamaya roja-verde. Entonces se asoman la azul-amarilla, la bandera y la militar. Están en todo su esplendor. Pareciera que se les acabara la vida y que este fuese su último canto, el más bello de todos. Pero no, están más vivas que nunca. Siento que compiten: la que cante más duro gana. Y debajo de ellas chillan los loros frentiamarillo.

Avanzo en el recorrido y entro a la réplica más nítida de una selva húmeda tropical, se vive el oxígeno. El agua y el verde son protagonistas.
En la cueva que me lleva a la selva hay un búho currucutú que modela para mí. Salgo y escucho una cascada de unos 14 o 15 metros, mientras camino por un sendero que se alza 6 metros y llego al punto más alto, es decir, a los doseles de la selva.

Aquí se posan las cotorras, los carisucios, palomas corona,  urracas, carriquí violáceo, carriquí verde-amarillo, turpial real o lagunero, arrendajos, oropéndolas, tucanetas y los majestuosos gallitos de las rocas con su “turbante” naranja que deslumbra.

La tucaneta coquetea, corteja a la hembra con un baile “de atrás pa’lante” sobre el pasamanos. Intento cogerla pero se escabulle entre las hojas.
Al pie de los árboles, beben agua los patos, las pavas, los paujiles, el loro albino. Todos, típicos de la Orinoquía.

Cruzo un portón y me recibe su majestad el águila arpía. Se oye el suave y agudo cántico de la hembra. Su nombre se lo debe a la mitología griega. ¿Sabía que las arpías son monstruos mitad ave y mitad mujer?

Yo silbo y ella detrás de mí “grita”, como diciendo: “Aquí mando yo”.

Hay un macho, traído del zoológico de Barranquilla, y su hembra, de Villeta, Cundinamarca. Ambos tienen un plumaje similar: cabeza gris; cuello, pecho y dorso negros, y vientre y partes inferiores blancas con finas rayas transversales en los tarsos.

Es una de las águilas más poderosas del mundo y deambula en la Amazonía y Orinoquía, come desde osos perezosos hasta culebras.

Paso de ahí al lugar más colorido de todos, el de las tángaras. Su particular sonido resuena en las 7,5 hectáreas de aviafauna, pero sobre todos sus tonos rojos, azules, morados y anaranjados.

SUENAN LOS TAMBORES EN EL MANGLAR
A un lado del manglar, hábitat simulado para el bienestar de las aves, está el garzón soldado recogiendo unos palos secos con el pico.

Cumplo una hora de recorrido y cuando son las 12, el solazo en su cenit provoca que se destaque más que de costumbre la torpeza del pelícano


Los flamingos rosados salen a bañarse. Estoy en el litoral y con él, los manglares y una que otra ave migratoria.

Los más vistosos y bulleros son los flamingos. A la izquierda las crías y a la derecha sus progenitoras acicalándose o construyendo nidos para poner los huevos, lo cierto es que a sus “pies” nadan los patos barraquetes, que por este tiempo migran al mar Caribe desde Canadá a causa del fuerte invierno.
El ibis escarlata, la garza y la cigüeña, también confluyen en este ecosistema.

En la zona desértica, me encuentro cantos melodiosos inspiradores de tantas letras del folclor vallenato: la paloma, el sinsonte y al cardenal guajiro. Ahí también está el perico.

Paso al último y más significativo lugar para mí, el del cóndor de los Andes. Símbolo nacional y también del Aviario, el ave voladora más grande del mundo. Come trozos de carne. La paciencia de este animal es ejemplar, camina, vive, transpira verdad, fuerza y salud. Hay un macho y una hembra porque el sueño es que se reproduzcan y liberar sus crías en la Sierra Nevada de Santa Marta. Habita con ellos el rey gallinazo.

Un cisne negro ponía sus huevos y me eché al suelo a tomarle fotos, cuando menos lo pensé tenía a dos de los suyos detrás de mí peleándome para protegerla. Huyo.

Cuando pasan dos horas y acaba mi visita, el sudor embadurna mi cuerpo y un loro celoso de su cría me tira a morder el pie, corro y él tras de mí, la iguana bebe agua de la ciénaga y el pavo real esconde su plumaje. Todavía no es hora de mostrarlo.

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