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El campo y los Kirchner, segundo asalto

El Gobierno argentino no desiste de imponer más impuestos a los agricultores

Soledad Gallego-Díaz

En pocos países del mundo la foto de portada de un diario nacional puede ser la de un precioso ternero colorado por el que se han pagado casi 12.000 euros. En pocos países, las televisiones dedican grandes espacios a una muestra rural en la que se vibra con un desfile de toros o la elección de un campeón Hereford. Y en pocas capitales tan cosmopolitas como Buenos Aires es posible que una de las grandes citas del año, capaz de reunir a más de 90.000 personas en el mejor barrio, sea una Exposición Rural llena de tractores, sacos de fertilizantes, reses, caballos y aperos.

En Argentina, uno de los grandes productores agrícolas del mundo, todo eso es posible y comprensible. Lo curioso es que, además, la cita rural sea la ocasión de grandes enfrentamientos políticos. La 124ª edición de la muestra organizada por la poderosa Sociedad Rural Argentina (SRA), que se clausuró el jueves, no ha sido una excepción. Por lo que pudo verse y oírse, la guerra entre los Kirchner y el campo sigue abierta y llena de furia. Dos años después del debate de la famosa resolución 125, que tuvo despierto al país hasta la madrugada para saber si finalmente el Gobierno le torcía el brazo o no a los agricultores, el cruce de acusaciones entre los dos ha tomado fuerza.

En el discurso inaugural de la Exposición, el presidente de la SRA, Hugo Biolcati, se despachó a gusto. Los Kirchner, vino a decir, son autoritarios y soberbios, cerrados al diálogo. Ciertamente, resultaba raro oír hablar de autoritarismo a un responsable de la otrora temible SRA, una organización que nunca perdió la ocasión de apoyar los golpes de Estado.

Los tiempos parecen haber cambiado, incluso para la SRA, y Biolcati se quejó de que ningún representante del Gobierno, ni tan siquiera un funcionario de segunda, se hubiera acercado a la Exposición. La Rural, símbolo de los grandes hacendados del país, reivindicó la Mesa de Enlace en la que, junto con la Federación Agraria que agrupa a los pequeños y medianos productores, plantea las exigencias del campo. Antaño fueron grandes enemigas, hasta el extremo de que la SRA ordenó, en 1916, el asesinato de uno de los dirigentes de la federación, pero últimamente forman una piña por su rechazo al aumento de impuestos y por su miedo a que los Kirchner replanteen el tema.

Biolcati, que tenía a su lado a Mauricio Macri, intendente de Buenos Aires y posible candidato presidencial, y al peronista disidente Francisco de Narváez, animó a la oposición a "abrir una ventana en esa muralla de intolerancia" y dedicó la parte final de su discurso, en tono de elegía, a resaltar la pobreza que sufre el país y el valor de la tierra: "Porque los hombres pasan, los Gobiernos son un mero episodio, pero la tierra, como la patria, permanece", dijo.

La respuesta del Gobierno llegó por boca del jefe del Gabinete, Aníbal Fernández. Biolcati, dijo, es "un pobre tipo con plata" y la SRA una organización que "desprecia a los pobres". El nuevo ministro de Agricultura, Julián Domínguez, se armó un pequeño lío con las festividades religiosas y dijo que "escuchar a Biolcati hablar de la pobreza es como escuchar a Satanás celebrando la misa del gallo en Jueves Santo".

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Detrás del renovado enfrentamiento entre el campo y el Gobierno se esconde una de las batallas políticas más antiguas de Argentina: el uso de los excedentes de campo, formidable exportador y generador de divisas, y su transferencia a la industria o, según denuncian los agricultores, al Gobierno para su uso discrecional.

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